Danilo Sánchez Lihón
1. Cuenta
él mismo
Arturo
Hernández, el autor de las célebres novelas “Sangama” y “Selva
trágica”, nació en la provincia de Requena, en Sintico, a la margen
izquierda del
río Ucayali, en plena selva amazónica, el año de 1903, y murió en Lima
el 2 de abril del año 1970.
Nunca
pudo averiguar ni el día ni el mes de su nacimiento, sino apenas el
año, pero más la circunstancia en que vino al mundo, que fue:
“En la época en que los salvajes irrumpieron en el pueblo de Samanco y raptaron a todas las mujeres”.
Eso
lo cuenta así, él mismo. Es decir, ni siquiera nació en la capital de
la provincia sino en un villorrio del distrito Emilio San Martín, nombre
curioso
pero que fue de un héroe de la Marina de Guerra del Perú en la guerra
con Chile.
Y
de quien se refiere la hazaña de que para hundir un barco enemigo hizo
explotar una bomba cargándola en sus brazos y después a fin de que se
active disparándola
con su revólver.
2. Tres
días
Nació
Arturo Hernández en un pueblo que a la vez desapareció varias veces,
pero que ha vuelto a aparecer, como ocurre con la mayoría de pueblos de
la Amazonía
que cambian de uno a otro lugar.
Y
eso debido principalmente a que los lleva el río, a causa que la tierra
sobre la cual se asientan es arcilla aluvial que cualquier día vuelve a
ser arrastrada
por la corriente de agua.
Pero
un día el río no solo se tragó el pueblo sino toda la tierra que Arturo
Hernández tenía bajo sus pies. O sea, su lugar de origen sí desapareció
por
completo.
Ese
día Arturo solo se salvó trepándose a un árbol en donde permaneció
montado y sujeto a una rama durante varios días seguidos con sus
respectivas noches,
para después bajar, nadar y alcanzar una orilla desconocida, como si
para él fuera otro mundo.
3.
A punta
de palos
Aprendió
a leer en la escuelita que organizó su padre para los hijos de los
obreros que trabajaban en la recolección de caucho en el shiringal, que
se
llama así al paraje rico en árboles que ofrecen ese producto: ¡el
caucho!, que en la época que vivió era tan apreciado como el oro.
Pero
ocurrió que murió su madre y su padre entonces lo lleva a vivir con su
abuela de parte suya, o sea su madre, quien odiaba a ese niño por ser
fruto
de una relación que nunca ella quiso ni aprobó. Por eso, cada vez que
la abuela, por ejemplo, lo veía que intentaba leer lo castigaba,
diciéndole:
– Ay, maldito. Otra vez ya te encontré en este vicio.
– Perdón abuela, pero no me pegues, te lo suplico. Ya no lo haré.
–
Si no te pego entonces ¿cómo te vas a corregir de estas ociosidades?
¡Ya te he dicho, trabaja! ¡Dedícate a tus tareas, y no a estas
cochinadas!
– ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!
Y le daba duro.
– Así, infame, te voy a ser doctor, a punta de palos. –Le decía.
4. Marinería
a bordo
Trató
de fugar varias veces de esa tutela. Pero terminaron encontrándolo
selva adentro. Razón por la cual su abuela decidió mantenerlo día y
noche, amarrado
a un palo.
En
realidad, permanecía encadenado junto al fogón, en donde tenía que
cocinar, lavar los platos, las ollas y la ropa. Y allí mismo dormía en
el suelo.
Lo mantuvo como esclavo, bien atado a una estaca clavada en la tierra.
Su
única alegría consistía, cuenta él, en mirar los barcos ingleses que
pasaban resoplando sus sirenas rumbo a Liverpool cargados de goma
elástica.
Eran
barcos de lujosos barandales que emitían volutas de humo en el cielo
azulino de la Amazonía y con la marinería a bordo, vestidos de blanco
inmarcesible,
de ojos azules y en la boca pendiente un cigarrillo.
En la entrevista que Arturo Hernández concedió a Hernán Velarde para el diario Expreso, cuenta lo siguiente:
5. Nunca
se imaginó
–Un día pasó una barcaza llena de soldados, con destino a una guarnición del interior.
Levanté
la mano para saludarlos presa de una emoción desconocida y al mismo
tiempo sentí que una mano como una garra me sacudía por
los hombros.
– ¿Qué miras, desgraciado?
– Me gustaría ser uno de ellos, abuelita.
– ¿Tú?
– Sí ma, ¿por qué no?
– ¡Porque eres un imbécil...!
Así era de cruel mi abuela.
Refiere
él de ese modo. Y nosotros comentamos: Pobre viejita, nunca se imaginó
que llegaría a ser General de Brigada del Ejército Peruano y además
doctor
en leyes con el cargo de Fiscal General del Consejo Supremo de Justicia
Militar.
6. Sin que nadie
sepa de él
Pero,
un día pasó el ejército reclutando jóvenes para el Servicio Militar
Obligatorio. Mintió que tenía dieciocho años cuando apenas tenía quince.
Y cargaron
con él en la lancha, levándolo de cuajo y sin apelaciones. Que él para
nada las tenía.
Estando
en el Regimiento de Cazadores del Oriente 51, y cuando ya tenía grado
de sargento, su capitán llamado Guillermo Cervantes, se rebeló contra el
Estado Peruano, y con él arrastró a la tropa a su servicio, pidiendo
mayor atención para los álgidos problemas de su región, la Amazonía.
Cinco
meses duró la sublevación que finalmente fue develada. Arturo Hernández
cayó prisionero y fue trasladado a Lima en condición de amotinado y con
la
amenaza de ser fusilado sumariamente en cualquier momento.
Sufrió
presidio en un viejo velero fondeado en el litoral y luego en la cárcel
de Guadalupe, con la vida pendiente de un hilo, sin saber si cada
amanecer
o cada anochecer sería conducido al paredón.
Parecía
un olvidado en una mazmorra oscura húmeda y maloliente sin que nadie
sepa de él ni de su caso. Ni se sepa de cuál era, ni cuál sería su
triste
destino.
7. Dolor
y lágrimas
Pero
un día, sin qué ni por qué lo echaron a la calle y lo dejaron libre.
Fue peor que estar preso. Porque si hubiera sido en la selva al menos
hubiera
sabido defenderse. Pero no era la selva sino una ciudad que le pareció
desalmada. Expresa:
“Dormí en el Parque de los Garifos, sufrí hambre y conocí el sabor amargo de la desocupación”.
Y
ser primero un vagabundo. Para luego ser un jornalero de construcción
civil, un peón de hacienda, un mozo de bar, un conductor de tranvía, un
portapliegos,
un mozo de cocina. Todo eso fue. Y cuenta:
Hasta
que logré un “conchave” en el vapor Ucayali, al que fui por llamarse
como mi río. Fueron muchos viajes por la costa del Caribe,
en calidad de mozo de salón, el último de la nómina y el primero en el
trabajo.
Días
de dolor y lágrimas, siempre con la esperanza de alcanzar algo que
llenara mi espíritu. Cansado de dar vueltas en el mar, acepté
el cargo de capataz de cuadrilla de los trabajadores que jalonaban la
vía Mejorad, en Ayacucho.
8. Mi amor
propio
Pero
se dio la oportunidad de asimilarse a la Marina de Guerra del Perú en
la Zona Naval del Callao. Hacia allí fue. Ingresó. Y pronto ascendió a
Alférez
de Fragata.
Al
mismo tiempo, tenía 26 años de edad, postuló a la Universidad de San
Marcos para estudiar Derecho, o Abogacía, como entonces se llamaba.
Clausurado
San Marcos se trasladó a la Universidad Católica, donde culminó sus
estudios el año 1936. He aquí su relato:
– ¿Sabe Ud. cómo y por qué ingrese a la Universidad?
–Le cuenta al periodista y hombre de letras Hernán Velarde–. Gracias a un amigo que quiso burlarse de mí. "¿Ya que eres tan aspirante, por qué no te presentas a la Universidad?".
Lo
dijo con tal tufillo de mala fe, que hirió mi amor propio y cualquier
día me vi haciendo turno para los exámenes de ingreso, entre
800 alumnos que luchaban por colocarse en una de las 80 vacantes para
Letras.
Fue un examen de pura "mechadera", los aspirantes caían como moscas, por eso cuando el jurado me llamó:
9.
¡Qué
maravilla!
– ¡Aspirante Arturo Hernández del Águila!
Yo,
en vez de decir ¡presente!, quedé mudo y clavado en el suelo. Pero
entonces vino nuevamente "en mi ayuda" el burlón, quien me envió
trastabillando hasta los pies del Jurado.
Me
revolcaron malamente. Al final me entregaron un papel con mi nota. Yo
naturalmente ni lo miré. "Mi amigo" reía aun cuando traspusimos
la puerta de San Marcos, donde por hacer algo, saqué el papel con mi
nota.
¡Qué
maravilla! No sé por qué milagroso mecanismo me habían puesto 11.
Entonces vi que "mi amigo" lloraba. Nunca supe si fue de felicidad
o de envidia.
Así,
en el año 1942, publicó su novela autobiográfica “Sangama”. En el año
1950 se casó con una bella y bondadosa maestra que se consagró al
cuidado de
su obra, su nombre: Telma San Martín.
10. Receta
moral
En el año 1952 su novela fue traducida al francés y se volvió best seller, libro del mes en Francia.
Luego su fama se extendió a Europa.
Se tradujo al alemán, inglés, ruso y al yugoeslavo.
Los
cheques por regalías en cada remesa sobrepasaban los 300 mil francos, o
sus equivalentes. Compró una casa y se dedicó a escribir entre otras,
obras
como: “Selva Trágica”, “Tangarana y otros cuentos”, “Bubinzana (La
canción mágica del Amazonas)”.
En este trajín declaró alguna vez:
“en realidad yo he aprendido todo lo que sé trabajando”.
Y
cuando se le preguntó acerca del tema de las técnicas literarias en sus
novelas, temas muy de moda en los años que le tocó vivir, respondió que
el único
consejo que quería dar a quienes aspiraban a ser escritores era:
“Vivir más e inventar menos”.
Receta moral en estos tiempos de fanfarronadas, embustes y artificios.
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