Danilo Sánchez Lihón
1. Bailotean
en el cielo
El 23 de julio en Santiago de Chuco, mi pueblo, es Día
del Alba con la tradicional Bajada del Apóstol, en el marco de la Fiesta
Patronal en honor del Apóstol Santiago.
Hoy día 24 de julio es Día de Doces, con Luminaria por
la noche. ¡Y quema de castillos de fuegos artificiales ya en la madrugada! Y el
25 es El Día Central, con Misa Solemne y la procesión principal que siempre es
apoteósica.
Por la noche hay baile de disfraces, bombardas,
buscapiques y elevación de globos que bailotean por el cielo morado con tintes
anaranjados hacia los bordes para hacer nítido el perfil de los cerros.
Nosotros, subidos en la escalera en la oscuridad del
patio, jugamos a reconocerlos:
– ¡Ese globo es una pava! ¡Mira!
– ¡Este otro que sube es un barrilete! ¿Lo ves?
– ¡Estos son mellizos! ¡Qué bonitos!
– Este seguro cruzará sobre Urupamba y Cachulla.
– Ese, mira, ¡qué alto! Quizás llegue hasta la
hacienda de Paybal. Shorey, Quiruvilca, Trujillo.
2. En la
Alameda
Las calles están llenas de mercachifles que venden
sombreros, ropa venida de Trujillo, ollas de aluminio, vajilla de loza,
pañuelos y frazadas.
Toda la mercadería se muestra, subiendo desde el suelo
hasta la parte alta de los toldos de colores estridentes que cuelgan sostenidos
por cuerdas clavadas a las paredes.
Tanta es la gente que se aglomera que no se puede
pasar; y apenas se avanza entre el bullicio de los saludos, ofertas y
encuentros; de los pregones, reclamos y voces de júbilo. Pero no falta tampoco,
aquí y allá, algún gemido o sollozo.
Cerca del mercado las calles se llenan de vendedores
de comida: de caldo de gallina, de cabeza y patasca; de chuño de maíz, de
chanfainita y toda clase de frituras.
En la Alameda sientan sus reales los charlatanes, los
vendedores de sebos de culebra, los curanderos con sus pócimas. Y otros peores lenguaraces,
que a todo nos convencen; ventrílocuos que hacen hablar a unos muñecos de
dientes que se enfilan grandes y parejos desde los labios abultados hasta
hundirse en el cuello y que nos hacen reír a carcajadas y a ratos llorar
atribulados con alguna historia que se cuenta.
3. Castillos
de luces
Bajando por detrás de El Convento hay malabaristas que
se introducen una espada por la boca y que pasa por el centro de su cuello. Hay
quienes hacen cábala y juegan a adivinar la suerte con naipes y baraja
española. Hay los magos que soplan fuego por la boca. Hay los encantadores de
serpientes con maletas abiertas en donde se solean no sé cuántos reptiles, casi
inmóviles por la estridencia del griterío, y en otra maleta hay iguanas y camaleones.
Hay quienes venden a la gente ungüentos y pomadas para todos los males y
aflicciones.
También se ubican allí los organilleros con monos,
loros y hasta una comadreja que sacan suertes en papelitos de colores que las
personas, a quienes tocó tal hado a tal estigma, leen extasiadas. Para luego
caminar como si flotaran en las calles. O detenerse encogidas a la vuelta de
una esquina, enjugando sus lágrimas con algún oculto pañuelo; o gemir con
sollozos incontenibles que las ahogan sacudiendo sus espaldas en razón de los
horóscopos.
En la noche hay jolgorio en las tiendas, tómbolas y
ruletas en la Alameda. Y en la Plaza de Armas retreta con quema de avellanas,
torpedos, castillos de luces y bandas de músicos que tocan valses, huaynos y
marineras.
4. Debo
confesar
La fiesta por supuesto es mucho más; y hasta es
posible que sean otras cosas distintas; además y aparte de estas que pobremente
describo.
Quizás haya otros episodios que protagonizan la
variedad de mojigangas en la procesión, quizá detalles en los bailes que se
animan en plena plaza; o incidencias que se dan en las corridas de toros, pero
que yo no lo podré contar ni referir siquiera.
Porque debo confesar compungido y avergonzado que
perdí ver todo eso por el pavor que sentía al contemplarlas. Y debo otra vez
agradecerte a ti padre mío, por haberte sacrificado y perdido por mí lo mejor
de todos esos hechizos.
Y todo por compadecerte de mí y correr llevándome en
tus brazos para estar conmigo por las calles desoladas y vacías tratando de calmarme
en el momento en que se desarrollaban tales festejos, que de niño me
estremecían, me asustaban y que no podía soportar.
Y he corrido o me has sacado tú, papá, para librarme
de esos miedos, espantos y sustos lacerantes que hacían estallar mi corazón y
herían de muerte mi alma. Yendo a dar contigo por las afueras del pueblo y tan
a la distancia de toda esa algarabía.
5. Los toros
con sus enjalmas
Como son las bajadas a los ríos, ya en los cantos del
pueblo. Tú con una mano puesta sobre mis ojos o tapando mis oídos con tus
brazos que las vuelvo a sentir justo en este mismo instante. A fin de que no
escuche y me calme. Y dejen de atormentarme las explosiones de las bombardas y
avellanas.
A veces envuelta mi cabeza en tu saco cuyo forro de
satén se ha quedado impregnado en mi memoria y me consuela cuando estoy en
peligro. Para que cese tanta banda de músicos, tanta comparsa y tanto bullicio;
de cohetes, busca piques y maretazos que estallan en el cielo que se extiende
felizmente como un tul azulino e imperturbable, salvo con unas leves gasas
blancas que hace el cohete cuando revienta y que el viento disuelve compasivo,
sin saber qué hacer con tanto derroche, estruendo y tanto delirio.
Porque era enorme el miedo que tenía a los cohetes, a
los santos en sus tronos. O ya sea que estén en sus andas.
A las mojigangas con sus disfraces, a los toros con
sus enjalmas en los ruedos, como a los toreros con sus vestidos de luces y
detrás de sus capas.
6. ¡A
ver!
Y tú, que eras tan severo con nosotros y que no
soportabas un milímetro de yerros ni equívocos, ¡qué pena tan inmensa he debido
darte papá para que corras así conmigo por las calles desoladas y desiertas a
fin de calmar mi angustia y apaciguar mi corazón que buscaba salírseme del
pecho y por la boca!
Y yo aun dando alaridos hasta por los atuendos de la
gente en mi memoria. O, ya miradas desde lejos, por las bombardas que se
elevaban en el cielo. Has debido suponer que algo muy grave atravesaba mi ser,
o me ocurría para no haberme corregido y castigado a tiempo y en ese mismo
momento.
Y haberte perdido así lo mejor de esas alegrías por
salir a darme sosiego hacia los sitios apartados, dejando a mamá y a mis
hermanos solos e indefensos en alguna esquina o en la plaza. Y frotándome tú la
espalda y sonriéndome a fin de serenarme me decías, pidiendo que me distrajera
mirando otras cosas:
– Mira hijo, ¿ves esa avecilla? ¡Mira cómo salta,
corretea y canta entre las tejas de esa curahua!
7. Que yo
venero
– ¿Quieres mirar encima del muro? ¡A ver, yo te
sostengo! Y ahora dime, ¿qué hay adentro? ¿Que hay?
Tu ternura entonces me llenaba de sentimiento y
volteaba a abrazarte, y ya en tu cuello empezaba a gemir pero ya no por lo otro
y ajeno sino por ti y por mí.
Creo que para haberme consentido a tal punto, tajante
y total como eras, sólo tenía que haber sido ante la angustia de la muerte
vestida de fiesta que veías pintada en mis pupilas.
Pero en verdad nos hemos distraído totalmente de lo
que es el tema central de este relato, cual es: la Fiesta del Patrón Santiago
de mi terruño, pueblo que yo venero y llevo clavado en el alma, no por los
gozos que me haya deparado, sino por lo mucho que en él hemos sufrido.
Fiesta grande e intensa es esta. Debe ser porque
inclusive ahora, en la noche de la Luminaria atruenan varias bandas de músicos
en la plaza, y solo se puede cruzar serpenteando en fila de a uno por entre un
mar de gente que se agita como el oleaje de un océano.
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