Danilo Sánchez Lihón
Sin el sacrificio previo
de uno mismo
no hay salud posible.
César Vallejo
1. Tambores
y clarines
El
17 de junio de 1923, César Vallejo dijo definitivamente adiós al Perú
al viajar rumbo a París, para no regresar corporalmente nunca más.
Fue domingo el día en que zarpó del Callao, después de escribirle a su hermano Manuel Natividad lo siguiente:
Te
pongo estas líneas para anunciarte que mañana me embarco rumbo a París.
Voy por pocos meses, seguramente hasta enero o febrero y nada más. Voy
por asuntos
literarios y ojalá me vaya bien.
Iba
donde la vida era crítica y hasta cruel. No era el incentivo de su
viaje pasar buena vida, gozar de lo cómodo, acceder a lo complaciente o
asumir lo hedonista. Menos aún
era su intención ganar dinero, hacerse de una buena posición, o
volverse rico.
Iba
a un continente en donde era difícil incluso sobrevivir. Había tomado
el rumbo hacia una Europa conflictiva, imprevisible y pronta a vivir un
holocausto. Y le atraía porque
en ella todo era agitado, inseguro y convulso, donde se buscaban nuevas
formas de vivir.
Y
donde ya se escuchaba el fragor de los tambores y clarines de combate,
aunque esta vez la guerra se había sofisticado y ya no eran caballos ni
torpedos sino tanques y cazabombarderos.
2. Y
estuvo allí
Para referirnos a un aspecto asequible y tradicional:
En
el campo del arte aquí aparecen cada año nuevas corrientes literarias,
que experimentan fórmulas, temáticas, lenguajes y novedosas relaciones
con otras artes.
Se
presencian manifiestos y proclamas decisivas, ocurriendo lo mismo en
otros ámbitos como la política, la economía y el acontecer social.
Es una Europa de entreguerras agitada, vibrante y sin tregua, adonde él se arroja absolutamente inerme, ingenuo e indefenso.
En
realidad, Vallejo siempre dirigió sus pasos hacia donde las papas
queman, hacia donde la historia está en criba, en tropel y fragua plena.
Así
fue a la estremecida Rusia en tres oportunidades y tuvo la intención de
quedarse y trabajar allí en una etapa igualmente crucial, cuando todo
en ella eran renuncias y privaciones;
y cuando el gran soviet definía a cada instante su destino.
Y
estuvo allí con su propio peculio, sin permitir que sus viajes fueran
pagados sino sacrificando él su dinero personal para interesarse en un
acontecimiento de valor social.
3. El riego
supremo
Ni siquiera aceptó que esta presencia en Rusia tuviera la forma de becas subvencionadas.
Tampoco
quiso que en su interés por Rusia estuviera involucrado dinero del
Estado Soviético; y esto a fin de mantener su imparcialidad e
independencia de criterio.
Y es que César Vallejo era un ser exacto, puro, escrupuloso en todo, no en la dimensión de la apariencia sino del espíritu.
A
España fue porque era otro lugar en el mundo en fragua, apasionado y
heroico. Llegó en una oportunidad a Madrid cuando esta ciudad era
bombardeada y se necesitó un permiso
muy especial para ingresar a ella.
En
cambio, no viajó ni se le ocurrió ir a Estados Unidos en bonanza. Si en
algún lugar cabe imaginar que estaría en estos momentos es en Irán,
Irak y Pakistán.
Y
es que Vallejo era en todo un ser comprometido con la vida y la
condición del hombre sobre la faz de la tierra. Y buscaba estar en donde
dicha condición estaba en riesgo supremos.
Ese mismo signo y sentido tiene su viaje a Europa el 17 de junio del
año 1923.
4. Adiós
sin retorno
Acerca
de cómo se gestó y se concretó su partida hay diversos testimonios,
todos ellos coincidentes en señalar, en esta circunstancia, la actuación
central de su amigo Julio
Gálvez Orrego, integrante del “Grupo Norte”, sobrino de Antenor Orrego y
un hombre generoso y servicial.
Es
él, cuando César Vallejo se encuentra refugiado y perseguido por la
policía en Trujillo, quien actúa como su enlace entre el mundo de
adentro y de afuera.
Es
él quien le trae y lleva recados, proporciona la comida y cumple
labores de un asistente servicial y acomedido. Puntual y eficaz para con
el amigo en este trance difícil.
Julio Gálvez, en marzo de 1923, conoció la noticia de que le correspondía recibir una herencia por la muerte de un familiar.
Valiéndose
de esta situación solicitó un adelanto de dicha herencia comprando lo
más pronto que pudo un boleto de viaje de primera clase para emprender
la travesía soñada hacia
Europa.
Ese
pasaje luego de conocer que se había abierto el proceso judicial en
contra de su amigo César Vallejo fue cambiado por dos boletos de
tercera, a fin de viajar con él ante
el riesgo que su amigo corría de quedarse en el Perú.
5. Comeremos
piedrecitas
Lo refiere Luis Alberto Sánchez, quien conoció de cerca estos hechos, cuando apunta de este modo:
Él
dividió el pasaje de primera a Europa, que le obsequiaron sus parientes
al declararse la herencia paterna, con Vallejo; de lo que resultaron
dos pasajes
de tercera y un hambre de primera.
Respecto
a este mismo asunto, Juan Larrea cita el testimonio de Armando Bazán,
explicando que ello concuerda plenamente con sus recuerdos: En marzo de
1923 le anunciaron de Trujillo
que su abuela al morir, acababa de dejarle una pequeña fortuna.
Fue
a esa ciudad inmediatamente. Y mientras se seguía los trámites
pertinentes, tuvo noticia de las maniobras judiciales que se estaban
haciendo allí para perder a su amigo César
Vallejo.
A
cualquier precio obtuvo, por eso, un adelanto de su herencia y regresó
inmediatamente a Lima. Empezaba el mes de junio. En dos semanas
pusieron, él y Vallejo, sus asuntos en
orden.
La
noche del 16 del mismo mes, cenaron alegremente, junto a algunos
amigos, en un chifa de Capón, y el 17 al atardecer, tomaron el “Oroya”.
Acostúmbrate a comer poco, que en París comeremos piedrecitas.
Le
reprochó Vallejo tiernamente en esa cita de la calle Capón al ver que
su amigo engullía los alimentos con gusto y delectación.
6. Habría
querido bajar
Al abordar el barco “Oroya”, en el que viajó a Europa, a César Vallejo se le veía muy acongojado.
Lo
acompañaron hasta el abordaje su hermano Néstor Pablo con quien
estudiaron juntos en la Universidad de Trujillo y quien vino desde
Huamachuco a despedirlo.
También
estaba allí presente su amigo Crisólogo Quezada, “el gordo”, quien se
interpuso al intento que se urdió para que se enlazara en matrimonio con
Otilia Villanueva que había
quedado embarazada de él.
¿Qué
se agolpaba en el alma de César Vallejo cuando estuvo silencioso en la
borda? ¿Y en aquel momento en que el “Oroya” se alejaba del puerto del
Callao? ¿Y luego cuando navegaba
por la costa del Perú, tras la neblina?
En carta que le dirige a su abogado Carlos C. Godoy, quien veía su juicio en Trujillo, le dice:
Habría
querido bajar, a mi paso, en Salaverry, más lamentablemente, no toca el
“Oroya” en ese puerto y me quedo con la mano en el aire, sin alcanzar a
estrechar
las de los poquísimos amigos que, como usted, ocupan mi corazón. Qué
vamos a hacer. Ya lo haré a mi retorno.
7. Con la mano
en el aire
“La
mano en el aire” es el gesto que encierra el significado de lo
inacabable, de la despedida; también de lo inasequible, de lo que no se
alcanza a tocar. También del misterio
del adiós en este mundo y en esta vida. Es igualmente, el movimiento
que se hace para apuntar a las montañas en las que hemos nacido.
Es
seguro que en el momento de su partida Vallejo pensaba en el Perú, al
cual no dejaba, sino que lo llevaba incrustado en el alma. Porque él
partió no para olvidarse de su país,
sino para tenerlo más presente y rencontrarla siempre. Recogía en esos
momentos sus cariños más hondos a fin de nunca olvidarse de ellos.
Fue,
al estar de pie en la baranda de la sección de tercera clase de la nave
que se alejaba, donde le asaltó aquel puñal ardiente y quemante del
amor a la tierra, que laceró
su alma constantemente y del cual dan testimonio sus amigos de París.
Cabe
suponer que en las imágenes que se esbozaban en su mente estaban
imborrables su casa, las calles de Santiago de Chuco, el perfil de los
cerros, las lomas sembradas de:
papales, cebadales, cosa buena
Y las voces de sus seres queridos, algunos ya muertos, pero allí presentes en esa hora cuando él partía.
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