Danilo Sánchez Lihón
1. Ahora
y aquí
Casi
siempre en estos días, y a menos de un mes de la fecha central de la
Fiesta del Apóstol Santiago El Mayor de mi terruño, que es Santiago
de Chuco, me solicitan para esta fecha artículos de una y otra revista
de mi comarca, y que yo escribo entusiasmado pero titubeante.
Lo
hago porque es mi pueblo que yo venero y llevo clavado en el alma, no
por los gozos que me haya deparado, sino por lo mucho que allí me
he asombrado, pasmado y hasta herido, asuntos frente a los cuales
siempre tuve un ser protector como fue mi padre.
La
fiesta por supuesto es mucho más que lo que yo en esos artículos
escribo; y hasta es posible que sean otros aspectos distintos; aparte de
aquellas tramas y argumentos que pobremente pergeño en esos mis
relatos.
Quizás
haya otros episodios los que se desenvuelven y que protagonizan la
variedad de mojigangas que marchan en la procesión del Apóstol. Quizá
sean otros los detalles que se dan en los bailes que se animan en plena
plaza. O las incidencias que se desatan en las corridas de toros, pero
que yo no lo podré contar ni referir siquiera. Y es por la razón que
recién lo voy a confesar
aquí y ahora.
2. Llevándome
en sus brazos
Debo
admitir, en primer lugar, compungido y avergonzado que en realidad
perdí ver todo aquello que cuento por el pavor que sentía al contemplar
cada una de esas manifestaciones, como por ejemplo la procesión misma, y
las corridas de toros.
Y
debo otra vez agradecerle a mi padre, por haberse sacrificado y perdido
por culpa mía lo mejor de todos esos aconteceres, hechizos y
fastuosidades.
Y
todo por compadecerse de mí, y correr llevándome en sus brazos para
estar conmigo por las calles desoladas y vacías tratando de calmarme,
en el momento en que se desarrollaban tales festejos, que de niño me
estremecían, me asustaban, me producían espanto y que no podía soportar.
Y que he corrido despavorido cuando se presentaban, y él detrás ha corrido conmigo tratando de alcanzarme.
Y
llevándome después en sus brazos, para librarme de esos miedos, espantos y sustos lacerantes y atroces que hacían estallar mi corazón y herían de
muerte mi alma.
Y en esa estampida yendo a dar conmigo por las afueras del pueblo y tan a la distancia de toda esa algarabía.
3. Los toros
con sus enjalmas
Y entonces, ¿adónde íbamos a parar contigo, papá?
A
lugares desolados, como son las bajadas a los ríos, ya en los cantos de
la ciudad y en donde no había nadie, porque ¡cómo se iban a perder
la intensidad de la fiesta, en donde había bandas de músicos, tómbolas,
fuegos artificiales, vacas locas.
Tú
con una mano puesta sobre mis ojos, o tapando con ambas palmas de tus
manos mis oídos, que hasta ahora siento, tratabas de calmarme. Con
tus dos brazos rodeándome la espalda, que los vuelvo a sentir justo en
este mismo instante, y yo temblando todavía cogido con mis manos a tus
hombros y junto a tu pecho.
¡Tus
brazos, que hasta ahora los tengo amparándome siempre, y más cuando
duermo! Aunque baste tu presencia ahí para sentirme seguro y confiado.
A
fin de que me tranquilice y me calme. Y dejen de atormentarme las
explosiones de las bombardas y avellanas. Envuelta mi cabeza en tu saco
cuyo forro de satén se ha quedado impregnado en mi memoria y me
consuela cuando estoy en peligro.
4. Vestidos
de luces
Envuelta
así mi cabeza para que cese tanta banda de música, tanta comparsa y
tanto estallido de cohetes. ¡Tantos busca piques y maretazos que
hacían resonar la plaza!, o que revientan en el cielo extendido como un
tul azulino e imperturbable.
No comprendía tanta alegría, y tanta manifestación de desenfado. De sonidos estridentes. No comprendía tanto
color, sabor y sonidos estallantes. Tantos mercachifles en las calles, y del alboroto en el mercado y en las tiendas.
Sin
saber qué hacer con tanto bullicio, estruendo y derroche; ¡y tanto
delirio! Porque era enorme el miedo que tenía a los cohetes, a las
comparsas
de diablos y al desborde de la gente que pasa y que voltea por las
esquinas.
A las mojigangas con sus disfraces, a los toros con sus enjalmas en el ruedo de la plaza, como a los toreros con sus
vestidos de luces
y detrás de sus capas. como a los santos en sus tronos. O ya sea que estén erigidos en sus andas.
Y,
hecho curioso, padre, ahora todo ello me maravilla. Incluso el retumbar
de un cohete en la noche me extasía. Y de día trato de mirar esas
leves gasas blancas que hace el cohete cuando revienta y que el viento
disuelve mágico y compasivo.
5. En alguna
esquina
Y
tú, que eras tan severo con nosotros y que no soportabas un milímetro
de yerros ni equívocos, ¡qué pena tan inmensa he debido haberte dado,
papá!
Para
que corras conmigo por las calles desoladas y desiertas. A fin de
calmar mi angustia y espanto. Y apaciguar mi corazón que buscaba
salírseme
del pecho por la boca.
Y
yo aun dando alaridos hasta por los atuendos de la gente en mi memoria.
O, ya escuchadas desde lejos, hasta por los retazos y jirones de
compases que llegaban de las bandas de músicos que hacían resonar a
retazos sus sones.
Como
maestro que eras has debido suponer que algo muy grave acontecía en mi
ser. O que me ocurría algo muy serio y fatal para no haberme castigado
y corregido a tiempo, y en ese mismo momento y lugar. Y, al contrario,
haberme consolado con el sacrificio tuyo.
Entonces, frotándome la espalda y sonriéndome a fin de serenarme me decías, pidiendo que me distrajera mirando otras cosas:
6. Venirnos
juntos
–
Mira hijo, ¿ves esa avecilla? ¡Observa cómo salta, cómo corretea ¡y
canta entre las ramas de esa curahua! O ahí, ¡en las tejas!
O bien:
–
¿Quieres mirar encima del muro? ¡A ver, yo te alzo y sostengo! Y ahora
dime, ¿qué hay adentro? ¿Que hay? Descríbeme todo lo que veas y yo
no puedo ver desde aquí. –Y así me distraías.
Tu
ternura entonces, padre, me llenaba de sentimiento y volteaba a
abrazarte. Y ya en tu cuello empezaba a gemir, pero ya no por lo otro y
ajeno sino por los dos, por ti y por mí.
Creo
que, para haberme consentido a tal punto, tajante y total como eras,
sólo tenía que haber sido ante la angustia de la muerte vestida de
fiesta que veías pintada en mis pupilas.
Y
esto lo hiciste hasta que me viste fuerte en algo, desprotegiéndome
entonces, hasta que alcance firmeza y autonomía, poniéndote a mi lado
siempre. Esperándome o yo esperándolo para venirnos juntos de la
escuela en donde tú eras maestro y yo estudiante.
7. Eres
tú
Tiempo
después, cuando yo ya estudiaba en la universidad, en Lima, y viajé a
Trujillo en donde ya entonces vivía mi familia, mi padre dijo
algo que me espantó, porque nunca lo había visto ni escuchado cometer
un error ni un equívoco, como maestro que era. Dijo por mí:
– Es el hijo que más queremos.
Lo
dijo una tarde que vino a visitarnos la tía Gisela y cuando ella
preguntó por mí. Yo estaba en un rincón. Mi padre sabía que yo estaba
ahí.
O, ¿no sabía?
Pero
lo dijo ante todos los allí presentes, él que siempre fue cuidadoso y
ecuánime en no herir a nadie. Dijo por mí, como si estuviera ausente.
Y hasta ahora no sé por qué lo dijo.
Lo que sí sé, papá, es que te tengo permanentemente en mis sueños.
Allí apareces siempre, y te esfumas recién en el alba, cuando despierto. Por eso sé que eres tú quien hasta ahora me protege.
Y vas conmigo por las bajadas de los ríos. Es a ti, junto a Dios, a quien rezo. Eso lo sabes tú.
Y sé que eres tú quien me sostiene por los caminos, en donde si no fuera por ti yo ya hubiera muerto
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