Danilo Sánchez Lihón
El
pino de la iglesia de San José de la hacienda San Juan Grande del
distrito de Surco, donde ocurrieron los sucesos que se narran a
continuación, recién sucumbió en enero del año 2001, con más de 300 años
de existencia.
El
Municipio del distrito de Surco ha restaurado la Iglesia de San José,
declarada como Monumento Histórico de la Nación, por Resolución del
Instituto Nacional de Cultura del año 1972, en honor al Niño Héroe Julio
César Escobar García, quien se inmolara en ese lugar en los sucesos del
13 de enero del año 1881.
1. Está
contento
Hoy
13 de enero como siempre Julio César se levanta muy temprano. De cinco a
siete corre por la zona de Breña y Jesús María voceando: “¡El Comercio,
con las últimas noticias de la guerra!” “¡El Nacional, con notas de
actualidad!” “¡El Peruano, diario oficial, con primicias sobre la
defensa de Lima!”
Además de ser lustrabotas, muy de madrugada, vende periódicos.
De
siete a nueve de hoy ha estado con su caja de lustrar zapatos en la
Plaza de la Recoleta, en donde solo empleados de avanzada edad se apuran
antes de ingresar a sus oficinas.
El
ambiente es tenso. Nadie quiere hablar. Hay un silencio sepulcral en
los corazones. Todos tienen a algún ser querido en el frente de guerra
que abarca San Juan, Chorrillos y Miraflores. El choque es inminente y a
cualquier hora.
A partir de las 9 de la mañana ha vendido golosinas hasta las 12 del día en que ha retornado a su casa. Ayuda a su madre.
Hoy
ella cocina, por eso está contento. No hay comida más rica que la que
adereza su madre. Pero, con frecuencia ella realiza algún trabajo en la
casa de alguna señora.
En
ese caso él prepara los alimentos y cuida de sus hermanos: Lucía de 9
años, Carlos de 7 y Beatriz de cinco. Su padre murió hace un año en el
Hospital de San Bartolomé.
2. Y, ¿por qué,
mamá?
Julio
César Escobar no está tranquilo, permanece inquieto desde el momento en
que ayer vio despedirse al contingente del Batallón de Reservistas N.º 4
rumbo a las líneas de defensa de San Juan y Miraflores.
Ayer
se anunciaba que los invasores ya había tomaron posición de asalto
frente a las trincheras peruanas. Hubo muchos más que ayer se enrolaron
para defender la ciudad de Lima, la capital del Perú.
Hoy día las noticias son mucho más preocupantes.
– Mamá. –Le dice–, Tú, ¿cómo defiendes al Perú?
–
Hay diversas maneras de defender nuestra patria. –Responde ella que
mantiene las mandíbulas apretadas y los ojos duros como aceros. Y,
poniendo las ollas con fuerza, como si luchara con alguien, prosigue–.
¡Y hay que defenderla con el alma!
– Y, ¿por qué, mamá?
–
¿Por qué? ¡Porque, cómo vamos a permitir que vengan a asaltarnos! ¡Cómo
vamos a permitir que entren a nuestras casas a cometer abusos! ¡Qué ley
es esa! ¿De quién es esta tierra? ¿Acaso es de ellos? ¿Por qué la
invaden? ¿Por qué matan? ¿Es tanta la codicia? ¿Es tan infame ese deseo
de rapiña?
– ¿Y qué harás, mamá?
– ¡Yo misma saldré a defenderla, de alguna manera!
3. La gracia
de vivir
Julio
César tiene grandes ojos negros y vivaces. Es tierno. Adora a su madre,
a sus hermanas y a su pequeño hermanito. Y a su casa, aunque pobre y
con mil penalidades
Por ellas y por él trabaja y hasta daría la vida.
Sus
clientes lo quieren por esa dedicación, por el encanto, la alegría y la
gracia que posee para vivir. Como ahora que le dicen, poniendo su
zapato en la madera en forma de pie, que tiene clavada sobre su caja:
– Julio. ¡Lustrada al espejo!
– ¿Espejo de vidrio? ¿Espejo de agua? ¿O Espejo del alma?
– ¿Qué cuesta la última tarifa de Espejo del Alma?
– Nada. ¡Porque el alma no se vende y ahora se lo ofrenda a la patria! –Y sonríe.
Entonces
se inclina, echa su aliento al zapato y le saca frenético un brillo
fulgurante. Cuando se agacha se avista su nuca delgada y sufrida. Y su
pelo lacio y tupido.
– Mamá. ¿Y la gente que pierde a sus seres queridos?
–
No se pierde a un ser querido que defiende su patria, porque se gana
cuando la vida defiende a la vida. ¿Acaso hemos perdido a tu padre? ¿Ves
cómo él nos guía? ¡Y nos acompaña siempre! ¡Y nos protege!
4. Asalto
al amanecer
En
ese mismo instante, a su modo y en el alma, Julio César se ha alistado
como soldado en las filas del ejército peruano. Le ha dicho a su madre:
– ¡Si no regreso, mamá, no te preocupes!
Su madre lo ha mirado con sus ojos por primera vez llorosos. Y ha tenido la fascinación de reconocer en su hijo a su esposo.
Y lo ha visto convertido en todo un hombre.
Julio
ahora sigue primero la vía del tren hacia Chorrillos. Luego el sendero
que toman algunos voluntarios, quienes buscan por su propia cuenta un
lugar en la batalla.
Detrás
de varios reductos merodea temeroso. Hasta cobijarse en la sombra que
esparce la Iglesia de San José, y el pino gigantesco. Y allí busca
refugio momentáneo a la tensión y el nerviosismo momentos antes del
inicio de la batalla decisiva.
Al
amanecer del día 13 de enero de 1881 se inicia el asalto a las líneas
de defensa peruanas, que se extienden desde el contrafuerte de los
cerros hasta el Morro Solar, en el mar.
Es
en ese momento que llega hasta la iglesia de San José un pelotón de
soldados peruanos salvando un cañón ligero que reinstalan presurosos.
5. ¡Sí!
¡Presente!
– ¡Dulces para todos!, de parte de la madre patria. Les sorprende con su voz, diciéndoles a continuación:
–
Es gratis para todos los que luchan por el Perú, –y esboza un gesto que
los hace sonreír, que es un milagro en medio de la solemnidad de la
hora suprema.
–
¿Qué haces aquí? –Inquiere en pleno fragor el teniente Villalobos.
–Este es un lugar peligroso para ti. ¿Dónde están tus papás?
– Mi mamá peleará, sin lugar a dudas, si nosotros no sabemos defender al Perú.
– Y, ¿tu papá?
– Desde el cielo nos está viendo cómo nos portamos este día.
– ¿Tienes hermanos?
– Tres, que esperan que seamos valientes.
– Acaso, ¿tú también eres soldado? –se burló uno.
– ¡Sí! ¡Por supuesto! ¡Yo mismo soy! ¡Y me llamo soldado Julio César Escobar García! ¡Presente!
6. Ubicación
exacta
Otra vez les hace reír la mueca de rigidez que pone con el saludo, llevándose la mano hacia un imaginario quepí.
– Listo el cañón para disparar, mi teniente. –Dice un soldado.
– Cómo pudiéramos ver por sobre el muro. Dice Villalobos.
– ¡Yo mismo soy! –Responde Julio César, dejando su caja de caramelos a un lado y subiendo por el árbol de pino.
– ¡Soldado Julio César Escobar! ¡Lo conmino a bajar y presentarse!
Pero ahora, trepado en lo alto del pino desacata la orden de su jefe el teniente Villalobos:
– ¡Mi teniente –dice desde arriba–, los chilenos han traído un cañón, jalado por mulas, aquí al frente!
– Dinos la ubicación exacta. –Dice presuroso un artillero.
– Está en dirección a esa planta de malvas. La distancia es el largo que tiene un estadio de fútbol.
– Lo están armando y apuntan hacia aquí. ¡Van a volar la iglesia!
– ¡Rápido, carguen! ¡Vienen más chilenos hasta ese sitio!
– ¡Apunten! ¡Fuego!
7. Memoria
imperecedera
– ¡No dio, teniente! Corrijan. Unos veinte metros más cerca y 15 a la izquierda.
– ¡Apúrense! ¡Van a disparar!
– ¡Apunten! ¡Fuego!
– ¡Le dimos, teniente! ¡Le dimos!
– ¡Julio, ya bájate! ¡Tienen que pensar que hay un vigía en el árbol!
Dicho
y hecho. Justo en ese momento los chilenos hacen una descarga cerrada
de toda la fusilería hacia lo largo del tronco del árbol.
– ¡Julio, no te muevas! ¡Escóndete detrás del tronco!
Permanece quieto pero sus brazos sobresalen del tallo y sus dos manos se entrelazan adelante para mantenerse sin caer.
Decenas de balas se incrustan en la corteza y otras pasan silbando por su costado.
Ahora
es el blanco de los disparos. Han descubierto al vigía. ¿Cómo? Al
explicarse cómo es que eran certeros los disparos del viejo cañón
apostado muy cerca de la iglesia, por detrás del muro.
Una
tercera descarga destroza sus brazos y desune sus manos haciendo que su
cuerpo se desprenda y vuele por los aires, ingresando a la memoria
imperecedera del Perú eterno.
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CONVOCATORIA