"De nuevo al retornar al barrio que dejé, / la Guardia Vieja de hoy son los muchachos de ayer. / No existe ya el café, ni el criollo restaurant, / ni el italiano está donde era su vender"... del vals "De vuelta al barrio" de Felipe Pinglo.
Hoy por la tarde estuve visitando los puestos de libros del Jr. Amazonas, en los Barrios Altos y, después de "bucear" entre tanto libro viejo, por segundo año consecutivo me fui con las manos vacías de la feria aquella debido a que los libros con temas que me interesaban ya los tenía o los había leído en la Biblioteca Nacional del Perú.
Aproveché mi visita a la zona aquella para visitar a una amiga que tiene su oficina muy cerca, en la Av. Abancay, y después de una charla amena en la cual nos contamos los bienes y parabienes de nuestras vidas, me dirigí a la calle Tigre, actual primera cuadra del Jr. Ayacucho, para visitar y recorrer el barrio donde nací y viví durante mi infancia, adolescencia y parte de mi juventud.
Debo reconocer que cada vez que visito mi antiguo barrio, cuando estoy de vacaciones en Lima, siento pena por mi barrio, de lo viejo y descuidado que lo encuentro. Sin embargo, a pesar de ello, nuevos negocios se han abierto en mi antiguo barrio ya que encontré que ahora cuenta con dos pollerías, un salón de billar en el segundo piso de un edificio nuevo, varios negocios de venta de ropa y cuatro cantinas que estaban medias llenas con parroquianos sedientos, lo cual me llamó la atención ya que eran las 7 pm de un día martes.
Mientras recorría mi antiguo barrio, no pude evitar mirar la pista y que a mi mente vinieran los recuerdos de tantos partidos de fulbito que jugué con mis amigos de la infancia en dicha pista y las veces que me rompí las rodillas allí, guardando mis rodillas, hasta ahora, los recuerdos de dichos encuentros futbolísticos.
La puerta de rejas de la quinta donde nací estaba cerrada, por lo que solamente desde fuera pude observar mi vieja quinta. En cambio, la puerta del colegio donde estudié mi primaria se encontraba abierta, por lo que pude mirar, a la volada, el interior del mismo que es completamente diferente al que conocí en mi infancia ya que ahora, el Colegio San José de Artesanos, tiene tres pisos. Fue en ese instante que vino a mi mente el recuerdo de mis profesores y algunos compañeros de clase, no pudiendo evitar que una sonrisa se dibujara en mi rostro al recordar que desde el patio de la quinta donde nací se podía escuchar el timbre del colegio y yo no me movía de casa hasta escucharlo, que era cuando salía corriendo hacia mi colegio.
Cuando entré a la mayoría de edad, con los amigos solíamos reunirnos en un bar de mi barrio al cual llamábamos "La víbora". Al bar aquel lo conocí con ese sobrenombre desde que tenía uso de razón ya que su verdadero nombre era "Bar El Tigre". Del bar aquel solamente quedan los recuerdos.
Como todo barrio antiguo, los muchachos del barrio teníamos nuestra esquina que era nuestro punto de reunión y donde siempre había alguien del barrio parado allí esperando que alguien más llegue y se vaya formando un grupo. Sin embargo, hoy en día, dicha esquina luce vacía, sin nadie parado allí.
Muchas anécdotas ocurrieron en dicha esquina del barrio, en la intersección del Jr. Ayacucho con el Jr. Ancash, en los Barrios Altos de Lima. Allí, los muchachos del barrio solíamos reunirnos a conversar, hacer bromas, poner "chapas" o sobrenombres a la gente del barrio, ponernos de acuerdo para ir al cine, enterarnos de lo que acontecía por el barrio y alrededores, discutir sobre el próximo partido de fulbito o fútbol y, lo más interesante, piropear a las muchachas del barrio que tenían que pasar por la esquina aquella ya que allí había una bodega, o tienda de abarrotes, de propiedad de un "chino". Esa bodega de la esquina de mi barrio hace muchos años que desapareció; ya no hay bodega ni ningún chino allí sino más bien hay una tienda de venta de estantes de vidrio. El "Chino de la Esquina" de mi antiguo barrio queda solamente en mis recuerdos y algunas notas que he escrito al respecto.
Antes de dirigirme por el Jr. Ancash hacia la Av. Abancay, me di la vuelta y, con cierta nostalgia, me despedí de mi antiguo barrio. No me había encontrado con ningún amigo o conocido en mi recorrido por mi antiguo barrio.
Me causó extrañeza ver que el Hospicio Ruiz Dávila estaba siendo remodelado para colocar allí oficinas del Congreso de la República. Pero lo que más me molestó de aquello fue el no encontrar allí a la picaronera que solía colocarse todas las noches en la entrada del Hospicio aquel a vender los picarones más deliciosos que haya probado en mi vida. La molestia no me duró mucho ya que unos pasos más allá, frente a la Casa de las Trece Monedas, que ahora es el Museo Nacional Afroperuano, la picaronera aquella ha colocado su puesto de venta de picarones por lo que, sentado en uno de sus bancos, me deleité y endulcé el paladar saboreando los picarones aquellos y haciéndole saber a la señora picaronera de que había llegado especialmente desde Australia a saborear sus riquísimos picarones.
Mientras saboreaba los picarones vino a mi mente que unas horas antes había almorzado en un restaurante de prestigio y, en ese instante, me encontraba sentado comiendo de una carretilla. Pero, a pesar que disfruté mucho del almuerzo, que estuvo delicioso, gocé y me sentí muy a gusto comiendo mis picarones en carretilla... y es que a mí, por más humildes que éstas sean, me gustan y atraen las cosas sencillas y simples de la vida, aparte que no me olvido donde nací.
(De visita en Lima)
.