Danilo Sánchez Lihón
1. Las canciones
quechuas
Es cantando cómo logramos una educación de la alegría
y la solidaridad. Es cantando cómo nos sentimos “uno“. Y, a la vez, nos
sentimos “todos”. Es con las canciones que comulgamos con la tierra que
sostiene nuestros pasos, con el mundo que nos rodea y con el cielo que nos
protege, ampara y cobija, ya sea día soleado, ya sea en la tarde de penumbra, o
ya en la noche tachonada de estrellas.
Ya sea en la claridad de los cielos despejados, ya sea
en los horizontes translúcidos y bajo cielos revueltos por los nubarrones que
anuncian horas de tempestades. Sean las canciones en noches que velan nuestros
sueños o ya sean en los amaneceres estupefactos.
José María Arguedas respecto a todo esto, cuando
explica cuál fue la raíz de su vocación de escritor y dónde fue que recogió los
elementos más primigenios de su adhesión al mundo indígena, y con ello la
fuerza para trazar muy alta y lejana su realización en el mundo, explica lo
siguiente:
“Creo que influyó mucho la belleza de la letra de las
canciones quechuas que aprendía durante la niñez, debía tener 6 o 7 años cuando
ya cantaba en huaynos algunos versos”.
Quizá canciones como esta:
Qué alegres
rodeaban
en las
madrugadas
lindas
pariguanas
de alas rosadas
Pobres
avecillas
ya no tienen
vuelo
porque han
perdido
todo su consuelo
2. El alero
del patio
Sobre esto mismo Juan Amós Comenius, el educador checo
por su origen pero universal por su influjo, y quien tanto ha contribuido al
desenvolvimiento en la formación del hombre en general, recomendaba la
educación del oído y de la vista, diciendo:
“No hay nada en la inteligencia –decía– que antes no
haya pasado por los sentidos y la emoción”.
Y nada hay más sensorial y emotivo, nada más personal
y vital, en razón de sentirse individuos y al mismo tiempo parte del ser
social, que cuando entonamos canciones.
Y mucho más si se las expresa enfervorizados, a campo
y pecho abiertos, en la edad de la niñez temprana que transcurre cuando uno es
niño y mejor –creo yo– si se las vincula a las aulas y a los patios de los
centros educativos.
Porque, ¿quién que las haya modulado en esos espacios
no recuerda con profunda emoción, en la evocación de la infancia, el alero del
patio escolar y echa de menos al compañero de al lado como un hermano y
camarada de destino?
Un
canto de amistad
de
buena vecindad
unidos
nos tendrá eternamente
por
nuestra libertad,
por
nuestra lealtad
debemos
de vivir gloriosamente.
3. Ya
de pie
En el patio de mi escuela todas las mañanas el
profesor desde el corredor iba dando la nota de las melodías y nosotros lo
seguíamos con nuestras voces colmadas. Todo el plantel cantaba en el patio,
canciones llenas de lirismo, quimera y exaltación por la vida.
Y al pasar a los salones lo hacíamos en fila y
cantando; subiendo a los corredores por unas gradas empinadas las cuales
conocíamos mucho más que las líneas de nuestras manos en donde está grabado
nuestro destino, pues sabíamos de cada una de sus grietas y rendijas y de las
salientes y rugosidades de sus piedras.
Y las subíamos prolongando el canto iniciado en el
patio, melodía que la seguíamos cantando a todo pulmón, por los corredores
entrando así, con bocanadas de viento musical en los labios y en el pecho a los
salones.
Ya de pie, frente a nuestras carpetas, seguíamos
cantando.
Cual
mariposas
de alas
doradas
cual tiernas
aves
que son
criadas
en un nidal.
4. Trazábamos
nuestro destino
Los profesores entonces se quedaban en el patio para
oír por qué ventanal salían las cadencias más nítidas. ¡Qué Año o qué sección
cantaba con más alma y mejor!
¡Quién era el coro de voces más esperanzadas!
¡Por qué puertas salían mejor nuestros sones
conmovidos e ilusos!
Y el salón y los niños que mejor lo hacían eran porque
tenían posiblemente el alma más firme, plena y encoruscada!
En mi escuela, en su patio rodeado de geranios, rosas
y claveles, festoneado por el borde de los tejados que recortan el azul del
cielo, donde bogan las nubes blancas, entonando canciones cada uno de nosotros
trazábamos nuestro destino lleno de coraje, arrojo y de valor.
Durante todo el año no pasó un solo día en que
dejáramos de cantar, a la primera hora de formación. Y más que cualquiera otra
enseñanza yo siento que ha quedado en mi alma el abrigo y la inspiración de las
canciones que entoné junto a mis compañeros en el patio de mi escuela humilde.
Así:
Hogar de mis
recuerdos
a ti volver
anhelo
no hay sitio
bajo el cielo
más dulce que el hogar.
5. Esencial
amar
Porque es allí, en esa circunstancia de entonar una
canción que el niño grita con profunda convicción su anhelo de luchar con
entereza por lo bueno.
Es allí cuando promete sin que él lo sepa, trazar su
propio destino con grandeza y forjar un destino mejor para todos.
Es allí cuando entresaca su heroísmo para adherirse a
la causa del bien común con total sacrificio.
y con esto señalamos algo simple en la educación, muy
al alcance de los maestros: las canciones escolares vinculadas al mundo de la
escuela engrandecen el alma.
De la escuela, de la cual casi siempre nos olvidamos.
La escuela pequeñita, mansa y hasta destartalada, pero que exorcizan para
siempre las canciones elevándola por las nubes.
En donde desde entonces se criba todo, incluso en
donde se decide lo trascendente de nuestras vidas, que ocurre cuando allí se
canta.
De eso estoy seguro. Y en esto de algún modo está la
clave para que los niños de hoy sean gigantes mañana.
A su sombra
las ovejas
se congregan
en tropel
en sus ramas
las abejas
cuelgan panales de miel.
6. Educación
en valores
A través de las canciones no solo se enseñan valores
cotidianos, sino que se inculcan en los niños emoción de heroísmo, hecho que
puede parecer incluso riesgoso mirado desde la perspectiva de la educación
contemporánea tan alentadora de facilismos, comodidades y proteccionismos.
Pero en la educación es esencial infundir el amor en
todos los órdenes y hasta el sacrificio, consagrando la vida a cumplir con lo
que son los deberes e ideales. Y es con las canciones que el idealismo se queda
para siempre vivo y contenido en el fondo del alma.
Ellas nos impulsan a ser héroes, a la vergüenza de
morir por el servicio a los demás, lo cual es la herencia más valiosa que un
hombre puede pretender albergar sobre la faz de la tierra.
¿Tenían conciencia de lo que hacían nuestros maestros
y padres?, porque a ellos corresponde la grandeza de habérnosla inculcado.
En las canciones está viva la posibilidad de que
volvamos a hacer la educación en valores, en este tiempo en que la sociedad
pareciera un barco que naufraga a la deriva.
Abrid ancho
paso
las palmas
batir,
que va el
Centro Viejo
marchando a la lid.
7. Amor
a todo lo creado
Educación en valores, que mucho necesita la sociedad
actual, a cuyo respecto una solución simple de cómo incentivarlos es haciendo
cantar a nuestra población, mucho mejor si en su práctica se involucran a la
vez niños, adultos y hasta viejos.
Al recordar las canciones de mi infancia y ver cómo
aludían a la primavera, al sol radiante brillando en las espigas, a las flores
y su hermosura, y a los arroyos que espejean cristalinos. Tanto que he pensado
si no estará allí la clave para fortalecer un alma luminosa y solar en los
niños que fueron y hoy luchan a brazo partido sin doblegarse y alentando los
más altos valores humanos.
Porque son esas canciones que nos ligan a la
naturaleza, resaltando de ella su hermosura y esplendor, animando al trabajo, a
la solidaridad y al amor a todo lo creado.
Porque aparentemente con el ropaje de lo sencillo e
ingenuo se trasmite en el fondo una recia sabiduría de la vida.
Dos amantes palomitas
penan, suspiran y lloran
y en viejos árboles moran
a solas con su dolor.
8. Cara
al sol
Hay en ellas una elección de belleza, de los dones
prodigiosos de la vida, de la dicha que es vivir entre hermanos, padres e hijos
y seres vivientes, como somos los hombres, los animales y las plantas, y cómo
es la naturaleza en general.
En las canciones es que podemos encontrar explicación
a qué es aquello que sustenta nuestro espíritu, qué lo hace fuerte ante las
adversidades, tierno incluso en los momentos en el exterior abruptos, como en
los trances amargos.
Y sería bueno reavivar las canciones de los fogones de
las casas nativas, aparentemente apagados pero que encierran una chispa viva en
el fondo del rescoldo en que han quedado y en donde anima todavía el espíritu.
Porque, es en la canción de la infancia en donde está
la base de todo el sustento emocional y espiritual posterior de las
personas. Así:
¡Oh sol! ¡Oh
sol!
Oh nuestro
padre el sol
tu luz, tu
luz
tu luz nos cubre ya.
Ellas son el cimiento de nuestra identidad, mucho más
si las hemos cantado cara al sol, con el pecho rebosante de entusiasmo,
entrecerrada la mirada como lo tienen quienes van a dar el salto que los
remonte a grandes alturas y distancias.
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