Danilo Sánchez Lihón
Y no saben que el Misterio
sintetiza...
César Vallejo
1. De pies
a cabeza
– Pero ahí llega el Fiscal de Huamanga. Usted tendrá que declarar y dar cuenta ante él.
– Y bien, ¿dónde está el cuerpo de la persona muerta?
– No ha muerto, señor Fiscal. Milagrosamente está vivo.
– Pero, ¿cómo? ¡Las demás personas murieron!
– Sí señor Fiscal, pero esta no. Nosotros mismo no salimos de nuestro asombro.
– Y, ¿dónde está la persona?
– Aquí. ¡Es el señor!
– ¿Usted? ¿Este señor?
– ¡Sí, él!
El Fiscal entonces me mira, de pies a cabeza.
– Disculpe, señor, ¿es usted de aquí?
– No, señor. Asisto al Encuentro de Escritores, que se está desarrollando aquí en Huamanga.
2. Inminente
peligro
–
Y, ¿cómo ha podido salir vivo de este lugar donde se encierran perros
bravos? Pero, bueno, vamos a proceder en orden, y a levantar un acta.
¿Sería tan amable señor de mostrarme sus documentos de identidad? Vamos a
llenar una instrucción con sus declaraciones, que será un breve
recuento de los hechos que acaban de suceder. ¿Quién es usted?
– Soy escritor. Asisto invitado a un certamen literario aquí en la ciudad de Huamanga, a cargo de la Editorial Altazor.
– ¿Me dice dónde trabaja usted?
– Soy docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y en la Universidad Jaime Bausate y Meza, dedicada al periodismo.
–
En primer lugar, disculpe doctor por este interrogatorio. Aún estamos
temblando. Mire usted mi pulso. Y aunque usted no lo crea, porque lo
noto sereno y como si nada hubiera pasado, ha estado en inminente peligro de muerte.
– Pensé que en esta casona funcionaba alguna institución cultural.
3. Queda
abierta
–
De parte nuestra no alcanzamos aún a comprender cómo los perros de esta
quinta no le han atacado ni hecho daño. Sucede que en menos de un mes
han ocurrido en este mismo lugar dos muertes, de personas que apenas se
acercaron y fueron despedazadas por los perros.
– Desconocía totalmente estos hechos.
–
Usted no tiene culpabilidad alguna, señor. Es completamente inocente,
aunque ha arriesgado su vida, ¡no sabe cómo! Sin embargo, aquí hay
responsables de que usted haya podido entrar. Pero, ¿puede decirme,
doctor, por qué y cómo ingresó a este lugar?
–
Me atrajo la arquitectura de esta casona, sus frisos y azulejos, la
perspectiva de las cúpulas. En realidad, todo el arte que hay aquí
dentro. Ingresé mirando el artesonado de los aleros, por este zaguán.
Empujé la puerta, se abrió y entré al patio interior.
–
¡Imposible, señor, –interviene uno de los vigilantes–, porque esta
puerta nunca queda abierta y sin cadenas! Además, siempre está asegurada
con cuatro candados.
4. Debieron
verlo entrar
–
Pero los candados están colgando de las cadenas, sin haber sido
violentados. Además, el doctor no tiene rastro de haber cogido un solo
grumo de polvo. Las manos las tiene limpias, y los puños de la camisa,
como su corbata, están impecables. Además, veo que apenas porta una
libreta de notas y un lapicero.
–
Pero, señor Fiscal, esta puerta a mí me consta que ha estado sus dos
hojas enlazadas con cadenas y sus respectivos candados puestos, tal y
cómo ha dispuesto su despacho.
–
¿Y cómo ha entrado el doctor? ¿Por el aire? Ha tenido que entrar por la
puerta, ¿no? Las cadenas estoy comprobando que están colgadas, pero los
candados están sin enlazar. Tampoco están abiertos sino cerrados. A las
claras el doctor no ha violentado nada, sino que se ha dejado atraer
por… ¿qué dijo, doctor?
– Por el artesonado de los aleros, los frisos y los azulejos del patio.
– Ahí está el problema, señor, que en este caso es responsabilidad de los guachimanes. Además, debieron verlo entrar. Para eso ustedes están aquí de manera permanente. Y para cumplir con ese trabajo que es por lo que se les paga.
5. Sin dejar
de mirarme
– La verdad, no nos explicamos cómo ha podido ocurrir esto. Si hemos estado aquí.
–
¿En algún momento lo han interceptado, doctor? ¡No! ¿No es cierto?
¿Entonces? Pero, ¡no sabe usted a qué serio peligro ha estado expuesto! A
nosotros se nos escarapela el cuerpo solo de pensarlo. ¡Esto hubiera
sido un suceso en todos los medios de prensa!
– Le agradezco su preocupación, señor Fiscal, y la de todos ustedes. Muchas gracias.
–
Son nueve perros que pudieron haberlo comido vivo. Y nadie hubiera
podido auxiliarlo. ¿Estaban despiertos cuando usted entró, doctor?
–
Sí. Los vi que caminaban libremente. Se detuvieron a observarme, eso sí
fijamente. Después de verme se fueron y se echaron en el sol, sin dejar
en ningún momento de mirarme.
– Y, usted, ¿es cierto que ha caminado casi sobre ellos?
– Sí señor, pero cuidando de no pisarlos ni hacerles daño.
6. Ha tenido
suerte
–
¡Es inimaginable, doctor! Lo estoy oyendo y no puedo creerlo. ¡Lo ven
mis ojos y no me convenzo de que esto sea cierto! Yo mismo al oírlo me
muero de miedo. Usted hubiera sido la tercera víctima. Y de repente este
mercado, el Moll recién inaugurado, hubiéramos tenido que cerrarlo por
las protestas públicas. Para mí es usted un resucitado.
– ¿Tanto?
–
¡Claro! Pero, ¡eso sí!, los que resultan aquí teniendo una tremenda
responsabilidad son los guachimanes, pero eso lo resolveré aparte. Sólo
un favor, doctor. ¿Me dice el nombre de la persona que coordina el
evento al cual asiste aquí en Huamanga?
– Sí, él es además ayacuchano, es el poeta Willy del Pozo.
– Gracias, doctor. Puede irse a descansar. Y agradezca usted, que ha tenido mucha suerte. Ha vuelto a nacer en Huamanga
Ya
en mi hotel reflexiono también conmovido e impactado. Justamente, el
día de ayer toda la delegación actuamos en Huanta adonde fuimos temprano
para regresar antes del anochecer. Y en la Plaza de Armas de esa ciudad
nos tomamos muchas fotos.
7. El confín
del horizonte
A
mí me hicieron posar sentado en una banca con el puño en el mentón, con
un paraguas como bastón y en una actitud vallejiana. Y Willy dictó la
leyenda que apareció en el periódico local. Dice: “Me moriré en
Ayacucho, sin aguacero”. Y todos rieron. Pero esa muerte, al parecer,
iba a ocurrir.
Ya
de regreso pudimos ver, al despedirnos de Huanta, cómo de las huertas
sobresalen higueras y duraznos. Y florecen los granados en las cercas, y
en flor. Al centro de las casas los limoneros y los cactus en los
tapiales se empinan para descollar sobre los tejados.
Tengo
aún en la retina de los ojos el paisaje de la tarde, azul y naranja;
con el horizonte de colinas y la extensión de la campiña en lontananza.
Ayacucho
es también un paraíso de ejidos rocosos, con cerros áridos de piedra
caliza, de rocas calcáreas, cubiertas de pencas y abrojos, con motitas
en el paisaje que son tunales, mostazas o retamas.
Con
bosques de huarangos y molles en lo hondo y en las salientes de las
amplias quebradas; con los campos regados de agaves y matojos en los
valles estrechos y en las pampas ondulantes, hasta el confín del horizonte.
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CONVOCATORIA