Danilo
Sánchez Lihón
1.
Una sola
evidencia
Se dice que si dudásemos ya
sea por un momento o de un modo continuo, de que el Paraíso existe, nos
bastaría una prueba sencilla: que se nos muestre, esto es: una sola flor que allí
crece y que tiene todo el aroma de ese lugar.
Que si no tuviéramos
suficiente seguridad de que hay una dimensión trascendente en nuestras vidas y
más allá de la muerte, nos contentaría ese testimonio concreto que resultaría
irrefutable.
Que si nos entrasen
cavilaciones de si hay o no hay un Dios verdadero, amoroso y omnisciente nos
bastaría para despejar incertidumbres con un hecho efectivo y tangible, en
donde no nos quepa duda que está palpable e innegable su providencia.
Y entonces en ese proceso
lleno de recelos y cavilaciones y ya obtenida esa prueba, nosotros no
tendríamos nunca más vacilación alguna. Si tuviéramos esa evidencia, testimonio
y constancia, concentrado en un hecho real, eso bastaría. ¡Ya no cabría reparo
alguno! ¡Y creeríamos!
¿Como qué por ejemplo? Lo
que les decía: ¡qué de aquel reino se pusiera en nuestras manos una flor! ¡La
Flor del Paraíso!
2.
¿Entonces
qué?
Y que por donde se lo mire,
aquella flor por su excelsitud solo tiene que proceder de aquel lugar, puesto
que sería inconcebible que se piense siquiera que proviene de cualquier otro
sitio.
Puesto que además la
exigencia ha sido que esa flor sea real, concreta y asequible. Diríamos
entonces: ¿qué más constancia y evidencia contundente de que esta flor
primigenia e impoluta viene de allí?
¡Que no cabe que una flor
así pudiera hundir sus raíces en otro mundo que no fuera aquel! Que solo puede
brotar en el Paraíso. ¡Y entonces es verdad que él existe! Y que hay una
dimensión trascendente más allá de esta vida ordinaria, pedestre y mezquina.
Ya nadie entonces
cavilaría, y sería indiscutible que Dios es verdad. Siempre y cuando esa flor
apareciese y nos constase totalmente que es auténtica, que no es fábula, ni
cuento, ni habladuría, ni invento.
¿Entonces qué? ¿Qué
diríamos? Ya nada. Aceptaríamos la evidencia. Pues bien: ¡Esa flor primorosa,
evidente y excelsa es la Madre Teresa de Calcuta!
3.
Con tal
de
salvar vidas
Para el mundo moderno lleno
de atrocidades, crímenes y violencia sin par, es flor excelsa.
Que nos consta. La hemos
visto, purísima, incluso los medios de prensa y de comunicación han registrado
su figura. Y cada accionar suyo, día a día.
Y no solo porque irradia
esa pureza, sino por algo aún más contundente: se arriesga a lo más grave,
extremo y mortal, en esta y seguro que en otras, vidas.
Pone sus manos en las
llagas de los enfermos de lepra, atiende sin temor a la sangre de los
infestados con Sida. Recoge moribundos a
veces contaminados de gusanos y plagas contagiosas, de los basurales de esta y
la otra ciudad del mundo.
En Chernóbil no le arredró
las radiaciones de la planta siniestrada, con tal de salvar vidas y darles
esperanzas.
En Beirut atravesó las
líneas de fuego de los dos ejércitos en pugna, con tal de rescatar niños que
quedaron atrapados, y que corrían peligro de muerte.
4.
Fortaleza
e
inspiración
Su vida la reconoce como un
instante fugaz, pero también, y a la vez, y al mismo tiempo, eterno.
Entonces, ¿qué nos queda?
Ser sencillos, sinceros y valientes. ¡Y creer!
¿Porque, acaso, alguien
puede ya dudar? ¿Y creer que no es ella una Flor del Paraíso, palmaria,
evidente y absoluta?
Que además: ¡tuvo como
nosotros los pecadores tiempos de sequedad, de aridez y sufrimiento!
Períodos en que Dios era un
camino que se perdía en el páramo o en el desierto de los días, sin huellas por
dónde seguirlo.
Sin embargo, continuaba
lavando heridas, curando enfermos, orando por todos quienes sufrimos.
Seguía atendiendo a
moribundos. Seguía padeciendo junto a Jesús, pero teniéndolo a él siempre
presente como guía, fortaleza e inspiración.
5.
Verla
en
persona
La dimensión y el
significado de la Madre Teresa queda graficado en una anécdota sencilla que
aquí trataré de contarla: Bañaba a un leproso, y un periodista inglés se
anotició que ella estaba cerca.
Reconociendo que la suerte
le deparaba el privilegio de conocerla, fotografiarla y poder entrevistarla, se
apuró entonces en ir hacia ella. Pugnó por entrar al local y efectivamente pudo
conseguirlo: verla en persona a la Madre Teresa era una primicia, pero verla
lavar a un leproso…
Al contemplar la escena de
cómo limpiaba las llagas y exprimía las pústulas; de cómo desprendía las placas
de los abscesos, unos húmedos y otros resecos, no lo pudo soportar.
Al invadirle el olor
nauseabundo de los tejidos dañados que se desprenden como guiñapos del cuerpo
necrosado y al contemplar la rigidez inexpresiva del enfermo por el sistema
nervioso atrofiado, y ya sin poder soportar lo que sentía el periodista tuvo
arcadas, náuseas y después prorrumpió en
vómitos incontenibles.
6.
Sí
por
amor
Y aún más le estremecía al
periodista el horror de ver cómo esa persona sana podía ser contagiada por la
lepra que es una enfermedad extremadamente infecciosa.
Ya repuesto de sus
dolencias y mortificación, pero a una distancia prudencial alcanzó a decir:
– Ni por un millón de
dólares yo haría lo que ella hace.
Pudo escucharle la Madre
Teresa, quien besó amorosamente al enfermo, se secó las manos y acercándose un
tanto al periodista le expresó:
– Yo tampoco lo haría por
un millón de dólares. Pero sí por amor.
Y es en esta frase en donde
está la clave; es en este pasaje aparentemente simple, y hasta fútil, en donde
se resume y contiene toda la significación del apostolado de la Madre Teresa de
Calcuta, tan necesario, urgente y fundamental en la actual sociedad de consumo.
7.
Por
dicha
razón
No se arredraba ella ante
la lepra, como tampoco ante el sida, ni ante el espanto de las radiaciones en
Chernóbil. Ponía sus manos, su alma y su corazón allí donde el espanto y la
crueldad asolan y devoran al hombre. Más ahora en que pareciera que todo está
dominado por la ley de la oferta y la demanda, por el dinero, los negocios y la
mercancía, ¡qué importante entonces la evidencia de sus actos!
En el esquema aquel que ha
convertido al hombre en un ente que acumula riquezas materiales, y al ser
humano que porta el don divino en una cifra y en una acción de compra venta,
qué fundamental resulta su predicamento.
Por dicha razón una vida
así resulta trascendental por ser una prédica a favor de lo que nunca
debiéramos perder, cual es el sentido trascendente de la vida y el amor como su
enseña. Y un pasaje como el que hemos comentado quizá en su aparente
simplicidad grafican el valor de una presencia fundamental en la vida de todos
los tiempos, un destino como el de la Madre Teresa de Calcuta, quien es entre
nosotros una Flor del Paraíso, para que no nos quepan dudas de que él existe.
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