MADRE ANDINA
Juan Rodríguez Jara
Madres del ande, de las quebradas tierras,
que cada amanecer te sacudes de tu lecho,
emulando a las pichichankas madrugadoras
y tomas el beso de la aurora en celestial abrazo,
recibe hoy mi saludo silencioso y pausado
entre las rocas y nieves de mi Áncash amado.
Madres del campo que atizas tus animales,
a la espalda hijos en manta, revuelta en arco iris.
Animando la vida de grandes concentraciones:
todos los días son de ustedes y para ustedes,
cada día sientes la sed, el hambre sin festejos
y el frío a cambio del amor que das a tus seres.
Madre del ande lejano, distante y orgullosa;
abres los surcos profundos en la tierra,
para enterrar de la vida semillas,
ayudado por santos y ángeles de Dios.
En mayo celebran tu día, tal vez tú sin saberlo,
en las ciudades te coronan como madre del año.
Madre andina, estás flameando en los campos
de la inmensa sierra oriental ancashina,
floreciendo en el corazón de mi Piscobamba,
acompañado de Huari Sihuas, Corongo, Pallasca,
Fitzcarrald, Asunción Llamellín y Pomabamba;
Invitas aún a las madres del “Espejito del cielo”.
Tus mantas cuidan la lluvia, del calor de tu corazón,
tu cuerpo encorva, tu mano levanta el bastón
del lodo armado por las pisadas viajeras;
tu criatura jala la vida por tu espalda.
De tu tenacidad para vivir, mi admiración,
celebro tu caminar en tu sierra ancashina.
Nuestras nieves del guardián Huascarán
hasta el caudaloso río marañón,
te guarden en gloria de la esperanza,
sembrando, cosechando, cantando, llorando;
todos los ancashinos hoy gritemos al cielo
que viva los días de las madres ancashinas.
Juan Rodríguez Jara
Madres del ande, de las quebradas tierras,
que cada amanecer te sacudes de tu lecho,
emulando a las pichichankas madrugadoras
y tomas el beso de la aurora en celestial abrazo,
recibe hoy mi saludo silencioso y pausado
entre las rocas y nieves de mi Áncash amado.
Madres del campo que atizas tus animales,
a la espalda hijos en manta, revuelta en arco iris.
Animando la vida de grandes concentraciones:
todos los días son de ustedes y para ustedes,
cada día sientes la sed, el hambre sin festejos
y el frío a cambio del amor que das a tus seres.
Madre del ande lejano, distante y orgullosa;
abres los surcos profundos en la tierra,
para enterrar de la vida semillas,
ayudado por santos y ángeles de Dios.
En mayo celebran tu día, tal vez tú sin saberlo,
en las ciudades te coronan como madre del año.
Madre andina, estás flameando en los campos
de la inmensa sierra oriental ancashina,
floreciendo en el corazón de mi Piscobamba,
acompañado de Huari Sihuas, Corongo, Pallasca,
Fitzcarrald, Asunción Llamellín y Pomabamba;
Invitas aún a las madres del “Espejito del cielo”.
Tus mantas cuidan la lluvia, del calor de tu corazón,
tu cuerpo encorva, tu mano levanta el bastón
del lodo armado por las pisadas viajeras;
tu criatura jala la vida por tu espalda.
De tu tenacidad para vivir, mi admiración,
celebro tu caminar en tu sierra ancashina.
Nuestras nieves del guardián Huascarán
hasta el caudaloso río marañón,
te guarden en gloria de la esperanza,
sembrando, cosechando, cantando, llorando;
todos los ancashinos hoy gritemos al cielo
que viva los días de las madres ancashinas.
A MI MADRE AUSENTE
Juan Rodríguez Jara
Veintiocho años desde que te fuiste,
una madrugada del quince de agosto.
Estaban armando para salir en hombros
su anda de la Virgen de la Asunción.
Llevaste flores, hojas verdes esperanza
Amarradas en cruces, coronas y lágrimas
hacia la eternidad en gran procesión.
Tu recuerdo es mi gloria, todos los días.
Regresé a la casa de la sierra ancashina,
más pudo el tiempo que lo derribó;
quedando sólo piedras de los cimientos,
pedazos de maderas en eterno adiós.
Pero en un rincón seguía el fiel batán
en donde molíamos esperanzas de vida;
queda luchando por atestiguar un sauco
el durazno y un anciano eucalipto marchito.
Los caminos se han cubierto de yerbas,
florecen apenas viejos chinchos y chilcas.
El Gallo Ragra se secó y las zarzas agonizan,
el apegado zorzal se marchó sin rumbos.
En la huerta aun vive el coposo capulí,
acompañando a nuestros perros en entierro,
que hambrientos le dan vida al arbusto;
la acequia que traía agua se borró.
En esta tierra Piscobambina madre mía,
fuiste bien serrana y nos señalaste
el camino de la verdad en el mundo;
por eso ¡FELIZ DÍA MADRE ANDINA!
Juan Rodríguez Jara
Veintiocho años desde que te fuiste,
una madrugada del quince de agosto.
Estaban armando para salir en hombros
su anda de la Virgen de la Asunción.
Llevaste flores, hojas verdes esperanza
Amarradas en cruces, coronas y lágrimas
hacia la eternidad en gran procesión.
Tu recuerdo es mi gloria, todos los días.
Regresé a la casa de la sierra ancashina,
más pudo el tiempo que lo derribó;
quedando sólo piedras de los cimientos,
pedazos de maderas en eterno adiós.
Pero en un rincón seguía el fiel batán
en donde molíamos esperanzas de vida;
queda luchando por atestiguar un sauco
el durazno y un anciano eucalipto marchito.
Los caminos se han cubierto de yerbas,
florecen apenas viejos chinchos y chilcas.
El Gallo Ragra se secó y las zarzas agonizan,
el apegado zorzal se marchó sin rumbos.
En la huerta aun vive el coposo capulí,
acompañando a nuestros perros en entierro,
que hambrientos le dan vida al arbusto;
la acequia que traía agua se borró.
En esta tierra Piscobambina madre mía,
fuiste bien serrana y nos señalaste
el camino de la verdad en el mundo;
por eso ¡FELIZ DÍA MADRE ANDINA!
Piscobamba