Danilo Sánchez Lihón
1. utopía
andina
“Vallejo es el principio y el fin”,
es la frase con que José María Arguedas concluye uno de sus testamentos
literarios antes de morir el 2 de diciembre del año 1969.
Lo
escribe en aquellos momentos en que sabiendo que ha de ocurrir lo
ineluctable, hace un balance y síntesis suprema de todo. Y con el valor
más absoluto, porque en tales circunstancias ya no nos está permitido
equivocarnos. ¡Menos aún mentirnos a nosotros mismos!
Esta
alusión dicha por Arguedas en la víspera de morir y en su carta de
despedida, diciendo de aquel en su testamento que era el principio y el
fin, traza un arco de alianza, como antes y después lo hace con José
Carlos Mariátegui, porque en otro momento afirma:
Fue leyendo a Mariátegui… que encontré un orden permanente en las cosas.
Por ser así, su proeza y su legado es que no claudicó, y su vida es ejemplo de honestidad, consecuencia y esperanza.
Él asume y encarna la utopía andina, que es actuante y es moral incluso frente a un fenómeno como es el de la globalización.
2. Apus
tutelares
Y
aquí tenemos ya inhiestas a las tres montañas tutelares de nuestra
identidad: César Vallejo, José Carlos Mariátegui y José María Arguedas,
claves fundamentales para fundar el orden nuevo que es un imperativo
asumirlo como una espada en el aire.
Y
es que ellos tres son seres con raíces milenarias, con ancestro
cósmico, con trasfondo mítico. Además, cuyas vidas por alguna razón
simbolizan el Perú dulce y cruel.
Son
entelequias que por la parábola de sus vidas extraordinarias y
significativas han fijado su residencia permanente en la tierra como
destino y promisión, que están incrustados a la gleba fértil que somos
también como peñascos, adheridos con el grumo de nieve eterna y al cielo
azulino de nuestra cordillera y de nuestra inquietante identidad.
Y
son así para mejor retar a los abrojos, desde donde muchas veces
emprendemos una jornada y observándolos nos permiten mirar el infinito y
lo entrañable de la condición del hombre sobre la faz de la tierra.
Son
Vallejo, Mariátegui y Arguedas nuestros apus tutelares, ejes
fundamentales de nuestra identidad, próceres y mártires de lo que había
que refundar aquí, estos tres hombres de una ética sin dobleces, que
jamás claudicaron ni al mercado, ni a la propaganda, ni a la impostura.
3. Arrobado
y convulso
José
María Arguedas, alma y dolor del Perú profundo, símbolo de lo más
prístino y transido de nuestro pueblo, quien encarna lo mejor y más
doloroso que somos y tenemos, ha de ser motivo siempre para dedicar
reflexiones a cada línea que él dejó escritas.
Pero
también a reflexionar con grandeza acerca de cada pasaje de nuestras
vidas, porque es él apu tutelar nuestro, flor translúcida de pisonay,
río profundo más que todos los ríos abismales del planeta. Y humana
fortaleza solo comparable a Sacsayhuamán.
Quien
nació en el fulgor de dos relámpagos que luchan afirmándose y negándose
la vida el uno al otro, y que se encontraron solo una vez para herirse
de muerte y dar nacimiento a una nueva vida, en un lugar y
circunstancias que han quedado envueltos en el más tupido e intrincado
de los misterios.
Y
quien murió a los 58 años de edad con el alma agobiada, incapaz de
alentar a su cuerpo a que dé un paso más, donde los dos balazos que él
mismo se descerrajó en la sien interrumpieron una vida que latía en un
cuerpo robusto, que no padecía de ninguna enfermedad salvo la
oscurecida; en donde la esperanza rescata a él como el más prístino
emblema de luz, síntesis de un Perú que es fuego y estrella matutina.
4. Si la comunidad
lo decide
En
varias ocasiones relató acerca de la fuerza y el poder de las
comunidades andinas, de cómo en cierta ocasión los hombres llevaron
cargado un camión y corriendo de uno a otro sitio de las serranías.
Y
en una conferencia que desarrolló en febrero de 1968 en Casa de las
Américas de Cuba, reiteró cómo los campesinos de los ayllus de San Juan
de Lucanas, construyeron a pulso y sin asesoramiento técnico ni paga, la
carretera que va de Puquio a Nazca trabajando diez mil indios las
veinticuatro horas del día.
Uno
de los cuatro alcaldes de las comunidades, le dijo entonces en quechua a
la autoridad de Puquio, al momento de entregar la obra:
Aquí
está el camino, ya hemos construido la carretera. Si la comunidad lo
decide podrá hacer un socavón por debajo de las montañas, de aquí hasta
el mar.
A
esa proeza llamamos utopía moral. ¿Fantasea Arguedas? ¿Es irreal lo que
cuenta de lo que es capaz de hacer esa población por siglos sojuzgada?
Quienes hemos nacido en el mundo andino sabemos que no.
5. Ha
de volver
Esa
fe en el hombre andino es el único argumento que vale la pena dilucidar
para reconocer la contundencia de nuestra cultura en torno a la
construcción de portentos.
Porque
alguien ha escrito acerca del ideario de José María Arguedas
titulándolo, y haciendo mofa de ello, como el militante de una utopía
arcaica, queriendo sostener allí como una falsedad lo que es la utopía
arguediana.
El
castigo a quien eso pueda decir no es lo que podamos opinar acerca de
él, sino que su condena es su propia vida y lo que él es.
Porque,
¿se equivocaba Arguedas en su apuesta por el mundo andino? No. En
absoluto. Es lo único legítimo en lo cual creer y pensar, ahora. Y esto
lo sostenemos de manera en fática y contundente. Como utopía moral
llamamos al hecho de que él no ha muerto sino a que está vivo y aquí.
Quien dice en boca del maestro Oblitas en Los ríos profundos:
Aún estoy vivo,
El halcón te hablará de mí,
Las estrellas de los cielos te hablarán de mí,
He de regresar todavía,
Todavía he de volver.
Y que sentimos que ocurre como verdad irrefutable cada día y cada hora.
6. Adhesión
que emerge
José
María está vivo y aquí por ser y tener y ser utopía moral en un mundo
de oprobio, miseria y desprecio de una cultura que ha pasado siglos sin
ser reconocida ni se quiere comprender ahora, que es moral.
José
María está vivo y aquí cuando rescatamos lo mejor de nosotros mismos.
Está vivo y aquí para hacer juntos la transformación social que rescate
los valores primigenios de la solidaridad humana. Arguedas está vivo y
aquí, quien como Vallejo convirtió el dolor en esperanza. Está vivo y
aquí porque en esto y lo otro Arguedas es la voz del Perú profundo.
De
allí que el homenaje que le brindamos sea un homenaje moral, que surge
del alma del pueblo. Es una adhesión que emerge de nuestra sangre misma.
Brota de lo profundo de nuestras entrañas.
Porque
dedicó cada pálpito de su corazón y cada aliento de su boca a la
redención del hombre. Y eso es lo que no podrán hacer jamás quienes no
lo comprenden y lo atacan.
Y
es un homenaje político. Frente a un orden social espurio e ilegítimo,
porque ahora todo se sigue haciendo en contra del pueblo y todo se lo
vende. Y frente a la globalización que premia a quienes defienden este
orden y este sistema.
7. Supo pensar
y amar
Y
es a eso que llamamos desde Capulí, Vallejo y su Tierra utopía moral. A
esa actitud de entender la vida como una chispa que hay que encender.
¡Como la luz que de lo más hondo y hosco hay que saber hacer emanar!
De
ese modo, como utopía moral, llamamos al inmenso mensaje que nos ha
dejado el apu José María. ¿Cuál es? De que sin fuego y sin luz en el
alma no es concebible vivir aquí. Y ese es el significado de su vida y
de su obra. Y de su inmortalidad. Luz y fuego que debe traducirse en
actos y realizaciones concretas.
De
ello es ejemplo nuestro apu tutelar José María Arguedas; para el Perú
de la esperanza que el poblador del mundo andino supo erigir sin
permitirse claudicar jamás.
A
ensalzar esos hechos dedicamos este pálpito emocionado. A la conjunción
de sangres que somos y que las llevamos dentro, que nos identifican,
erigen y nos hacen combatientes.
De
allí que juramos en nombre de su memoria y del Perú irredento proseguir
en el camino de su utopía moral, que él nos la supo enseñar. Y del Perú
eterno que él supo sentir, pensar, amar y construir para siempre.
¡Jallalla!