Danilo Sánchez Lihón
1. Una multitud
extasiada
Para
quienes en aquel entonces todavía somos niños, los ensayos de la
orquesta de mi padre en la sala de la casa también significa,
sobreponiéndonos al dolor que trasuntan sus notas, corretear libres con
primos y primas por los patios, los corredores, las escaleras y hasta
los cuartos altos, incluyendo los terrados de la casa.
O
bien, llegar hasta la calle oscurecida por las sombras de la noche,
salvo alumbrados por las antorchas titubeantes de los luceros prendidos a
lo lejos, y con frecuencia solo iluminados por nuestras propias voces
en nuestros juegos, escuchando a la distancia los acordes de la orquesta
que impregnan el alma con sus trinos.
Porque
mientras la orquesta ensaya, y está nuestra familia reunida, compuesta
esta vez más de tías como de primos y primas, jugamos entre quienes
somos chiquillos a las escondidas, a la pega, al gran bonetón, al diablo
con su bola de oro; mucho más si en el patio y en los corredores
alumbra la luna llena.
Y
lo hacemos porque todas nuestras madres se han reunido en el cuartito
contiguo a la sala donde ensaya la orquesta, a degustar tanto de la
música como de tazas de café con biscochos y tajadas, mientras en la
puerta y hasta mitad de la calle una multitud extasiada contempla
arrobada las horas de ensayo.
2. Insondable
inmensidad
Pero
a ratos tomamos asiento en el escalón que sube al segundo piso porque
sillas ya no hay, o bien porque la música fascina más que los juegos, y
escuchamos:
A tu ventana una mañana llegué
y me enamoré de tu bella hermosura
pero tirana con cuanta ternura
mi corazón al momento te entregué
Me juraste un día tu amor
no negrita, no por Dios
me juraste un día tu amor
y al momento te di un capulí.
Dime mujer si tu amor
ha de ser el verdadero
para entregarte primero
¡ay! una flor del capulí
Los
perfiles, las miradas transparentes, los sombreros encogidos en las
manos de la gente apostada en la puerta se entrelazan mirándose después
de cada estrofa de la canción.
Allí están esos rostros ilusos, perdidos. Y esa capacidad para escuchar horas tras horas. Todos sumidos en un silencio arrobado.
3. Llega
desde lejos
Y después, en silencio y con los rostros absortos se sumergen en sus propias añoranzas, mientras la orquesta interpreta:
Lejano estoy de un gran amor
del cual fui dueño,
lejano estoy ¡oh corazón!
por qué te apenas.
Lejano estoy, pero de lejos
te querré
a cada paso te veré
como la luz de mi existir.
He de volver
a esos lares tan queridos
donde mi amor puro y santo
te ofrecí.
Lejano amor
tú eres mi bien, mi adoración...
Ahora
miro no solo los rostros de la gente sino donde la música se impregna,
como son las paredes de adobe, la madera añosa de los muebles, las vigas
retorcidas del techo, el café y las tajadas que se sirven. Miro hacia
adentro, y siento que se empapa también en los aleros, en los pedruscos
del patio, en la madera vieja de los pilares; se funde al pozo de agua y
a la acequia donde corre el agua.
4. Milagros
del alma
Pero,
¿por qué encandila tanto? ¿Cuál es el encanto de esta orquesta para que
una multitud se detenga horas de horas en la puerta, colme hasta la
mitad de la calle, y permanezca entre tanto frío, relente y helada,
además que de a pie, y sin que el cansancio los desmaye?
Sinceramente,
creo yo que debido a que es una orquesta de cuerdas, esto es: de
mandolinas, guitarras y de un violín, que es el que toca mi padre.
Porque la cuerda es dulce, evocadora y amorosa. Porque la cuerda es
tierna, quejumbrosa y lírica. Que se vincula a la abeja, a la flor y a
su miel.
Es
el mismo zumbido y la misma tonada. Y gracias a la abeja y la flor se
extrae el néctar; el polen fecunda la flor, y de ella nace el fruto: el
capulí, la naranja, la pera. Como se debe también a que la mandolina, la
guitarra y el violín son instrumentos amables, gentiles y nostálgicos.
Cuyas
notas nacen humildemente en una caja liviana, con una boca muy abierta,
unida a un diapasón de donde emergen y salen, vuelan por el aire, como
abejorros, mariposas, aves o seres alados las evocaciones, que son
hadas, portentos y milagros del alma. ¿O que otra explicación darle?
5. Un secreto
que lo diré
Los
ensayos de la orquesta son para participar en alguna velación o
cumpleaños, o en el santo de algún amigo, o en algún matrimonio o
levantada del Niño Dios. O para recibir a algún personaje que llega
desde lejos y vuelve a nuestro pueblo. Pero, en otras ocasiones es para
alguna actuación cultural organizada por alguna institución tutelar de
nuestra provincia, de las que hay varias en mi tierra. Entonces vienen
conjuntos de niñas o niños que van a hacer de vocalistas, Y el coro de
muchachos y muchachas pone una nota de candor e ilusión en todos los
corazones.
O
bien, en otros casos, vienen parejas o conjuntos de danzantes, para lo
cual el grupo de los que observan hechizados tiene que mirar desde
afuera de la puerta, haciéndose un racimo de rostros extasiados en la
penumbra de la calle. Para estos y los otros eventos se tienen que
ensayar en días continuos.
Pero
yo que acompaño para cantar en la orquesta, y estoy en el mismo sitio
en que efectivamente actúa, tengo un secreto que lo diré, y que es la
razón de por qué hay un tácito acuerdo entre los músicos de ensayar una
canción que se titula Embrujo. Y la razón es que ya en medio de la
fiesta es la única canción que mi padre baila. Para eso avanza por la
sala y tiende el brazo a la pareja que él ha mirado toda la noche.
Entonces la orquesta se acomoda a tocar para su director, con aquella
letra que dice:
6. La tierra
mía
No sé qué encanto posee
la tierra mía,
será tal vez el embrujo
de sus mujeres.
O acaso las dulces notas
de sus canciones,
que toda América
canta con alegría.
De mi guitarra brotan
notas que cantan,
penas que muchas veces
nos da el amor.
Son como golondrinas
que al aire vuelan,
huyendo despavoridas
del cruel dolor.
Y que es el momento en que se elevan los cohetes y las bombardas y se enciende de luces el cielo de mi pueblo.
7. Lo efímero
y eterno
¡Ah!
Todo lo que me ha hecho cavilar el trasfondo de lo que se cuece en
estas horas, de música en la sala de mi casa de infancia, y por qué
produce tanto apego, tanto de los músicos reunidos, de la familia y de
la gente que no se pierde ni un compás ni una sola nota. ¿Por qué? Yo
creo que encanta tanto porque todos reconocen que, en el fondo de este
acto, aparentemente sencillo, hay en su trama un dilema profundo, cuál
es que, en estas horas, con las notas de las guitarras, las mandolinas y
el violín, la pugna encarnizada es entre lo eterno y lo efímero.
¿De
eso se trata entonces? De ese drama tremendo: de aquello que se va,
desaparece y se esfuma irreparablemente; y de lo que queda, de lo único
que podemos recoger, que es el sentido trascendente de la vida que surge
y que aquí se posa, ojalá para quedarse para siempre en la memoria de
los seres que viven la circunstancia de escuchar estas canciones en
estos instantes.
En
los cuales somos capaces de encontrar, en la fugacidad de las alas
cuando pasan, la pepita de oro de lo que es eterno. Y se lo vive
atesorando todo aquello que se puede guardar en el fondo del alma, pero
también incluso en el adobe adormilado que sin duda acopia conmovido
estos acordes. En el fondo se trata de la gran pugna entre lo efímero y
lo eterno, que es lo que atraviesa como una espada nuestras vidas
laceradas. Por eso aquel brillo en los ojos, en la mayoría humedecidos.
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CONVOCATORIA