Danilo Sánchez Lihón
¡Hasta cuando seamos ciegos!
¡Hasta
que lloremos de tánto volver!
César Vallejo
1. Dardos
del arcano
Quienes
hemos nacido en algún arrecife del mundo andino nos hemos quedado
hechizados por un misterio indescifrable que nos mantiene despiertos,
fascinados y transidos.
Quienes
hemos abierto los ojos al abrigo de algún tejado de los andes en un
corredor vetusto y desguarnecido, es imposible que no permanezcamos
febriles, desvelados y ateridos por aquel enigma.
Quienes
cogimos el pulso y el aliento de la vida en el sitio más empinado de la
tierra, colindante al techo de nubes y a las estrellas, estamos
atravesados por los dardos de lo que es arcano, enigma e incógnita
indescifrable.
Por
eso, zumban en nuestros oídos los moscardones nómades de lo
incognoscible y secreto, que rozan sus alas en nuestras sienes y
corazones desvalidos y azorados.
Y
por eso retornamos cada tarde vivos o muertos, en cuerpo o espíritu,
hoy y siempre, eternamente, hacia esa región translúcida y aureolada de
misterio.
2. Y que tú
vuelvas
¡Y por eso volvemos! Incluso, es posible que quizá jamás nos hayamos ido del sitio de donde partimos.
Es probable que permanezcamos quietos y mudos bajo algún dintel en aquel lugar donde se erigía nuestra casa nativa.
Es
probable que si nos fuimos la vida verdadera se haya quedado temblando
mimetizada en una piedra del patio o del dintel de la puerta. Y sea eso
lo que padezcamos y tanto nos conturbe el alma, y nos hiera en la fuente
de la sangre tanto que pareciera que estamos hechizados.
Es
probable que quien se fue, salió y se despidió haya sido otro: un
aventurero, trashumante y andariego. Pero el núcleo y la raíz de lo que
somos se ha quedado al centro de lo que nos conforma, y permanece aquí
inconmovible.
Y
es probable que la periferia de lo que somos también esté intentando
volver siglo tras siglo sin poder hacer el viaje definitivo para que más
nos duela lo que es extrañar y querer tanto. Sin encontrar el camino de
regreso.
3. Zumba
en el aire
Es
probable que nuestro corazón se haya quedado inmerso en lo más pequeño e
inerme, talvez en una brizna de hierba, en una piedra pulida en el
fondo de una gotera.
Tal vez en un grumo de adobe, en un rayo de luz de una lágrima que se resiste a secarse y a morir.
O en una gota de lluvia extasiada cuyo rastro ni se evapora ni se olvida.
Y vivamos en un universo latente que tiembla y se estremece. Incrustado el espíritu en un pedazo de teja o de puerta caída.
En
una gotera de la pared, en una arista de la cumbrera en un balaustre
del balcón, desde donde observamos entristecidos la casa. Y que tú aún
no vuelvas.
Pero ya emprendimos el retorno.
Volvemos porque para eso nos fuimos. ¡Para un día retornar con tantos pasos andados, y caminos enrollados bajo nuestros pies!
De lo contrario la vida no sería ni arco, ni flecha, ni el impulso que vibra y zumba bajo el disparo de la saeta en el aire.
4. Un día
propicio
Volvemos
por tener que recoger nuestros pasos a fin de construir un sendero en
la morada que se nos asigne. ¿Porque acaso podremos ignorar lo vivido
por los siglos de los siglos?
Acaso,
¿es en vano haber cavilado tanto para seguir una senda, asegurándonos a
fin de que no se pierda el rastro de ella, ni solo sirva para el
instante en que se vive?
Volvemos por la cruz que hace la casa con el cuadrante. O por la aureola que la corona.
Pese
a los caminos inciertos para regresar, pese a los peligros infalibles
de quedarnos para siempre deambulando en una curva o en una explanada. O
pendiendo hacia el abismo.
Volvemos
por los caminos. Volvemos porque nos hemos quedado eternamente
subyugados por el aroma antiguo de nuestra casa soñada en el amanecer de
un día propicio.
Volvemos a la casa que guarda de nosotros sumergido en su suelo el anagrama de nuestro destino siempre inconcluso.
5. Los balaustres
pasmados
Y
la casa que abrimos en un retorno maravillado porque permanecimos sin
irnos jamás de ella. Y, sin embargo, volvemos, solo por la emoción del
retorno, sin irnos. Y volvemos no importa a retazos. No importa hecho
brizna, poña o jirones rotos y desvencijados.
Volvemos
desde la playa donde acampamos, esperando con ojos humedecidos la nave
que nos conduzca hacia la tierra del origen, que no olvidamos jamás ni
de noche ni cuando el día despunta y amanece.
¡Desato
entonces mis sandalias y quiebro la punta de las flechas y desarmo mi
aljaba siendo este el día del regreso! Regreso porque siento que tú me
estás esperando en algún recodo para ir juntos a la matriz, a lo más
hondo de la geografía de mi alma y de tu alma.
Para
entrar juntos a la pacarina y por ella al epicentro de las montañas. Al
fulgor de los bajíos y nevados; de tus ojos y los míos, de tu mirada en
mi mirada; de tus olvidos y cariños junto a los míos.
Regreso
también a lo más recóndito de los muros de piedra y en ellos al nido
diminuto de una golondrina. A lo vetusto de las paredes y de los
balaustres pasmados donde siempre hay una mariposa posada.
6. No
te remontes
A
quienes alcanzan a volver o regresar yo los he visto: bailar en la
plaza, a veces sin música, poseídos de su propia cadencia y ritmo de lo
que es volver al lugar de donde partimos. Y dan vueltas en torno a un
eje invisible, casi siempre inclinados a su propio corazón; oculto el
rostro, en un rito atávico; y además porque están llorando.
Hay
otros que regresan a su tierra y suben a la colina más alta desde donde
están largas horas sólo mirando la hondonada y el rebaño de casas en la
ladera, como si quisieran cazar o pescar algo inhallable.
Allí
empiezan a cantar un triste, un huayno o una marinera. Incluso han
acuñado un nombre para este rito del retorno. Y lo llaman echar una
pechada.
Porque
es el corazón el que se agita y danza. Y es cuando el pecho se
desgarra, se rompe o resquebraja. Y la manera de sanarlo es dejar que
aflore todo lo que lleva como carga, y dejar salir todo lo que está
dentro.
Es
decir, hay que dejar aflorar lo que está muy al fondo del alma. Y se
canta y se baila con los castillos que estallan y las bandas de músicos
que atruenan el aire: Paloma blanca, / piquito de oro, / alas de plata. / No te remontes, / por esos montes, / porque yo lloro.
7. Quebradas
y puquiales
Porque somos tú y yo las junturas de las claraboyas ya no afuera sino adentro del ser y de lo creado.
Y de la casa que se reconstruye y vuelve a cobrar vida, en este tiempo en que todo comienza de nuevo
Y somos la argamasa del adobe en nuestras manos y en nuestros corazones.
Porque
en los aleros y en las cumbreras de los techos como si nunca nos
hubiéramos ido y sobreviviéramos, porque a estas piedras estamos
intrínsecamente unidos.
Somos
el aire impalpable de que está hecha la escalera. El misterio que roza y
vibra en el campanario y en la asta de la bandera.
Como
también en la mirada y en su sombra que se ha quedado quieta en el
espejo raído, en la repisa, en el albañal y la grada que no acaba.
Como
en el trino que el zorzal lanza a la hondonada juntando a la casa por
cuyas tejas ya se cuela el humo del fogón que arde, los ríos, quebradas y
puquiales.
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CONVOCATORIA