Danilo Sánchez Lihón
1. ¿Por qué
temes?
El
ratón tiembla de miedo y le entrechocan los dientes por el horror que
siente. Apenas ha logrado escapar del gato hundiéndose en su agujero;
felino que lo ha perseguido hasta casi atraparlo en la boca de su túnel.
Pudo llegar felizmente y guarecerse sintiendo ya los dientes afilados
atravesándole su cuerpo.
Pero
incluso estando ya escondido lo más adentro que puede cobijarse, y
pegado al final del túnel, teme que hasta ahí en cualquier momento pueda
alcanzarlo ese ser infernal que ha intentado devorarlo.
En
su angustia, mientras se calma y adormila un poco, tiene la pesadilla
de caer presa en las garras de ese animal temible a quien considera la
encarnación misma del demonio. Pero Dios, atento a estos hechos y
compadecido del ratón lo alza en sus manos.
–
¿Por qué temes, si te hice ratón? Es decir, he puesto en ti
extraordinarios poderes y cualidades, músculos flexibles, vivacidad para
ser ingenioso, máxima inteligencia. Te hice pequeño, hecho que te
favorece en muchos aspectos. No vivas pensando que eres pobre e
indefenso, sino al contrario: ¡de que eres ratón, esto es: magnífico! –Y
lo acaricia lleno de bondad.
– ¡Pero Dios! ¡Yo ya no puedo soportar todo esto!
2. ¿Quién
tiene?
–
¡Hijo! Incluso he abierto un reino, una mansión y he puesto un trono
glorioso dentro de ti. ¡Descúbrelo y construye poco a poco tu designio!
– Dios, ¿designio dices? ¡Pero si soy tan mínimo, precario e indefenso!
–
¡No! ¡Eres único! En ti he puesto facultades excepcionales. Tú tienes
habilidades de las cuales no he dotado a nadie más que a ti. ¿Permitirás
que se pierdan y desperdicien?
– A ver, dime Dios, ¿qué es lo que yo tengo y qué es lo que yo puedo?
–
¡Ah, muchas proezas y potencialidades que son maravillosas! Solo para
poner un ejemplo: Tú puedes caminar por un techo con el cuerpo
suspendido hacia abajo. ¿Quién lo hace? ¡Solo tú vences la fuerza de la
gravedad! ¿Quién más?
– ¡Eso no me hace fuerte!
–
Y, ¿quién tiene un sistema óseo elástico capaz de hacer que tu cráneo
se achate y pases debajo de una ranura o apenas un resquicio? ¡Adaptable
al instante a lo que tú mandes y mientras vas corriendo! ¿Quién lo
pude?
– ¡No sé!
3. ¡No debo
hacerlo!
– ¡Nadie lo tiene! ¡Solo tú!
Por
la voz dulce y tranquila que le pone Dios, el ratón se va calmando y
los ahogos se le van haciendo un agua mansa y contemplativa.
– Pero Dios, ¿por qué junto a mí has creado una fiera como es el gato?
–
¡Ah, el gato! Te ayudará a descubrir tus fortalezas, a confiar en tus
instintos y músculos que están templados con la máxima precisión e
intensidad. Te enseñará a confiar en tu inteligencia que es aguda,
sincronizada con tus reflejos que son veloces. ¡Hasta tu forma y tu
color, todo está hecho para que seas un triunfador! Sin el gato no
descubrirías que eres poderoso. No le temas y alégrate que alguien te
recuerde al perseguirte lo mucho que vales, y que tienes y que puedes,
siendo tú mismo. Así que, ¡en ti confío! ¡Hasta pronto! –Y se despidió.
– ¡Dios, no te vayas, por favor! –Lo llamó suplicante–. ¡Elimina al gato para que yo pueda vivir!
Dios, volviendo tras de sí, a su llamado, y mirándolo con indulgencia, le expresa:
– No puedo quitarle la vida al gato. En realidad, ¡no debo hacerlo!
– Entonces, ¡yo no quiero esta vida!
4. Clamó
a Dios
–
Te propongo algo. –Le dice antes que insista en lo que acababa de
decir–. ¡Qué tal si te convierto en gato, a quien tanto le temes y al
parecer admiras! ¿Te parece bien?
–
¡Eso es, Dios! ¡Eso es lo que en el fondo yo quería, y has adivinado!
¡Quiero ser gato! –Gritó el ratón, saltando lleno de contento.
Y
Dios, que es bueno y compasivo, lo hizo gato al instante. Cuando en vez
de su apariencia anterior se vio hecho un hermoso minino que empezó a
contornearse, y a sentirse ufano, admirando su lustroso y colorido
pelaje. Se sentía ágil, fuerte y grande.
Cuando
de repente sintió en sus orejas un terrible rugido: ¡es el perro que lo
mira adusto y fiero! Y avanza hacia él con gesto destructivo.
Temblando
y despavorido apenas ha podido escapar con el pulso y los latidos que
le explotan en el pecho y en las sienes. La respiración se le anuda en
la garganta. Pero ha podido trepar a un escondrijo para desde allí
escuchar los ladridos espeluznantes del perro que lo busca, admirando el
gato su tupido y liso pelaje, sus músculos recios y la confianza
absoluta que tiene en sí mismo.
Empiezan
otra vez a castañetearle los dientes y todo él a tiritar y entumecerse
sus piernas. Y clama a Dios que lo auxilie en ese trance pavoroso.
– ¿Qué ocurre ahora? –Dice Dios, acercándose.
5. Se sentía
espléndido
– Has hecho a una fiera, como enemiga del gato. Bastó con su mirada y su rugido, y la sangre se me heló en todo el cuerpo.
– Pensabas tú que no había nada más admirable que el gato. Y estás ahora deshecho de serlo.
–
¡No! Es que junto al perro el gato es una nonada. El perro es un ser
perfecto, hermoso y bravo; dueño de un ladrido intenso, total y
profundo. Un ser confiado en sí mismo, soberano y dichoso.
– Y... ¿entonces?
– Yo te pido Dios, ya que puedes hacerlo, que en vez de gato me hagas perro.
– No creo haber hecho al perro mejor que al gato; ni al gato mejor que al ratón.
– Pero Dios, concédeme ese favor. Y ahí se acaban mis sufrimientos.
– Si eso te complace y ahí acaban tus temores, entonces: ¡concedido!
– ¡Gracias, Dios, gracias! Eres ¡inmensamente bueno!
Y ahora es un perro alborozado, radiante y ufano, dueño del bosque, de las cumbres y las praderas. Y se siente espléndido.
6. ¿Por qué
lo has hecho?
Pasan
las horas y casi sucumbe a la persecución de un hombre que le hace
varios disparos a fin de cazarlo. Apenas puede salvarse, pero ya se
muere de miedo y desilusión. Y suplica a Dios que aparezca.
Y Dios conmovido se hace presente para ampararlo, diciéndole:
– Y ahora, ¿qué pasa?
– Ya no te pido ser otro, ni nada. Solo quiero reclamarte Dios: ¿qué clase de mundo es este que tú has hecho?
– ¿Por qué? Ahora, ¿cuál es tu reproche?
–
¿Por qué has concebido, Dios, a un ser tan feroz, desalmado y
siniestro, que no solo se vale de sus uñas y dientes, como yo y los
demás, sino que utiliza armas y mata no solo para comer sino para
divertirse dejando a los animales regados por el campo’
– ¿A quién te refieres?
– ¡Al hombre!
– ¡Ah! Ya lo esperaba.
–
Es un ser pérfido e implacable, sin escrúpulos y avezado, quien alza
trampas y solo sabe de iniquidades. A quien le has dotado además de una
astucia asombrosa. En verdad: ¿por qué lo has hecho? Realmente, ¡qué
perversa es tu creación, Dios!
7. ¿Cuál
es?
– Habíamos quedado a que ya no habría quejas...
–
En realidad yo ya no reclamo nada. Solo he venido a devolverte la vida
que me diste. ¡Aquí está! ¡No la quiero! Es amarga e ingrata. Tampoco
quiero ser parte de este mundo imperfecto que es tu obra. ¡No soporto tu
creación, Dios! No me explico, ¿por qué has hecho al hombre?
–
En cada uno he dejado el poder para afrontar dificultades y superarse
cada día y en cada situación. En cada uno hay aparentes reveses, pero
más hay oportunidades. Quizá peligros, pero a la vez alternativas para
ser nobles y dichosos.
–
¿Qué se puede hacer con un animal que utiliza el fuego del sol, la
fuerza del viento y la caída del agua, pero en sus armas, como es ese
animal perverso?
– En tu interior yo he puesto una clave para hacerle frente y vencer al hombre.
– ¿En mí? ¿Para hacerle frente al hombre, dices? Encima, ¡no te burles de mí, Dios!
– Sí, lo he puesto en ti.
–
¡No me engañes ni juegues conmigo de ese modo! ¡Y no me des risa, Dios!
¿Yo frente al hombre tengo un arma mejor? ¿Dime, cuál es? ¿Mis
colmillos y mis uñas?
– ¡Lo tienes, sí! Aunque no lo creas.
8. ¿Un arma
mejor?
–
¿Dices que hay dentro de mí un poder para enfrentarme al hombre? ¡Nada
se puede contra la maldad que has puesto en ese monstruo!
– Te digo, en confidencia, que incluso puedes llegar a dominar al hombre.
– ¿Cómo?
– Con una virtud.
– ¿Cuál es?
– Está dentro de ti. Descúbrela tú mismo.
– ¡Imposible! ¡Jamás! ¡Eso es absurdo!
Y Dios desapareció.
El perro quedó desconcertado con aquellas palabras.
Está
bañado en lágrimas de impotencia y desolación, pero se siente
tranquilo, sereno y calmado, como si le hubiera hecho bien desahogarse y
decirle a Dios los reproches que le ha imputado. Pero más, está lleno
de intriga por haber oído de él lo que le ha dicho. Y se pregunta:
¿Tengo un arma mejor que las que tiene el hombre? ¿Cómo entonces
matarlo? ¡No alcanzo a saber!
9. Corre
para ultimarlo
–
¿Qué será aquello que está en mí y que es capaz de hacer que yo venza
al hombre? ¿Alguna arma secreta, aparte de mis garras y mis caninos?
¿Dónde está? ¿En mi frente? ¿En mi cola? ¿En mi pecho? Pero, ¡no! En
contra del hombre nada ni nadie puede hacer algo. ¿Cómo Dios? ¡Dime,
cómo lo mato!
En
eso oye un disparo. Y a cierta distancia que un hombre cae y rueda por
el suelo y atacado por un oso. Está ensangrentado y ya exánime. Se
acerca, diciéndose, asimismo:
–
Ahora es mi oportunidad de descubrir aquella arma secreta que tengo,
puesta quizá en mis colmillos o en mis uñas para acabar con el hombre.
Aprovecharé ahora que está sangrando y malherido.
Y
corre hacia él para ultimarlo con sus dientes feroces. Pero estando ya
cerca ve que otra vez el oso ha llegado primero y va a asestarle al
hombre un zarpazo.
Ladra con fiereza y arremete contra el oso que sorprendido se retira cauteloso.
El perro, puestas las dos patas encima del hombre, termina de ahuyentar a la fiera.
Y espera anhelante que se manifieste aquella arma secreta que se le ha dicho que posee.
10. Caminaron
juntos
Al
reconocer la ayuda del perro el hombre alarga su mano y acaricia la
cabeza del animal hundiendo sus dedos en su pelambre, y diciéndole:
– ¡Gracias, amigo! –Y se desvanece, ya exhausto.
Viéndole
inerme el perro siente que una oleada de afecto, de un sentimiento de
identificación con ese ser desvalido que yace tendido a sus pies,
emoción avasalladora que le inunda el alma.
El oso lo mira. Y se va.
Pero,
¿qué es esto que le invade? No lo puede definir. ¿Quizá simpatía? ¿O,
tal vez, piedad? ¡Es como una avalancha calurosa que lo inunda todo! No
sabe qué hacer. Hasta disimula unas lágrimas de sincera alegría, Y
dándose vuelta vigila otros peligros, sintiendo que sus temores se
desvanecen y un torbellino de armonía invade su ser.
Y ahí se queda, cuidando esa vida que siente que también le pertenece. Que es suya. Ya no solo es la vida de él la que importa.
Eso
es lo que le da otra clase de poder. En verdad un poder capaz de
hacerlo enfrentar a cualquier peligro. Y allí permanece apacible,
acompañando al hombre.
Cuando éste despierta y se y recupera caminan juntos en dirección a la aldea.
11. Y Dios,
que es bueno
Y el cazador va diciendo a otros hombres que encuentra en el camino, y que miran al animal con recelo:
– El perro me ha salvado la vida. ¡El perro es amigo del hombre!
Esto mismo dice a muchos otros aldeanos que se asoman a verlos con asombro.
Y ha sido de ese modo que llegamos a ser amigos con los canes, viviendo felices unos con otros.
Pero nuestro perro siente nostalgia, inquietud y reconocimiento por lo que ha sido antes. Y clama un día:
–
¿Dios! En verdad ya sé cuál es el arma suprema; y solo así es que la
vida adquiere sentido. Ya he aprendido la lección. Y ahora, sí de verdad
me quieres, quiero volver a ser como antes: ¡un ratón!
– Me parece bien, hijo, lo que ahora me pides.
– Pero Dios, quiero saber, ¿cómo llamarla a esta arma secreta que ahora efectivamente siento que existe y es poderosa?
– De distintas maneras: amor, amistad, cariño, afecto…
Y Dios que es bueno y misericordioso nuevamente lo convirtió en ratón.
*****
CONVOCATORIA