Danilo Sánchez Lihón
1. Aquella
gesta
A partir de Grau todos somos Grau. Somos vigilantes en
la proa de una nave.
A partir de entonces todos somos nave, horizonte y
bandera inhiesta.
A partir de Grau todos somos torres de mando. Nos hizo
vigías, centinelas y atalayas.
La moral de aquella gesta es que entonces navegamos en
la proa de una estrella, que nos convoca y reúne a todos.
La lección de aquella hora suprema en que él se
inmolara es que todos juramos lealtad absoluta por el bien, la verdad y la
heroicidad en nuestros actos y en nuestras vidas.
¿Esta es la conclusión de aquella gesta!
Porque para él no había enemigos, porque a todos
salva. Antes de bombardear al Matías Cousiño hizo que la tripulación desalojara
la nave. ¡Qué humanidad! ¡Qué grandeza ante tanta infamia!
¿Quién lo hace? ¿En qué página de la historia figura
un hecho como este? ¡Y qué baldón para los enemigos de esa hora: insanos,
inicuos y mezquinos!
2. Hay
un altar
Porque Grau fue verdad y es ahora leyenda, mito y
romance en defensa de la vida, incluso de quienes finalmente le dieron muerte.
Encarna el espíritu, la moral y la virtud, en cada
mente y corazón de los seres humanos que creen en la paz de los pueblos. Y es
quimera que se erige en los mares encrespados.
Como escribiera José Luis Bustamante y Rivero:
“Vuestra nave minúscula ha crecido Almirante:
Y hay un sutil poder de fuego que envidian los cañones
en el silencio austero de sus cubiertas desmanteladas.
No fue infructuoso vuestro sacrificio ni un vago gesto
de inmolación de quienes con vos cayeron en la brega.
Vuestras sombras augustas presiden nuestros mares; y
hay un altar para vuestro busto en cada nave de nuestra flota.
Y un rincón de emoción en cada pecho nuestro”.
3. Por
el mucho amor
Y no fue en vano que volaras por los aires, que te
hicieras explosión, llamarada e incendio con la torre de mando a tus pies. E
ignición al fondo del pecho y grito apasionado en la médula del hueso.
Porque a partir
de entonces tenemos contigo un puesto de vigía desde la eternidad, adonde hemos
llegado en la proa de tu nave insigne con la bandera flameando en lo más alto.
Esa nave que era un bólido, un cometa, una bola de
fuego. O un relámpago que sueña. Y se ha quedado así para siempre.
Oh, Almirante, nos enseñaste a vigilar el horizonte. Y
quizá aún más: a hacernos horizonte, despertar y amanecida. a convertirnos en
alba que se anuncia.
Y a ser indulgentes en las horas en que lo bestial se
exacerba.
A mirar alrededor con mirada piadosa y paterna. Y ser
indestructibles por inercia propia. ¡Porque tú combatiste no por odiar sino por
defender y por el mucho amor que rebozaba en tu pecho!
4. El
corvo
Porque el relato más atroz que todos hemos escuchado
de niños es el de Caín matando a su hermano Abel.
Y ninguno podíamos creer que eso lo hiciera su hermano
y con tanta inquina y alevosía.
Y más aún porque Abel era bueno. ¿Hay algo atávico en
el odio?
Pero sinceramente no creo que nos atacaran hermanos, ni
vecinos a los cuales prodigamos todo respeto y cariño, incluso hasta ahora.
No creo que fueran seres humanos las hienas que luego
asesinaban heridos en los campos de batalla.
Y que pronto se atacaron entre ellos mismos, como
ocurrió en el incendio de Chorrillos, en donde murieron mil de ellos asesinados
con sus propias armas.
Como en el mito bíblico de Caín, con la quijada de
burro como es el corvo chileno.
Pero, ¿cuál fue la razón? ¿Cuál el sentido de todo
aquello? ¿Únicamente la codicia o la disputa del botín?
5. ¿Qué
eran?
No. También una de sus motivaciones, pero no la
principal ni la peor, era la envidia ante quien siempre fue capital de imperio.
Pero no fue la más importante ni la peor. Porque peor
es ufanarse luego de quién fue el más fiero descuartizando a seres inermes, a
mujeres y niños como fue la masacre de la comunidad italiana apostada en
Barranco.
¡Increíble, inaceptable que fuera el hombre y su
codicia, el hombre y su envidia, el hombre y su estulticia! Pero, no fue lo
peor. El hecho es que no eran seres dignos, no eran gente. Eran bancos,
empresas, casas de negocios.
Ellos incluso ahora para justificar tanta vergüenza
dicen que fueron utilizados por una potencia extranjera. Que los hicieron
máquinas, entes preparados para matar, acuchillando heridos y fusilando a otros
por la espalda.
Pero finalmente no interesa quiénes eran ellos sino
quiénes somos nosotros. ¡Porque en cambio tú, don Miguel Grau, qué hidalguía!
Basta para muestra esta carta escrita en el fragor del combate:
6. De
usted
Monitor
Huáscar
Al ancla, Pisagua, Junio 2 de 1879.
Dignísima señora:
Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y
siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar,
contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate
naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las
naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata
don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorará ya, fue
víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su
duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted
inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran
en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo
en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro,
señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos
con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.
Miguel Grau
7. La
utopía
A partir de entonces todos navegamos en esas aguas
sempiternas. Y todos estamos de pie contigo en El Huáscar.
¡Porque tú lo justificas todo. Oh, Almirante!
Yo he llegado hasta este punto por ti. Y desde aquí
otearé las constelaciones del firmamento.
Estoy aquí devoto, creyente, ungido, ante esta
eternidad que lleva tu nombre.
Soy heredero tuyo.
E invocando tu nombre he llegado al punto más alto de
esta montaña.
Encontrando que contigo no hay tema ni problema que
deba ni pueda soslayarse.
En ti encuentro la fortaleza, la visión, el temple;
como también el sueño y la utopía.
Porque en tu corazón, ¡oh, Almirante!, ahora cabemos
todos. Todos cabemos en tu corazón basto e ínclito como el mismo océano.
8. Y
en ti
Dejar ejemplos de generosidad al enemigo era lo más
difícil de la guerra, más todavía por la iniquidad de sus actos.
Era y es mucho más arduo que vencer. ¡Y tú lograste
esa proeza, que nos engrandece mucho más que haber vencido!
Porque, ¿quién lo hace?
Y Angamos desde ti entonces es faro, atalaya y
prominencia.
Desde donde se avizora, se promete y se jura.
Y, para todos nosotros, insignia y medalla en nuestras
frentes, e incrustada en el fondo del alma.
¡Oh, Almirante!
En medio de las aguas de ese mar proceloso, confío que
tú estás conmigo en la nave.
¡Y en ti, padre amado, toda esperanza!
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