CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
MAYO:
MES DE LOS TRABAJADORES,
DEL LEGADO DE LA PAPA DEL PERÚ AL MUNDO,
Y DEL MAESTRO ENCINAS
PEREGRINACIÓN A LA TIERRA DE VALLEJO
ENTRE EL 27 Y 29 DE MAYO EN SANTIAGO DE CHUCO
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
LUNES 9 DE MAYO
DÍA MUNDIAL DE LAS AVES
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
CANTO AL AMANECER
Por Danilo Sánchez Lihón
1. Es tu sangre
Rodrigo por fin consiguió que su abuela le obsequiara los dos periquitos que le pedía desde hacía meses. ¡Y años tal vez!!
Le ha tocado uno carmesí con tornasoles de ópalo y el otro azulado con iridiscencias de color azafrán.
La señora los extrae de su inmensa pajarera donde una maraña de pajarillos de todos los colores y trinos nacen, crecen, se reproducen.
Y mueren, sin salir jamás de esa malla de alambres y pétalos de flores caídas de las macetas de que cuelgan hacia afuera.
El niño ha tenido que enfermarse para que la abuela se conmueva y acepte desprenderse de sus pajarillos.
No ha sido fácil. La última vez la señora puso otra condición cual ha sido que tenía que traer una jaula nueva para llevarlos.
¡Y que no se fueran a volar por el camino, por favor!
– ¡Ya deja de hacer sufrir más a mi hijo!, –ha protestado hoy día la mamá de Rodrigo, e hija de la señora–. Lo estás enfermando con tus caprichos. Parece que más te importaran tus pajaritos que las personas. ¡Y es tu propia sangre. –Le reprocha así a su madre.
2. Cómo los va a criar
– Tú no sabes lo que es criar y querer a los animales.
– ¡Tienes tantos! Y es tu nieto quien te pide. No es un niño extraño ni ajeno- Meses y años que lo tienes ilusionado. ¡Es tu sangre, mamá!
La abuela adora a su nieto. Pero más puede el escrúpulo de cómo los va a criar.
Pero, ahora, ha tenido que ceder, prestar ella misma una jaula.
Y hoy mismo los dos pericos han cambiado de casa.
Al despedirse de las avecillas todavía desde la puerta recomienda:
– El agua fresca que le pongan. Hay que cambiarla todos los días”.
O esta otra:
– La clase y calidad de los granos de alpiste escogerlos de un casero de confianza, nada de comprarlos de ambulantes.
Y más aún:
– No se olviden la hora de abrigarlos. Cubran la jaula con una manta.
Y sigue:
– Han de tener cuidado del gato que tienen en la casa. ¡Y de otros animales que pueden hacerles daño!
3. La policromía de sus alas
Y se ha despedido de ellos con los ojos cristalinos de lágrimas y el corazón enturbiado por la pena.
La llegada de los pericos a la nueva casa es todo un acontecimiento. Correrías, nerviosismo, alegría.
Pronto Rodrigo ha aprendido a darles de comer, a limpiar su jaula y a protegerlos del frío.
Y pasa horas enteras contemplándolos.
Le encantaba el movimiento de sus cabezas, los saltos que dan. La forma cómo toma el agua.
Le extasía la policromía de sus alas que se abren al sol. Y hasta le parece percibir debajo de sus plumas temblar sus minúsculos corazones con acompasados latidos.
4. Un grito herido
Pero hoy día Virginia ha salido temprano al jardín y ha querido acariciarlos. Abre la jaula y deja la puerta entreabierta.
El perico macho ladea la cara para ver mejor la abertura:
– ¿Qué es esto? –dice.
– ¡Cuidado con los peligros! –Le advierte la perica desde dentro.
De un brinco el macho. Llega hasta la puerta. Gira la cabeza a uno y otro lado y divisa las altas ramas del árbol en el centro del jardín.
Salta hasta allí. Y llama a su compañera. En seguida se lanza al cielo abierto.
Detrás de él le sigue la perica.
A la vuelta de la escuela Rodrigo ha ido a saludar a sus pericos en su jaula.
Y al no encontrarlos suelta un grito herido, como el de un cuchillo penetrando en carne viva.
Y como un relámpago imagina lo que ha sucedido:
5. Buscaron rama por rama
– ¡Mamáaaa!
La mamá casi ha rodado por las escaleras por socorrer a su hijo: pensando que un puñal le ha atravesado por el pecho o por la espalda:
– ¡Qué ocurre! –grita a su vez al llegar.
– ¡No están mis pericos!, –chilla el hijo desesperado.
La mamá al ver la jaula vacía comprende toda la realidad: ¡os periquitos habías escapado!
Ya reunidos los demás hermanos miran por todos los contornos. Buscan rama por rama entre las plantas. Se asoman con escaleras a mirar las paredes y los patios de las casas vecinas.
No. ¡No están!
– ¿Quién abrió la puerta de la jaula? –Es la pregunta que se hacen.
Nadie contesta.
6. Escucharon los pasos
De pronto Virginia emite un gemido, se encoge contra su pecho y empieza un llanto incontenible. Está desesperada.
– ¡Es culpa mía! ¡Es mi culpa!
– ¿Tú fuiste?
– Sí. ¡Pero yo solo querido acariciarlos!
Los hermanos lloran toda la tarde.
La madre anda silenciosa por la casa. Todos esperan la llegada del padre.
A Virginia han tenido que acostarla en su cama porque le duele el pecho. Y hasta ha hecho fiebre.
Rodrigo da vueltas, subiendo y bajando la azotea, desde donde mira con rencor y hasta odio a cada gato que pasa.
Ya de noche se escuchan los pasos del padre que llega. Y todos corren a abrirle la puerta.
7. Haber, cuéntenme
– ¡Papá! ¡Los periquitos se han escapado!
– ¡Se han perdido, papá!
– ¡Es una desgracia para la familia!
– ¡Virginia dejó abierta la jaula y se han ido.
– Nadie sabe adónde! –le dicen trabándose agitados, entre gemidos.
– ¿Y dónde está Virginia?
– En su habitación. La he acostado en su cama. Se siente mal la pobrecita. Hasta creo que tiene fiebre. –Dice la mamá también llorosa.
Ya en el cuarto Virginia se abalanzó a los brazos del padre.
– ¡Es mi culpa, papá! ¡Es mi culpa! –Solloza.
El padre la abraza, la tiene contra su pecho y después la sienta en sus rodillas. Abraza a Rodrigo y sienta a los demás al borde de la cama.
– Haber, cuéntenme. ¿Qué ha pasado?
8. ¡Han desaparecido!
Todos hablan a la vez, repitiendo lo que unos y otros saben.
– ¡Es culpa de Virginia! –concluye Emilio, el hermano mayor.
– No es culpa de tu hermana, porque ella no ha querido que se fueran. Al contrario, quiso darles cariño, –empieza diciendo el padre.
– Pobre mi hijita, se siente culpable. Y está destrozada, la pobre. –Aduce la mamá.
Virginia otra vez no puede contener un llanto desconsolado.
– ¿Han buscado por todos lados?
– ¡No solo aquí en la casa, sino que hemos ido por todo el barrio y preguntando casa por casa, papá!
– ¡Y no están! Hemos subido con escaleras para ver por los techos. Hemos subido incluso a los árboles del parque. ¡Han desaparecido!
9. Y fuimos felices
– Bueno, hijos. –continúa el padre– Para nosotros de repente ésta es una pérdida, que la sentimos mucho, pero para los periquitos es un día feliz.
– ¿Feliz, por qué, papá?
– Porque están libres y quieren hacer juntos su destino.
– ¿Quienes? ¿Los pericos?
– Sí.
– En la vida de ellos ésta será una fecha inolvidable que recordarán así:
Un día una niña como un ángel se acercó, nos acarició las alas, nos miró con ternura y dejó entreabierta la puerta de la jaula.
Entonces volamos hacia un árbol alto y luego por el cielo azul hasta un árbol donde hicimos nuestro nido, tuvimos nuestros hijos y fuimos felices.
Con el rostro congestionado Rodrigo exclama:
– ¡En qué barriga de gato estarán mis dos periquitos!
10. Días inconsolables
– Ningún gato ha devorado a los pericos –explica el padre–. Y les digo por qué:
Primero, habría plumas en algún lugar. ¿Las hemos encontrado? ¡No!
Segundo: Si los periquitos han podido volar por encima de estas paredes quiere decir que vuelan bien.
Y, tercero, los animales saben defenderse y superar peligros.
Además, no es uno solo, son dos. Y una pareja tiene mayores fuerzas para luchar, porque entre ellos se ayudan y defienden muy bien.
– Gracias, papá. –Dicen.
De todos modos, los días siguientes son tristes inconsolables para Rodrigo.
Sus ojos se nublan mirando las azoteas lejanas, queriendo ver aparecer y aletear a sus pericos.
11. Dichosos como nunca
Rodrigo sigue limpiando la escudilla, cambiando el agua anterior por otra nueva y fresca, poniendo temprano la ración de alpiste.
Esta madrugada ha corrido agitado a despertar a sus padres:
– ¡Papá! ¡Mamá!
– ¡Qué sucede, hijo!
– ¡Vengan corriendo!
– ¡Qué sucede, Rodrigo, dinos!
–¡Los periquitos están en la ventana!
En el pálido nácar de la madrugada, y recortados ante el cielo tenuemente rosado, amarillo y celeste, gorjean dichosos como nunca.
Están los dos periquitos: uno rojo y el otro azul.
Libres y deslumbrantes con sus vuelos se lanzan hacia el amplio cielo añil y se posan en el árbol del patio.
Padres e hijos se quedan viendo y escuchando emocionados.
12. Libres, sanos y felices
¡Es espléndido verlos revolotear, alzarse y dejarse caer en el aire! ¡Hacer picadas y rozar sus alas, una con la otra, hasta venir casi a posarse en las manos de Rodrigo!
– ¡Papá!, –dice con los ojos llenos de lágrimas.
– Sí, hijo.
– ¿Has notado que cantan en dirección a la ventana de Virginia?
Los padres no se habían dado cuenta de eso.
Virginia, a estas horas duerme en su cama, sin saber que una pareja de periquitos felices, cantan para ella en el amanecer de un día hermoso...
¡Completamente sanos y felices! ¡Y libres en el día que amanece!
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