LOS PUENTES
EN NUESTRAS
VIDAS
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
El 3 de junio del año 1966 se inaugura en Inambari,
en Madre de Dios, el puente colgante más largo del Perú,
de aquel entonces, con 173 metros, de dos carriles, y una luz
de distancia entre sus dos altas torres, de 160 metros de longitud.
Sin embargo, ahora, los puentes más largos del Perú son: el Puente
Nanay, en Loreto, de 2,000 metros; el Puente Aguaytía, en Ucayali,
de 800 metros; el Puente Continental, en Madre de Dios, de 723
metros; el Puente Chilina, en Arequipa, de 562 metros. ¡Y
muchos más! ¡Y seguiremos construyendo puentes!
PUENTES
SOBRE
LOS RÍOS
Danilo Sánchez Lihón
Los hombres construimos
demasiados muros
y no suficientes puentes.
Isaac Newton
1. En
una flor
En
esta época del año los ríos en la serranía se precipitan en cascadas
espumantes porque es invierno en la cordillera. Llueve en la jalca y
llueve en el caserío.
Lluvias
que se hacen tempestades con granizo bajo los cielos anubarrados desde
los cuales se descargan centellas, relámpagos y truenos.
Las
aguas en los torrentes golpean en los cantiles y salpican a la tierra y
a las rocas de las orillas, en donde crecen unas flores de belleza
exquisita e inigualable.
Quizá
porque al fondo de esos abismos y hendiduras ellas contemplen imágenes
que nadie podría imaginar o contemplar jamás, sino solo ellas.
Quizá
porque las aguas tengan sueños de belleza sin par. Y, así como en todo,
el privilegio de expresar lo innombrable sea delegado en alguien
providencial.
Como corresponde esta dicha hacerla, en este caso, a una flor, aunque nosotros mortales no alcancemos a comprender.
2. Arriesgar
la vida
Pero quería referirme a algo aparentemente más rústico y pedestre: a lo que significa en esta época cruzar un río.
Con
frecuencia, repentinamente turbulento por alguna avalancha, como son
aquellos que recorren como venas doloridas y atormentadas la geografía
de la cordillera de los andes del Perú.
Que,
si cruzarlos de día es ya solemne, cruzarlos de noche es retar a la
muerte y arriesgar la vida impunemente. Es dramático y hasta trágico.
Pero
siempre hay el anhelo de llegar a la casa del bohío donde espera la
esposa y los hijos sin saber ni presentir el peligro que corremos y
afrontamos.
Nos atrae el fogón, el abrigo bajo el alero, las voces cotidianas de la compañera y de los hijos que nos esperan.
Tanto
que buscamos un atajo, unas piedras que sobresalgan de la correntada,
las cuales saltamos; mientras abajo se revuelven las aguas, ruge el
turbión y espantan los remolinos aciagos.
Donde cruzar un río siempre es arriesgar la vida.
3. Fuerza
del tiempo
Otras veces cruzamos buscando una playa en donde el caudal se extienda y hay que vadearlo sujetos a un bastón, báculo o cayado.
En
ese caso, estamos dispuestos a cruzarlo a nado y bracear en sesgo,
visualizando siempre a cuál orilla recurrir o de cuál borde cogernos.
Por eso, qué presencia fortalecedora y de aliento es un puente. ¡Qué coraje y qué señal de vida y de triunfo!
¡Qué hazaña es verlo erigido sobre el abismo! Un puente que resiste y afronta su designio mientras abajo ruge lo funesto.
Un puente que día y noche enfrenta esa prueba de las aguas que se revuelven y precipitan,
Sin saber en dónde el puente comienza y en dónde termina, siendo que es él todo abismo, y él todo el camino.
Así
como no se alcanza a saber ni comprender dónde comienza y dónde termina
el aullido, el devenir ni la fuerza del tiempo ni el destino.
4. Tajo
en la mejilla
No hay hora en que comienza ni hora en que termina un puente que pareciera que es al principio de todo sendero.
Porque, ¿quién va a saber dónde es el comienzo y el principio de una vía si todo se teje y entrelaza en uno y en otro sentido?
¿Ni cuando es el comienzo y el final de cruzar esta vida que se junta a las otras vidas?
Por eso, el puente al anochecer es un héroe empinado sobre la oscuridad y la noche desolada.
Es un semidiós ante el infierno y demonio que es el río y las aguas que pasan y discurren con violencia.
Y que, a veces, la calma suprema del puente no la logra contener ni sosegar en los pasos de la gente que camina.
Un puente es un tajo en la mejilla de lo eterno, un hálito que se sobrepone al rugido.
5. Casi
alados
Un puente es el aliento, el resuello donde lo minúsculo le hace frente a lo cósmico y desolado.
Es una voz susurrada al oído en medio del estruendo.
Son dos o más los maderos tendidos que se abrazan, hunden sus manos, sus hombros y sus pies para sostenerlo.
A fin de calmar tanta crueldad y ceguera, con la amenaza temible de muerte y fugacidad en la esencia de todo lo creado.
De allí que puente es sueño suspendido sobre la esencia y la ausencia del ser que es el río.
El puente es quien desde lo alto contempla cómo llega y pasa fugazmente bajo su sombra lo eterno.
Siente,
tanto el fragor de las aguas que se deslizan, como el dolor de las
almas cuyos leves pasos sopesa sobre la superficie de lo efímero.
Y registra el aliento de sus bocas, pese a que sean leves y casi alados y etéreos.
6. El pálpito
y aliento
Y no hay puentes como aquellos que se atreven a hacerle una señal de la cruz a los ríos de mi tierra.
Y que en estos días ya sabemos que resisten con denuedo el embate de las aguas desbocadas e insomnes.
Y
el fragor del turbión que se debate incontenible allá abajo. Y que en
verdad no pasa, sino que se queda con su gemido y esencia en el fondo de
nuestros sueños, incansable de socavar golpeando la roca inmutable.
Y me refiero a los puentes de los caminos de a pie, y no tanto a los puentes de las pistas o las carreteras.
Me refiero a los puentes encarados o hechos desde el temblor, el pálpito y el aliento primigenios.
El puente de la sangre sobre los abismos de piedra, de cascajo y lodo.
7. Descalzos
y a pie
Puentes que a estas horas estarán a oscuras, porque es de noche cuando esto te escribo desvelado lector.
Que
estarán soportando la eternidad que se debate abajo en el peñón de sus
cimientos y en los precipicios de su luz y aire inevitables.
Puentes que resisten que se desmorone el barro con que se recubren los maderos para hacerlos menos sufridos y más amenos.
Y
para que no se deshaga el barro que nos conforma mientras dura la vida,
y resistan los cigüeñales que se extienden de piedra a piedra o de
peñasco a peñasco.
Puentes que permiten que un esposo, o que un padre o que un hijo lleguen a sus casas sorteando la fragosidad del camino.
Y
la fatalidad que se cierne bajo las plantas de los pies de todo ser
humano, que, aunque vayamos con ojotas o zapatos siempre en esta vida en
relación a los cimientos de la muerte, cruzamos los puentes que se
tienden y por los cuales pasamos a oscuras, descalzos y a pie.
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