Danilo Sánchez Lihón
Aleteando la pena de su canto,
salta un gallo gentil, y, en triste alerta,
cual dos gotas de llanto,
tiemblan sus ojos en la tarde muerta!
César Vallejo
1. Un haz
de relámpagos
El gallo anuncia la salida del sol, no importa si el cielo esté límpido y sin nubes o no importa si esté encapotado y sombrío.
Basta este solo hecho para que ello sea digno de admiración y hasta reverencia.
El canto del gallo así es auroral, telúrico, como lleno de prodigio. Reúne la tierra, el agua, el cielo y las estrellas.
Convoca
al mundo de abajo, del subsuelo, que lo junta a este mundo de
superficie, ancho y ajeno, que lo lanza hacia el mundo de arriba.
El hurin, el hanan y el kay pacha, las plantas que brotan, los tréboles, las retamas, el agua de las acequias.
De
allí que haga surgir con su canto esmeraldas, amatistas y diamantes del
pozo de agua, y de su boca que queda abierta y donde dormitan seres
encantados.
Piedras preciosas que se derraman a partir de su pico y sus alas que deja abiertas y que se esparcen por el mundo en un haz de relámpagos.
2. De uno
a otro confín
Para eso, para cantar el gallo se sacude las alas, se infla, se encrespa; con las plumas se entiesan como una armadura de metal.
Para
ello se erige en el muro de piedra aún en la noche incierta, mirando el
horizonte y anunciando el sol saliente. ¿No es fabuloso?
Que es cuando su mirada se extiende Más arriba que los balcones y sobre los minaretes.
Sobre las torres de las iglesias y las espadañas de los cementerios, por eso abarca la vida y la muerte.
Su mirada se alza más arriba que las cúpulas de las catedrales.
Elevando su canto primordial hacia las techumbres lanza su quiquiriquí hacia las estrellas.
Pero también es el agua que pasa por el albañal. Es la acequia que corre y rebrilla a esa hora matinal con agua cristalina.
Y se abre en dos, en tres, o cuatro, como las páginas de un libro.
3. Nacido
para reinar
Para ello el gallo tiene sobre la cabeza una corona imperial con lóbulos que asemejan una espina dorsal.
Ungido
de plumas rojas, amarillas, azules y verdes, que suavemente se deslizan
y recogen en su golilla o muceta, según el gallo recoja o estire su
cuello.
Y
dos barbillas que cuelgan redondeadas a los costados de su garganta.
Con reflejos tornasoles en su dorso, dada su investidura de monarca.
Salta
entonces a lo alto de la pared. Mira. Se detiene, ausculta el
horizonte. Oye por un momento si alguien se adelanta a su anuncio.
Y
canta. Su cresta carnosa y compacta es una antena orientada al
infinito. Y sus grandes hoces, y las plumas timoneras, y hasta los
carrieles de su cola, se erigen como un arco iris.
El
gallo por eso es ufano, orgulloso y dominante. ¿Y quién no con ese
talante? Ha nacido para reinar, porque hasta cuando se detiene y mira es
imponente.
4. Dulce
o amargo
El canto del gallo se vincula al sueño, al inconsciente, al limbo que se abre entre el dormir y la vigilia.
A
dejar el mundo interior y asumir el mundo externo, no siempre
coherentes sino más bien llenos de grietas, de hoyos negros y de ruedas
que se atascan.
Se
vincula al despertar, a esa hora en que repasamos si este mundo está
bien o está mal. Es el primer enlace de saber quiénes somos.
–
¿Quién soy? –Nos preguntamos–. ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ¿Está
bien todo o tengo algún asunto pendiente? ¿Soy feliz o desgraciado? ¿Hay
algo dulce o amargo, hoy aquí, en mi vida?
Se
vincula a esa hora en que nos removemos en la cama. Y palpamos la
textura de mantas y frazadas en la penumbra. Y trazamos la primera
geografía del vecindario desde donde el canto del gallo se eleva.
Es el primer movimiento con que se aparta la frazada y se echa pie a tierra, en donde sentados recién empezamos a despertar.
5. Se sumerge
en el cosmos
El
canto del gallo al amanecer se asocia al relente. Al rocío de los
campos en flor. A la tierra recién llovida, mojada y apenas oreadas por
la luna y las estrellas.
Desciende y se apareja con las plantas y la vida que despierta.
Se vincula a la noche que acaba y al día que comienza.
Es un chorro de agua no que se precipita de lo alto, sino que surge, brota y asciende desde la hondonada.
Es el humus del planeta que se eleva hacia lo alto.
Es como un río vertical e incólume; es húmedo y, es más: moja, anega e inunda la tierra.
En
él están todos los puquiales, el agua que se esconde en la quebrada, el
rumor tremendo del boscaje con el viento de madrugada.
Es un esfuerzo absoluto desde lo más hondo del ser, que traspasa las estrellas. Va más allá de todo límite, y se sumerge en el cosmos.
6. De lo vasto
y lo profundo
Viene
lento, prolongado y absoluto. Se vincula a los campos de trigo,
extendido en las laderas y colinas, mecidos suavemente por la brisa.
El canto del gallo se vincula a los maizales y a sus espigas. A los muros y linderos.
A la madre que junta a sus hijos; a los cercos de eucaliptos y alcanfores, a los corrales de pencas y de tunas.
A los magueyes que se yerguen a la vera de los caminos con su flor escarlata en lo alto.
A los techos con el relente de la noche fría en las tejas humedecidas.
Se vincula al brote de las flores bajo el muro, que han esperado el canto del gallo parta abrir sus capullos.
Se vincula al tapial en donde el gallo se empina, encrespa su plumaje, alarga su cuello y canta.
7. Es
una llamarada
Es torrente que fluye y mineral que permanece. Es cascada y es portento.
Canto del gallo entre la luz y las sombras.
Que espanta todo lo oscuro y a la noche misma tenebrosa.
No es uno solo el que canta. Es un rosario de cantos. Con él se puede hacer un collar, y hasta una cadena de abrazos.
El canto del gallo es siempre lejano, por más que esté aquí, cerca y a nuestro lado.
Abre la tierra en un surco y siembra el futuro, y la utopía y el mañana por venir.
Casi
siempre va acompañado del piido diminuto de algún pajarillo, breve e
indefenso, que casi siempre desaparece entre las hojas, las piedras y la
enramada.
Es el que siempre abre las puertas del día que vendrá.
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CONVOCATORIA