SAMUEL
CAVERO GALIMIDI: EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO
POR: CARLOS GARRIDO CHALÉN
Samuel Cavero Galimidi, es uno de los
más talentosos poetas y escritores del Perú y el Continente. Su vasta obra
traduce la entrega de un hombre al servicio de la palabra y de la vida. Pero
podría decirse que “Exégesis de una
lengua casi perdida”, su poemario
bilingüe, forjado desde la voz de un mapuche que le canta al Mundo, es en verdad el trabajo más sostenido,
trascendente y genial de su producción literaria, por constituir, en el fondo, un
homenaje de fe al Mapudungun y el williche, esas lenguas originarias casi
extinguidas que todavía se hablan al sur de Chile y Argentina, en cuyo vibrato
y ascendencia, vive la retórica de un pueblo pletórico de dignidad y de camino.
En “Exégesis de una lengua casi perdida”, Cavero Galimidi se encuentra
con la moral ancestral que campea en los silencios, pero también con la que
habita la historia; y es en el paisaje de su herencia, en el territorio de sus
buenaventuras más epónimas, desde donde toma sus mejores colores y recursos
para interiorizarse no solo en su geografía, sino también en los torrentes de
caudales humanos que - desde el temple
de su fidedignidad, pero más que eso desde las cortinas de su descripción
analítica – pretende perpetuar. Y entonces es él y los demás. Él y nosotros. Él
y también la historia de los pueblos de América, a quien el prejuicio mayúsculo
del racismo alguna vez ha ninguneado.
¡Yo, señores,
no sé de aquellas andanzas
del Obispo Bartolomé de las
Casas
y su polémica
con Juan Ginés de Sepúlveda,
quien pensaba
que las guerras CONTRA
NOSOTROS
¡eran justas!
¿Justas?
¿Qué guerra es justa?,
—dígame usted
¡Menos sé
de ese padre
Juan Bautista Ferrufino!
¡Hoy, sólo sé
que a mis ancestros
canoeros australes
les quitaron sus tierras
los asesinaron templando su piel
e intentaron desaparecer a todo mi pueblo!
Entonces pienso:
Wayra pawachishka killkata, kayupi wampu-chishka.
El viento hizo volar la carta y lo hizo flotar en el agua.
Dígame don Bartolomé,
Por la Gracia de nuestro Señor:
¿Es verdad que el
cristianismo
es la única religión verdadera
y el único ideal concebible
al que podemos aspirar?
¡Ay! ¡Ay,
de nuestros dioses huilliches
chilotes vencidos!
¡Ay, de nuestros dioses huilliches mapuches vencidos! (Cantata desde una Isla del Sur)
En esos laberintos es su soledad la que
habla, pero también el sonoro grito de esa herencia connatural que ha asimilado
como simiente en sus abreviaturas de hombre. Es por esa razón que ese
“atrapamiento” social no es propiamente suyo sino de todos los que ama desde la
otredad chilota, desde la identidad huilliche, que se ha parapetado en su
sangre de poeta bienhechor.
¡Escuchad, amigas y amigos!
Como Octavio Paz
me hallo atrapado
paz ni amor
en Laberinto(s) de soledad,
mire usted, hermano continental
desde la otredad chilota
insular,
redimido,
sin ¡Mi dios del gran poder!
Perdida mi identidad huilliche chilota
por culpa de otros
me he vuelto
rebelde justiciero
añorando
la hora inicial
el gran retorno triunfal
de nuestros amados pueblos. (Por
culpa de otros)
En esta obra, el poeta Samuel Cavero
Galimidi asume desde la particular perspectiva de su maremágnum espiritual, la
tarea de defender el alma y la resistencia chilota, su valor histórico y esa
cultura enraizada en una naturaleza que le ha sido quitada. Y es desde ese
avasallamiento que el poeta urde una respuesta para levantar su conciencia y
trascendencia y reclamar justicia para sus iguales. Al final, ese reclamo es
una alianza con la propia vida de todos los pueblos del planeta, los grandes y
los chicos, los libres y los subyugados, cuya raíz proviene de un solo Creador
inmarcesible.
¡Oiga!, ¿de qué identidad hablamos?
La nuestra, señores,
SUBSISTE
SOBREVIVE
NAVEGA PARA NO NAUFRAGAR
en las frías tardes chilotas
entre otras formas de resistencia
tensas las pupilas
tensos los músculos
las agarrotadas manos tensas
evocando aquella dominación colonial trenzada
buscando reconstruirla, ¡heme aquí!
cual alfarero
que moldea dactilar barro.
¡Hoy, hermanos continentales
os pido justicia
os pido mirarnos de otra manera
es necesario acabar
con los prejuicios,
mirarnos a los ojos sin envidias
abrazarnos fuerte,
fuerte-fuerte…
¡y vernos,
por fin,
como IGUALES! (Identidad)
Samuel Cavero es en tales circunstancias –
con sus maneras literarias distintas - el poeta de la restauración de una
lengua en peligro de extinción, que busca su hito perdido y por eso mismo el
protagonista de una búsqueda que solo a un hombre solidario como él se le puede
ocurrir. Entonces su poesía entra a razonar sobre la vida socio antropológica e
histórica de un pueblo que se resiste a morir y que encumbrado en los logotipos
de su herencia tiene en su lengua que se extingue, la única manera de probar que
ha podido preexistir y que sobrevive a todos los naufragios.
¡Ay, viditáy!
¡Viditaláy!
¡Los jóvenes no quieren vivir así!
¿Queni cullin eyuic
zeu agic Dios qui?
Ellos no son nosotros
andan diciendo otros
que hacen una exégesis:
de nuestra lengua perdida
cual vencida nación originaria
con larga historia de despojos
un diccionario Inga hoy rastrea
donde antes pisaron
los invasores
de caballos galopantes.
Los límites, hermana, hermano,
y de nuestro lenguaje
son los límites de nuestro mundo.
Que no me hablen de Protolengua
ni de Metalengua
que mi lengua hermana es LENGUA valleja
LENGUA que CANTA al gran César Vallejo
LENGUA que ENCANTA vallejianos
LENGUA que le rinde tributo
a la GRAN LENGUA de Chuco
ella es fervorosa pasión en multitudes
en aquél PUEBLO epónimo
andino e inmemorial
de Santiago de Chuco
LENGUA que los fogones desde lejos LLORAN vallejólogos
LENGUA que desde el manantial HABLAN vallejófilos
LENGUA que martillea conciencias vallejiando
LENGUA capaz de volver al poeta valleicida
LENGUA nutricia, nictálope REBELDE.
¿Quién diría
que con la misma lengua
lengüeteando estos sagrados versos
iba a tocar
en la otra puerta? (Lengua)
En este poemario, Samuel
Cavero se confiesa y afirma: Yo,/ yo…/ de inefables sufrimientos/ de despojos/ tanto
sé/ viviéndome esta i/ bebiéndome las islas/ besándomelas estas i-s-l-a-s/ Muchos
camaradas dirán, — ¿De cuál islote viene?/ que yo/ viajando mucho/ interminables
días desde el sur/ atravesando bosques , valles/ y desiertos/ vengo de Pehuén,/
de Chiloé,/ de Quinchao o Navarino./ Que lo sepan todos en Quellón/ a mí no me
cortaron la lengua/ que me hablen sí de La Araucana/ del valeroso Caupolicán,/ queupú
heroico mapuche/ que en versos épicos eternos hado mío/ inmortalizó Alonso de
Ercilla/ –como él– mis húmeros huesos/ fueron salvajemente sincopados/ mi
mañana amado toqui/ es TU MAÑANA amado toqui/ ya sin pedernal Lautaro/ el
pretérito anterior, hoy HISTORIA/ que de mis huesos otros hicieron GLORIA./ ¡Heme
aquí, Lemucaguin/ donde se abrazan/ SEMPITERNOS/ el Agua,/ el Fuego,/ la Tierra/
el Aire!/ Si me quieres, padre eterno, CÉSAR VALLEJO/ Amado poeta universal
CÉSAR VALLEJO/ Si empalado mil veces habré de morir (Que lo sepan todo); lo que permite inferir que a la causa
predominante de su libro agrega el plus del poeta universal para catequizarse a
sí mismo y acaso para volver sobre sus propias raíces y encumbrarse en su
muerte y otras tantas muertes sucesivas que han poblado el horizonte de la vida
y de la historia a la que él mismo critica.
En mi muerte
(¡Y otras tantas muertes!)
dicen los cronistas
deben haber erratas.
¡Qué e-RATAS!
En verdad ellos,
los que nos conquistaron,
fueron más qué RATAS.
Desde entonces:
¡Mi espíritu toqui
siempre habrá de llegar a ser…! (Quiéreme entero)
El poemario resulta
entonces ser una proclama en la que Cavero Galimidi insiste en decir, para
definirse,: ¡Aloha!/ Somos los hombres del Agua/ del Archipiélago de Boliloé
ensoñado/ soñando el retorno/ del orden al mundo restablecido./ Yo…/ yo soy
saqra,/ cual Apu Puika,/ tan distante del cerro Icchal/ santuario principal de
Catequil/ pues orgulloso isleño Chono soy/ cuando me abrazas, hermana, hermano/
un maicito de Qoronta/ el aroma petricor de mi sagrada tierra/ abrazándote
fraternal los pies (Somos)… ¡Sí!/ Soy
la Qorontita danzante/ esparciendo semillas de fraternidad/ espigando con mi
baile/ en todas las raíces/ y surcos germinales/ (de Sur a Norte, de Oeste a
Este)/ mi AMOR PLANETA/ c// u/ a/ d r a n t e s/ y en la epifanía de tus besos
li-mondos/ furtivos de miel LUMINISCENTE/ entre el viento y la ternura riente/ de
nuestros pueblos amerindios afluente. (Siento)…
Yo/ no soy/ el Apashiru mandón/ tampoco soy/ opulento
gran señor de Quiruvilca/ al sur nunca tuve un patrón mayor como Santiago/ “el
mayor” tutelar de vuestro gran pueblo./ A mí, hermano Chuco/ no me cantarán
triste/ unas lindas kiyayas/ permítanme presentarme/ mi nombre es Inán Chilwe
Wapi/ y nadie me cree que soy/ del pueblo Chono, hermano Chuco./ Recordad al
cóndor Quispe Cóndor:/ ¡tierno hermano mío, recordad!/ Allí donde cada año van
peregrinado los poetas/ allí donde perfuman flores germinando los trigales7 allí
donde descansa el sagrado oráculo de Catequil./ Cual pallo danzante/ carbunco
de tus recias pisadas/ alzando mi voz guerrera/ vengo desde muy lejos aromado
de copihues/ del sur/ como el hermano Kolla vengo,/ bañado espumado/ iluminado/
aureolado/ en el esplendor/ de vuestras prístinas aguas/ de tus lagos y
manantiales/ buscando la bonhomía de nuestros abrazos/ que sabiduría/ y versos
galopantes son/ -¡en César Vallejo!-/ Entre bosques y ríos/ nos hablan de
FRATERNIDAD UNIVERSAL,/ de AMOR Y PAZ./ YO/ Yo,/ entre sueños irredentos,/ el
Qhapac Chuncho DANZANDO/ ÁRBOL inmarcesible soy/ por la hermandad de nuestros
pueblos/ por esa paz capulí que llega…/ deshojándose/ desclavándose/ abrazando
al crucificado/ cuando nuestra muerte florezca (Yo)…/ ¡Alaw wawayni!/ ¡Ay, hijo mío!/ Mirando la honda huella/ de
mis desollados pies:/ ¡Como tú camino!/ ¡Camino como aquel!/ ¡Como aquella
mujer!/ Camino mirando adelante/ hacia la recuperación de mis tierras soñando
rehacer/ el brioso arrebol/ de nuestra común Memoria/ hoy dolorosa historia./ Que
fuimos/ un heroico pueblo/ altivo,/ combativo,/ trabajador/ solidario/ ¡Como
los Mayas e Incas!/ ¡Lo sé!/ Y ustedes, amados cóndores/ como yo/ al pie de la
tahona/ hermanas mías/ hermanos míos,/ decidme:/ ¿Qué fueron?/ ¿Qué fueron,/ sin
nuestro amado César Vallejo? (¡Ay, hijo
mío!).
El “Canto Coral a Danilo Sánchez Lihón”, que el poeta incluye en “Exégesis de una lengua casi perdida”,
es – por la distinta textura de sus objetivos cruciales - como un poemario
dentro de otro, o mejor una segunda parte del mismo, que desde el punto de
vista literario goza de un estado de gracia pocas veces visto, en el que, sin
embargo, ya no homenajea al Mapudungun y
el williche, esas lenguas originarias casi extinguidas que todavía se hablan al
sur de la tierra, sino “al gran educador/
de lecciones memorables/ dulce abuelo/ de arrugada frente/ de enormes zapatos/ y
bufanda roja/ de hermoso caminar andino” que lleva con tanta dignidad ese
nombre señero. Cómo no cantarle –dice- al Gran Maestro benemérito/ al gran
bardo Capulí sembrador de capulíes/ que respirando entre libros se niega a
morir/ que se rehúsa a dejar de publicar/ que tumefactos los ojos se niega al
retiro/ en soledad/ y terrible olvido/ como otros cóndores nuestros./ Sabiduría
a ti, ¡Oh, bendito cielo Chuco!/ Gloria al profesor Danilo,/ gran alma de fe y
esperanza,/ ¡de Encinas entre vallejianos el mejor!/ con él la palabra recupera
su justa dignidad/ nuestro culto a César Vallejo y la santa unción/ se funden/ de
sol a sol/ cuando él nos habla/ del gran aeda luminoso/ faro precioso,/ norte
para el caminante,/ raíz vigorosa,/ fuego perpetuo,/ beso del agua,/ firmamento,/
surco fraterno./ Danilo Sánchez Lihón es árbol
predicador/ aviva la confraternidad del rebaño/ sereno e imperturbable/ y
siempre se pregunta/ si vale la pena florecer/ cuando aquí nadie ha regado el
árbol/ cuando ya casi nadie quiere comprar libros/ cuando los niños del mundo
no escuchan al maestro/ cuando la tecnología y el telefonito los ha idiotizado/
su presencia en el cenáculo/ en el aula/ en el ágora/ en espera orante/ es cual
arribo del Espíritu Santo/ él sabe que a las plantas y flores/ no sólo les
riega la lluvia/ en los surcos el trigo mañana será de oro/ y el oro de trigo/ un
manto de sueños fraternos/ cubren su terco maderamen.
Es verdad que se niega a
encallar – agrega - como viejo pelícano./ A morir a orillas del mar se niega/ devorado/
picoteado/recibiendo los ramalazos de sol/ se ha vuelto más sensible,/ justo y
en nada indiferente/ trabaja tanto (contra el reloj de arena,/ su cuerpo macizo
nunca parece enfermarse)/ además/ ya nadie le pregunta/ si acaso hoy ha rezado/
un Padre Nuestro que estás en los Cielos./ Y todos/ con la mirada dulce y
compasiva/ andamos diciéndole:/ “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”./ Y
mañana si llega el mañana/ se habrá preparado para partir de esta vida/ hoy
escribe hasta que se le hinchen las ojeras/ y enrojezcan los párpados/ ya nadie
le pregunta más/ si la noche anterior durmió bien/ si evocando tantas veces a
Vallejo/ soñó con Otilia, con el hermano Miguel/ con Georgette o Minerva/ anoche
dejó descansar su tranquila conciencia/ de árbol noble y justo/ leyendo cuentos
a su amado nieto/ (también a los niños…/ y a los que parecen niños)/ él sabe
que “hay soledad en el hogar/ sin bulla,/ sin noticias,/ sin verde,/ sin
niñez”,/ es árbol que florece en papel/ forjando valores/ inculcando virtudes/ amarillito
y rojo son sus colores/ en abril como en mayo qué primores./ Si es en Santiago
de Chuco,/ su amada tierra, ¡qué mejor!/ Florece en invierno,/ en otoño,/ en
primavera/ y verano,/ pues es verdadero pozo de sabiduría/ florece amarilleando
aquí donde ya nadie quiere regar/ florece aquí donde hay tanta maldad, apatía,
odios y estiércol/ florece dulcificado provocando dolientes multitudes por
Vallejo/ florece donde no hay flor para quien ha muerto por un tiro/ y los
deudos no saben dónde enterrarlo/ él les abre las puertas del patio de su
humilde morada/ florece aquí donde hay ciegos y sordos que en verdad no lo son/
florece cuando la justicia es muda, ciega, coja, manca y torpe/ florece
llorando de oído y volando firmamentos/ florece allá donde están los poetas y
ruiseñores/ florece allá donde el labriego canta su pena y dolor/ florece allá
donde el gorrión se niega a morir cantando/ florece donde hay un libro perdido
y un niño esperando/ florece cuando la verdad no está nunca bien dicha/ florece
cuando la tiza y la pizarra siempre se dan un beso/ florece en el animal tantas
veces preñado/ florece donde la mujer ha sido vilmente golpeada y ultrajada/ florece
alumbrado por calaveritas, luciérnagas y fogones/ florece cuando es tiempo de
martillear las conciencias/ cuando es tiempo de desclavar al crucificado para
echarlo andar/ florece con la terquedad del algarrobo para dejar su simiente/ florece
donde quiera que vean el verdor de sus hojas/ porque andando las sierras,/ andando
en las aulas,/ andando en los arenales,/ andando tras la huellas de hambrientos
perros,/ sube cerros y trepa altas montañas/ y quién negaría/ que es un Gran
Árbol Caminante/ camina adónde quiera que lo lleven/ anda adonde no hay bastón/
ni nadie que sostenga la escalera/ (que algún día podría caer)/ buscando
capulíes anda/ en la más oscura noche/ al poyo,/ a la gallina/ al huevo
germinal/ al pezón que le recuerda wawa/ a la dulce Rita,/ al hermano Miguel anda
doloroso (descorchando la botella del tiempo)/ relamiéndose las entrañas de
hambre anda/ anda doliéndose el ser vivo en su PERÚ/ (Odín, gran barro pensativo)/
porque quisieras ser pallo/ porque quisieras ser fogón de ternuras/ pallo entre
los pallos de triste y recia mirada palliando tu dolor empalizado palio/ palladeando
un pancito duro/ pallaorando por los que menos tienen/ pallarezando porque hoy ha
partido de este mundo un camarada/ pallabesando la tierra de aromas y fogones/ pallamando
al hombre que como Lázaro se echó a andar/ porque cree su victoria justa/ porque
se sabe hombre libre y dignificado/ porque mañana por fin un viejo poeta ya no
morirá más indigente/ porque a tu lecho mortuorio,/ namado César Vallejo,/ volverá
a llegar / con su lente/ el pintor Émily Savitry/ apurando los pasos en la
clínica Arago.
Es en esos pagos, en donde
la genialidad creadora del poeta Cavero Galimidi, se acrisola, para hacer
fermentar a partir de su admiración expresa maneras que solo le son comunes a
la verdadera poesía, que nace del alma y el corazón, pero que vienen de
incógnitas alturas memorables, como una ofrenda a la sensibilidad y la vida. Y
al cantarle a Danilo Sánchez Lihón, que es todo un personaje de la literatura
peruana, el poeta Cavero Galimidi se acerca al mundo increíble que el poeta
universal César Vallejo ha edificado en su memoria, para también reconocer que
es parte de su vademécum glorioso, de sus arterias focales, en cuyo texto se
arremolinan todos los conceptos y posibilidades de la literatura.
“¡Y la maldita muerte no
lo fue asaeteando!,/ porque la planta marchita ha vuelto a reverdecer/ porque
el que te odia hoy te abraza diciéndote:/ “¡levántate, te amo, hermano,
hermana!”;/ él sabe que al final del largo camino no está solo/ que la
absolución del culpable es la condena del juez/ y cuántas veces añoró alzar el
espadín contra las malas autoridades/ cuántas la cruz de Santiago ante Herodes y
Felipillos/ y cuántas este árbol prodigo de frutos/ rehuyó la vanidad de
promesas./ Anda pues solo el iluminado picapedrero,/ anda casi solo,/ solo con
sus dolientes/ que casi siempre son pocos/ que comen pan en mayo y el cordero/ como
apóstoles, Hijos de Dios, de rocíos iluminados/ lo acompañan diciéndole:/ ¿Cuál
es la casa de César Vallejo, Maestro?/ Como puntos de luz/ desde muy lejos
vinimos/ y todos intentan colocar/ la cabeza, el ojo y el corazón/ en un mismo
eje/ leyéndose las once nervaduras/ buscando respuesta a las cosas/ deja
aromados pétalos a su firme paso/ anda pues en las noches más frías/ mirando
las estrellas (sin pestañear)/ donde a veces nadie lo está esperando/ anda
escampando al diablo y las tormentas/ anda embistiendo a los toros y aquellos
vientos de indiferencia/ anda primero en los recitales cuando todavía nadie ha
llegado/ anda amarilleando cada fiesta con su glorioso cartel Capulí/ anda
doloroso, culpable de no ser el que todos somos/ y más culpable porque por él
quisiéramos ser/ ¡y no somos!/ anda erguido, valiente, presto a ganar mil
batallas/ es único,/ intransferible,/ en profunda perspectiva abismal/ tiene el
renovado vitalismo de Papini/ anda cavilando…/ Vallejos,/ vallejianos,/ vallejófilos,/
vallejicidas,/ vallebibliófilos,/ vallenautas/ en estos amados mundos perversos/
donde todos creemos estar comunicados/ y no se saben hojas/ y no se saben
tallos/ menos se saben gusano/ creyéndose crisálidas/ donde no todos recuerdan
quién fue César Vallejo/ no saben cuándo ni dónde nació el gran poeta/ y menos
dónde/ y cuándo murió/ por eso/ el maestro peregrino Danilo/prefiere no
hablarles nunca de su peciolo/ y menos de sus yemas axilares/ tiene las
centenarias raíces profundas tan bien plantadas/ que le sería inevitable no
hacerlo/ coger el espadín…la cruz de Santiago…”
¡Pero qué va!
Él no es de armar guerras no santas
él, como buen árbol, sería incapaz de hacer daño a alguien
prefiere que todos se refugien bajo sus frondosas ramas
nunca permitiría que alguien tale su frondoso tallo
por donde desfilan airosas las hormigas él las sigue
nunca ha tenido tiempo de besar el pico de un colibrí
aunque quisiera dibujarlo de mil colores
nunca meditó en partir algún día
nunca soñándose el divino niño.
Como Santiago: hijo del trueno
le será inevitable no hacerlo
morir algún día
esculpido
en las letras de una canción popular
le será inevitable no hacerlo
tallado en arpa o guitarra
con un rostro de enorme frente
y mirada profunda.
Sí, al fin de la vida,
en plena lucidez existencial
cuando todos piensen
que él debe abonar la tierra,
le será inevitable irse de este mundo
soñando volar en formación en “V”
para seguir a las gaviotas de Richard Bach
con los ojos abiertos aureolados
mirando espigado a las estrellas
y añorando una vez más mudar de hojas.
Samuel Cavero Galimidi
completa esa segunda parte magistral de su poemario con una “Oda a César Vallejo” – que es al
parecer su élan consejero - y culmina su libro con una tercera parte deliciosamente
experimental,- dada la búsqueda de la obra general, que estamos seguros incitará
y sorprenderá a sus lectores, bajo el título: “Monólogo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, en Cusco,
quien dicen maravillado se aprestaba a conocer estas lejanas tierras del Sur de
Chile justamente el día que ajusticiaron a Túpac Amaru y se supo mucho tiempo después en estos
perdidos confines”, que definitivamente – desde la poesía y para la poesía
- entra a los terrenos de la analogía cervantina, para movilizar los conchos
históricos de la gesta tupamarista, que alentó la emancipación.
1
Fíjense vuesas mercedes que Yo,
Alonso Quijano,
ya creo que me he vuelto loco…
¡no tanto de vejez!
¿Pero eso… de jalar,
de cuatro caballos,
a un rebelde cusqueño?
¡Qué tremenda ruindad!
¡Qué villanía de marranos!
¡No digo yo que aquí,
hasta dónde hemos venido,
abundan los excarcelados,
los hidalgos segundones
y locos ruines…
y aquellos pobres desventurados!
2
¡Y dicen que aquél
que nuestros ojos vieron gritar,
se llamaba José Gabriel Condorcanqui!
¡Jombre!
¿Y no sabéis
lo que hicieron con su pobre familia?
¡Cosa de innombrables maldecidos!
A ese Túpac Amaru,
en verdad cosa de locos atarlo así
cosa de rematados villanos ajusticiadlo así
cosa de salvajes bellacos acabar con su familia así
que loco y más loco está el mundo que yo.
3
Yo, con mi rucio Rocinante
y vuesa merced y compañía, mi fiel Sancho
sin que lo sepa don Miguel de Cervantes Saavedra tampoco Amadís de
Gaula, Amadís de Grecia, el Caballero del Febo, Belianís de Grecia, el
Caballero de la Cruz, Palmerín de Olivia.
Notable experiencia
literaria la de este libro, concebido por Samuel Cavero Galimidi, desde la
entraña más ferviente de su ardorosa especulación creativa, como un aporte a la
nueva poesía continental y mundial.