Danilo Sánchez Lihón
1. Besan
la cuna
Ya
la banda de músicos “Par y non” interpreta compases de fiesta en el
atrio de entrada de la iglesia de olor rancio por la humedad de los
adobes en este mes de invierno en la serranía. Pero también con olor a
lo nuevo y reciente, a lo recogido esta mañana en los campos fragantes,
como son los candorosos alhelíes, los crisantemos de variados colores, y
la blanca “ilusión” con que se arman los ramilletes de flores que
portamos en las manos.
La
iglesia luce airosa, colmada de calor humano y abierta de par en par
como lo están los corazones por ser hoy un día grande, el de la
Adoración de los Reyes Magos. Todos los tronos de los santos están
radiantes de clavelinas, margaritas, rosas y nardos recogidos de los
campos, como de las cercas y acequias de la campiña; como de las huertas
ensimismadas del interior de nuestras casas crédulas y devotas.
En
el altar mayor luce el Nacimiento del Niño Dios, con el íntegro de sus
Misterios alrededor del pesebre, erigido a base a varas entretejidas de
eucalipto y revestidas de ichu y rastrojos, como de juncos y totoras de
los pajonales. En medio del oficio religioso, que es la misa de
aguinaldo, alternada con el tocar de pífanos, panderetas, flautines y
cascabeles, han llegado en caballos enjaezados los tres Reyes Magos al
portal de la iglesia.
2. Las lluvias
de diciembre
Apeándose
a la entrada del templo han ingresado lujosamente ataviados al estilo
de los árabes de aquella época, mientras la banda atruena con un
clarinete, una trompeta, un bombo y un tambor.
Los
Reyes Magos, que son jóvenes de la ciudad a quienes apenas reconocemos
detrás de sus barbas pegadas a sus mentones, y detrás de sus bigotes
tiznados, como dentro de sus atuendos y sus pelucas ensortijadas, se
arrodillan y besan la cuna del recién nacido.
Mientras
en la ancha nave eleva el incienso desde los sahumerios que oscilan
colgados de sus cadenas, y se entonan villancicos, coplas y tonadillas
dedicadas al Niño Dios.
Después
de los cánticos de acción de gracias nosotros salimos a visitar
Nacimientos, esparciéndonos por los cuatro barrios del pueblo para eso
luminoso, más nítidos sus aleros y balcones de antepecho, como
sonrientes e ilusionados los rostros de la gente.
Y
allí vamos los chiquillos apenas asentando los pies en el suelo,
intentando que nuestros zapatos nuevos no entren ni se aneguen en los
charcos que han dejado las lluvias de diciembre y de enero que comienza.
3. Pascua
de Reyes
Y
van con nosotros las mujercitas siempre primorosas con sus vestidos de
amplio vuelo que se abren como pétalos de flores, y con mangas de
bombachos que terminan en grecas extasiadas.
Llevan
colgados del lóbulo delicado de sus orejas aretes primorosos, como
pendiendo de sus hombros abrigos de paño y hasta chales de vistosos
colores. Van de la mano con sus hermanos mayores por las calles
empedradas donde espejea el sol en el calicanto de las paredes
enjalbegadas.
Mientras
las señoras y señores que han hecho en sus casas Nacimiento, esperan
sentadas en sus sillas delante de sus puertas las caravanas de niños que
llegan pulcros y bien acicalados.
Y
lo primero que hacemos es saludar, tal y cómo nos han enseñado y nos
han hecho repetir cien veces nuestros padres. Y, lo segundo es pedirles
comedidamente su permiso para visitar el Nacimiento que han preparado en
la sala, corredor o en algún rincón de sus casas:
–
Buenos días señora, buenos días señor. ¡Felices Pascua de Reyes!
¿Serían tan amables de permitirnos visitar su Nacimiento? –Repetimos en
coro.
4. ¡Pasen,
pasen!
– ¡Qué lindos niños! ¿Ustedes de qué familia son, niñitos?
– De nuestro papá Danilo, y de nuestra mamá Elvira.
– ¡Ah! ¡Entonces ustedes son mis sobrinos! ¡Nosotros somos sus tíos, hijitos! ¿Cómo está su mamá? ¡Cómo está su papacito?
– ¡Buenos días, tía! ¡Buenos días, tío! ¡Ellos están bien! ¡Nos encargan muchos saludos!
–
Mira, ¡qué bien educaditos son, grandes y guapos están estos hijos!
¡Unas joyas, como tenía que ser! ¡De tal tronco tal astilla! ¡Somos
familia muy cerca de ustedes, hijitos!
– ¿Tú eres...?
– Juvenal.
– Y tú Fredy. Hasta ustedes dos me acuerdo.
– ¿Y tú...?
– Rosita.
– ¿Y tú?
– Jaime.
– ¡Cómo han crecido estos niños! De regreso saluden a sus papacitos. ¡Pasen, pasen hijitos!
5. Luce
la estrella
– ¡Gracias tíos! ¡Gracias!
–
Al salir le dicen a Mercedes que les dé una bolsa llena de pasteles,
rosquitas y alfajores. O mejor yo misma voy a prepararles. ¡Pero pasen
hijitos, pasen!
Ahora
pienso que estas costumbres de mi pueblo eran una manera de educarnos,
porque íbamos a cada casa y teníamos que desenvolvernos solos. ¡Y, bien!
Y
nos enseñaban a ver y apreciar todo lo que teníamos que ver y apreciar
en cada Nacimiento. Y a relacionar todo ello con la Historia Sagrada de
la vida de Jesús.
¿No
es acaso una manera de aprender, pero leyendo en un libro más grande
como es el pesebre, armado en una sala, y luego en otro espacio más
grande e inmenso todavía, hecho de calles y de casas, como es en este
caso el pueblo mismo? ¡Y vinculando una historia antigua y bíblica al
mundo cotidiano del presente, y a los seres que lo habitan!
Así,
por ejemplo, en este Nacimiento de la familia Miñano, del barrio Santa
Mónica, en donde ahora estamos: El cielo que cubre la bóveda de vigas
torcidas, tachonado de luceros sobre un telón de raso azul, luce la
estrella que ha guiado a los Reyes Magos desde el oriente hasta el
paraje en donde está el establo.
6. Por toda
una vida
Es
una estrella inmensa y brillante que extiende su estela de hilos de oro
y plata hasta la cuna del Niño Dios. Muy cerca del niño, María su madre
y José su padre adoptivo, contemplan extasiados, mientras el asno y el
buey le brindan su áspero, hondo y conciliado aliento. Porque así dice
la profecía desde un tiempo remoto detallando lo que hoy es:
El buey reconoció a su dueño
y el asno el pesebre de su amo.
Mientras
en el exterior, por uno y otro monte bajan los pastores con todas sus
ovejas por el llamado de una corazonada corriendo por los apriscos.
Otros se demoran en cruzar un riachuelo. En nuestra imaginación
escuchamos el rumor del agua, el ulular del viento, el balido de las
ovejas y el de las pisadas apuradas en el suelo frente a algo difícil de
desentrañar.
En
tanto hacia un costado de esta alegoría se yergue la ciudad de Belén
soberbia, ufana e indolente, que no tuvo sitio para dar cobijo, techo ni
alero a María ni a José, ni a Jesús aún en el vientre de su madre,
razón por la cual nació en una cueva.
¡Y
cómo este niño que no tuvo abrigo, salvo el aliento cálido en unos
cuerpos entumecidos del asno y del buey, es el Dios supremo y verdadero!
¡Y es un portento cómo desde estos abrojos se ha erigido un canto a la
vida terrena y celestial tan colmado de esperanza!
7. La Buena
Nueva
Hoy
ya hemos visitado varios nacimientos que tienen cada uno un detalle por
resaltar. Hemos salido y hemos cruzado la plaza porque la alegría es
encontrarnos también con otros grupos de niños y compartir emociones,
saludos y, por último, siquiera miradas que quedarán trémulas y
engarzadas en una esquina o en una calle por toda una vida.
Así,
ahora visitamos el Nacimiento de la familia Ruiz en el barrio Santa
Rosa, en la colina de Andamarca, donde destaca la escena de la adoración
de los pastores inclinados como están delante del Redentor del Mundo.
¿Puede haber algo más enternecedor? Porque ellos no son gente ilustrada
ni comprometida con ningún tipo de poder.
Donde
cada rebaño o hato tiene sus pastores, que llevan a un carnerito o a
una oveja tierna en sus brazos o en la espalda. Todos respondiendo al
llamado de la Buena Nueva del Reino de los Cielos y de la salvación. ¿No
es supremo?
Hay
pastores convocando a todos los hombres de buena voluntad, con sus
cuernos en lo alto de cada montaña. ¡Hay varias cuevas esparcidas, y en
una de ellas ha nacido el Niño Dios, en una historia vibrante y
afligida, admirable pero que hace llorar!
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CONVOCATORIA