Danilo Sánchez Lihón
1. No
se rinde
Integro el Contingente de Voluntarios del Batallón
Libres de Santiago de Chuco que marchamos a pelear en Huamachuco contra un
ejército invasor bestializado y siniestro.
El coronel Andrés Avelino Cáceres es el conductor
general de esta campaña y un misterio viviente. Es un prodigio verlo. Es de
aquellos hombres que pertenecen a otra dimensión; lo que sienten, lo que
piensan, lo que tocan está fuera de nuestro alcance y de todo lo ordinario.
Lo he visto y no resistí mirarlo. Tiene luz, tiene
fuego. Es como mirar a un astro. Hace cinco años que lucha y resiste indomable
esta guerra en donde todo falta, todo escasea y todo es adverso. Y, ¿quién como
él? ¡Nadie!
¿Qué fuerza de hombre y ser viviente lo mantiene en
pie? Porque erigirse sobre victorias tanto tiempo y a la intemperie sería ya un
esfuerzo supremo. Pero persistir sobre adversidades es sobrehumano, imposible y
portentoso. Poder sostener un ejército hambriento, sin ropa, descalzo y en
harapos es asombroso.
Mantener viva una moral de triunfo es admirable.
Seguir imperturbable alentando una esperanza sobre lagos de sangre derramada de
personas que defienden su heredad, su patria y comprometidas con él, es
ímprobo, inimaginable, fuera de todo cálculo terreno y humano.
2. Razón
moral
Cáceres, hasta su apellido es fuerte, contundente, es
una descarga de fusilería o de metralla. Es incluso en su apellido en donde
está la pieza clave de un fusil: la cacerina.
Es él un guerrero insigne y mítico. Ha puesto su
pulso, su mente, sus latidos por la causa de su lar nativo. Quien después de
cinco años de guerra sigue luchando.
Batalla tras batalla, casi todas con resultados
aciagos. No claudica, no se rinde. Después de decenas de batallas perdidas, no
se doblega. ¿De qué está hecho? ¿Quién para resistir tanto?
Ejército regular ya no existe. El ejército es él,
delirante y alucinado, a quien le sigue la humanidad más desarrapada de indios
y cholos de a pie, candorosos e ingenuos que luchan porque creen en él, y en él
se amparan. Y él cree que todavía se puede vencer. Y en ello hay una razón
moral, pero más la encarnación de una utopía.
Porque lo peor es acostumbrarse a que el mal es
inevitable. Lo peor es aceptar que las cosas son así y no pueden ser de otro
modo. Lo peor es creer que el mundo tal como nos ha sido impuesto es el único
modo de que el mundo sea y esté ordenado, aceptando resignados un orden
injusto. Él no. Es absoluto, y encarna el Perú.
3. El deber
no tiene precio
Toda nuestra paz ha sido soliviantada para imbuirnos
de una misión ineludible, de un signo en la frente, cual es lo que yo debo
hacer en cada prueba que la vida me plantee y me exija cumplir, por difícil que
sea. Por eso marcho junto a mis compañeros con los pies descalzos pisando
carámbanos de nieve.
Yo estaré enrolado en espíritu siempre, primero en
este contingente del batallón de mi pueblo y después entre estos hombres que
formamos el Ejército de Cáceres, marchando con el corazón inflamado de ira
santa, para hacerle frente a un invasor pérfido, voraz y sanguinario.
Porque cada voluntario que integra esta hueste que lo
único que hace es defenderse deja madre, esposa e hijos. Deja una tierra
sagrada en donde todo es candor, ternura y fraternidad.
Deja su pan, su leche y su miel, para expulsar a una
hiena perversa, infame y abominable.
En primer lugar, los nuestros son voluntarios, no
asalariados, no profesionales en matar, no preparados para aniquilar.
Salimos al frente y marchamos al campo de batalla por
voluntad propia, en función de amores, quereres e ideales sublimes que
defender. En quienes el deber no tiene precio.
4. ¿Quién
es victorioso?
En quienes lo importante es el fervor y la fe. Y con
ella marchar por la vida y por la muerte si ella es una obligación afrontar.
Lo importante es creer en algo santificado, y a lo
cual no se puede renunciar jamás.
Lo importante es llenarse de espíritu, de lo contrario
hasta aquí no se viene ni se llega, pisando desnudos la escarcha y el hielo de
la cordillera.
Para defender esta tierra en lo cual razones nos
sobran, palabras son las que nos faltan para expresar lo que sentimos.
Tengo agarrotadas las manos y los pies por el frío
helado. Fortaleza moral, ser insignes y heroicos es lo único que nos mantiene
vivos. ¡Y siempre dignos!
Si comparamos los fines por los cuales se lucha, ¿qué
pueblo es mejor? Los unos luchan por el botín, por la codicia, y por la
prebenda.
Nuestra lucha es por la dignidad, por el honor, por
los valores sacrosantos a los cuales ningún hombre puede renunciar a defender
jamás.
¿Cuál pueblo entonces es mejor? ¿Quién gana? ¿Quién es
victorioso en esta contienda desde el principio, hasta el final y para siempre?
5. La punta
de mi arado
En verdad no marchamos a matar a un campo de batalla.
Vamos a sembrar un sentido, una moral, una leyenda.
Vamos con arrojo, con coraje a barbechar, a aporcar la
planta buena. Y arrancar la maligna, venenosa y que es calamidad sobre la
tierra.
Indudablemente, es nefasta la del invasor, lleno de
envidia, de odio, de mezquindad. Pero nos importa la planta buena, de lo que es
nuestra heredad y nuestro porvenir.
Y de que se sepa que después de cinco años de
holocausto seguimos con fe que hemos de vencer, ¡y eso es grandioso.
Vamos al campo de batalla de Huamachuco a cultivar la
tierra con lo mejor de nuestro pueblo, porque eso somos: campesinos,
agricultores, artesanos, hombres de trabajo. Con nuestra sangre colmada de
afirmación por la vida y por lo nuestro. ¡Esa es nuestra siembra!
Será una labranza, un cultivo, una amelga el campo de
batalla. Será un almácigo. Por eso yo llevo la punta de mi arado y mi
chaquitaclla. Y mi rondín para no desfallecer con el cierzo ni con el hambre.
6. No vamos
a matar
A eso vamos. A desparramar semillas, a ofrendarle
nuestra sangre a la tierra. Que a partir de allí nazcan flores, árboles,
bosques y un mundo nuevo.
Si al final quedara mi cuerpo regado sobre la hierba,
o sobre la arena, o sobre el cascajo, es porque quiero que allí nazca esperanza
imperecedera.
Por eso marcho por estos caminos ariscos, de piedras
cortantes, heladas y en punta, bajo mis pies descalzos.
Que aquello signifique algo, que se extraiga de aquí
esto por lo cual ahora avanzamos en silencio, esforzándonos en llegar allí en
donde quizá hemos de sucumbir.
Que nuestros cuerpos atravesados de las balas y de la
espada o bayoneta sean un interrogante al menos, no una respuesta, porque en
las respuestas concluyen algo mientras aquí más bien todo comienza.
Porque no vamos a matar. ¿Con qué? Si yo llevo la
punta de mi arado, mi compañero una pala, el amigo de más allá una horqueta, y
el otro su hoz y la puya que usamos para abrir la tierra, todas herramientas de
labranza.
7. Hijos
míos
Vamos a sembrar, que eso se entienda.
Es un campo de batalla adónde no vamos a matar, sino a
sembrar nuestra propia sangre para que fecunde una bandera inmarcesible: la
esperanza, ¡más roja y más blanca todavía!
Y todo esto exorcizará la pobreza y la agonía. Hará
retroceder el desaliento. Hará que se esfume la apatía. Hará que no aparezca la
desilusión y que se esfume el derrotismo.
Haremos que el retumbar el golpe de nuestra sangre
indetenible fecunde la tierra con nuestro júbilo inapagable. Es el compás
marcial del latido de la sangre en todo lo que afirma la vida.
Y, a ti me dirijo niño y joven de mi pueblo: ¡Por ti
luchamos, por ti enarbolo esta bandera!
Por ti nos inmolamos, para que sientas que perteneces
a una patria digna, bendita y gloriosa; para eso hemos llegado hasta aquí a
este sacrificio.
¡Es por ustedes, hijos míos, por legarles esta patria
grande y hermosa que he defendido hasta el sacrificio de ofrendar mi vida en
Huamachuco!
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