Danilo Sánchez Lihón
1. Parece
leyenda
Hecho prisionero en Tarata, Leoncio Prado fue
trasladado a una cárcel en el pueblo de San Bernardo, en Chile.
Después de más de un año fue puesto en libertad,
cuando Lima ya estaba bajo ocupación chilena, creyendo los invasores que ahí se
había acabado la guerra.
Pero, solo por llenar una formalidad, porque creían
que todo ya estaba consumado, antes de ponerlo en libertad le hicieron
prometer, jurar y firmar un documento de que nunca más volvería a empuñar las
armas en contra del ejército de Chile.
Llegado a Lima en febrero de 1882, lo primero que hizo
fue desaparecer tomando la ruta hacia Huánuco, para formar el ejército de la
resistencia, al igual que Cáceres. Hizo la ruta a pie, buscando atajos, a fin
de no ser interceptado.
– ¿Todo esto que me cuentas es verdad, papá? Parece
leyenda o un relato inventado.
– Sí, hijo. Todo lo que te refiero es realidad
objetiva y está registrada por la historia y documentada en cada detalle.
2 Hizo
la ruta a pie
– Pero, ¿no crees, padre, que está mal prometer algo y
no cumplirlo? ¿No es malo faltar a la palabra empeñada?
– Él mismo aclaró este asunto diciendo:
"Cuando la patria se halla subyugada, no hay
palabra que valga sobre el deber de libertarla".
– Esas son sus palabras textuales. Y es que hijo,
cuando te defiendes, cuando agreden a tus seres queridos, cuando avasallan tu
tierra, no hay principios más altos que defender estos derechos.
En Huánuco hace campaña de reclutamiento de
integrantes para militar en la resistencia. Arenga a la juventud diciendo:
“Huanuqueños, hermanos de mi alma, hijos de mi pueblo:
sabed que las balas del enemigo no matan. Y que morir por la patria es vivir en
la inmortalidad de la gloria”.
Allí organiza un ejército de guerrillas tomando como
base a sus compañeros del Colegio Central de Minería, en donde había estudiado.
3. En aras
de la unidad
Con esa columna recorrió Huánuco, Cerro de Pasco,
Canta, Chancay, Palpa, Sayán y Huacho.
Las privaciones, los esfuerzos sobrehumanos, la fe
inquebrantable es una huella indeleble a su paso por esos caminos y peñones
ariscos, en donde se puede todavía, en el éxtasis de las piedras sobrecogidas,
recobrar aún su pálpito y su hálito.
En Vista Alegre tuvo enfrentamientos con las tropas
dirigidas por los jefes chilenos Castillo y Marchand, quienes después arrasaron
los pueblos por los cuales pasó la columna patriota y le prestaron ayuda.
Leoncio Prado en esta campaña estableció su cuartel
general en un lugar abrupto e inasequible, denominado Jucul.
En abril de 1883 el coronel Recavarren, encargado por
Cáceres de la organización del Ejército del Norte, se entrevista con él en
Sayán,
Allí le pide que su tropa se ponga bajo su mando, a
fin de aunar energías y voluntades y consolidar una sola fuerza.
En aras de la unidad y cohesión accede a tal petición.
4. Tratándose
de defender
Marcha entonces con una escolta a unirse a Andrés
Avelino Cáceres quien lo designa Jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro,
junto a los famosos breñeros.
El 10 de julio, desatada la batalla de Huamachuco en
el cerro Sazón, en su caballo Moro lucha como un titán de fábula.
Una granada le hizo astillas la pierna.
Sus ayudantes de campo lo socorren y lo esconden en la
quebrada de Cuchuro, a 15 kilómetros de Huamachuco. Y allí queda, alojado en la
choza del indígena José Carrión.
Ahí fue capturado por el mayor chileno Aníbal
Fuenzalida. Se lo condena a muerte por haber faltado a su promesa de no volver
a empuñar las armas contra Chile, ante lo cual responde:
“Tratándose de defender a la Patria, podía y debía
empeñarse la palabra, y faltar a ella”.
Según lo refirió después el oficial Fuenzalida,
Leoncio Prado dijo que realmente había dado su palabra, cuando fue prisionero
en junio del año 1880 en Tarata.
5.
Mi deber
de
soldado
Sin embargo, reiteró:
"...me he batido después muchas veces;
defendiendo al Perú y soporto sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi
lugar, con el enemigo en la casa, harían otro tanto.”
Y, enfatizó:
“Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear
nuevamente, lo haré porque ése es mi deber de soldado y de peruano".
Al dársele a conocer la sentencia de ser fusilado
pidió hablar con el jefe del ejército chileno, Alejandro Gorostiaga, quien
esperaba a dos cuadras el fusilamiento, montado ya en su caballo para
incursionar y sembrar el terror en Cajabamba:
“Díganle cualquier cosa, que ya me he ido”. –Respondió.
Al escuchar las detonaciones recién emprendió
lentamente su marcha.
Con respecto a este pasaje el historiador chileno
Nicanor Molinare, en su libro “Batalla de Huamachuco”,
6. Todos
llorábamos
Dice:
“La muerte de este hombre extraordinario, tiene
tonalidades tan grandiosas, fue tan admirablemente estoico para morir, que como
un homenaje a la memoria de tan valiente jefe peruano, publicamos este
emocionante episodio de su vida, que sin duda es la página más hermosa de la
historia del Perú en la última campaña, tomándola de nuestra Historia de la
Batalla de Huamachuco, que verá la luz pública entre breves días.
“Si hubiera imaginado, compañero, que le iban a
fusilar, tenga la seguridad que no lo tomo prisionero”, decía el año próximo
pasado mi querido amigo, el Mayor retirado, Don Aníbal Fuenzalida, refiriéndose
al coronel Leoncio Prado. “Figúrese Usted, que Pradito estaba herido
gravemente, tenía un balazo horrible en la pierna izquierda: mire, la tenía
hecha astillas, compañero, si lo sabré yo, si lo recogí de una quebrada el día
13 de julio, dos días después, el 15 temprano, poco después de las 8 de la
mañana, era domingo, lo fusilaron, y en su propia camilla”.
Y el capitán chileno Rafael Benavente declaró:
“Todos llorábamos”, menos él”.
7. De coraje
y de esperanza
– Hijo mío, esta es a grandes rasgos la historia de
este varón insigne. Un hombre inflamado de un amor sublime a la libertad, quien
peleó en mil batallas, no solo en este suelo bendito, ni solo con las armas,
sino en lugares tan lejanos como China, la India, Persia, Rusia. Él es un
hombre fuego, llama viva nunca antes vista ni encendida en el confín del
espacio ni del tiempo.
Pasión pura, materia ígnea; un bólido, un cometa, una
estrella esplendente. Un astro relumbrante que no sabemos que lo tuvimos, pero
lo tenemos más bien muy dentro del alma. Y diría que todos somos un poco
Leoncio Prado.
Y así es tu tierra, hijo mío. Así es el Perú, una
espada fulgurando en el aire, una luz inmarcesible. Es clarín en el alba. Es
victoria para siempre. Es hazaña ímproba, impulso hacia adelante, es fervor,
latido, aliento. Es terrón latiente, grumo amoroso y mirada que salva.
Esta patria cuesta mucho, hijo mío. El heroísmo de
quienes la han defendido es inmenso, incalculable, sobrehumano. Hay aquí mucho
aliento roto y por juntar en aras de aquel ideal, cuál es el emblema que somos.
Hay mucho pulso y latido, y heridas consagradas apostando por un porvenir
glorioso.
– Gracias, padre. Mil gracias. Y sí, estoy llorando
son lágrimas de coraje y de esperanza.
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