1. El fondo
de un enigma
– ¡Hijos, levántense! ¡Ya el sol está alumbrando lindo! ¿Y ustedes siguen durmiendo? ¡Miren qué precioso que está el día!
Tiramos
las mantas, dejamos la cama de frazadas tejidas de lana de oveja, donde
dormimos arrullados con los balidos y el sonar de las esquilas que
perduran en nuestros sueños y perviven en nuestros destinos.
– ¡Buenos días, mamá! –Le decimos restregándonos los ojos.
– ¡Buenos días, hijos! ¡Miren afuera el sol!
Arrimamos
la tranca, deslizamos en su ranura el postigo y abrimos la ventana. Y
¡ah! la luz del sol nos sacude con sus alas y nos envuelve en su
plumaje, hiriendo apenas nuestros párpados con sus cabellos de oro. Y se
posa en nuestra frente. E inunda el torrente de nuestra sangre,
quedándose quieto nuestro corazón, con los ojos entrecerrados, pero
bañados en su luz, sintiendo hondamente habitar en el centro de la
creación.
Y
allí permanecemos en el umbral de la puerta con los ojos enceguecidos,
sumergidos dentro del estallido del universo haciéndose, sintiendo que
vivimos en el fondo de una joya, de un milagro y de un enigma.
2. Amatistas
y azahares
Salimos
al corredor donde la luminosidad del sol todo lo abarca bajo su manto
de oro: las paredes, los balcones y las techumbres que se extienden como
un mar de techos rojos y paredes blancas. Donde todo resuena en la copa
de una diáfana campana. Y todo está sumido en una honda fragancia. El
sol dorado, amarillo, infinito, ha tendido majestuoso su alfombra de
amatistas y azahares en el suelo.
– ¡Gracias, sol! –Musitamos arrobados.
¡Gracias
por ser universal, y por ser a la vez aldeano! ¡Y de entrecasa!
¡Gracias por estar al fondo de nosotros mismos y en lo alto de los
tejados y del cosmos!
¡Gracias
por estar en el trono del firmamento, pero igual aquí rendido en estas
baldosas! Y humilde como un can familiar en la grada de la escalera. Y
hasta entrando oblicuo al interior de los aposentos.
¡Gracias
por estar en las piedras del muro como en el tallo alto de las espigas
que se mecen al pie del muro! Y en sus flores, como en la tierra
apisonada.
¡Gracias
por posarte en los ventanales, en los balcones y en cada cosa y objeto
pequeño! Y en cada uno de los enseres con que acompañamos nuestras vidas
en esta tierra, como en los peldaños de la escalera por la cual subimos
y bajamos.
– ¡Se está desbordando el agua del pozo! ¡Corran a tapar la entrada!
4. Malvas
y retamas
Ya
en la escuela, enfilados en el patio de tierra amarilla, endurecida por
los pies de los niños y las lluvias furtivas, el sol emerge a través de
los geranios resaltando el añil del cielo detrás de los cardos y las
malvas nacientes que brotan entre los resquicios.
Porque
el patio está bordeado de macetas y jardines, pero igual: hay flores
que sobresalen de entre las piedras, donde florecen también los sunchos
pasmados, los claveles rojiblancos, las malvas y retamas amarillas.
Bajo
el sol se abrillantan las copas de los árboles que emergen desde las
huertas vecinas; y cuelga una sombra al pie de los pilares, resaltando
aún más los matices de los enseres.
¡Sol
tendido al pie de las pircas de piedra como un lebrel de oro! ¡O
volando, como un gorrioncillo fiel! ¡O derramado por los suelos como una
jarra de agua cristalina y de miel!
Que
te posas en las nieves inmarcesibles, como en la puna inconmensurable.
Que te asomas a los abismos y precipicios, pero que también estás
alumbrando y dando abrigo a cada ser por minúsculo que sea. Presente en
cada mínimo e ínfimo detalle.
5. Las golondrinas
azuladas
El
maestro, primero con las manos levantadas en señal de atención, las
hunde luego en el aire delante de su pecho y empezamos a cantar,
desgañitándonos con los rostros levantados a los aleros donde revuelan
las golondrinas azuladas:
¡Oh sol! ¡Oh sol!
¡Oh nuestro padre el sol!
Tu luz, tu luz
tu luz nos cubre ya.
¡Oh sol! ¡Oh sol!
la vida tú nos das
oh sol, oh sol
la vida tú nos das.
Que
es cuando entrecerramos los párpados, dejando pasar por entre nuestras
pestañas los rayos descompuestos en los siete colores del arco iris,
ordenados en corpúsculos de luz que se deslizan a lo largo y ancho,
trémulos y multicolores.
Y
así miramos los tejados, la vastedad del cielo azulino donde se
revuelven las nubes blancas. Y seguimos cantando a pecho inflamado:
6. No nos prives
de tu luz
¡Oh, sol!
Arde siempre allí
en tu cielo azul
y envía hasta aquí
tu luz, tu luz, ¡oh sol!
Cantamos
a gritos, convictos y confesos, con el alma henchida, con nuestras
voces agudas que horadan las nubes y se elevan con más ahínco en el
cielo azulino.
Y
más al saber que el sol fecunda las espigas y duerme en las parvas de
trigo, haciendo madurar al pie de las horquetas el grano propicio que
nos da el sustento de cada día. Por eso atronamos en la fuga de la
canción del Himno al Sol, que dice:
No te escondas
tras las nubes,
no nos prives
de tu luz.
Tristes viven
nuestros campos
cuando falta
tu calor.
¡Oh sol! ¡Oh sol!
Sol
que ahora trepa la escalinata que sube del patio al segundo nivel. Y se
recuesta en el muro que va por el corredor a la puerta de los salones
de la escuela fiscal.
6. El fulgor
de sus alas
Sol
que ha trazado en el ambiente una geometría exacta para cada uno de los
seres y las cosas, delineando superficies, bordes y esquinas.
Que ha dorado con su hondo brillo amores inolvidables en los adobes de tierra. Que es centelleo oculto, nervioso y recóndito.
Por
eso, cada mañana reverenciamos al sol en nuestras vidas, cantando en el
patio de la escuela al sol que dora todo el universo, vasto, pero a la
vez sencillo.
¡Más aún el sol de junio! Que es limón en flor, y un alto oleaje de plumas amarillas.
¡Lámpara encendida! ¡Mariposa viva de hojalata e ilusión! Fogón con luz de estrellas.
¡Sombra de Dios! Y en él, ¡el aroma de todas las cosas sinceras e inocentes! ¡Nítidas, precisas y exactas!
Latir del sol que está en los piidos de las aves. Y en el fulgor de sus alas cuando vuelan.
7. Todo
el infinito
¿Qué es el sol entonces este día de junio en que contemplo extasiado tu vestido de niña?
¡Es la vida tan honda y tan vasta! ¡Tan intensa y tan llana!
Es un pañuelo que ampara y que saluda. Es el temblor de mi mano en lo insondable de tu mano y de tu corazón.
Donde
el sol quiere ser una alfombra y un musgo de oro y de plata, trazando
los perfiles de todo lo creado. De lo que está cerca y de lo que está
lejos todavía.
Buscando
hacértelo caber en la luz de tus ojos. Alrededor de ti. En el lugar en
donde te sientas a contemplar el mundo, sin atrevernos a avanzar un paso
más para tocarlo, porque desde ya es tuyo y es mío.
El sol sagrado en nuestras vidas. Que nos sumerge en los naranjos en flor.
El sol fundador, origen de todo lo que afirma la existencia. Que todo lo sana, que todo lo transforma y redime.
Este sol alcanzable con la mano, donde está todo el infinito y toda la eternidad. Y, si es así, ¿acaso no es milagro?