DESCONOCIDOS CASI AMIGOS
Escribe:
Fransiles Gallardo
Estamos
cargando los barrenos, aguzados en el taller del asiento minero de Chaucha;
cuando cubierto con un poncho de lana y con aires de minero, una sombra salida de
una casita blanca del final de los depósitos, se acerca sigilosa.
-Tenemos un herido, ingeniero- nos dice
cortante a través de su pasamontañas - llévenos
a Huancayo, le pagaremos.
Intento
explicarte que no puedo desviarme de mi ruta y que regreso a Vitis
llevando dieciséis barrenos de acero,
dos cilindros de combustible y tres latas de lubricantes para las máquinas.
El
cañón de una pistola presionando mis costillas “así cualquiera, facilito entiende” me hace comprender lo incómodo
de mi situación “sin dudas ni
murmuraciones”.
-No nos queda otra, Serapio- comento en
voz baja con mi chofer.
-Ya estamos sobre el burro,
aguantemos los palos, nomás ingeniero- me contesta
resignado
Es
ya pasado el mediodía y graniza sobre los grises cerros del asiento minero. Mi
respiración es agitada y nubla a los vidrios de mis lentes.
Se
sienta en la cabina posterior de la camioneta y nos guía por la carretera que
da al abra Negro Bueno; luego nos desvía por una trocha casi inaccesible.
De
entre unos quishuares y envuelto en un
poncho; abrazado y casi a rastras, traen a un herido.
-¡Súbanlo al asiento posterior!- les digo
abriendo la puerta- el frío de esta puna puede matarlo.
Cierra
la puerta y quien tan gentilmente nos ha tomado la carrera “a la prepo, nomás”, se sienta a su
costado.
- El partido le agradece,
ingeniero- nos dice una voz gruesa de tipo militar, quien
parece dirigir a ese grupo- le aseguramos
que de aquí en adelante, nadie habrá de molestarlo.
Dándonos
la espalda desaparece junto a una docena de emponchados, que marchan junto a
él.
Cruzamos
los cuatro mil trescientos metros de Negro Bueno y una pampa inmensa se
abre a nuestra vista.
A
un costado, los restos metálicos de un cable carril “en este portento de la ingeniería, la Cerro de Pasco transportaba el mineral” entre ichu, granizadas y pajonales.
De
cuando en cuando una llama, una alpaca solitaria, un pajonal seco y crecido.
En
la distancia, una casa quemada, unos corrales destrozados, unas pintas rojas
vivando la lucha armada.
Hay
tanta desolación. Hasta los cóndores han desaparecido.
Llegamos
a la garita de Quero.
-¡Documentos!- nos pide el guardia civil,
parado a nuestro costado; soplándose las manos, para calentarlas y soportar el inclemente frío, de estas punas.
-Soy el Ingeniero Elmer Burgos Vergara de
Cooperación Popular y estamos yendo a Huancayo, jefe- le digo con tono
amable.
Mira
por la ventana.
-¿Que pasó?- pregunta- ¿está herido?.
Mi
chofer me mira de costado. Una tocecita en la parte posterior, me advierte que
debo ser precavido.
-Sí
jefe- le explico- es un trabajador
mío, que manipulando unos barrenos, se ha cortado la barriga y por eso; lo
estoy llevando al hospital de Huancayo, lo más rápido que se pueda.
-¡Ojalá
nomás, no se le muera en el camino!- me dice entre serio y sarcástico- otra cosa, tenga cuidado ingeniero- me
recomienda- una columna de terrucos está jodiendo por esta zona y
hace un par de días nomás, se han agarrado a balazos con el ejército y parece
tienen varias bajas y heridos.
-Algo de eso me había comentado, jefe-
contesto con la mayor serenidad posible.
Los
pasajeros del asiento posterior, están callados, simulando dormir; pero
seguramente, muy atentos, a todo cuanto hacemos y decimos.
-¡Teniente Camones, venga!-
grita a voz de cuello el guardia civil y el eco retumba su
voz entre los cerros aledaños.
El
temor y la sorpresa nos invaden. De reojo miro a mi chofer y a pesar del
terrible frío que hay en la cordillera, una gota de sudor resbala por su
frente.
-¿No va usted a Chupaca a
ver lo de los refuerzos?-
levanta la voz- ¡el ingeniero puede
llevarlo!.
Serapio
y yo nos miramos incrédulos, como diciendo “nos
jodimos, compadre”.
Los
ocupantes del asiento posterior no dicen nada; pero escucho el característico
rastrillar de sus armas.
Un
uniforme verde de combate con su gorrita ladeada, aparece. En la mano izquierda
un maletín de cuero, su arma de reglamento y un par de granadas de guerra en el
cinto.
-Como está ingeniero- me saluda,
dirigiéndose hacia la puerta posterior.
-Estos van a matarse, carajo- pienso- y a nosotros, también.
-¡Venga adelante, teniente!-
lo invito sonriendo- la altura me ha
chocado; debe ser el soroche y quiero descansar un poco- le explico- si me duermo, puedo contagiarle a Serapio y
nos podemos desbarrancar; mejor será que venga adelante y le vaya haciendo la
conversación- trepándome en el asiento posterior.
Nos
miramos y suspiramos aliviados.
El
teniente se ha sentado como copiloto y atrás; estiro las piernas lo más que
puedo, colocando mi cabeza sobre el respaldar, intentando dormir
Serapio
ha puesto un casette con huaylarsh y
huaynos del centro del Perú “picaflor tarmeño, porque pues pretendes”
sin querer los cuatro estamos cantando “picar
a las flores, que ya tienen dueño / picar a las flores, que ya tienen dueño”
me acuerdo de mi amigo el ingeniero Julio Rivera zapateando y levantando polvo
en el club Tarma.
-Sólo falta una botellita de
alcohol rebajado y armamos una jarana de lo lindo-
comenta el teniente emocionado- esto es
vida ingeniero, el resto es pura ilusión.
El
herido puja de dolor en silencio. Sabe que su vida y la de todos depende de un
quejido.
-Si no me quieres que voy hacer- el
teniente canta tamboreando sobre la cabina-
con retirarme se acabará, todo todo se acabaráaa”.
Llegamos
al puesto policial de Chupaca y el guardia civil de servicio, al reconocer a su
superior; levanta presto la tranquera y se cuadra, llevándose la mano derecha
extendida sobre el quepí.
El
teniente Camones se baja, acomodándose el capotín.
-La benemérita guardia civil del
Perú le agradece, ingeniero- sonando sus tacones y
cuadrándose militarmente. Dándose media vuelta se dirige al puesto policial.
Anochece.
Algunas estrellas aparecen en el límpido cielo wanka.
Continuamos
nuestro viaje rumbo a Huancayo. Atravesamos casas recién construidas con
ladrillo y cemento, bordeando el río Mantaro se ven chacras abandonadas con
pastos secos.
-Ay mantaro de mis penas, solo
tu sabes mi sufrimiento, ay mantarito, mantarooo.
-Déjenos al costado del
hospital del seguro- nos dice el pasajero “que nos tomó la carrera a la prepo, nomás”
y sin nuestro consentimiento.
Serapio
frena la camioneta.
Con
esfuerzo baja el herido “si no lo atiende
un médico se muere” su poncho está humedecido por la sangre.
El
dolor se refleja en su rostro y la palidez nos dice que su situación no es la
mejor.
-El partido comunista peruano sendero
luminoso y nuestro presidente el camarada Gonzalo, le agradecen por sus servicios-
nos dice muy serio -no lo olvidaremos
camarada ingeniero- me sorprende su trato -se ha comportado como un verdadero militante.
Abrazando
a su herido, paso a paso; se pierden entre las sombras de la amarillenta luz de
las bombillas de veinticinco voltios, que penden de los postes de eucalipto;
calle arriba.
Serapio
y yo nos miramos aliviados.
-Quiero un trago, ingeniero.
-Yo quiero dos.
Nos
estacionamos en la primera cantina que encontramos abierta; en la calle
principal de El Tambo.
Al tercer calientito de todas las hierbas,
recién respiramos aliviados.