CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
2011, AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
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DICIEMBRE
MES DE LAS MONTAÑAS
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES Y DEL NACIMIENTO
MES DE LAS MONTAÑAS
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES Y DEL NACIMIENTO
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
AULA CAPULÍ:
Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
PRÓXIMAS ACTIVIDADES:
SÁBADO 17 DE DICIEMBRE 7 PM:
HOMENAJE A
TULIO OZEJO VALENCIA DIRECTOR REVISTA “MAESTROS”
SEMBLANZA
LUIS CARLOS GORRITI
RECITAL
GRACIELA BRICEÑO
Ingreso libre
Se agradece su gentil asistencia
ACTUALIDAD
1. El cielo anubarrado
Es esta una tarde del mes de diciembre.
SÁBADO 17 DE DICIEMBRE 7 PM:
HOMENAJE A
TULIO OZEJO VALENCIA DIRECTOR REVISTA “MAESTROS”
SEMBLANZA
LUIS CARLOS GORRITI
RECITAL
GRACIELA BRICEÑO
Ingreso libre
Se agradece su gentil asistencia
ACTUALIDAD
ESTAMPAS DEL MES DE DICIEMBRE
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
ELLOS REGRESARÁN UN DÍA
Por Danilo Sánchez Lihón
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
ELLOS REGRESARÁN UN DÍA
Por Danilo Sánchez Lihón
"Y el corazón en su cajón, dolor" César Vallejo
1. El cielo anubarrado
Es esta una tarde del mes de diciembre.
¡Traen presos!
– ¡Traen arrastrando a varios presos!
Es el aviso y la alarma que corre, saltando sobre las tapias humedecidas y los charcos helados de las tejas y rastrojos que dan a la calle, voces que llegan traspasando paredes hasta el fondo de nuestras casas.
Maniatados, apenas sosteniéndose en sus pies, trastrabillando, perdida la mirada, avanzan unos muchachos escuálidos, con el cabello hirsuto y la ropa desgreñada.
La soga se tiempla desde el anca de las mulas de los gendarmes.
Pasan montados en ellas los policías, rígidos y uniformados bajo sus cascos y ponchos de jebe, quemados por el frío y destacando sobre sus hombros el fusil con la bayoneta encalada que hiere al cielo anubarrado.
2. Trastrabillando en la calle empedrada
Desde un ojal de la montura se estira la cuerda hasta las manos amarradas en cruz de los infortunados.
Son tres.
Sin ojotas, con la mirada muy abierta por el espanto, trastrabillando en la calle empedrada, bajo una lluvia ligera, gélida e implacable.
¡Es esta una tarde grave y amarga!
– Y, ¿por qué los traen presos y así, mamá?
– No son presos, hijo mío. Son conscriptos que los capturan para enviarlos a servir a la patria en el ejército.
Ya en la escuela el comentario es:
– También han cogido al Calurio, del Sexto Año de nuestra escuela.
– Y a uno de los Salinas, que cursa el Quinto. Dicen que están en la edad y son omisos.
– ¡Entonces a ellos sí los llevan!
3. ¡Anda y avísale a mi abuela!
Saliendo nos vamos directo al Puesto Policial.
Hay aquí, por la calle del costado, una puerta y en ella un agujero hasta donde nos acercamos para mirar hacia adentro.
Allí están, esparcidos por el patio, los muchachos a quienes han levado el día de ayer y de hoy. Algunos son del campo y otros son del pueblo.
– ¡Cainito!, –suplica alguien desde a
dentro– avísale a mi tío Encarnación para que hable con el comisario a fin de que me suelten!
– ¡Es el Sacramento! Lo reconocemos por su voz y por el llanto que no puede contenerlo.
Otro gime:
– ¡Oye Javier, hermanito! ¡Anda y avísale a mi abuela! ¡Que vaya y le ruegue al prefecto para que me dejen libre!
– ¿Pero lo conoce?
– Sí, ella lo lava y le plancha sus camisas.
4. Cuando termina el año viejo
Pero estos son muchachos del pueblo.
Los del campo permanecen a un lado, melancólicos. Sus seres ya están afuera, sentados con sus rostros entristecidos.
Otros ya estarán viniendo por los caminos. Otros sus familiares quizá no sepan por qué de sus labores del campo hasta ahora no regresan a sus chozas humildes.
Día a día van llegando las noticias de otros a los cuales han detenido.
Y día a día también, al salir de la escuela, nos desviamos de nuestro sendero habitual para pasar por la comisaría donde hay aglomeración y bullicio de gente.
Esto ocurre siempre días antes de Navidad, cuando estamos dando los exámenes finales, cuando termina el año viejo y se avecina excitante, febril y misterioso el año nuevo.
5. ¡Apto, comandante!
– ¡Juan Retamozo!
– ¡Presente!, –responde un muchacho que corre por el pasadizo.
– ¡Están desnudos! ¡Los tienen completamente desnudos! –corre la alarma.
Este hecho nos perturba. Es inusitado. Es como si los estuvieran agrediendo.
– Es que ya los están pesando, –informa quien se ha adueñado de la ranura que hay en la puerta y por la que se mira hacia adentro.
– ¡Cuenta! ¡Qué más está ocurriendo! ¡Habla pues hombre! –le insistimos y le damos de coscorrones.
– O si no sal de ahí, para que entre otro que sí hable.
– Le están poniendo algo en el pecho, le miran los dientes, le hacen sacar la lengua.
Se oye hasta afuera una voz rotunda:
– ¡Apto, comandante!
6. Hay un voluntario
– ¡Pobrecito! ¡Este sí se va de todos modos! ¡Ya lo calificaron! –Es la expresión general entre nosotros.
– ¡Oye, el militar que ha venido es comandante!
– Dicen que hay un voluntario –caminamos conversando ya hacia nuestras casas.
– ¿Quién es? –preguntamos incrédulos.
– ¡Tendrá que ser un valiente! Todavía hay valientes entre nosotros, –se enorgullece Tito.
– ¿Quién es?
– Porque el año pasado no hubo ninguno.
– Ni en el anterior tampoco.
Ya en la mesa, a la hora de almorzar, repito:
– Hay un voluntario que se ha presentado para ir a servir al ejército.
– Es Pedro Gastañuadí, –comenta mi padre.
– ¿Lo conoces, papá?
– ¡Claro! ¡Es mi alumno!
7. Será él quien lleve la bandera
– ¿Es tu alumno, papá?
– Sí. Lo he animado para que se presente. He hablado con sus padres y ya entregué sus notas.
– ¿Y, por qué has hecho eso?
– Porque es un alumno excelente y es mejor que se abra campo en el ejército.
– Es el único voluntario, –digo.
– Será él quien lleve la bandera del Perú. E irá de pie en la caseta de adelante del primer camión.
– ¿Y eso es bueno?
– Es un orgullo llevar adelante la bandera del Perú, flameando sobre el verde de las campiñas, destacando el rojo y blanco bajo el cielo azul sobre las rocas y los precipicios.
– ¿Y, después?
– Y después en el ejército se hacen hombres hechos y derechos.
Pero, mi madre calla.
8. Buscan con los ojos a sus seres queridos
El día de la partida una multitud se aglomera en las calles adyacentes al Puesto Policial.
Los guardias punzan con sus bayonetas a la gente, tratando de mantenerla sin trasponer las líneas de cal blanca de un cuadrilátero que han trazado en el suelo.
En un momento rastrillan sus gatillos para mantener el tumulto.
Desde la parte trasera del camión hasta la puerta de la comisaría se forma un corredor de guardias civiles armados.
Uno a uno los van nombrando.
Y van saliendo azorados, corriendo, buscando con los ojos a sus seres queridos que los llaman a gritos.
Trepan al camión y son arrimados hacia el fondo por las bayonetas desenvainadas de los uniformados.
9. Empieza a caer la lluvia
En el techo de la caseta del vehículo, que han reforzado con maderas a lo largo de la carrocería a modo de una jaula. Encima de ella libre, pletórico, hermoso está Pedro Gastañuadí, el voluntario, el alumno de mi padre.
Siento un orgullo inusitado que sea así. Y lo saludamos agitando nuestras manos y diciéndole:
– ¡Pedro, viva el Perú!
Tiene el rostro endurecido y el pecho robusto, descubierto por el esfuerzo en hacer flamear la bandera.
Él anima a sus compañeros.
– ¡Vivan los conscriptos de Santiago de Chuco!
– ¡Viva! –Contestan algunos.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva! –Contestan algunos más.
Las mujeres lloran. Algunas se desmayan.
Los techos y los balcones vetustos de las casas parecen torcidos hacia abajo. Y empieza a caer la lluvia que a todos moja inclemente.
10. Es un progreso para el país
– Y, ¿por qué los amarran? –preguntó después, a la hora de la comida.
– Porque al menor descuido saltan. El año pasado se escapó uno en plena jalca.
– ¡Bien hecho! –oigo decir a mi madre.
– En ese caso es un desertor. Y si los disparos le alcanzan, lo matan, –comenta muy serio mi padre.
– ¡Eso es maldad! ¡Eso es ser perversos y consentir la perversidad! –Replica mi madre ya sin poder contenerse.
– Pero hay que servir a la patria.
– ¡Qué servir ni servir! ¡Ya nunca regresan nuestros hijos!
– Del ejército salen con un oficio, lo cual es bueno. Los preparan en manejar tractores, camiones; les enseñan mecánica, carpintería, construcción civil. Otros llegan a ser oficiales del ejército. Y a los que no saben leer los instruyen. Es un progreso para el país.
11. ¿Por qué no es libre y voluntario?
– ¿Y quién consuela a sus madres? ¿Quién los reemplaza en el campo? ¡Allí son felices!
– También hay que progresar.
– Pero, ¿por qué los arrancan de ese modo? ¡No hay derecho para quitarnos así a un hijo!
Y mi madre llora. Y yo me arrimo a su lado.
– Necesitamos soldados para defender la patria. Necesitamos personas preparadas.
– Y si es bueno ¿por qué no es libre y voluntario? Y, ¿por qué nunca regresan a la tierra?
Mi padre ya abstraído, apostando por lo más difícil, casi derrotado, lo escucho decir:
– Regresarán un día.
12. Desgarra el alma
– ¿Cuándo?
No contesta mi padre, y veo que también esconde una lágrima.
Son ciento veinte conscriptos los que parten hoy día.
Cuando los tres camiones inician la marcha la multitud prorrumpe en un gemido profundo que hace tambalear la bandera en el asta del camión que va adelante.
¡Ay hijito de mi alma!
¡Ay hijito querido
Cuándo ya volverás
cantutita, flor y fruto
de mis entrañas?
Ya no me verás morir
¡Ay hijito de mi alma!
Cantan y corren llorando, con una melodía que desgarra el alma, como cuando se entierra a difuntos.
13. La multitud corre
– ¡Viva la patria!
Recién ahí, frente a lo ineluctable, se llenan de coraje, se animan y todos responden:
– ¡Viva!
– ¡Viva Santiago de Chuco!
– ¡Viva! –Contestan ya más fuerte.
Poco a poco sacan fuerzas de dónde no las hay y haciendo de tripas corazón se van reanimando y va creciendo en ellos una emoción de grupo.
– ¡Viva! –Se oye cada vez más intensamente y ya cada vez más lejos.
La multitud corre tras ellos sin alcanzarlos.
Cuando los más desesperados llegan hasta La Piedra Bruja los carros ya están por La Colpa.
14. Pero ella se ha de morir
Una anciana acezante se sienta y azota con su sombrero el suelo, en un llanto incontenible y desgarrado.
Amelia, mi prima, que ha corrido conmigo, me dice:
– Lo llevan a su nieto que es lo único que tenía.
– ¿Y sus hijos?
– Ya no le quedan hijos, ni hijas.
– Pero él se hará mejor, se hará hombre de provecho.
– Después ya nunca regresan.
– Él regresará, si la quiere.
– Pero ella se ha de morir de pena, pronto. ¡Y sin verlo!
15. Regresarán un día
Los camiones han aparecido un breve momento por las alturas de Pueblo Nuevo, la bandera roja y blanca flamea sobre las espigas, nítida, impoluta en la lejanía.
Y aún se escucha como retazos que nos trae el viento:
– Viva la patria!
– ¡Viva!
Nuestros ojos heridos por el sol, o las lágrimas, buscan consolarse en los magueyes florecidos de pétalos blancos.
Y los jacintos, que tiñen con sus colores amarillos, azules y escarlatas el verde de las lomas y el pardo de los cerros, con su belleza increíble nos llenan más de una tristeza profunda.
No sé por qué pero tintinean en mis oídos las palabras y me aferro al único consuelo:
– ¡Regresarán un día!
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 420-3860
planlector@hotmail.com
inlecperu@hotmail.com
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Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com
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– ¡Traen arrastrando a varios presos!
Es el aviso y la alarma que corre, saltando sobre las tapias humedecidas y los charcos helados de las tejas y rastrojos que dan a la calle, voces que llegan traspasando paredes hasta el fondo de nuestras casas.
Maniatados, apenas sosteniéndose en sus pies, trastrabillando, perdida la mirada, avanzan unos muchachos escuálidos, con el cabello hirsuto y la ropa desgreñada.
La soga se tiempla desde el anca de las mulas de los gendarmes.
Pasan montados en ellas los policías, rígidos y uniformados bajo sus cascos y ponchos de jebe, quemados por el frío y destacando sobre sus hombros el fusil con la bayoneta encalada que hiere al cielo anubarrado.
2. Trastrabillando en la calle empedrada
Desde un ojal de la montura se estira la cuerda hasta las manos amarradas en cruz de los infortunados.
Son tres.
Sin ojotas, con la mirada muy abierta por el espanto, trastrabillando en la calle empedrada, bajo una lluvia ligera, gélida e implacable.
¡Es esta una tarde grave y amarga!
– Y, ¿por qué los traen presos y así, mamá?
– No son presos, hijo mío. Son conscriptos que los capturan para enviarlos a servir a la patria en el ejército.
Ya en la escuela el comentario es:
– También han cogido al Calurio, del Sexto Año de nuestra escuela.
– Y a uno de los Salinas, que cursa el Quinto. Dicen que están en la edad y son omisos.
– ¡Entonces a ellos sí los llevan!
3. ¡Anda y avísale a mi abuela!
Saliendo nos vamos directo al Puesto Policial.
Hay aquí, por la calle del costado, una puerta y en ella un agujero hasta donde nos acercamos para mirar hacia adentro.
Allí están, esparcidos por el patio, los muchachos a quienes han levado el día de ayer y de hoy. Algunos son del campo y otros son del pueblo.
– ¡Cainito!, –suplica alguien desde a
dentro– avísale a mi tío Encarnación para que hable con el comisario a fin de que me suelten!
– ¡Es el Sacramento! Lo reconocemos por su voz y por el llanto que no puede contenerlo.
Otro gime:
– ¡Oye Javier, hermanito! ¡Anda y avísale a mi abuela! ¡Que vaya y le ruegue al prefecto para que me dejen libre!
– ¿Pero lo conoce?
– Sí, ella lo lava y le plancha sus camisas.
4. Cuando termina el año viejo
Pero estos son muchachos del pueblo.
Los del campo permanecen a un lado, melancólicos. Sus seres ya están afuera, sentados con sus rostros entristecidos.
Otros ya estarán viniendo por los caminos. Otros sus familiares quizá no sepan por qué de sus labores del campo hasta ahora no regresan a sus chozas humildes.
Día a día van llegando las noticias de otros a los cuales han detenido.
Y día a día también, al salir de la escuela, nos desviamos de nuestro sendero habitual para pasar por la comisaría donde hay aglomeración y bullicio de gente.
Esto ocurre siempre días antes de Navidad, cuando estamos dando los exámenes finales, cuando termina el año viejo y se avecina excitante, febril y misterioso el año nuevo.
5. ¡Apto, comandante!
– ¡Juan Retamozo!
– ¡Presente!, –responde un muchacho que corre por el pasadizo.
– ¡Están desnudos! ¡Los tienen completamente desnudos! –corre la alarma.
Este hecho nos perturba. Es inusitado. Es como si los estuvieran agrediendo.
– Es que ya los están pesando, –informa quien se ha adueñado de la ranura que hay en la puerta y por la que se mira hacia adentro.
– ¡Cuenta! ¡Qué más está ocurriendo! ¡Habla pues hombre! –le insistimos y le damos de coscorrones.
– O si no sal de ahí, para que entre otro que sí hable.
– Le están poniendo algo en el pecho, le miran los dientes, le hacen sacar la lengua.
Se oye hasta afuera una voz rotunda:
– ¡Apto, comandante!
6. Hay un voluntario
– ¡Pobrecito! ¡Este sí se va de todos modos! ¡Ya lo calificaron! –Es la expresión general entre nosotros.
– ¡Oye, el militar que ha venido es comandante!
– Dicen que hay un voluntario –caminamos conversando ya hacia nuestras casas.
– ¿Quién es? –preguntamos incrédulos.
– ¡Tendrá que ser un valiente! Todavía hay valientes entre nosotros, –se enorgullece Tito.
– ¿Quién es?
– Porque el año pasado no hubo ninguno.
– Ni en el anterior tampoco.
Ya en la mesa, a la hora de almorzar, repito:
– Hay un voluntario que se ha presentado para ir a servir al ejército.
– Es Pedro Gastañuadí, –comenta mi padre.
– ¿Lo conoces, papá?
– ¡Claro! ¡Es mi alumno!
7. Será él quien lleve la bandera
– ¿Es tu alumno, papá?
– Sí. Lo he animado para que se presente. He hablado con sus padres y ya entregué sus notas.
– ¿Y, por qué has hecho eso?
– Porque es un alumno excelente y es mejor que se abra campo en el ejército.
– Es el único voluntario, –digo.
– Será él quien lleve la bandera del Perú. E irá de pie en la caseta de adelante del primer camión.
– ¿Y eso es bueno?
– Es un orgullo llevar adelante la bandera del Perú, flameando sobre el verde de las campiñas, destacando el rojo y blanco bajo el cielo azul sobre las rocas y los precipicios.
– ¿Y, después?
– Y después en el ejército se hacen hombres hechos y derechos.
Pero, mi madre calla.
8. Buscan con los ojos a sus seres queridos
El día de la partida una multitud se aglomera en las calles adyacentes al Puesto Policial.
Los guardias punzan con sus bayonetas a la gente, tratando de mantenerla sin trasponer las líneas de cal blanca de un cuadrilátero que han trazado en el suelo.
En un momento rastrillan sus gatillos para mantener el tumulto.
Desde la parte trasera del camión hasta la puerta de la comisaría se forma un corredor de guardias civiles armados.
Uno a uno los van nombrando.
Y van saliendo azorados, corriendo, buscando con los ojos a sus seres queridos que los llaman a gritos.
Trepan al camión y son arrimados hacia el fondo por las bayonetas desenvainadas de los uniformados.
9. Empieza a caer la lluvia
En el techo de la caseta del vehículo, que han reforzado con maderas a lo largo de la carrocería a modo de una jaula. Encima de ella libre, pletórico, hermoso está Pedro Gastañuadí, el voluntario, el alumno de mi padre.
Siento un orgullo inusitado que sea así. Y lo saludamos agitando nuestras manos y diciéndole:
– ¡Pedro, viva el Perú!
Tiene el rostro endurecido y el pecho robusto, descubierto por el esfuerzo en hacer flamear la bandera.
Él anima a sus compañeros.
– ¡Vivan los conscriptos de Santiago de Chuco!
– ¡Viva! –Contestan algunos.
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva! –Contestan algunos más.
Las mujeres lloran. Algunas se desmayan.
Los techos y los balcones vetustos de las casas parecen torcidos hacia abajo. Y empieza a caer la lluvia que a todos moja inclemente.
10. Es un progreso para el país
– Y, ¿por qué los amarran? –preguntó después, a la hora de la comida.
– Porque al menor descuido saltan. El año pasado se escapó uno en plena jalca.
– ¡Bien hecho! –oigo decir a mi madre.
– En ese caso es un desertor. Y si los disparos le alcanzan, lo matan, –comenta muy serio mi padre.
– ¡Eso es maldad! ¡Eso es ser perversos y consentir la perversidad! –Replica mi madre ya sin poder contenerse.
– Pero hay que servir a la patria.
– ¡Qué servir ni servir! ¡Ya nunca regresan nuestros hijos!
– Del ejército salen con un oficio, lo cual es bueno. Los preparan en manejar tractores, camiones; les enseñan mecánica, carpintería, construcción civil. Otros llegan a ser oficiales del ejército. Y a los que no saben leer los instruyen. Es un progreso para el país.
11. ¿Por qué no es libre y voluntario?
– ¿Y quién consuela a sus madres? ¿Quién los reemplaza en el campo? ¡Allí son felices!
– También hay que progresar.
– Pero, ¿por qué los arrancan de ese modo? ¡No hay derecho para quitarnos así a un hijo!
Y mi madre llora. Y yo me arrimo a su lado.
– Necesitamos soldados para defender la patria. Necesitamos personas preparadas.
– Y si es bueno ¿por qué no es libre y voluntario? Y, ¿por qué nunca regresan a la tierra?
Mi padre ya abstraído, apostando por lo más difícil, casi derrotado, lo escucho decir:
– Regresarán un día.
12. Desgarra el alma
– ¿Cuándo?
No contesta mi padre, y veo que también esconde una lágrima.
Son ciento veinte conscriptos los que parten hoy día.
Cuando los tres camiones inician la marcha la multitud prorrumpe en un gemido profundo que hace tambalear la bandera en el asta del camión que va adelante.
¡Ay hijito de mi alma!
¡Ay hijito querido
Cuándo ya volverás
cantutita, flor y fruto
de mis entrañas?
Ya no me verás morir
¡Ay hijito de mi alma!
Cantan y corren llorando, con una melodía que desgarra el alma, como cuando se entierra a difuntos.
13. La multitud corre
– ¡Viva la patria!
Recién ahí, frente a lo ineluctable, se llenan de coraje, se animan y todos responden:
– ¡Viva!
– ¡Viva Santiago de Chuco!
– ¡Viva! –Contestan ya más fuerte.
Poco a poco sacan fuerzas de dónde no las hay y haciendo de tripas corazón se van reanimando y va creciendo en ellos una emoción de grupo.
– ¡Viva! –Se oye cada vez más intensamente y ya cada vez más lejos.
La multitud corre tras ellos sin alcanzarlos.
Cuando los más desesperados llegan hasta La Piedra Bruja los carros ya están por La Colpa.
14. Pero ella se ha de morir
Una anciana acezante se sienta y azota con su sombrero el suelo, en un llanto incontenible y desgarrado.
Amelia, mi prima, que ha corrido conmigo, me dice:
– Lo llevan a su nieto que es lo único que tenía.
– ¿Y sus hijos?
– Ya no le quedan hijos, ni hijas.
– Pero él se hará mejor, se hará hombre de provecho.
– Después ya nunca regresan.
– Él regresará, si la quiere.
– Pero ella se ha de morir de pena, pronto. ¡Y sin verlo!
15. Regresarán un día
Los camiones han aparecido un breve momento por las alturas de Pueblo Nuevo, la bandera roja y blanca flamea sobre las espigas, nítida, impoluta en la lejanía.
Y aún se escucha como retazos que nos trae el viento:
– Viva la patria!
– ¡Viva!
Nuestros ojos heridos por el sol, o las lágrimas, buscan consolarse en los magueyes florecidos de pétalos blancos.
Y los jacintos, que tiñen con sus colores amarillos, azules y escarlatas el verde de las lomas y el pardo de los cerros, con su belleza increíble nos llenan más de una tristeza profunda.
No sé por qué pero tintinean en mis oídos las palabras y me aferro al único consuelo:
– ¡Regresarán un día!
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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