Danilo Sánchez Lihón
1. Y
lloran
–
¡Lleven sus sombreros, que el sol está fuerte! ¡Amárrense bien los
pasadores de los zapatos si van a subir por las peñas! ¡Cuiden a sus
hermanitos pequeños!
– ¿Y en qué van a traer el shayape? ¿Ya llevan rebozos, mantas, alforjas?
–
¡Tengan cuidado al trepar! ¡No se arriesguen por los precipicios!
¡Agárrense bien de las rocas! ¡No se asomen a mirar si es hondo el
abismo!
Así
nos advierten nuestros padres y mayores antes de que emprendamos la
travesía. ¡Vamos a traer shayape para hacer los nacimientos para
celebrar la Navidad!
Somos una tropilla de chiquillos, algunos ya estirando los hombros queriendo ser adolescentes. Unos más grandes que otros.
Pero
hay también quienes apenas pueden caminar, que son nuestros hermanos
pequeños que queremos dejarlos en casa, pero nos siguen y lloran por ir
con nosotros.
¡Y cargamos con ellos en nuestros hombros!
2. Ya vienen
los aguaceros
Y
así salimos la tropilla hecha de hermanos y hermanas, primos y primas. Y
algunos niños vecinos del barrio, en dirección a las cuevas de
Huacapongo.
Llegando
al canto del pueblo bajamos corriendo el sendero empinado que lleva al
río, cortando camino entre chacras en barbecho, hierbas crecidas y
cercos de espinas.
Y
lajas por donde nos resbalamos dando tumbos, para luego ponernos de pie
y doblar veloces cada curva agitando algún atuendo que llevamos en las
manos.
Y
después saltando sobre las piedras cruzamos las aguas verdes azuladas
de la corriente cristalina que en este tiempo carga el cauce del río
Patarata, dejando que nuestras manos sientan su ímpetu, hundiéndolas en
sus chorreras.
– ¡Oye, mira que el río ya está crecido!
– Tenemos que cargar a los chiquitos.
– ¡Es que ya está lloviendo en la jalca! ¡Ya vienen los aguaceros con rayos y truenos!
– ¡Un poco más y nos deja pasar esta corriente!
3. Es
hálito
¡Pero
he aquí, lo que hay que considerar para conocer el shayape! Es una
penca breve de hojas lanceoladas, que ha aminorado al máximo su tamaño
dando lugar a que se eleve un tallo esbelto desde su centro en donde se
traban sus hojas que son tiernas. Es una planta pequeña a la medida de
nuestras manos y de nuestro abrazo.
Es
idéntica a las pencas altas y ariscas de las cercas, pero el hecho de
que se hayan hecho mínimas, dóciles y compasivas, ¡nos conmueve tanto
que por eso que hacemos con ellas los nacimientos! ¡Es lo que más nos
enternece! Sin dejar de tener todas sus espinas, como también es la vida
para nosotros.
Pero
lo más grato es que en lo alto del tallo del shayape se erige una flor
insólita que expande una iridiscencia de cálices de un violeta intenso,
de donde se abren diminutas campánulas fucsias y blancas.
Es
con estas pencas diminutas que hacemos los nacimientos del Niño Dios en
un rincón de nuestras casas, devotas y ungidas. Es por eso, para
nosotros, una planta sagrada, animada por el hálito de lo que es puro e
inocente, como es el Niño Dios, a quien en verdad ella se debe y se
consagra. ¡Y que crece en las rocas más empinadas!
4. Y su flor,
¡viva!
Se
erige en los riscos más inhiestos. Gusta de los abismos y precipicios,
como si se compadeciera por ser ellos tan crueles consigo mismos. En ese
corte a cuchillo en vertical y en esas caídas a plomada ponen su gota
de fervor se engarza en la aridez y el silencio en que la roca está
sumida y allí permanecen solo por consolar a la piedra cada planta con
una flor.
Y
siendo así hacen que sus flores sean bellas, tenues y candorosas, como
si quisieran alegrarles el ceño fruncido a los barrancos. Uniendo al
alma rijosa de los peñascos y a la hondura de los despeñaderos, el ser
ameno, sencillo y núbil que ellas tienen; poniendo un brote de gracia y
encanto en las entrañas de lo aciago y terrible, aliviano la adustez de
sus talantes.
¡Y
claro que lo logran!, porque desde entonces las piedras enhiestas,
tupidas de shayape lucen ornadas de hojas y flores, como si tuvieran
bucles, moños y trenzas; u ostentan rizos, encajes y pompones. Por eso
es una planta de devoción para adorar al Niño Dios, quien supo hacer de
la ofensa y del mal hasta una senda de bien y de salvación. De allí que,
durante estos días de diciembre, pasen por las calles pollinos y hasta
caballos y mulos encrespados hasta desaparecer bajo los manojos de estas
plantas con su flor carmesí, estallante y solidaria.
5. El anteaño
pasado
– ¿A cómo vende la carga de shayape? –Le preguntan al arriero.
– A un sol nomás, mamita.
Son
tantos bultos que emergen desde el fondo de las calles, que parecen un
bosquecillo de árboles que caminan. O una alineación de piedras
florecidas que avanzan rozando bajo los aleros de los techos.
O
como carros alegóricos ingresando peregrinos por sobre el empedrado o
de tierra apisonada de que están hechas las calzadas. Como si los
breñales quisieran habitar en nuestras casas y vivir con nosotros, en
familia.
¡Pero
son atados de shayapes que los burros parsimoniosos cargan y que se
vende solo con el mero pasar delante de las puertas, en los primeros
días del mes de diciembre!
– ¿A un sol me dices?
– Sí, a un sol nomás, mamita. ¿Para qué más? Igualito que el año pasado. Y que el anteaño pasado también.
– Y, ¿por qué tan caro, pue?
– ¡Ay, mamita! ¡Un sol! ¿Caro te parece?
6. Y traemos
guijarros
–
¡Cómo no va a ser! ¡Ya que el shayape no lo siembras, ni lo riegas, ni
lo aporcas; ni siquiera lo deshierbas! ¡Solito crece para gracia del
Niño Dios!
– ¿Y los pollinos qué comen? Y yo, mamita, ¿cómo alivio mi hambre y mi sed?
– ¡A ver, bájame una carga! ¡Te voy a para el sol! Y quiero que me aceptes una canga con su mate de cedrón.
–
¡Gracias, mamita! Y mire cómo está el shayape, ¡verdecito! Y su flor,
¡viva y radiante como si fuera una luz o una estrella titilante! Y es
que esta mañana, de madrugada, recién lo he recogido.
– ¡Será por nuestro Dios bendito!
Pero
nosotros preferimos ir al campo a traerlo, porque además recogemos de
paso el musgo húmedo donde poner sobre un vidrio una laguna de patos.
¡Y
juntamos los trompitos de eucalipto para empedrar los caminos del
nacimiento por donde galope la caravana de camellos en que van montados
los Reyes Magos! ¡Y entresacamos helechos de algún arroyo, para adornar
un manantial donde croen las ranas y los becerros se acerquen a beber
agua!
7. La inmensidad
cabe
¡Y
traemos guijarros que semejan esmeraldas, zafiros y amatistas con qué
adornamos la entrada del pesebre! Y traemos arena blanca pulida que
jugamos a escurrirla entre los dedos, antes de darle brillo y hacer con
ella estrellas fosforescentes.
Pero,
cómo es, ¿no? Las estrellas, que son de aire y fuego, las hacemos con
nuestras manos de tierra y agua, porque la arena que hemos recogido ha
estado en el fondo del río para luego extenderse en sus orillas. ¡Y
hemos traído ramas de alcanfor para sahumar la casa!
Por
eso ahora que hemos vuelto estamos alegres y felices con las cargas de
shayape que hemos dejado en el corredor bajo el alero.
Y
nos preguntamos, ¿qué sentirán ahora estas flores de estar en una casa
amena y cantarina cuando antes han estado colgadas sobre los hondos
precipicios?
¿Qué
pensarán cuando aquí hay luz y voces de niños, mientras antes han
estado frente al vacío y, por las noches, frente a la oscuridad lóbrega y
tenebrosa?
¡Y
es eso la Navidad, sentir que la inmensidad, que es el universo y el
cosmos, caben en una casa! ¡Y al pie de la cuna de un recién nacido!,
como es el Niño Dios, que adoramos ungidos, fervorosos e inocentes.
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CONVOCATORIA