Danilo Sánchez Lihón
Son dos viejos
caminos blancos,
curvos.
César Vallejo
1. Son dos
los pasos
El
umbral es un madero que amarra de extremo a extremo los parantes
verticales por la parte inferior de las puertas, y que se coloca
horizontal, ligeramente elevado unos centímetros sobre el nivel del
suelo.
Nuestros
ojos, como atraídos por un imán y un abismo, al pasar se posan en el
umbral raído y desvencijado de la puerta de calle de la casa vetusta.
Hay
en esta madera vieja de la puerta, hechas de aliso, eucalipto o nogal,
dos hondonadas al centro del vano, que son el registro de los dos pasos
que ha dado la gente al salir o entrar por este cuadrante.
Son dos curvas en la madera gastada hechas por tantas pisadas de quienes han entrado o salido por sus marcos.
Son
dos, porque al pasar por aquí o bien se ha puesto el pie derecho o bien
se ha alargado el pie izquierdo, antes de dar el paso hacia adentro o
hacia afuera.
Y que han desgastado el madero con una hendidura ligeramente combada hacia el centro del leño.
2. Como también
las voces
Por aquí pasaron el varón llevando en brazos a su dama a consumar la primera entrega en su noche de luna de miel.
Sobre
esta madera se posó, en generaciones sucesivas, el primer anuncio o
sospecha para la esposa de contener en su vientre el temblor de una vida
nueva.
Este quicio registra el abrazo de dos hermanos felices o compungidos por tantos asuntos que nos depara la vida.
El alma de una madre anhelante por la hija o el hijo que yace enfermo y no se atina a saber qué es aquello que lo aqueja.
Como
también contiene las voces de los niños ilusionados en sus juegos. O
acosados en sus desvelos por oscuros augurios o presentimientos.
3. Deudos
desolados
Aquí
está el pie de la hija o la sobrina sonrojada por el primer beso que le
han robado al salir o entrar por la puerta, hecho que recordarán
quienes se dieron en tiempos y en lugares distantes y remotos.
En ese umbral ¿quiénes y cuántos se empinaron a ver lo que transcurría por la calle, invadida de luz o de penumbra?
¿Quién o quienes aquí se asomaron hacia la calzada para ver desfilar la comparsa de la fiesta?
Sea
en los bailes de carnavales o ya sea en la fiesta del Patrón Santiago,
nuestro Apóstol, donde son interminables las mojigangas que danzan o
bailotean.
O las huestes de los sublevados de las jalcas por intentar aplicarles un impuesto a sus tierras de pastoreo.
O bien, ¿quién desde aquí no contempló pasar el dolor de un entierro y a los deudos desolados arrastrando sus pesares?
4. La calle
en lontananza
Aquí están los pasos de entrada y de salida, donde bulle la noticia buena o espanta el aviso que hiere y que castiga.
Este travesaño curvo de tanto haber sido pisado, lo contiene todo, lo amargo y feliz, lo venturoso como lo desdichado.
Contienen
el amanecer en que el hijo tocó la puerta ya de regreso, después de
largos años de ausencia ¡y sin saber por dónde andaba!, apareciendo con
el rostro radiante de triunfo, y hecho ya un hombre.
Porque donde subsisten huellas hay vida y donde no las hay la vida desaparece.
Es aquí, exactamente en este punto donde se vivió ¡la satisfacción de una llegada, y el desgarramiento de una despedida!
Es
aquí precisamente en este sitio en donde se conoció o desconoció a
aquella persona que vino trayendo algo. Y se fue robando el corazón de
la hija más tierna y querida.
5. Espera
el regreso
Este leño tendido y lacerado sabe del temblor de la vida. Y esta es la medida de su asombro y de su ser inabarcable.
Ahora yace tendido y solo, mirando el horizonte de la calle en lontananza.
Y, ¡cómo si algo aguardara inamovible! ¿Qué? ¿Qué puede ser?
En
realidad, vela, permanece vigilante de los pasos que se acercan y de
otros que se alejan. Y los compara con los pasos que contiene.
Y vela.
Le preguntaré qué le ocurre y cuál es su expectativa.
Su respuesta es lacónica para sumirse luego en la contemplación de la espera:
– Espero el regreso de alguien.
6. El temblor
de sus pasos
Es su única respuesta misteriosa.
– ¿A quién espera?
Espera a alguien que lo justifica todo. Y para quien tiene sentido lo que él guarda.
Y
resiste leal, viejo y desgastado, en el sitio que el destino le tuvo
siempre asignado: al pie, en la parte más baja de la puerta.
Y resiste y persevera, aunque la casa ya esté en ruinas: las paredes se han ladeado, y el techo apenas se sostiene.
Las ventanas tienen resquicios por donde sopla el viento helado, y han crecido hierbas en los pisos.
Sin embargo, el umbral aquí permanece y perdura todavía esperando, como un perro fiel y amoroso.
– ¿A quién?
Aguarda el regreso de alguien. Y de ese alguien contiene el temblor de sus pasos y latidos.
7. Lo eterno
como lo efímero
Este
leño sabe lo esencial y por lo cual dar la vida. Sabe lo que está
perdido y lo que aún sobrevive. Y se lo encontrará algún día.
En esta curva hacia abajo está todo lo que se resiste a morir, alega y lucha a muerte contra el olvido.
Sabe
quiénes somos y en qué nos convertimos. Está convencido acerca de
¿dónde queda todo? ¿Cuál es el sentido? ¿Hay una trascendencia?
¿Dónde
queda lo vivido? Este leño es lo único que flota en el mar proceloso. Y
lo único que queda de un naufragio en que se convierte la vida
Este leño sabe lo que es eterno como lo que fue efímero. Es suya la inmensidad, lo finito y lo infinito.
Y aguarda a alguien, transido de angustia y lloroso de pena, y de trémula esperanza.
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