MAÑANA A LAS OCHO
Escribe: Fransiles Gallardo
Desde su largura, el flaco José Luis
Silva me observa sorprendido, como diciendo “que hace usted aquí, ingeniero”, miro el reloj de ingreso “son catorce para las ocho”, presurosos
llegan los trabajadores de la
Región “¡cuando no, el
gordo Correa mordisqueando su pan con
chicharrón!”.
Presurosa
Melissa Moriano y su lunar sobre el labio superior, sonriendo me dice:
-Ingeniero Galíndez, buenos días; el
Presidente lo está esperando y quiere que suba a su despacho, en este instante-
da media vuelta y moviendo sus generosas caderas, debajo de unos ajustados
pantalones negros; se acerca a contestar el teléfono que timbrando está.
Giro hacia la derecha y calmadamente subo
las treintaitrés gradas con perfiles de aluminio de la escalera de concreto,
que me llevan a la oficina del doctor Severino García, presidente de la Región.
-Ingeniero buenos días-
me saluda Gina del Carpio con su cabello
castaño aún
mojado, levantándose para abrir la puerta del despacho del presidente.
-Pase ingeniero- me dice desde sus lentes
ahumados el doctor
Severino García
-tenemos que hablar- mientras ordena
unos papeles y fólderes que están desperdigados sobre su escritorio.
Camino
hasta el escritorio sujetando mi maletín negro, cargado de documentos.
Un
desgastado saco azul con un sombrero negro de paño en la mano, se levanta para
saludarme “es don Anacleto Paiva”,
mirándome sorprendido.
-Doctor García, buenos días- digo
circunspecto
-Don Anacleto como está-
estrechando sus manos.
Sin
preguntas previas, ni explicaciones de ningún tipo; el doctor
García arremete,
haciendo notar su autoridad:
-Lamento, haber firmado contrato con usted,
ingeniero- carraspea para aclararse la voz- ha abandonado la construcción de la posta de salud de Sartimbamba, sin
justificación alguna- alargando su dedo amenazador que deja ver una sortija
de oro con una piedra roja engastada- y
lo que es peor, ni siquiera ha iniciado los trabajos- gesticula y su voz se
hace agresiva- voy a rescindirle el
contrato inmediatamente, antes que
pida ampliaciones de plazo y no se que otras leguleyadas técnicas más; que
siempre aducen, ustedes los ingenieros- acomodándose los lentes.
-
Ya se le dio el adelanto ¿qué mas quiere?-
levantándose de su asiento.
Lo
miro asombrado. Quiero responder; pero me hace alto con su mano.
-
Quejándose contra usted, está aquí el
señor Paiva, presidente del
comité de gestión- dice cortante.
Coloco mi maletín sobre el alfombrado
piso.
Don
Anacleto Paiva tiene agachada la cabeza.
-Lo que no le ha dicho el señor Paiva, doctor-
muevo las manos, para darle énfasis a mis palabras- es que mi contrato dice que la comunidad brindará todas las garantías
necesarias, internas y externas; antes, durante y después de la ejecución de la
obra- enseñándole el subrayado con plumón verde del contrato.
Se saca los lentes para leer con mayor
claridad.
-Lo que tampoco le ha dicho el señor Paiva-
deletreando las palabras-
es que él y los
dirigentes de la comunidad, han firmado este documento-
y le muestro un papel bond con sellos y firmas-
ordenando mi salida y la de mis
trabajadores; negándose a autorizar la construcción de la posta médica y a
cumplir la parte contractual del contrato.
Don
Anacleto escucha, cabizbajo.
-Sian veniu, sin terminar posta, ductor-
dice moviendo la cabeza- abandonando trabajo, sian venido.
El
doctor García me mira asombrado.
-Lo entiendo don Anacleto, lo
entiendo- digo complaciente -conozco
del mal momento, por el que ha pasado y está pasando.
A
las cinco de la tarde hemos llegado a Sartimbamba “atravesando
por la cordillera / voy a ver a mi cholita / ella llorando triste me decía /
oye cholito llévame a tu tierra” conjunto Libertad Santiago de Chuco y su
Vallejo eterno “donde estará mi andina y
dulce Rita, de junco y capulí” al atardecer del viernes “luego de dieciocho horas de cansador viaje”
pasando por Conachugo y Sarín “que pue,
están a seis horitas en carro bien corridazas, maestrito”.
Hubiese
querido ir a Mollebamba y tomarme un buen cañazo con mi amigo Ángel Napoléon “a burra vueltaza ingiñero y salida nuay,
porai”; pero con Beto Medina, hablando de poesía y catando un ron Cartavio “por el lobo de Asís, salucito”
antes de partir, lo hemos recordado.
Nos
reunimos con don Anacleto Paiva, con el teniente gobernador, el agente
municipal “creíbamos que sian mariconao,
que no veniban” visitamos el terreno en una pampita, cerca al río “mañana hacemos acta de posesión y comenzamos
los trabajos” luego un salucito
con un cañacito del valle de Condebamba “por
la obra, por la obrita, pues”, mi maestro está decidido a terminarla, antes
del plazo previsto.
El
sábado a las once de la mañana “con los
planos, cuadrando estamos las medidas y límites”, se aparece una columna
armada de sendero “nos jodimos, primo”
dice el negro Briones “mierda, era cierto
lo de los terros”, asombrado el chino Arteaga y el viejo Melitón Portales,
viendo como cinco uniformados, armados con fusiles de largo alcance, se dirigen
hacia nosotros “tranquilos muchachos”
tratando de serenarnos.
A
culatazos y disparando al aire, nos han reunido en la pequeña placita “onde la banda de Julcán, de amanecida nos
hace bailar, lindazo pa’la fiesta”, que da a la antigua iglesia de adobe y
calamina “ni la mamita Mercedes puede
calmar tanto dolor”.
A
don Anacleto Paiva, arrastrado de su poncho lo han sacado al centro y,
poniéndole el cañón de un fusil en el pecho, han disparado “felizmente al aire, ha sido”.
¡Ahí
se ven a los machos, carajo!.
-No mi matas papito, familla
tengo, hijos chicos tuavía están- sollozando.
- Ingiñero hay veniu a hacer
posta de parte de Región, nomás hay llegao.
Mandó
degollar “a su buey barroso” su buey
arador “lleven so carnecita, compañiro;
pero no mi matas”, ha suplicado.
Se
llevaron nuestras herramientas “servirán
para hacer hechizos” dice
quien dirige la
columna senderista “las herramientas
siempre son buenas”.
Quemaron
nuestra ropa, los colchones y el depósito con los materiales que hemos traído.
-
A ustedes los quemaremos la próxima vez,
si siguen aquí- nos amenazan.
Se
llevaron el pago de la planilla “es una
pequeña contribución por la revolución armada del campo a la ciudad”.
Metiendo
bala al local comunal “si los
encontramos, los mataremos ingeniero”, repitiendo sus amenazas se han
marchado, quebrada arriba “pa’
Condormarca, el valle o a Pataz, quien sabe señor”.
-No hemos regresado a
Sartimbamba, por miedo ni porque se nos ha dado la gana doctor García-
secando el sudor de mi frente con un pañuelo- sino, porque nos han expulsado; esa es la pura verdad.
Don
Anacleto tiene la tez rugosa, sombría y abatida.
Lo
he visto sufrir, implorar y llorar “como
lloran los hombres de ñeque” por su vida y la de su familia.
En
ese trágico momento, por el miedo se nos arrugó el corazón, el alma, los
testículos; todo.
¿Saben que es ser macho?.
El
doctor García nos mira como diciendo, a quien creo.
- ¿Es cierto ingeniero?-
pregunta secándose el sudor y acomodándose
los lentes.
Le
entrego el acta firmada por don Anacleto Paiva y los principales de
la comunidad.
-Va a volver a terminar la posta médica,
ingeniero?- me pregunta.
-Por supuesto doctor-
contesto seguro – pero que venga conmigo
don
Anacleto para ir juntos y llegar a Sartimbamba, juntos.
-Entonces mañana a las ocho- conciliador
el doctor García.
-Mañana a las ocho- afirmo.
-Mañana pues, las ocho estaremos-
confirma don Anacleto Paiva.
Hasta
ahora, lo sigo esperando.
COMENTARIO:
Muy bellos relatos.
Me gusta cómo plasmas las expresiones lingüísticas de los personajes, y nos
llevas a situarnos justo ahí, en medio de la trama.
María del Carmen Maqueo Garza
México
Médico pediatra; poeta y
escritora.
Responsable del blog Contraluz y
Mi propio milímetro de Universo
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