EL DECLAMAR
Por: Dr. Ángel Edgardo Chirinos Lavander
Me
atrevo a escribir estas líneas, porque con gran pena constato que
muchos de los literatos y entre ellos también muchos poetas, consideran
al DECLAMADOR (con mayúsculas) como un simple repetidor al pie de la
letra, de los versos que ellos han escrito y esto, no sé si por
desconocimiento, soberbia o falta de apreciación y conceptualización, se
produce; lo que se extiende en gran parte a los oyentes.
En
días pasados, verbigracia, con la ocasión de la inauguración de un magno
evento literario, en que se rendía justo homenaje al poeta universal e
inmortal, como es el santiaguino chuco César Vallejo, escuché felicitar y
el decir de boca de un laureado escritor que conozco hace muchos años
-desde que inició su ahora brillante trayectoria literaria-, a uno de
los más conocidos y caracterizados declamadores de los temas del vate
universal Vallejo, lo siguiente: “Mis felicitaciones, usted posee una
memoria fantástica y envidiable como admirable, la verdad, me ha
impresionado sobremanera”.
El declamador en mención,
humildemente, sólo atinó hacer una venia como una muestra de aceptación
y agradecimiento a esas palabras; pero en sí, posiblemente sintió
nostalgia, al comprender que su arte era desvalorizado como tal; pero su
modestia no le permitió dar otro tipo de respuesta.
Como yo me
encontraba presente y acompañado del escritor en referencia y en base a
la amistad que nos une, me permití hacerle un reproche y acotación,
diciéndole: “…, has cometido algo que te aconsejo no lo vuelvas hacer,
prácticamente le has insultado al no reconocerle el arte que ha puesto
en su declamar; pues, la demostración de una buena memoria, la puede
hacer cualquiera sin manifestación del cultivo de un arte. Por eso,
cuando en los colegios implantan concursos de declamación, como el que
pretendes hacer, aquellos que no saben evaluar el arte, premian a los
niños que tuvieron mejor rendimiento memorístico y levantan la voz
cuando no corresponde hacerlo o mueven las manos y brazos como aletas de
molinos, premiando así a quienes no lo merecen…”.
El escritor
se puso en guardia y arguyó: “Pero don Ángel, yo lo he felicitado y le
he hecho saber que admiro su memoria, que lo ha dicho textualmente como
fueron escritos por el vate Vallejo, eso creo que es un
reconocimiento…”. Yo de pronto le repliqué: “Debiste felicitarle por su
interpretación artística, por haber dado vida a lo que fríamente está
escrito pero no teatralizado y no sólo mencionar su memoria…”.
A
mí, por ejemplo, luego de terminar de decir un poema histriónicamente y
ser aplaudido, si alguien me felicita por mi memoria y no por haber
puesto alma, corazón y vida para interpretarlo, me quedo apenado y
compungido porque pienso que actué mal, que no me introduje en el alma
ni expresé debidamente los sentimientos de quien escribió con el corazón
en las manos, esos versos que traté de darles vida.
El declamar
es un arte, tan igual y quizás de más empuje que el de escribir un
poema; pues, ¿qué sería de un poeta que escribe poemas diversos y con el
mucho sentir de su alma, si no hay quién los interprete adecuadamente?
Terminarían en un libro que con el paso de los años se amarillaría y
sería pasto de los hongos y polillas sus páginas; muy distinto será,
cuando un Declamador, un poema malo, en base a su histrionismo vocal y
de actuación artística, lo convierte en una obra de excelencia en todo
sentido; porque le ha infundido vida y dulzura en su declamar. Algo que
también al contrario puede suceder, que un hermoso poema, termine en el
tacho de basura, porque quien quiso u osó declamarlo, no supo hacerlo y
sólo demostró tener una excelente memoria pero carecer de arte.
Casualmente, en una oportunidad, escuché que un eminente poeta y
académico al preguntar ¿quién era aquel que…? Y le contestaron que era
un declamador; se expresó entonces de manera despectiva sobre esa
persona, diciendo: “Ah, es un declamador, con razón…”. Esto por cierto,
me exasperó pero guardé silencio porque recién le conocía a ese señor
poeta y profesor sanmarquino, más cuando ya tuve cierta confianza y
pasado un breve tiempo, le hice recordar tal hecho y le di a conocer mi
punto de vista al respecto con las palabras antes vertidas, y se quedó
pensativo; mas, enfáticamente declaro, le dije que ambos: el escribir
poesía y el declamar, son dos artes que no se excluyen y que si se logra
una simbiosis entre ellas, es la apoteosis; motivando a que esta
apreciación mía, la volcara en varios versos, tal como estos que ahora
los transcribo:
¡GRACIAS, DECLAMADORES!
¿Cuál sería la suerte de los poemas
si no existieran los declamadores?
Posiblemente se amarillarían
en páginas muertas por el tiempo ido.
Son entonces, aquellos declamadores
que como trovadores van por el mundo,
vivificando esos versos escritos
por alguien creativo que se obnubiló.
Aquellos versos quedarían para ser
guardados en el cofre de los recuerdos,
sin su repetir, que es los que les da vida
y los hace conocidos por los demás.
Por eso es necesario crear conciencia,
que la declamación es un veraz arte
que sin él, los versos pasarían raudos,
como pasa el vil tiempo al olvido.
Aunque existen algunos escritores
que tal como poetas académicos,
piensan que los declamadores son seres
que existen gracias a sus creaciones.
Sin pensar que son como esos amantes
que uno no puede vivir sin el otro,
tampoco el caminar por separados
cuando han nacido para ser pareja.
Son dos artes que se complementan sin ser,
tal el ajo y la sal, que no se obvian
y ambos le dan sabor a la comida,
lo que menos se prescinde en la casa.
Ahí, les digo: ¡Gracias, declamadores!
Porque sin ellos, la poesía no se
difundirá, quedando sólo un papel,
que el viento y el tiempo se llevarán.
Pienso
que con esta breve explicación, aquellos soberbios poetas, comprendan
que sin los Declamadores, sus poemas pasarían al olvido y que la
Declamación, es un arte sublime que se debe respetar y difundir, para
que los versos buenos, jamás desaparezcan de la faz de la Tierra ni de
la mente de los humanos; y esos versos, que siendo malos adquieran valor
y resonancia de vida, transmitiendo el hondo e inicial sentir de la
creatividad del alma de su autor.
Además, el veraz Declamador, en
base también a su propia creatividad como artista, ¡qué hermoso es!,
cuando para darle actualidad y más vida a un tema, le introduce algunas
variaciones suyas, sin alterar el sentir originario del poeta, sino para
darle mayor énfasis a aquellas palabras que fueron escritas.
Para
finalizar, dejo esta mi apreciación muy personal -que puede ser
equívoca- que yo la tengo siempre presente. En un Declamador veraz, su
arte se refleja en el histrionismo en que pone y exhibe; en su dicción y
fonética; en el dominio del escenario; en el carisma y dulzura que
irradia; en la modulación de su voz de acuerdo a los episodios que se
dan; además, como algo infalible, una memoria muy buena y saber salir
con mucha calidad de improvisación, del ‘bache’ que pudo haberse
presentado por una ligera ‘jugada’ de ésta -la memoria- que a veces es
muy lábil y se nos ausenta.
Entonces, quiero dejar bien
establecido, que esos señores poetas, por más laureados o académicos que
sean y que piensan que el declamador, es un simple decidor o repetidor
de sus poemas, están muy equivocados; porque sin un veraz Declamador, es
posible que sus versos vayan al olvido o a amarillarse y ser pastos de
los hongos y humedad de un desván hogareño; que alguna vez sus poemas
fue leídos y apreciados en ese instante, para luego ser presa de la
fatal indiferencia.
También, que la buena o excelente memoria es
sólo uno de los tantos atributos del talento del artista escénico como
lo es un Declamador, que podría comparársele con un actor de teatro,
porque tiene que reunir, prácticamente, las mismas características. ¡Vale!
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