AL PASO
Escribe:
Fransiles Gallardo
Doblando
la última curva que da al despeñadero sobre el río Ronday, un eucalipto caído a
todo lo ancho de la carretera, hace que Nazareno Ríos frene bruscamente la camioneta.
Un
violento giro del timón, la hace patinar.
-¡Cuidado, nos desbarrancamos!- grito soñoliento.
Nos
hemos quedado prácticamente, con una rueda en el aire.
-¡Casi nos matamos!-
dice alarmado.
El
brusco movimiento ha hecho que me golpee la frente sobre el vidriodel parabrisas “felizmente golpe nomás es” murmuro “con razón en el colegio le decían cabeza
dura” me dice riendo nervioso “sin
bromas, que no es bueno burlarse de su jefe y en su delante, todavía” le
dijo tratando de sonreir “gracias a Dios, me di cuenta a tiempo, ingeniero” bajando la
tensión y el nerviosismo del momento.
La
noche está oscura y en el firmamento de Querco densas nubes se amontonan;
ennegreciéndolo, aún más.
-Baje despacio, ingeniero- recomienda
Nazareno Ríos- que yo veré que está pasando- respira
nervioso.
Abro
la portezuela y mi zapato de minero toca el suelo.
El
rastrillar de un arma a la altura de mi cráneo ¿y ahora qué?, me hace sudar frío.
-Necesitamos prestada su camioneta, por unas
horitas, ingeniero- medice una voz
amable; pero cortante a mi costado- si se
portan bien, nada va a pasarles- con tono suave; pero amenazante- se lo devolveremos antes del amanecer.
Las
luces de la camioneta delinean a otros
encapuchados, que fusil en bandolera;
desplazan al caído eucalipto, tirándolo al
abismo.
-¡Manos a la cabeza!-
dice otra voz en la portezuela del chofer- ¡despacio y tranquilito deja las llaves en su sitio- ordena.
Escucho
el ruido del rodar del eucalipto por la ladera.
El
eco de la caída sobre las aguas del río; me hace estremecer
“así nos habría pasado” pienso
aterrado.
Amables;
pero cortantes nos suben a la plataforma. Nos sientan con laespalda pegada a
la cabina; amarrándonos los pies y las manos hacia adelante “solo por seguridad, ingeniero, usted sabe”
con los pasadores de unos borceguíes.
Verifican
las amarras y nos cubren la cabeza y el cuerpo con un poncho de lana de carnero
“no queremos que sepan lo que hacemos”
sentándose a nuestro costado “tampoco que
tengan frío”, tres encapuchados armados.
Calculo
que hemos viajado un par de horas, supongo a Laramarca o algún poblado cercano.
Nuestros acompañantes está callados; solo los baches, de cuando en cuando nos
hacen saltar y quejarnos de dolor.
Paran
la camioneta y de un salto bajan nuestros acompañantes.
-¿Que va pasarnos…?- pregunta despacio y
atolondrado Nazareno.
-No lo se- le contesto en la
incertidumbre- pero no creo que quieran matarnos; sino ya lo habrían hecho hace rato- digo
para tranquilizarnos.
Escuchamos
voces de unos y órdenes de otros; movimiento de
zapatos que vienen, que van.
En
el silencio de la noche, los ruidos llegan nítidos hasta nuestros oídos.
Abren
la puerta de la plataforma y suben costales, bultos y cajas.
-¡Arrímese, ingeniero!- nos ordenan y
silenciosos nos arrastramos al extremo izquierdo
de la camioneta. No escuchamos casi nada; hablan bajito o muy lejos.
Debe
ser ya, pasada la medianoche y reinician la marcha.
Estoy
cansado, tengo las piernas adormecidas y las manos frías. Aun, con el
movimiento de los baches, me voy quedando dormido.
Sueño
con mi familia, a la que no veo mucho últimamente “unos diítasal mes tengo de
licencia y viajar cuarenta y cuatro horas seguiditas, señor” de Ocoyo a Ica, de Ica a
Lima; de allí una tarde y una noche hasta Chiclayo y dos horas más hasta Motupe
donde está mi mujer y mis hijos “salgo
sábado en la noche y llego lunes a mediodía y el viernes en la noche, estoy
volviendo de nuevo; para el lunes estar otra vez en la chamba”.
Frenan
abruptamente la camioneta y el ruido que produce el movimiento de los costales,
bultos, y cajas; me despiertan.
Un
rebuzno y unos relinchos me hacen suponer; que el cargamento lo transportarán
en una piara de acémilas, cerros arriba.
Reiniciamos
la marcha, despacio “ya no tienen mucha
prisa”, pienso.
Ligeras
gotas suenan sobre la cabina metálica de la camioneta.
Cambio
de postura para aliviar el adormecimiento de mi pierna izquierda. Ya no siento
la presencia de los que con nosotros, viajaban. Probablemente se bajaron junto
con el equipaje. Ya no están.
Paran.
-Después de media hora que nos hayamos ido
ingeniero, reiniciarán su viaje- nos dice la misma voz
amable; pero cortante.
-El
partido les agradece su colaboración- continúa hablando –no queremos comentarios de ningún tipo-
nos aconsejan- ¡recuerden que tenemos ojos
y oídos en todo sitio y de usted ingeniero, sabemos hasta las veces que va al
baño!- suena amenazador -disculpen
por el susto.
Pasos
sordos sobre la gravilla de la carretera, se alejan.
-Nazareno, estás bien- pregunto
-Creo que estoy completo, ingeniero- me
responde.
Accionando
brazos y piernas nos sacamos de encima los ponchos.
Con
los dientes Nazareno desata mis manos y luego le desato sus manos y pies.
Moviéndonos, desentumecemos nuestras piernas y el frío de la madrugada,
también.
A
rastras bajamos de la plataforma de la camioneta.
Amanece.
Una tenue claridad sobre los cerros, nos anuncian la madrugada.
Estamos
en el mismo lugar de donde nos secuestraron.
-Sino fuera por las huellas de las amarras,
Nazareno; diría que estoy soñando y que esto nunca sucedió-
digo frotándome las muñecas.
Nunca
sabremos que trasladaron esa noche.
Días
después, nos llegan las noticias.
Una
columna senderista ha incursionado en los poblados de las riberas de los ríos
Ronday y Condorsenca, dinamitando locales
municipales, gobernaciones; asesinando autoridades.
En
nocturnos juicios populares.
COMENTARIO:
Fransiles Gallardo, ingeniero de profesión,
excelente poeta y narrador extraordinario; tiene la virtud de abrir nuevos
horizontes literarios para el goce de los lectores, que claman por vivencias
reales de seres humanos.
Habiendo abrazado una profesión ajena a las
letras, se ha involucrado en ellas, dándole brillo y prestigio.
Nalo Alvarado Balarezo