Danilo Sánchez Lihón
1. Poner
el corazón
Siempre
vi y sentí en el Padre Fernando Rojas Morey el pulso de quien bracea y
nada para cruzar una fuerte y tormentosa corriente.
Por
eso, de niño me sentí fortalecido con su temple épico, con su lanza y
su escudo. Por ser lo más fiel, lo más legítimo, lo más diamantino en su
fe.
Bizarro, por ejemplo, para defender al humilde, al despreciado, al indefenso.
Y jugarse por él no con una migaja, no con un perdón, ni tampoco con una caridad. Lo defiende con su vida.
Yo
sé –y hasta creo que lo ha hecho ya– que un hombre en peligro de morir
va a él, y pone su corazón delante de ese hermano, o de ese hijo.
Y entrega su vida defendiéndolo, aunque sea un réprobo o un indigno. Indigno, pero: ¿para quién? Para él jamás.
Eso incluso pienso que ya lo ha hecho. Estoy seguro de ello. Y lo sé.
2. La
promesa
Eso
lo sé de manera plena, total y evidente. Y yo también me acogeré y
recurriré a él si la ocasión se me presenta. Y buscaré su apoyo porque a
su lado siento que seré indestructible. A través de Cristo, él va al
hombre sufrido, golpeado y ofendido.
Al
parecer, cuando el Padre Fernando Rojas hizo sus votos de fe, su
promesa fue para estar siempre al lado del hermano agraviado.
Así lo entendió y así lo cumple, luchando siempre al lado de los pobres y con profunda humildad, como cuando dice:
“La voz del hermano escarnecido
que reclama la promesa que te di.”
Ahora bien, rebelarse ante la injusticia, el abandono y la miseria no es posible sin la pureza de alma. De
allí que antes de salir a protestar nosotros enmendemos nuestras
faltas. De allí que quienes más se rebelen sean los niños, los ángeles y
los santos.
3. Piedra
sobre piedra
Cristo
también se rebeló. Refiere San Lucas, el evangelista, cómo, ante el
balcón de los fariseos, cara a cara frente a ellos, sin subterfugios ni
eufemismos, Jesús les dice:
“¡Ay
de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas! ¡Sepulcros
blanqueados! ¡Avaros y ladrones! ¡Serpientes, raza de víboras!”
Y
los acusa de ser descendientes de los que mataron a los profetas. Y es
Jesús, ese ser que anuncia la destrucción del templo, diciendo:
“Aquí no va a quedar piedra sobre piedra. Todo será destruido”.
Y luego llora por Jerusalén diciendo:
“¡Ay Jerusalén, Jerusalén! ¡No volverás a verme!”.
Este
hombre, ¿era un pasivo? ¿Era un conformista? ¿Era un conciliador? ¿Era
un convenido? No. Era un ser apasionado, intrépido y hasta furibundo. Es
un ser rebelde e indomable frente a las injusticias. ¡Pero cuidarnos
nosotros de no ser los corruptos en nada!
4. La Nueva
Humanidad
Porque,
¿se puede ser cristiano viendo a la gente morir de hambre, sin
reaccionar? ¿Se puede ser hombre de Dios y ver tranquilos e indolentes
que un hombre se mata por no conseguir empleo?
“Ruégote padre, que sean una misma cosa conmigo, como tú y yo somos una misma cosa”
Eso
le pide Jesús a Dios en su anhelo de consustanciarse con el Hombre y
con su drama. Pero no solamente piedad es lo que siente Jesús sino
indignación santa. Y no se lo calla. Lo mismo hace el padre Fernando
Rojas Morey, autor del libro “Caminos y esperanza”, diciéndonos que si
sólo nos ocupáramos del reino postrero lo perderemos todo. Lo expresa
con estos versos:
Y si vuelo hacia el futuro
fuera del suelo, los pies,
sin redimir el presente,
pierdo el tiempo y la gracia...
Y hay una metáfora que quisiera no dejar pasar. Anuncia espléndidamente: “La Nueva Humanidad estrena el alba”.
Que es lo mismo a decir: tenemos que vencer aquí, “en este suelo”, y si
es así saldremos victoriosos contigo al final del tiempo.
5. Un Cristo
de iras santas
Fue
a través del padre Fernando Rojas que yo escuché por primera vez en
Santiago de Chuco, donde la iglesia era sombría, impenetrable y ritual, y
que él cambió radicalmente, con una nueva versión acerca de Cristo.
Esta
no era más la del doliente, ni del pasivo; ni del sufriente; no era ni
del contemporizador, ni el resignado; error en el cual incurría antes la
iglesia tradicional; presentándonos a niños y jóvenes que aman el
arrojo, un Cristo conformista, que era la estampa que se nos daba.
Surgía
así un Cristo enérgico, de iras y cóleras santas, que arrojó a los
mercaderes del templo; flamígero y guerrero, que decía:
“Yo no vine a traer la paz sino la espada”.
Y
es precisamente, por fidelidad a Cristo como también por candor e
inocencia, que se tiene que ser indomable defendiendo al pobre.
E
indignándonos por la injusticia de que son víctimas, por el desprecio
de unos y la miseria, el desencanto y el dolor de los otros.
6. Llanto
de las montañas
¡Cumpliendo el ideal de construir, a través de la palabra esperanzada, una sociedad mejor!
Teniendo que luchar no solo por una redención más allá de esta vida, sino por el pan o el bien aquí en la tierra.
Porque ambos reinos: el mundo y lo eterno tienen que ser coherentes y conciliar.
Debemos
ser buenos aquí, en el mundo, para merecer la gloria de la morada
eterna, proyectando cada acto cotidiano, cada hecho de la realidad fugaz
y limitada a una dimensión mayor.
Hay
por eso en el libro del Padre Fernando Rojas un poema que tiene un
simbolismo interior profundo, vinculado a la historia social del Perú y
es el titulado: “El llanto de las cumbres”.
Por
distintos referentes, explícitos e implícitos en el poema, ese llanto
es un aluvión, el desprendimiento de tierra, lodo y agua de las cumbres:
una tempestad en los andes.
7. El parto
doloroso
Un aluvión, según el poema, que es un llanto de las montañas, donde dice:
Por la raza, por el pueblo
centenario empobrecido...”
“Desbordado, ya sin cauce,
arrasó los puentes y poblados,
los sembríos y caminos nuevos.
Ese llanto de las cumbres:
¿Es castigo, destrucción...
de lo que está mal hecho?”
“¿Será el parto doloroso
de los hombres nuevos?
La
reflexión de este poema es que la situación ominosa de la población en
el Perú, produce catástrofes devoradoras de pueblos y que, quizás,
ojalá, sea el parto de una nueva etapa, renovada y mejor.