Entrevista realizada
al Dr. Arturo Jiménez Borja
por Danilo Sánchez Lihón
D.S.L.:
Dr. Arturo Jiménez Borja, quisiera iniciar esta entrevista
preguntándole: ¿Los niños, que casi siempre viven en el presente y de
cara al futuro, tienen una relación armoniosa y acogedora con el museo, o
ésta es una camisa de fuerza en la cual tratamos de introducirlos y en
la que quisiéramos hacerlos caber?
A.J.B.:
Los museos han dejado de ser depositarios de antigüedades de obras de
arte; hoy en día se entienden como medios para educar. Si el museo no
educa, no sirve para mucho.
D.S.L.: Ahora bien, ¿al educar no hace que ellos se tornen un poco rígidos y pierdan su atractivo?
A.J.B.:
No. Porque el museo tiene siempre el poder de maravillar y de asombrar.
Y este poder nos acerca a la edad temprana del ser del hombre, porque
el niño es niño por tener la capacidad de admiración. A él todo le llama
la atención: una hormiga, un caracol, una mariposa para él son motivo
de embeleso. Entonces, el museo le ofrece desarrollar esos dones que son
de fundamental importancia para un ser humano con la capacidad de
aprecio a esta circunstancia vital de existir y descubrir.
D.S.L.: ¿Se consiguen esos resultados o hay algo que falta para lograr dicho objetivo?
A.J.B.:
Lo que falta es que los profesores se tomen el trabajo de visitar
primero el establecimiento que en los días siguientes van a mostrar a
sus niños y no solo estar esperanzados en que el museo les ofrezca un
guía que les vaya explicando, tanto a ellos como a los pequeños los
contenidos que hay en el museo. El profesor antes tiene que prepararse y
él mismo también tiene que ser un guía.
D.S.L.:
¿Los museos responden a los intereses de los niños menores de 6 años
que cursan la Educación Inicial en nuestro país, por ejemplo?
A.J.B.:
Para los niños muy chicos yo creo que el museo debe ofrecer otra
composición. En primer orden debe ser pensado por los niños y, si fuera
posible, ejecutado por ellos mismos; en donde las piezas pudieran ser
tocadas a cabalidad, porque los niños necesitan tener sensaciones. Por
ejemplo, no se concibe un juguete que el niño no pueda manipular e
inclusive desarmar.
D.S.L.: ¿Hay esa posibilidad, actualmente, en los museos del país?
A.J.B.:
No. En la mayoría de los museos hay muchos aspectos contrarios al niño;
como las órdenes: “No se toca”, “No se grita” “No se habla en voz
alta”, “Se mira”. Entonces, tantos mandatos negativos hacen que al
pequeño no le parezca que es un ambiente grato ni querido para él.
D.S.L.:
Además hay otros problemas, como el de los temas o campos a los cuales
se dedican las exposiciones, ¿Son aquellos que a los niños les
interesan?
A.J.B.:
Creo que el museo debería ofrecer para el niño varios temas a la vez.
No sería conveniente un solo asunto, porque el infante no tiene la
disciplina para concentrarse en algo específico, sino que necesita
variedad. Si se tratara de pensar un poco cómo piensan los niños, cabría
tener museos en una variedad muy amplia de temas o campos de interés.
D.S.L.:
Pero, ¿cabe alentar museos especialmente destinados a los niños?
Porque, permítame contarle que he tenido la suerte de visitar el Museo
Nacional de Ciencias de los Estados Unidos en Filadelfia, el que, dentro
del rigor extraordinario con que está organizado y a pesar de enfocar
tramas complicadas, como es el mundo de las ciencias, resulta fascinante
para todas las edades, porque se ve tanto a niños como a profesores,
especialistas y científicos, gozando de cada muestra que se presenta.
Allí el principio y la orientación es que más bien está “prohibido no
tocar”. ¿Cabe proponer museos sólo destinados a los niños, o museos
universales en donde él, como también su padre o el joven de edad
intermedia, puedan deleitarse y participar?
A.J.B.:
Soy de la idea de alentar más bien museos de carácter universal. Pero,
además, abiertos o naturales. Yo he visto en Tucson, en la frontera de
Estados Unidos y México, un museo en el que se presenta la vida de los
animales en pleno campo, en donde se levanta una muestra y en donde se
puede ver, por ejemplo, alacranes, arañas, culebras, ciempiés, en sus
propios escondrijos, zorras en sus madrigueras y aves en sus propios
nidos. Para que se pudiera apreciar se encienden luces y otros efectos
que los hacen mucho más atractivos y fascinantes. Naturalmente, allí los
grandes y los chicos están extasiados.
D.S.L.: ¿Cómo empezar aquí a ofrecer a los niños, servicio de museos que les susciten curiosidad y hasta placer?
A.J.B.:
Lo valioso sería intentar que los mismos niños los diseñen a muy
pequeña escala. Que tanto como llevarlos a visitar museos, se organicen
pequeños museos en el aula y hasta colecciones personales,
planteándoles: ¿Qué les interesa?, ¿cómo quisieran que estén
presentados? Si debe haber vitrinas o no. Es pertinente hacer una
incitación a que ellos mismos compongan algo que pueda servir de base
para que los grandes lo hagamos con mejores recursos y, quizá,
contribuyamos un poco mejor para que sea más rico y fructuoso.
D.S.L.: ¿Los maestros están capacitados para emprender esa tarea?
A.J.B.:
Quizá voy a ser exagerado en lo que voy a decir, pero me remito a mi
propia experiencia: El maestro lleva al alumno al museo casi
maliciosamente, como el que dice hoy día no hago clases, hoy tengo un
día de asueto. Entonces, hay que ver el espectáculo tristísimo de los
niños tomados de la mano, formando cadenas como si fueran ciegos, y
pasando delante de las vitrinas preguntando:
- Maestro, ¿qué cosa es eso?
- Un huaco
- Maestro, ¿y esto qué es?
- Otro huaco
De
manera que esos niños desfilando, es como si pasaran delante de una
zapatería donde todo es zapato, donde no hay ningún relieve, ninguna
variedad, ningún encanto. ¡Así no se puede interesar a nadie en ningún
lugar del mundo!
D.S.L.: ¿Qué hacer, entonces?
A.J.B.:
El maestro primero tiene que venir al museo, informarse y leer en razón
de los intereses de los niños, que él mejor que nadie conoce. Porque él
es en primer lugar el que tiene que conocer para luego enseñar y guiar a
sus niños, pues la visita al museo no es un viaje despreocupado, sino
un viaje a lo formativo y, por consiguiente, los alumnos deben tener
antes una explicación, en el aula, de lo que van a ver. Es eso lo que el
profesor tiene que hacer antes, y debe poner especial interés en sacar
el máximo provecho a estas visitas.
D.S.L.:
Sí los museos son espacios educativos, ¿no tienen que estar
condicionados para ser de alguna manera esencialmente pedagógicos?
A.J.B.:
Ahora es una tendencia general en los museos poner el menor número de
leyendas, y hacer que ello sea lo más breve y conciso posible. Aquí
tenemos excesivas explicaciones; entonces el pobre niño, que tiene que
hacer para el día siguiente un trabajo sobre la visita al museo, se
dedica exclusivamente a copiar las leyendas y no ve absolutamente los
objetos. De tal manera que es una inspección de escribas, en donde todos
están de rodillas mirando y transcribiendo los letreros, y nadie ve las
piezas que son verdaderamente valiosas; entonces todo se convierte en
una aproximación inútil e infructuosa.
D.S.L.:
Ahora bien, ¿cabe esperar o pretender desarrollar museos caseros,
propios del ámbito del niño, en sus aulas de clase? ¿Y, también,
realizar actividades para que el pequeño sea una persona que recoja
objetos, los valore, los interprete e, igualmente, coleccione? ¿Debería
ser una formación general en los niños tener algunas actividades que son
propias de este mundo de los museos?
A.J.B.:
Algunos maestros estimulan en ese sentido; sobre todo en un aspecto que
es la arqueología. Entonces llevan a los niños de excursión. Éstos son
maestros más ambiciosos porque no toman mediodía de asueto, sino que un
día completo. Siendo así, los llevan y los sueltan en los yacimientos
arqueológicos; por donde bajan, suben, triscan, destruyen el monumento; y
si el profesor es mucho más imaginativo los incita a devastar. Y, por
último, si el profesor es además diabólico, les dice que en el colegio
se debe formar un museo y que ellos traten de conseguir por allí algunos
objetos; entonces los niños comienzan desesperadamente a huaquear. Es
su primera experiencia como depredadores de nuestro riquísimo pasado
histórico.
D.S.L.:
Pero, sin ir a lo que es patrimonio nacional, ¿es apropiado anhelar
museos sobre elementos más simples, comunes y corrientes, como por
ejemplo sobre los distintos aspectos que nos ofrece la realidad -sea el
agua, las piedras, la madera- y así el niño, prestándoles especial
atención, aprenda a identificarlos, describirlos, rotularlos,
clasificarlos y, de esa manera, pueda desarrollar con ellos actividades
más propicias para lo que después puedan ser áreas o piezas más
delicadas, como las que encontramos en los museos convencionales?
A.J.B.:
Sí. Esto me parece positivo e importante. Así se le enseñaría al niño
que todo es significativo. En ese sentido las ciencias naturales, la
botánica y la zoología son importantes. Pero lo que más interesa a los
niños es lo que no tienen en su casa. Nosotros, por ejemplo, en
Pachacámac tenemos llamas, lo que atrae mucho. En Puruchuco yo tenía una
gran cantidad de animalitos, como guacamayos, venados, tortugas;
desgraciadamente las partidas para los museos son muy pequeñas y todo
ello necesita mantenimiento.
D.S.L.:
Ud. mencionó, al principio, una cualidad extraordinaria del museo, que
es su capacidad de asombrar, fascinar y admirar. Esto, ¿depende más de
la manera cómo se presenta una pieza, un resto o un vestigio, o depende
de quienes pueden animar, mediante la explicación a los visitantes?
A.J.B.:
Bueno, la acción tiene que ser de ambas partes. De un lado naturalmente
corresponde al museo presentar un desarrollo que llegue a ser
impactante. Nosotros, por ejemplo, presentamos CHAVÍN de manera
dramatizada, con buena iluminación, juego de luces y espejos. Pero, de
otra parte, corresponde a la persona que lleva a los niños al museo, la
que debe ir preparada; y en esto me refiero a los padres que es a
quienes más preguntan sus hijos.
D.S.L.:
Porque a veces las explicaciones de los guías no son todo lo sugestivas
que debieran ser, atiborradas más bien de datos que de imágenes y de
sugestiones.
A.J.B.:
Es cierto. Por ejemplo, en la Embajada China me dieron hace poco a
probar un licor y me dijeron: “Ésta es una receta del Emperador de la
China, que se ha encontrado en uno de los palacios imperiales. Conforme a
ésta se ha preparado este licor que en la antigüedad que durante siglos
fue exclusiva de una dinastía y que ahora podemos probarlo”. Entonces
esta explicación hizo que aprecie aquello. Y, aun cuando el licor no era
nada del otro mundo, por la referencia que me habían dado me pareció
algo extraordinario.
D.S.L.:
¿Qué recomendaría a un profesor de niños pequeñitos, menores de 6 años,
con respecto a la utilización del museo para la formación de sus
alumnos?
A.J.B.:
Yo retomaría una observación que Ud. mismo ha hecho, cual es comenzar a
interesar a los niños por las cosas más sencillas, más fáciles de
conseguir. El niño, por ejemplo, que colecciona estampillas es un niño
que se está preparando para más tarde recorrer bien el camino del museo.
D.S.L.: Incluso hacerlo con materiales más sencillos todavía, ¿no es cierto?
A.J.B.:
Como hace un padre o madre amorosos con el infante al que le enseñan
cuando van a la playa, que juntos puede recoger piedritas de varios
colores, conchitas marinas o pedazos de madera; e inclusive huesos de
aves, peces y moluscos que el mar arroja y que tienen formas tan
extrañas. Con el interés que se le ponga ya se está desarrollando
hábitos de clasificación y estudio. Entonces, de esa manera, está
recibiendo una preparación; se “le está haciendo el paladar”, como se
dice, para lo que pueda probar más tarde visitando un museo de pintura
contemporánea o un museo de arte colonial.
D.S.L.: ¡Son tantas las cosas que se pueden hacer!
A.J.B.:
Hacer, por ejemplo, un herbario, una colección de plumas, enseñándoles
que ésta es una pluma de paloma, esta otra es de lechuza, aquella de un
colibrí. Este hecho, al parecer inocente, es lo que resulta más
interesante en la formación para que apreciemos el mundo y nos
subyuguemos de su encanto, a fin de que en él nada destruyamos y todo lo
valoremos.
D.S.L.: ¡Y todo este conocimiento es incluso mágico!
A.J.B.:
Y también que sea práctico. Yo he visto, por ejemplo, cómo el
arqueólogo, excavando una tumba, se encuentra con unas plumas y no sabe
si son de aves de la región o son plumas de aves exóticas que han venido
de muy lejos. No tiene, entonces, más que recurrir a su álbum que hizo
de pequeño o de escolar, en donde están todas las plumas coleccionadas y
hasta la figura del ave a la que pertenece.
D.S.L.:
Todo depende de la dedicación y también de la Imaginación de los
maestros, pero asimismo de la asesoría que ellos pudieran recibir.
A.J.B.:
Hay multitud de formas con las que se puede preparar al niño para
degustar y apreciar lo que más tarde va a ser una visita al museo. Todos
nosotros hemos nacido no sabiendo nada y, poco a poco, nos han enseñado
tantas cosas. Pero, si no nos hubieran iniciado para ir acertadamente
por el camino verdadero, andaríamos extraviados por otros que, quizá, no
son los mejores senderos.
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