DE AÑOS
Escribe:
Fransiles Gallardo
-Florentino- dice una alegre voz a mis
espaldas.
Doy media vuelta, presto a contestar el saludo, de quien;
por mi nombre de pila, me llamaban de niño.
Lo miro y sus rasgos no me son familiares ni conocidos. No
lo reconozco.
-Ingeniero Roberto
Florentino Reyes Pascual- dice riendo, deletreando las sílabas, como para
no tener duda que quien me habla, es alguien muy conocido y desde hace mucho
tiempo, probablemente.
Lo miro sorprendido una vez más. Su cara
colorada y su bigote espeso, no me dicen nada.
-Soy Casinaldo
Rodríguez, de Quinjalca, Chachapoyas, cholo hermano- efusivo, abriendo los
brazos.
No puedo ocultar mi sorpresa y lo miro de
pies a cabeza.
-Tú eres el
despintao, el hijo de doña Goyita- le digo para confirmar su identidad.
-Clarín, clarinete,
cabeza de torniquete- y nos estrechamos en un gran abrazo, rebosantes de
alegría.
Hace un mes me han designado Jefe de la Oficina Zonal del Ministerio de
Vivienda de Omate en la provincia Sánchez Cerro y estoy preparando mis viajes a
los pueblos de la zona.
-En la esquina
de la plaza hay un arbolito de los dos sexos ingeniero; en la noche los
muchachos los pintan de rojo y en la mañana el cura los pinta de blanco-
nos cuenta riendo Pepe Ramírez; quien con Miguel Coahuila, han venido desde
Moquegua para trabajar conmigo; en los trabajos de instalación de agua, desagüe
y letrinas, en algunos pueblos y caseríos de esta provincia.
-Veinticinco años
sin vernos- le digo.
-Veintitrés,
exactamente- me corrige.
Es casi medio día y un sol esplendoroso invade las recién
cementadas calles de la plaza de armas de Omate.
Una mujer de Carumas con su vestido blanco, bordado con
hilos de colores y su sombrero de tela, pasa saludándonos.
-Así sean cinco,
cholo pata rajada; pero esto tenemos que celebrarlo- digo efusivo- en la bodega de la esquina venden un vino de
casa excelente y si quieres un pisquito, también- lo invito- es justamente la hora del abre apetito.
Me mira sonriente y simulando una visera,
con la mano derecha se tapa la frente, protegiendo a sus ojos del sol.
-Soy maestro de
escuela en Quinistaquillas, seguro
todavía no conoces- me dice sonriendo- sólo vine a hacer unas gestiones en la
supervisión de educación y estoy apuradito hermano- palmeándome el hombro- que te parece, si nos encontramos este
viernes al mediodía en el pueblo; es el aniversario de mi escuela y será un
honor tenerte y ver también, en qué puedes ayudarnos- guiñándome un ojo.
-Si tú quieres
tumbamos el colegio y lo volvemos a levantar- le digo bromeando- para mi paisano y más aún, para mi compañero
de salón, lo que sea- reafirmando nuestra amistad.
-Como veo que ya
has probado el vino omatino, te tendré unas buenas damajuanas y unos cuyecitos;
que te parece?- accionando las manos al hablar- no
serán como los de Chachapoyas; pero estos también están buenazos-
estrechando mi mano, se despide.
El sol calienta este mediodía y el
alboroto de los muchachos saliendo del colegio, se deja oír.
-Déjame preparar tu
llegada como se debe, cholo hermano- nos abrazamos, palmeándonos los
hombros; se marcha por la bajada del río.
La mañana del viernes catorce de agosto, enrumbamos con
destino a Quinistaquillas. Pepe Ramírez maneja la camioneta, Miguel nos
acompaña.
-Quien creyera- les comento- que habríamos de atravesar
casi todo el Perú para encontrarnos. ¿Cómo
es la vida? saben, estudiamos juntos la primaria; Casinaldo no era muy
chancón que digamos, pero te decía las capitales de los países de América de
corrido. No le alcanzaba el tiempo “pa
dale a la estudiada”, porque trabajaba en
la lampea desde chiquito en su chacrita, donde sembraban maíz y cebada.
Terminamos la primaria y desapareció. No volví a saber más de él; hasta
anteayer, que me sorprende, llamándome por mi nombre.
-Tendrán mucho que
contarse, ingeniero- me dice Pepe- son
tantos años- sonriendo –debe ser como
encontrarse con la hembrita, que uno amó en su infancia- nostálgico.
- Sin mariconadas
Pepe, sin mariconadas- riendo.
Una manada de ovejas y cabritos cruzan la carretera,
sacando polvareda trepan la ladera; un pastor con su onda en la mano, los arrea
cuesta arriba.
-Si fuera una
cerveza por semana, ingeniero; necesitarían un trailer llenito- dice riendo
Miguel Coahuila, quien está sentado a mi costado.
-Si pues, como es
la vida muchachos- les digo, emocionado- casi una vida sin vernos; un poquito más y nos encontramos sentados
sobre el cráter del Ubinas- riendo.
Llegamos a la escuela después de una hora de viaje y
Casinaldo con su terno azul marino y su corbata roja sale a recibirnos.
“yo estoy con mi jean despintado, mi camisa a
cuadros y mis botas de cuero; el casco está en la camioneta”.
Nos presenta al director y a los profesores como su
paisano y compañero de escuela “me siento
contento y emocionado como clarín de carnavalero” más aún; cuando me hacen
hablar delante de tantos niños, algunos descalzos y mal vestidos “me recuerda a mi infancia en la escuela
ciento veintisiete” y me emociono y les digo que yo también estudié así y
Casinaldo también; pero estamos orgullosos de eso y de lo que hemos alcanzado
en la vida; que queremos lo mejor para los niños de Quinistaquillas y para eso, vamos a instalar el agua potable
a la escuela y construiremos los servicios higiénicos.
-Para que no
anden por entre las chacras, asustados, haciendo sus necesidades-
digo riendo.
Me aplauden,
Casinaldo Rodríguez también; siento que como yo, también está emocionado.
Nos llevan a la pensión de los maestros para dar cuenta
de los cuyes, truchas, vino borgoña y pisco de casa, que nos han reservado.
-Mi tío Eleuterio ¿te acuerdas? me llevó para estudiar a
Chachapoyas; dos años estuve con su familia y despuecito me fui a Chiclayo- me cuenta
Casinaldo- trabajé en el mercado mayorista, de mandadero, cargador, pájaro
frutero, de todo hermano; junté mi platita y en un camión me embarqué a Lima “quince años, nomás tenía, hermanito” y
como ya conocía el negocio me fui a la Parada “si
supieras lo que he sufrido, cholo hermano” estuve cinco años viviendo
solito “y solito en la madrugada, me descargaba
un camón con cincuenta sacos de papa” y en la nocturna de la Gran Unidad
César Vallejo de la avenida Méjico, acabé mi secundaria y después con unos
amigos nos fuimos a Ica, a ver unos negocitos
y me quedé “como perro sin dueño, hermano”
y en la San Luis
Gonzaga me hice profesor y como tenía que chambear para mantener a mis otros
dos hermanos que los había traído a Lima, me ofrecieron venir a Moquegua aquí
me tienes después de tantos años.
-Salud
Florentino, cholo hermano; prueba este pisquito y dime que te parece; aunque yo
sé que eres cañacero; pero no hay mucha diferencia.
-Es el soltero más
codiciado de la provincia, ingeniero- dice riendo la maestra Pilar Campos,
con sus rulos castaños y sus ojos claros.
-Y que esperan para
conquistarlo- replico.
- Es que se hace el
difícil- mordisqueando la pierna de un cuy, frito con harina de maíz que lo
hace crocante- a ver si usted lo anima.
Me dijeron que estabas en Lima, me dice Casinaldo, pero
no hubo tiempo de vernos ni saludarnos.
- Tomarnos una
copita / brindando por nuestro pueblo / cuna de la belleza andina / que linda
es mi tierra”- dice cantando y chocando su vaso de vino con el mío.
- Mi hermano Fermín me contó que estudiabas en
la UNI,
orgullosazo pasaba yo por la Túpac Amaru
y decía, aquí estudia mi paisa Florentino ¿chanconazo no? y después, también te
desapareciste y ya no supe más.
-Pero, como vas a
saber de mí; si te has venido a vivir a los tobillos del Perú- le contesto
riendo
-Te juro, cholo
hermano, que nunca pensé; que nos encontraríamos tan lejos de nuestra santa
tierra- abrazándome -¡salud por eso!.
De Carumas, ha llegado una delegación del colegio
secundario con sus vestidos multicolores, danzan para nosotros.
Ponen “caballo
viejo” en un moderno equipo musical y comienza el baile.
En una esquina, vaso en mano, conversamos con el director
y los demás profesores.
La luz de una bombilla eléctrica, nos anuncia que está
anocheciendo sobre el valle omatino y sus quebradas.
-No te vayas
Florentino- me dice Casinaldo, llamándome a un costado de la reunión- tengo que hacer algo urgente y a mi regreso
quiero encontrarte; ya verás la borrachera que nos vamos a pegar.
-Vas a enviarle un
telegrama al presidente, seguro- le digo bromeando.
-Algo así- me
contesta sonriendo- pero no te vayas-
me recuerda una vez más.
Es ya muy tarde para regresar, tampoco estamos lúcidos
como para conducir la camioneta; además el valle está declarado como zona roja “no te expongas, hermano” me ha dicho
antes de marcharse. En la casa de Casinaldo hay tres camas, esperándonos.
Nos levantamos a eso de las nueve de la mañana y mientras
“curamos cabeza” con un caldo de cabeza
de carnero con su motecito y una botella
de vino; llega hasta nosotros la novedad.
-¡Anoche atacaron
Omate, la comisaría y la municipalidad!.
La noticia me hace palidecer.
-¡La oficina!-
dicen a coro Pepe y Miguel.
-¿Sabes algo
Casinaldo?- le pregunto alarmado, dejando mi plato de caldo a medio
saborear.
-Nada Florentino -
desviando la mirada –no se nada.
-¡Mierda!- digo
levantándome de la mesa -¡vámonos!-
ordeno.
La puerta principal de la municipalidad es un boquerón
negro y humeante.
Hay astillas de madera por todo sitio y fierros clavados
en las paredes; tarrajeos de barro, cemento y yesos regados en el suelo. El
techo de cañas y palos se balancea.
La vieja escalera de madera, no está más.
-¡La oficina!-
grito alarmado
Mis ojos van hasta la vieja puerta de eucalipto antiguo.
Increíblemente está en pie.
Huellas de disparos han perforado sus tablas; una hoz y
un martillo pintados en rojo, abarcan casi la mitad.
A mi espalda el puesto policial está destrozado: Le
volaron hasta el techo. Dicen que los atacaron desde la plaza y el cerro.
Un policía ha muerto y tres heridos han sido llevados en
la madrugada al hospital de Moquegua para su curación.
Una áspera tranquilidad se esparce por el poblado “no es la primera vez, ingeniero”. La
tensa calma que viene después del caos y la confusión.
Tengo la mirada pegada en la puerta de madera.
Instintivamente cuento las huellas de los disparos “uno, dos, cinco, once, catorce, dieciocho,
veintiuno, veintidós, veintitrés,¿veintitrés?, si, son veintitrés”.
Recuento para confirmar. “Son veintitrés”.
Una chispa de terror y angustia me recorre el espinazo.
-Una por cada
año de ausencia, mierda- digo en voz alta.
Las huellas de las balas son un mensaje, carajo.
-¡Haz sido tu
Casinaldo?- grito enfurecido -¡fuiste
tú, carajo!- desesperado- ¡grandísimo
hijo de puta, sino fuiste tú, quien fue?! -maldigo.
Abatido, observo
una vez más, la vieja puerta hecha con tablas de eucalipto, pintada con esmalte
marrón.
¿Cómo fue?, sus
veintitrés estremecidas huellas “tiro por
tiro” como afilados cuchillos “o en una sola ráfaga?”, desangran mi
corazón.
Siento mi cuerpo, reclinado sobre la antigua puerta de
madera, atravesado por veintitrés disparos de fusil de largo alcance.
Me invaden la tristeza y la desolación.