Danilo Sánchez Lihón
1. Pregunta
un niño
– Si fuera tan amable, ¡un cigarrillo, por favor!
– ¿Cómo? Este aún está vivo. Creía que estaba muerto. Y todavía pide un cigarro. Remátalo de inmediato.
– Déjelo, mi capitán. Déjelo nomás; de todos modos, va a morir.
– Entonces lo remato yo. –Y saca su pistola.
– Déjelo. –Lo dice por compasión el policía. Y arguyó–. Nos puede ser útil por la información que podemos sacarle.
Esto fue lo que convenció al capitán y salvó a Alain Elías. Es
ya la una y veinte de la tarde del 15 de mayo de 1963 y la cacería ha
durado hora y media. El sol resplandece, pero en el alma hay frío,
oscuridad y silencio.
En
cambio, llegado a la fiscalía el cuerpo del poeta Javier Heraud es
tirado al suelo. Y ahora lo arrastran y lo arrojan sobre una losa. Los
principales del lugar sonríen orondos y satisfechos poniendo a descansar
sus rifles, algunos con las culatas en el suelo y otros sosteniéndolos
en sus hombros.
–
Y ¿por qué lo han matado así, papá? –Pregunta un niño, quien a sus ocho
años ha presenciado en Puerto Maldonado todo el operativo y la
expiación.
– Porque son guerrilleros comunistas.
– Y, ¿qué es un guerrillero comunista?
– ¡Un bandido!
2. Cruzó
el puente
Cuando
se preparaban en Cuba para iniciar la lucha armada en América Latina,
al poeta Pedro Morote se le distendió el tendón de Aquiles e hinchó el
pie de tal manera que ya no podía caminar, ni siquiera asentar el pie en
el suelo. En la subida del pico Turquino, el más alto de Cuba, hay un
río que atravesarlo significa tomar el juramento y la decisión final de
hacerse guerrillero de alma. Muchos se detienen allí para
decidir. De cada agrupamiento varios se quedan. Pedro Morote se sentó
adolorido en la rivera. Se acercó Javier, sin desmontar su mochila ni
desprenderse de su armamento, y le dijo, porque lo quería:
– Pedro, tienes que seguir.
Este le enseñó su tobillo rojo, hinchado y a punto de reventar. Y le respondió:
– Javier, si tú sintieras el dolor que yo siento te quedarías aquí.
Javier
Heraud descargó su equipaje, se quitó la bota y le mostró la planta del
pie que la tenía destrozada, en carne viva y bañada en sangre. Una
herida horrorosa. Se volvió a poner la media, se volvió a poner la bota,
y sin decir nada cruzó el puente. Pedro se levantó, pisó el suelo con
firmeza y siguió detrás de él.
Porque
ha circulado la tesis sosteniendo que fue engañado y no sabía a lo que
lo enviaban. ¡No! La convicción de Javier Heraud de hacerse guerrillero
fue clara y contundente, porque quienes habían decidido serlo, realizan
un entrenamiento agotador en la Sierra Maestra, aprendiendo manejo de
armas, estrategia militar, marchas sacrificadas cargando pertrechos de
guerra y una mochila de campaña. Para ello había que tener mucho coraje y
un convencimiento cabal y pleno. Y no cualquiera se arriesgó. Él sí,
con toda convicción.
3. La esperanza
de la patria
Y
he aquí esta carta de Javier Heraud, publicada muchos años después de
su muerte, que encargó a la esposa de un compañero con el siguiente
acuerdo: si no pasaba nada la guardaba. Si moría se comprometía a
entregarla personalmente a su madre, y que guardó amorosamente sin darla
a luz:
Querida
madre: No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees quiere decir que
algo ha sucedido… y que ya no podré saludarte y abrazarte como siempre.
¡Si supieras cuánto te amo! ¡Si supieras que ahora que me dispongo a
salir de Cuba para entrar en mi patria y abrir un frente guerrillero
pienso más que nunca en ti, en mi padre, en mis hermanos tan queridos!
Voy
a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo,
por todo en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo hubiese
querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría
vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú
me criaste honrado y justo, amante de la verdad, de la justicia...
Porque
sé que mi patria cambiará, sé que tú también te hallarás dichosa y
feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos. Y que mi vacío
se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria.
Te besa Tu hijo Javier
4. La alzaba
en sus brazos
Y cuenta Cecilia Heraud, su hermana:
Generalmente
después de almorzar pasaba horas en su cuarto le-yendo o escribiendo.
Hacia las cinco o seis de la tarde, solía bajar las escaleras rápido y
haciendo mucha bulla. Gritaba:
"–Vieja, mi lonche"...
Entonces,
la alzaba en sus brazos fuertes y la paseaba por la casa. Ella gritaba,
lo amenazaba, se hacía la molesta, pero en verdad, se sentía encantada.
Era el único que podía cargarla y sé que hasta ahora extraña esos
juegos.
La
llevaba cargada a la cocina, cuando estaba de buen humor, y nos
sentábamos en la mesa del repostero y conversábamos mientras mamá nos
servía el café con leche, el budín con miel que ella nos preparaba, los
panes con mantequilla o los bizcochos que compraba al panadero que
pasaba a las cuatro con su carretillo blanca llena de pan caliente.
Después le daba un beso a mamá y salía para regresar a veces a comer, otras veces muy tarde.
5. Diálogo
de zorros
Compuse este diálogo entre zorros:
Zorro de arriba: –Era el poeta más sobresaliente de su generación, de palabra simple, transparente, visionaria. Había escrito: “Yo no me / río de / la muerte. / Sucede / simple- / mente, / que no / tengo miedo / de morir entre / pájaros / y árboles.”
Zorro de abajo: –¡En realidad no sabían a quién mataban ese mediodía!
Zorro
de arriba: –¡Sí, sabían a quién mataban! Porque participaron todos los
principales del pueblo, los ricos, los que tienen el poder, todos los
que ven peligrar sus intereses. Ellos azuzaron al pueblo.
Zorro de abajo: –Es una muerte inútil, de un ser valioso.
Zorro
de arriba: –Oye Zorro de abajo, ladino y vil, que primero alabas para
luego deformar las cosas. Reivindiquemos lo que parece fallido. La
muerte de Javier es una semilla de luz. Encuentro más sentido en todo lo
que aparentemente está perdido que en aquello en donde hay un aparente
éxito.
Zorro de abajo: –¡Pobre su familia! ¿Es necesaria tanta violencia?
Zorro
de arriba: –Hay seres que ya no pertenecen a una familia, sino que nos
pertenecen a todos. Hay seres que duelen, permanentemente. Son seres
símbolo. Pero es la luz de nuestra esperanza, que la calandria, el cielo
y las estrellas lo guardan en lo más hondo de sus corazones. Y la
violencia no es nuestra sino de los opresores. Si no, para saberlo he
aquí esta carta:
6. Con balas
de cacería de fieras
Carta del padre del poeta, dirigida al director del diario La Prensa, señor Pedro Beltrán:
El
sacrificio de mi hijo Javier ha sumido a mi familia en el más profundo
desconsuelo, tanto por la forma como ha desaparecido como por la pérdida
de una promesa para la cultura y el pensamiento de mi patria.
Pero mi pena, con ser insondable,
se ha agrandado más aún al saber que mi hijo, que había ido allá urgido
por un ideal, arrostrando los más graves peligros con el más absoluto
desinterés, había sido víctima de una cacería inhumana. Cuando, inerme
en una canoa de tronco de árbol, desnudo y sin armas en medio del río
Madre de Dios, a la deriva, sin remos, mi hijo pudo ser detenido sin
necesidad de disparos, más aún por cuanto, su compañero, había
enarbolado un trapo blanco. No obstante eso, la policía y los civiles a
quienes se azuzó les disparaban sobre seguro, desde lo alto del río,
durante hora y media, inclusive con balas de cacería de fieras.
Una
bala explosiva había abierto un boquete enorme a la altura del estómago
de mi infortunado hijo y muchas balas más se habían abatido sobre el
cadáver de mi hijo, que con sus 21 años y sus ilusiones, había tratado
de hacer una incitación para que cesen los males que, según él, debían
desterrarse de nuestra patria.
7. Epílogo.
Por eso, niños
Por
eso niños, es bueno que esta historia lo conozcan tal como fue, en cada
detalle, en donde se puede ver el ideal de un ser prístino y generoso. Y
los males que aún subsisten, que están vigentes y en nada han cambiado.
Javier
murió entre dos espejos de agua, hundido en un leño calado, convertido
primero en canoa y ahora en árbol que se eleva inhiesto, para que lo
tengamos muy en cuenta en nuestras vidas.
Él
amó mucho su casa, su familia y a sus hermanos, como todos nosotros. Y
todo lo dejó, por legarnos una patria digna. No era pobre pero tampoco
era rico. Su padre era maestro y en su casa todos tenían que trabajar
para poder sostenerse.
Pero
con igual amor adoraba a su pueblo y no quería que en él hubiera
miseria. Todo lo dejó por cambiarlo y redimirlo, aún cautivo de males
aberrantes e infames. Nosotros tenemos que decirle:
Javier,
no te defraudaremos, nuestro país aún hecho llaga y harapo lo
transformaremos con arrojo, con cariño y valentía como tú nos lo
enseñaste.
Tu
vida nos inspira a ser verdaderos, a ser personas con compromiso, y
aquel país que soñaste advendrá por mano nuestra, porque es la luz que
brota de tus heridas, del brillo de su ausencia, aquel país hermoso como
una espada en el aire.
Te lo prometemos y juramos, Javier, hermano del alma.
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CONVOCATORIA