Danilo Sánchez Lihón
1. La lluvia
que arrecia
Hoy
llamo a Radio Cordillera en Santiago de Chuco, pueblo enclavado en la
serranía, queriendo comunicarme con un familiar de mi comarca.
Escucho
que el locutor para hacerse oír en el fragor de los relámpagos, truenos
y de la lluvia que arrecia golpeando con un sordo rumor en el tejado,
clama:
– ¡Radio Cordillera! ¡Cordillera! ¡Cordillera! ¡Aquí Radio Cordillera!
Y luego de tener un momento levantado el fono me atiende, para decirme:
–
Discúlpenos, doctor (No soy doctor, pero así quiere llamarme), pero hoy
no podemos ir a llamar a personas a sus domicilios, porque está cayendo
la tempestad, las calles están inundadas, convertidas en ríos y ni
siquiera se pueden transitar.
Y yo, solo por querer seguir sumergido y percibiendo ese estruendo, aunque diferido y lejano, pregunto lo que fuera:
– ¿Pero acaso no hay alguien que pueda ir?
2. El tono
asombrado
–
Hay doctor, y aquí están, los tengo acurrucados, ¿pero quién va a salir
si no va poder cruzar la calle por los torrentes que pueden hacer a una
persona caer y arrastrarla? Y, además, ¿quién va a venir con este
aguacero? ¡Nadie, doctor!
– Pero su casa queda cerca.
–
Así fuéramos y llegáramos hasta la puerta, ¿quién va a oír los golpes
que damos en la madera con los truenos que están reventando? Además,
nadie creería que estamos ahí. Y solo sería ¡para quedar empapados!
–
¡Qué! ¿Muy fuerte está lloviendo? –Intervengo, solo para prolongar su
conversación y manera de hablar, porque me fascina el tono asombrado del
lenguaje de la gente de mi pueblo.
–
¡Aguaceraso es, doctor! Parece que el cielo se estuviera rompiendo y
que en cualquier momento vamos a ver amontonarse los ladrillos o las
rocas celestiales de su bóveda, y sus cimientos rotos y caídos encima de
nuestras cabezas o a nuestros pies.
3. Detener
las goteras
– Pero, ¡habrá alguna gente caminando!
–
¡Nadie! ¡Qué va a haber, doctor! Nadie, nadie camina por las calles. Y
ni siquiera se asoman a mirar por la ventana porque da miedo cómo se
derrama a chorros el agua, y uno se pregunta: ¡Qué! ¿Tanta agua hay
arriba de nosotros? ¿Hay lagunas y ríos acaso allá arriba, en el cielo?
¡Qué! ¿Ya no se acuerda, doctor? ¡Usted ha nacido y vivido aquí!
– ¡Pero ustedes allí tienen buen techo! –Digo, tratando de ocultar mi nostalgia.
–
Con este aguacero ninguno es buen techo, doctor. Las tejas mejor
puestas se aflojan, desencajan y hasta se rompen. Ya nos faltan
recipientes con qué detener las goteras que humedecen la cercha, la
bóveda y filtra mojando las paredes de la sala, los dormitorios y la
cocina. ¡Qué ha de ser de nosotros!
Pero, repentinamente pareciera que les llega la señal interrumpida en la radio, y claman:
– ¡Radio Cordillera! Aquí. ¡Radio Cordillera! ¡Cordillera! –Pero no, no hay conexión.
4. Aunque
a retazos
– ¿Y si llamo más tarde, será posible la comunicación?
–
No sabemos, doctor. Desde ayer está azotando fuerte esta tempestad.
Pero, llame usted nomás, por si acaso. Y, si ya ha escampado, entonces
vamos a avisarle a la persona para que venga y se comunique con usted.
Y esperando que corten la llamada, permanezco con los ojos cerrados, recordando, mientras exclaman:
–
Aquí, Radio Cordillera, Cordillera, ¡Cordilleraaaa! Ahora sí, ¿pueden
captar Radio Cordillera? ¿Sí? ¡Por fin nos escuchan! ¿Sí?
Al
parecer han recuperado la trasmisión. Y me dejan solo. Y ahora se
desgañita el locutor, peleando con la lluvia, y yo me sumerjo en la
evocación durante un breve momento.
– Trasmite Radio Cordillera. Aquí, aunque a retazos, por la tempestad que arrecia, queremos pasar algunos mensajes.
–
A la familia Gastañuadí Retamozo, en las alturas de Cuajinda, que su
hija Luzmila está viajando de Quiruvilca y lo esperen el sábado 15 al
amanecer, con dos acémilas, en la majada de El Pedernal.
5. Qué
regresen
–
Ahora nos trasladamos a Tamboras, para decirle a don Lizandro Martínez
que preguntó ayer por su esposa e hijos, que salieron de Huaylío para
las minas el martes tres. ¡Dios mío! ¿Ya hacen cuántos días? ¿Y no
llegan? Que tomaron la ruta del Piscochaca, rumbo a Michiquilca. ¡Dios
Santo! ¡Por allí ha habido derrumbes! Ojalá que nada malo haya sucedido.
¡Quien sepa algo que avise a esta radio!
–
Bajamos a la cuenca del río Pachachaca. Se alerta que a la altura de
Palo Blanco ¡el río ha llevado casas y ha arrastrado el puente! Que ya
no hay puente ni pase por ese lugar y no se atrevan con esas aguas que
son turbias y cargan grandes pedruscos y la correntada es fuerte, que no
resisten ni las bestias.
–
Ya estamos en la parte baja de Chuca: Se avisa que tampoco hay puente a
la altura de Chorobal, como había. ¡Y no busquen puente ni atajos que
sus chorreras son alevosas! Tampoco hay puente en el río Huaraday a la
altura de El Infiernillo. Que no intenten cruzar. El año pasado allí
ocurrieron varias desgracias. ¡Que regresen al lugar de donde partieron!
Aquí, Radio Cordillera, ¡informando! ¿Radio Cordillera? ¿Aló? ¿Nos
escuchan?
6. Nuestros pasos
y el destino
Y
mientras aguzo el oído se perfilan nítidos los versos de César Vallejo,
quien, estando preso en la cárcel de Trujillo justo en estos días del
mes de enero, escribe en el poema LVIII de Trilce:
Ya no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la madrugada, por los caminantes,
Y
es que es temible un turbión en los caminos, cuando azota con sus
ramalazos que golpean el rostro y ciega a los animales que se
desbarrancan por los abismos. Y si la ropa es de lana empieza a exudar
vapor que confunde y enreda nuestros pasos, mientras sopla el viento
helado y hay un rumor sordo y monótono en la floresta.
Y
si es continua la descarga de relámpagos y truenos hay que buscar una
peña bajo la cual guarecernos. Y ojalá que cerca encontremos una cueva
en la cual buscar refugio. Aunque siempre será más el afán de llegar al
bohío, que nos hace que apuremos el paso, antes de que cargue demasiado
la quebrada o el río y se interpongan como muros de muerte ¡que se alzan
entre nuestros pasos y el destino!
7. Tierra trémula
y transida
Por
eso, pese a que llueva a torrentes siempre se ve a los caminantes y
peregrinos que no se detienen, no importando que la lluvia golpee de
costado, de atrás o de frente. Y es que es tanto el anhelo por llegar al
fogón, ¡y escuchar las voces de los seres queridos!
La
ilusión siempre es llegar hasta donde está la familia, la mujer y los
hijos; al fogón hogareño así sea pobre y humilde. En realidad, no hay
pobreza sino cuando no hay afecto ni cariño. Porque así haya escasez de
recursos, el hogar es lo más abrigado, íntimo e inmenso que tenemos en
el mundo.
Este
anhelo es el que hace que muchos hombres se arriesguen con el peligro
que supone cruzar una correntada, cayendo envueltos por las aguas
espumosas y aciagas. Porque hay que reconocer que, a esta vida, no por
simple y sencilla, podemos regresar a ella en cualquier momento.
En
eso pienso antes de colgar el teléfono y dejar de escuchar a jirones
los mensajes en la radio que se entrelazan con rayos y centellas sobre
las punas, hondonadas y picachos abruptos de mi tierra trémula y
transida.
*****
CONVOCATORIA