Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Seguir
esa huella!
En
Santiago de Chuco, en el camino que pasa por la falda del cerro
Huacapongo, y cerca de las cuevas que se abren a la vera del sendero,
hay un hito, un ícono y un lugar de culto.
¿Cuál es?
Es la huella del caballo del Apóstol Santiago grabada en una laja que se extiende en la orilla opuesta a la cuneta.
Y que la lluvia ni el trajinar de personas y animales que por allí pasan desconocen u olvidan nunca.
Sino
al contrario: miran, reverencian y saludan con unción y recogimiento,
sacándose los viandantes el sombrero y diciendo sentidas oraciones.
Es
una piedra rojiza y dura como el granito que registra la huella del
casco del caballo del Apóstol Santiago, el Patrón y protector de nuestro
pueblo.
2. El respeto
que le guardamos
Se
cuenta que como venía apurado, y se le hacía tarde para llegar a su
fiesta del mes de julio, pese a que lo hacía a todo galope, su caballo
se salió del sendero e iba a rodar por el barranco.
Y
caer. Pero él en su divina providencia hizo que en vez de resbalar más
bien el corcel hundiera su casco en la roca y quede grabada su huella en
ese lugar, para siempre.
Es tan precisa y exacta esta señal que no puede haber sido grabada sino al galope para haber horadado la roca de tal modo.
En donde se notan no solo la exacta pezuña del potro sino hasta los clavos del herraje.
En esa cavidad no se empoza la lluvia, ni se acumula la tierra. Ni osa allí anidarse el polvo.
Ni se arriman ni esconden en ese cuenco los tallos ni las hojuelas de las plantas, arbustos o árboles.
3. Mirar
extasiado
Tampoco
se arremolinan ni esconden en su grieta las poñas ni los tallos de las
espigas, ni se atreve a posarse allí la arenisca del sendero.
Es una cavidad intocada que reluce diáfana y bien delineada para aliento y consuelo de los peregrinos.
Quienes al pasar por allí se persignan. Y, además de sacarse en salutación el sombrero, balbucen un ruego, compungidos:
– Dame tu bendición taitito, Patrón bendito.
Para eso, y ante este vestigio se ha detenido. Se ha limpiado el sudor de su frente. Y mira extasiado el hoyo reluciente:
– ¡Este año bailaré de kiyaya en tu fiesta, Patrón! –Le promete.
Y si es varón, le promete:
– Y yo saldré de pallo. Y bailaré delante de ti sin pausa ni descanso.
4. Nuestra
tierra
Y le hablamos así, como si aquí él nos oyese:
– Yo saldré de comparsa.
– Yo de oso.
O, ya sea:
– Yo de contradanza.
– Yo bailaré de turco.
Pero quisiera señalar y resaltar un detalle, que es el de mayor significado que yo encuentro en esta pisada. ¿Cuál es?
Que esta huella no sale de Santiago de Chuco sino que vuelve y entra a nuestro pueblo.
¿Acaso eso no es inmenso?
Destacar
que esa talladura está en dirección del retorno, de la entrada y la
adhesión. Y no del adiós, ni de la partida, ni del desarraigo.
5. Culminar
un destino
La
dirección de la pisada no está de salida sino de regreso. Y apunta al
centro de la plaza de nuestro pueblo. ¿Y eso qué quiere decirnos?
¡Que seguir esa huella es necesario! ¡El volver siempre! ¡El volver a nuestro pueblo bendito!
Nos
dice que la devoción a nuestro Apóstol no es errar por los caminos
propicios o aciagos sino retornar a los patios y corredores que colmamos
con nuestros juegos cuando éramos niños. Y que hoy yacen abandonados.
Nos está expresando que culminar un destino es retornar a nuestro terruño y lar querido.
El significado de esa huella es buscar y afianzar nuestras mejores tradiciones y valores.
6. Ejemplo
de fervor
Nos
está advirtiendo que ¡ésta es! la huella presencial de hombres como
César Vallejo y Luis de la Puente Uceda. ¡Y de tantos hijos ilustres que
ha dado nuestro pueblo!
Quienes siempre regresaron emocionados estuvieran donde estuvieran, al menos por el sendero del recuerdo hacia su pueblo.
Porque César Vallejo no sólo nació sino que quiso y amó entrañablemente a Santiago de Chuco.
Y quien confesó que de niño su mayor anhelo fue el de ser estandartero de nuestro Apóstol venerado.
Porque esta es la huella de lo trascendente y sagrado en nuestras vidas, a fin de no amilanarse, rendirse ni decaer.
Huella
perfecta, nítida e indeleble, con la marca de la herradura de diamante y
los clavos de oro con que galopa herrado su palafrén.
7. La mirada
del Apóstol
Nos da el mensaje de no doblegar la frente ni la cerviz. Nos alienta a no bajar la guardia ante los retos que nos impone la vida. Y que debemos saber afrontar y asumir.
Nos preconiza de ese modo para hacerle frente a las pruebas, los trances y a las adversidades.
Y
a engrandecer a nuestro pueblo, volviendo. Y, ojalá que también, para
dar un ejemplo de fervor, cariño y coraje al mundo entero.
Esa horadación que nos extasía, nos compromete desde lo sagrado para con nuestras vidas cotidianas.
Pero
así como está esta incisión, hay otro rasgo que está grabado de manera
indeleble en otro tipo de roca, y que quisiera señalar aquí. ¿Cuál es?
Esa
horadación, marca o trazo es la mirada del Apóstol en nuestros
corazones. Y que se junta a la huella de la roca en el camino.
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CONVOCATORIA