Danilo Sánchez Lihón
1. Aprender
a leer
– ¿Y por qué tengo que ir yo a la escuela? –Reclama
Manuel con las mandíbulas apretadas y saltando las lajas del camino a pasos
bruscos.
Está enojado.
Pero su padre sabe o no se siente capaz de explicarle
exactamente por qué razón ha decidido hacer el tremendo esfuerzo de
matricularlo este año para seguir estudios en la escuela del caserío, a él a
quien tanta falta le hace en la casa y en el campo.
– Aprenderás a leer y ya no tendremos la vergüenza de
mirar letreros y avisos sin saber qué dicen. O tener que caminar hasta la casa
de la maestra y estarla molestando para que nos lea cualquier nota, carta o
indicación.
– ¡Pero, a mí nadie me va a escribir!
– Aprenderás a contar. Ya no con los dedos o juntando
las piedras del suelo, o habas, maíces o pallares, sino con los números
haciendo operaciones en los papeles.
El niño ya no responde.
2. Es
su vicuña
Piensa para sus adentros: ¡Tantos años que vivimos y lo
hemos pasado bien sin conocer letras ni números en los papeles!
¡Eso lo necesitan los que viven en las ciudades, pero
nosotros siempre viviremos en el campo!
Pero a Manuel le pesa el bulto que carga entre sus
brazos.
Era su vicuña, con la que prácticamente ha nacido y se
ha criado.
Y que de un momento a otro lo encontró tumbada en el
suelo de la entrada de su casa, temblando como si le hubiera dado la terciana.
El padre sabe que más que el fastidio de ir ese día a
la escuela a realizar su matrícula, lo que verdaderamente acongoja a su hijo es
la pena de ver postrada así a su querida vicuña.
– Aprenderás a saber qué le pasa a tu vicuña.
3. Ya
no escucha
– ¿Y dónde va a estar escrito qué le pasa a mi vicuña?
– ¡En los libros! Allí está todo escrito! También:
cómo construir una casa, cómo hacer los nidos de las gallinas, cómo curar las
heridas de las vacas.
– ¡Todo lo que dices ya sé cómo se hace!
De esto y lo otro responde de cuando en cuando.
– Aprenderás a leer la partida que hay en el registro.
Pero al padre le ha parecido que su hijo ya no lo
escucha nada de lo último que estaba diciendo.
Y es porque la vicuña que va en los brazos de Manuel
hace buen rato que ha cerrado sus ojos y ya no los abre.
Manuel tiene el corazón oprimido de angustia.
– Aprenderás a no tener miedo cuando viajes. Sabrás
hablar sin ocultar tu cara de vergüenza. Contigo serán buenos y amables cuantos
te traten.
4. Siempre
en silencio
Desde que dijo esto hasta cuando llegaron al pueblo no
volvieron a cruzar palabra, cada uno abstraído en sus propios pensamientos.
– Primero vamos a la Posta Veterinaria. Ojalá puedan
salvar a la vicuña, la Rosacha, tu mascota. –Dijo el padre.
– Ya ni se mueve. –Dice el niño con voz quebrada.
Y allá van.
Los recibe un hombre amable, atento que al ver al
animalito tendido sobre una mesa, parece adivinar al instante lo que tiene,
pese a que aún ni lo ha examinado.
Siempre en silencio, trae unos aparatos con los cuales
mira los dos ojos del animal abriéndolos con sus dedos. Luego mira el interior
de su boca, abriéndola con una paleta que luego tira al basurero.
Le toma la temperatura y el pulso poniendo su mano en
el cuello. Y luego, extrayendo una jeringa le aplica una inyección.
– Vienes en la tarde, a ver cómo anda tu consentida.
–Le dijo el médico cariñosamente.
5. En sus ojos
brillantes
El niño en la tarde no encuentra a su vicuña en la
tarima del rincón donde la ha dejado acostada y casi muerta sobre una lona.
Y se asusta. Mira desesperado y no la halla por ningún
lado. Pregunta por el doctor y entra a su consultorio, y quien lo mira curioso
y con semblante apacible.
– ¿Dónde está mi vicuña, doctor?
– Mira, allí. –Le di.
Y le indica que mire por la ventana.
La vicuña retoza en el patio interior triscando la
yerba que allí crece. Manuel corre a abrazarla.
En sus ojos brillantes ve la alegría que ella siente
de volverlo a ver y le mueve las orejas.
Manuel la acuna entre sus brazos, juntando su cabeza
con la cabeza tibia del animalito.
– Me has asustado Rosacha pensando que te podías
morir.
– Ya puedes llevarla, –le dice el médico–. En unas
horas ya estará corriendo por el campo, tanto que no podrás alcanzarla.
6. Por
eso
– ¡Gracias, doctor! ¡Muchas gracias! –Le dice el
padre.
– Gracias, doctor. –Repite Manuel.
– No hay de qué. Siempre estaré para ayudarlos. Para
eso estamos aquí.
– Y, ¿dónde doctor aprendió a curar y revivirlas
después de estar casi muertas? –Le pregunta lleno de admiración el niño al
hombre vestido de blanco.
– Ah. ¡En la escuela, primero aprendiendo a leer y
después escuchando y aprendiendo de los profesores en las aulas y estudiando en
los libros! –le contesta el doctor.
Por eso, ahora Manuel cada mañana corre por el sendero
de lajas camino a la escuela. Y regresa a su casa cantando y celebrando todo lo
que ese día ha aprendido.
Y lee en su casa en donde tiene un estante lleno de
libros que cada día va llenando más y más. Y hasta en el campo no encuentra
mejor distracción que leer bajo la sombra de los árboles, o a la orilla de las
acequias por donde se desliza el agua rumorosa.
7. Sobre el verde
de los campos
Ahora ya cursa Quinto Año en el colegio secundario y
hoy le tocó hacer el camino de regreso junto a su primo Iván y a su prima
Olindacha.
Ya al atardecer, de pie en lo más alto de la colina,
antes de echarse a correr para llegar a sus casas esparcidas en el valle, con
el humo azul saliendo de entre las tejas rojas, se preguntan los tres
jovencitos:
– Y tú, Manuel, ¿qué vas a estudiar al terminar el
colegio?
– Medicina Veterinaria. Desde niño lo he pensado.
Quiero poblar estos campos de vicuñas, alpacas y guanacos. ¡De majadas de
vacas, ovejas y llamas que se extiendan por la planicie! Quiero hacerles sus
rediles, sus estanques, sus bañaderos. Y yo enseñar a la gente a cómo criarlos.
– ¿Sí? ¡Qué bueno! ¡Se lo siente estupendo!
– Todo lucirá blanco o marrón por el vellón de los
rebaños sobre el verde de los campos. Y entonces nuestra gente será feliz: los
niños, las madres y padres; las abuelas y abuelos. Y serán prósperos y habrá
paz y bienestar entre nuestros seres queridos.
8. ¿Qué serás
entonces?
– Y tú Iván, ¿qué serás?
– Yo estudiaré ingeniería eléctrica. Pondré luz a
todos estos pueblos, caseríos y anexos, donde viven personas que tienen sus
casas y ahora se sienten oprimidos por la oscuridad. Imaginen que de aquí a
unos poquitos años todo estará iluminado. Quiero que aquí todo por las noches
sea brillante. Que aquellos pueblos de enfrente y estas casas cercanas tengan
todas las comodidades que da la electricidad. Que en el invierno haya abrigo y
claridad.
– ¿Lindo, no?
– No habrá casa de esta comarca en donde no se
encienda la luz eléctrica. Así, todos podrán estudiar. Las calles lucirán
animadas porque hay tiendas, farmacias y restaurantes. Y todos viviremos
felices poblando las llanuras, las quebradas, las faldas de los cerros, sin
tener que emigrar ni dejar jamás nuestros pueblos.
– Y ahora tú, Olindacha, ¿qué serás pronto?
– ¡Sí, dinos Olinda!, ¿qué serás? Eres la niña más
inteligente, con notas de excelencia y la mejor del colegio. ¿Qué serás
entonces?
9. Alegría
sana
– ¡Sí, la niña maravilla! Seguro serás médico,
abogado, economista, empresaria. ¡Dinos!, ¿qué serás?
– ¡Maestra de escuela.
– ¿Qué? ¿Maestra?
– ¡Sí! ¡Claro! ¡Maestra! Porque: ¿de qué vale tanta
riqueza de ganado, de granjas, de agricultura, de producción minera, pesquera,
artesanal, si no hay valores, principios ni virtudes? ¿De qué vale tanta
electricidad si no orientamos nuestra vida por el bien, la verdad y la belleza?
¿De qué vale tanto dinero sino somos solidarios, fraternos, personas que se
conduelen de los demás? ¡No valdría de nada! ¿De qué vale si no cultivamos lo
que es ser verdaderos seres humanos?
– ¡Sí, oye, tiene razón!
– Sin maestros que enseñen a los niños a adoptar la
lectura como una práctica permanente para sus vidas, ¿qué sentido tiene? Si no
hay identificación con nuestro pueblo, ¿de qué vale todo? Por eso, yo seré
maestra para integrar la escuela con la comunidad. Y la comunidad al país,
enseñando a los niños a arborizar los campos, a limpiar los caminos, a
reconocer lo que somos y valemos.
10. Esa
es la idea
– Y en verdad esa es la verdadera labor de un maestro.
– Para que todo sea límpido y sincero. Y eso atraiga
el turismo, haciendo que nuestras fiestas sean de alegría sana. Que nuestra
música, danzas y lo que cocinan nuestras madres se aprecie. Que nuestro pueblo
sea amable, gentil y bello. Que tengamos servicios higiénicos dignos y sepamos
usarlos. Que se aprecien los tejados, los balcones, los huertos. Que seamos
laboriosos, honrados y atentos. Y pasaré diciendo: José: ¡pintemos nuestras
casas, pongamos lindos nuestros balcones, que luzcan nuestras puertas! María:
pongamos maceteros en las ventanas. ¡Limpiemos las acequias y albañales.
– ¡Olinda! ¡Olinda de mi corazón, qué inteligente
eres!
– ¡Eso es, Olindacha! ¡Bravo! Solo con la pena que ya
no podré matricularme en tu aula!
– Para eso tendrías que volver a ser niño. O ¿tú que
dices Olindacha?
– Que Manuel ya no podrá ser mi alumno. Pero de lo que
sí se trata es de volver a ser niños. Ese es el verdadero ideal de una sociedad
que anhela lo mejor para sí misma: tener las virtudes que tienen los niños.
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