ENTRE
DOS FUEGOS
Fransiles Gallardo
.
Desde
la loma del cerro Carachi, se divisan los colorados tejados de las casas de
Huancaspata y el morado de los papales de marzo, presagian buenas cosechas.
Nos
asombra la soledad del pueblo y un estremecimiento de angustia, nos escarapela el cuerpo.
A
la carrera bajamos el zigzageante camino, que nos lleva a la entrada principal
del pueblo y de allí, a la vieja plaza de armas con su glorieta de madera y
teja en el centro.
Un
perro lanudo, nos recibe ladrando.
En
la esquina de la iglesia de una sola torre, curpada y tapada con su chal negro
de lana, está doña Asencia Limache, “han matau mijo” llorando sin lágrimas “han malograu mi’ija” jalándose los
pelos.
Su
voz es un lamento sin tiempo ni medida. Un aullido en medio de la soledad.
El
sol se oculta por el abra que da a Santiago de Challas, pintando de grises y
granates los campos y tejados.
Don
Almanzor Chihuala con el dolor reflejado en el surco de sus arrugas; que
convierten sus cuarenta y cinco años en un anciano de setenta, nos recibe
lloroso en la puerta de la antigua casa de adobe pintada con calcita blanca que hemos alquilado como vivienda y
depósito; donde se guardan los materiales de construcción que usaremos para el
canal que estamos construyendo y que regarán las fértiles laderas y pampas
comunales de las alturas del río Grande, afluente del Huacrachuco, que deposita
sus aguas en el Marañón.
-Desgracia papay ingiñero- nos dice
sacándose el sombrero.
Agarrando
sus dos manos al cielo, se hinca de rodillas delante de mí.
–Desgracia ingiñero, desgracia- balbucea,
abrazándose de mis canillas.
Palmeándole
el hombro, le pido que se pare y me cuente la tragedia.
-Belisario- le digo a mi maestro de obra
-tráeme
una botella de alcohol rebajado, que tengo debajo de mi cama.
A
pico me tomo un buen trago y don Almanzor, también.
La
noche del miércoles y disparando ráfagas de metralleta una veintena de
senderistas han llegado al pueblo, dinamitando el local comunal.
Lanzando
vivas y disparos reunieron a los comuneros al costado de la glorieta y luego de
sus arengas a la lucha armada, realizaron el temido juicio popular.
Han azotado públicamente con cincuenta vergazos a Lorenzo Mendoza
por ser un mal ejemplo para la comunidad,
al convivir con dos mujeres a la vez.
Luego
preguntaron por Catalino Anchucaja, “el
perro, cochino soplón de la revolución”, y como nadie en el pueblo sabe de
él, desde hace algún tiempo “haciendo
arrodillar han degollao como
corderito, cacau, su pezquecito, han cortao, ingiñero” a Cipriano, su
hermano menor de solo trece años “para
escarmiento y para que sepan que así mueren los soplones y traidores de la
revolución”.
Luego
de pedir cupos de guerra en las
tiendas de don Eufrasio y ño Josefo Perales para
el sustento de la lucha armada se han marchado cantando y vivando,
llevándose al Casimiro Varas y a su primo Sebastián para enrolarlos en sus
filas.
Atravesando
la quebrada chica, se perdieron por las alturas del cerro Piscupichu.
Anoche,
“velando el cuerpito del Cipriano hamos
estao” y sin aviso ni nada ha llegado un destacamento de sinchis, con
fusiles y pasamontañas, siguiendo a la columna de sendero “ni lástima del muertito luan tenido” a patadas y culatazos han roto
las puertas de las casas, sacando a rastras a la gente del pueblo, los han
amontonado en un costado de la glorieta “mudo
testigo de nuestro sufrimiento, ingiñero”.
-¡Aquí estuvo sendero y no nos avisaron,
carajo!- grita una voz ronca, tras el pasamontañas -indios de mierda, ustedes son senderistas; les dan de comer, los
protegen y los esconden; deberíamos matarlos a todos, por haraganes, ignorantes
y traidores a la patria; comunistas seguros son!- dice escupiendo al suelo.
-Como pues comunicamos con ostidis,
jificito- ha dicho don Almanzor Chihuala, teniente gobernador de Huancaspata
-dos días de camino hay
hasta Challas y carru nuay pa Tayabamba, jificito-
explica.
Un
culatazo en la barriga, lo ha hecho encogerse y un puntapié en las posaderas lo ha hecho tragar la tierra de su propia
tierra.
-¿Donde está el soplón del Catalino Anchucaja?-
pregunta amenazador, rastrillando su arma de reglamento.
Silencio.
Nadie
sabe nada de su paradero; lo único que se conoce, es que hace
más de dos meses “voy hacer compritas a Sihuas, pronto vengo”
desapareciendo, sin
dejar rastro alguno.
En su frustración por no llevar vivo o muerto a Catalino
Anchucaja; cinco policías, arrastrándola de los pelos, han violado a Clementina
de tan solo doce años “delante de su
hermanito muertito, ingiñero”, llevándose a Vicente Túpac y Leonidas
Huamán, por sospecha de apoyo a los terrucos “ni miedo al muertito luan tenido ingiñero”.
Luego
de pedir donativos “plata queremos,
gallinas queremos, artefactos queremos” diciendo “para recompensar a las fuerzas policiales que luchan contra la
subversión y la violencia senderista” han dicho.
Atravesando
la quebrada chica, se han perdido por las alturas del cerro Piscupichu.
-¡Desgracia papay, ingiñero-
dicen los ojos secos de don Almanzor Chihuala, con un dolor sin nombre -¡Desgracia ingiñero, desgracia!- repite.
En
la esquina de la iglesia de una sola torre, curpada y tapada con su chal negro
de lana, está doña Asencia Limache “han matau mijo” llorando sin lágrimas han malograu mi’ija” jalándose los
pelos.
Su
voz es un lamento, sin tiempo ni medida.
Un
aullido, en medio de la soledad.
De:
Entre Dos Fuegos, Historias de Ingenieros.
Arteidea
– Colegio de Ingenieros del Perú