Danilo Sánchez Lihón
1. La órbita
solar
Es casi al terminar la primera hora de la mañana cuando escuchamos un alboroto que viene desde el filo del corredor más cercano:
– ¡Es un cometa!
– ¡O quizá es un satélite ruso!
– ¡O quizás es norteamericano!
– ¡Es un Ovni!
El maestro se acerca a la ventana. Observa afuera y nos hace salir a todos en fila.
Al
principio no divisamos nada en la inmensa esfera de un azul intenso y
límpido. Pero luego se hace nítido un trazo minúsculo de luz, como una
chispa bruñida en el cielo añil y sereno.
Es
el brillo extraño de la punta de un alfiler que refulge nítido con el
sol esplendente de la mañana nacarada en la inmensidad del azur.
Está
tan lejos que parece quieto y a ratos da la impresión de avanzar a una
altura a la cual no llegan ni las águilas ni los cóndores.
–
¡Es un satélite de comunicaciones! –Murmura Villena, aficionado a leer
los periódicos–. Los rusos acaban de lanzar uno al espacio.
– ¡Es un cometa de la órbita solar! ¡Quizá el Halley que está regresando y se puede chocar!
2. En
bandadas
La noticia se esparce a las demás secciones de la escuela que van saliendo y formando grupos en el patio.
– ¿Qué es? –Preguntamos ya ansiosos a nuestro maestro.
– ¡Es un ave! –Afirma.
– ¿Un ave a esa altura?
¿Y viniendo desde lejos? Porque el trazo que sigue es desde atrás del horizonte.
¿Y puede un ave dar la vuelta al mundo?
Desde el borde de la inmensa esfera del cielo se va acercando lentamente.
–
¡Sí! Es ave, y puede ser un pato, que son aves que se remontan a mucha
altura para tener un vuelo largo y sostenido. –Se atreve a elucubrar
Manuel, el más aplicado en aprender las lecciones.
– Hace poco se escapó uno de mi casa. –Agrega César.
– Pero un pato al volar sacude las alas, –corrige Francisco.
– O quizás es un cisne. –Arriesga el niño Porturas, aficionado a leer cuentos de hadas.
–
Los cisnes despliegan muy largas sus alas. Y, además, nunca viajan
solos sino en bandadas. –Señala Antuco, acomodando sus lentes de
sabelotodo.
– Será entonces un cóndor. –Supone otro.
–
Pero el cóndor siempre es negro y no brilla. –Aduce Gastañuadí que en
la jalca de donde viene defiende a diario sus ovejas de los cóndores que
las acechan.
3. El brillo
de esas alas
Nuestro
profesor, al centro del círculo, con las bastas del pantalón bien
delineadas y con los zapatos que reflejan el sol y los aleros de la
escuela, escruta aquel punto entrecerrando los ojos. Y con las manos
haciendo visera aumenta tres cualidades después de haber dicho que es un
ave. Y luego a esas tres aumenta otra, diciendo:
– ¡Es un ave grande, fuerte y de glorioso destino! Calla un momento mirándola, para luego agregar–. ¡Y que está herida!
Esta
aseveración nos conmueve, emociona y sobrecoge. ¿Tanto ve y sabe el
maestro? Como si presintieran algo extraño no revolotean las golondrinas
que a diario tejen enredaderas en torno a la campana.
Los
gorriones que saltan del jardín a los tejados han desparecido. También
han enmudecido los ladridos de los perros, como el cacareo de las
gallinas y el rebuzno lejano de los jumentos. Todos los seres parecen
hallarse sobrecogidos.
– ¡Entonces será un guanay! –Aduce César, que ha estado en Chimbote.
Pero todos recordarnos en nuestros libros el pico largo y el cuerpo enjuto del guanay.
–
Puede ser la escarcha del hielo por las noches heladas y que se han
pegado en sus alas. ¡Y que las hacen brillar! –Agrega, como si delirara,
hablando consigo mismo.
4. Viene
del mar
A mitad de la mañana aquel brillo está exactamente sobre nuestras cabezas, en el cenit del cielo.
Alguien
ha traído un catalejo y es allí donde, pasándonos de mano en mano y por
turnos, observamos con el aliento detenido en nuestros pechos.
Ciertamente es un ave, y tanto que podemos ver su vuelo trabajoso.
Podemos incluso ver que una de sus patas cuelga dificultosamente.
Pero, aun así, lleva erguida la cabeza. Y su vuelo es parejo.
Los demás alumnos se acercan a nuestro grupo.
– ¿Qué es, profesor? –Preguntan ansiosos.
– ¡Es un albatros! –Dice por fin el maestro.
– ¿Qué? ¿Un albatros? ¿Y de dónde viene?
– Viene del mar y va hacia el mar.
– ¿Viene del mar? ¿Y va hacia el mar? ¿Del océano Atlántico al océano Pacífico?
– ¡Sí! –Sentencia al profesor.
– ¿Y puede un pájaro llegar hasta aquí volando desde el mar?
5. Vuela
herido
¿Del
mar? ¿Del que solo alcanzamos a imaginar, desde esta serranía, que es
una línea azul en un horizonte mágico? ¡Algo infinitamente grande y
distante!
¿Con ciudades a sus orillas que sólo conocemos por las etiquetas de los productos que llegan a las tiendas?
¡Caramelos de menta! ¡Aceite de bacalao! ¡Gaseosas de Trujillo!
Enseres traídos por camiones que durante semanas se atascan en los caminos.
¿Y va hacia el mar? ¿Al Océano Pacífico, viniendo del Océano Atlántico?
¿Desde esos confines tantas veces repasados en nuestros cuadernos de historia y geografía?
¡Los
viajes de Colón dibujados con líneas, puntos y cruces! ¡Trazados de
surcos, que ya jamás se cierran, señalando la ruta de las tres
carabelas!
El último –¡oh infortunio!– cargado de grilletes y cadenas. Y cubierto de harapos e ignominia el Gran Almirante.
6. Saludo
al nauta
– ¿Y desde cuándo está volando?
– Desde hace varias semanas. O tal vez meses.
– Quiere decir que: ¿No come? ¿No bebe agua? ¿No duerme?
Y entonces: ¿El hambre? Y, ¿la sed? Y, ¿el frío?
Una emoción profunda invade nuestros corazones.
Los
cuerpos tensos, con los ojos entrecerrados por el sol implacable y
nuestras pequeñas manos alzadas a la altura de nuestras frentes, las
convertimos calladamente en un saludo de pequeños soldados al nauta
portentoso.
¿Qué paisajes sus ojos divisan hacía abajo?
¿Qué roquedales de pavor y de miedo soporta al cruzar su pecho por los abismos?
¿Qué noches intrincadas soporta?
¿Qué soles inclementes?
Unas
lágrimas de valor y coraje se deslizan por nuestras mejillas tersas,
nuestros pómulos curtidos y nuestros mentones temblorosos vibran llenos
de una emoción profunda.
7. Cruzar
el cielo infinito
Alguien
alcanza a gritar su entusiasmo alentándolo y todos al unísono repetimos
alcanzándole desde la tierra nuestro aliento unánime:
– ¡Vuela amigo!
– ¡Vuela!
– ¡No decaigas! ¡No te dejes vencer!
Y
en nuestros corazones le musitamos: ¡Surca el aire! ¡Surca el cielo!
¡Vence el sueño! ¡No te arredre la tormenta, ni la tristeza, ni el
dolor!
– ¡Llegarás al mar! –Grita uno.
– ¡Llegarás al mar! –Repetimos todos.
Al
crepúsculo nuestros ojos apenas lo encuentran en el horizonte. Es un
leve fulgor en la noche desalmada que cubre el universo. Imaginamos su
mirada vigilante, sus alas doblegando distancias, sus latidos golpeando
intensamente la noche y rompiendo el cierzo de que se cubre el
firmamento.
Al
volver y cerrar la portada de nuestra casa, los goznes chirrían con una
leve señal en las sombras. Y en nuestros sueños el albatros vuelve a
cruzar el cielo infinito de los Andes meridionales.
*****
CONVOCATORIA