Danilo Sánchez Lihón
1. Y
cada vez
Yo
al nacer seguramente quise imitarte a ti, mamá, y venir al mundo de un
modo imprevisto, en cualquier lugar de la casa, aunque tú naciste en
Samada, en el camino, y ya llegando a Santiago de Chuco. Pero yo, con
menos arrojo, escogí hacerlo dentro de un espacio más pequeño, nuestro
hogar. Pero, como tú misma precisas:
– Tú, hijito, ¡casi naces en el pozo de agua!
Es
decir, al pie del corredor de ladrillos rojos y hexagonales ya gastados
por el trajín de los pasos y los años, y a cuyo borde te recostaste ya
en trance de parto, en el trayecto de la habitación que da a la calle
hacia tu dormitorio.
Y
es que te sorprendieron los dolores del alumbramiento estando tú en la
tienda de abajo, y caminaste hasta el aposento tuyo y de papá, que
quedaba en la esquina del patio.
Y para lo cual tenías que pasar por el borde del pozo en cuyo brocal cuentas que yo tuve ganas de nacer.
Y
tuviste que retenerme a la fuerza en su vientre, según nos dices
jocosa, y nuevamente con tu carita asustada, cada vez que nos lo vuelves
a contar.
2. Lugares
hondos
Me
apretaste en tus entrañas, porque si no yo hubiera nacido ahí y quizá
hasta hubiera caído al fondo del agua quieta y cristalina.
Linfa
que espejea a esas horas en la superficie a ratos irisada, con leves
olas que mueren en las piedras de su borde y resbalaban en la arena
humedecida hacia la acequia, antes de perderse huidizas en el albañal.
Y cuando eso narras en verdad yo siento la atracción que otra vez ejerce en mi alma el manantial.
Razón por la cual siento que yo tuve mucho que ver con ese susto que te produje y que te hice pasar, mamá.
Con
lo que reconozco que desde tu vientre con mis caprichos ya te inquieté
por lo que no conocía. Y que eran las cosas sagradas de este mundo, como
es una fuente de agua.
Y que quizá marca mi atracción por el misterio de las cosas fugitivas.
Y
de modo particular por el que encierran las casas en sus lugares
hondos, que parecen fijas pero que son evanescentes y efímeras, como
son: sus oratorios, sus fogones y sus pozos.
3. Soltó
la lámpara
–
Y, ¿quién fue mi partera, mamá? –Te pregunto. Queriendo agradecer
siquiera en mi recuerdo a quién corrió a salvarme de hundirme y mojarme
en el pozo de agua helada–. ¿Quién cortó mi ombligo, mamá?
–
Fue tu bisabuela Shona. Ella hizo todo, porque quisiste caer al pozo
temprano, pero después te dormiste, y en la madrugada otra vez me
vinieron los dolores. Llamar a esa hora, ¿a quién? ¿Dónde ir a tocar una
puerta? Aún las veo sus manos arrugaditas y delgadas de tu bisabuela
cogiéndote y después cortando el cordón umbilical. Y tu papá que le
alcanzaba el hilo, las tijeras, la gasa, el alcohol. Y agua para lavarse
las manos.
Viejita
que después extendía su rebozo sobre cualquier estrado, me sentaba
sobre él y me recogía en su espalda. Y se iba conmigo, de bebito, adonde
sea; cogiéndose de las paredes para no caerse.
Así,
en el terremoto del año 45 ella me tenía cargado en su espalda, y
porque las tejas no cayeran en mi cabeza, que me hubieran matado, volteó
y cayeron sobre su hombro que se dislocó con el golpe.
4. Buena
suerte
Por
eso, cuando murió, su alma vino a despedirse de mí. De eso bien me
acuerdo, que di un grito de terror, porque me abrazó, en la sala a
oscuras, y mi padre del susto soltó la lámpara de vidrio que se hizo
astillas en el escalón. Ella me trajo al mundo y cortó mi ombligo. Por
eso al morir se despidió de mí.
Pero,
otro detalle poco común de mi venida a esta tierra es que nací en
bolsa, o como allá en mi tierra se dice: envuelto en manto.
Que
así se llama cuando se nace dentro del saco amniótico intacto. Y que
desconcertó a mi bisabuela Shona quien atendía en el parto, razón por la
cual casi muero.
Y
es que según consignan los informes médicos que hay al respecto, de
cien mil partos solo hay uno que tiene esas características, la de nacer
envuelto en manto.
En
casi todas las culturas se asignan valores mágicos y hasta míticos a
este tipo de nacimientos. Y abunda la literatura que atribuye a esto
señales de ventura, de éxito y de buena suerte. Y hasta de designio
divino.
5. Casi
me zambullo
Así,
en Grecia, un hecho de esta índole, era talismán preciado para ser
reconocidos como visionarios y jueces morales. En las culturas asiáticas
se nace de ese modo para percibir cosas ocultas al ojo común.
En
Alemania hay un vocablo para designar este tipo de alumbramiento, cual
es gluckshaude, que se traduce como “Gorro de la suerte”.
En
España la tradición es que los niños que nacen “enmantillados” se les
confieren el don de vivir en el agua, ya en su existencia en la tierra.
Y
esta es la mayor incidencia en la mayoría de pueblos, cual es vincular
este tipo de nacimientos con el agua. Y entonces hay razones por las
cuales antes de nacer yo casi me zambullo en el pozo del corredor de la
casa.
Y
pienso que no tanto se relacione a la suerte porque hasta ahora no sé
cuál es ella en mi vida, porque suerte es por lo menos ser feliz.
Pero,
así como sorprendió a mi bisabuela Shona quien atendía el parto, que yo
naciera envuelto en una bolsa, mi madre cuenta que yo ya me estaba
asfixiando, por la dificultad que tenían en romper esa envoltura.
6. Igualito
a su papá
Pero fue mi bisabuela Asunción, a quien le decíamos Shona, quien con sus dientes rompió esa tela y recién pude yo gritar.
Ahora
bien, ese manto es completamente blanco, de un albor casi inmaculado y
relumbrante, y sobre el cual no se asienta ni una sola mancha, ni de
sangre, que en verdad asusta mucho a la gente. Y es por eso que le
atribuyen augurios sorprendentes.
Tanto
que parece un capullo de flores por lo terso de su textura y que según
la mitología el clan entierra solemnemente ese pergamino en el umbral de
la casa como si fuese un amuleto o un tótem.
Esta
demora en ser abierto el manto y salir yo a la noche del mundo, fue lo
que produjo que naciera con el rostro amoratado, razón por la cual todos
al verme dijeron:
– Es trigueño, igualito a su papá.
Pero que en la piel no lo soy. En lo anímico más bien me parezco en todo, pero en lo físico más me parezco a mi mamá.
7. Así
vine al mundo
Fue
que me estaba ahogando en el manto y ahí mismo me pusieron el nombre de
mi progenitor, Danilo, por tener en ese momento el color de él. Cuando
más bien tengo el color de la tez de mi madre, y como lo tiene de su
papá, mi abuelo. De allí que mi abuela Rosa, recordando a su esposo, a
mí me decía:
– ¡Benigno!
Así
vine al mundo, como el segundo hijo de mis padres, siendo el primero
Juvenal. Y después me sucede una hilera larga de hermanos que hacen de
la nuestra una familia numerosa. Quien me sigue es Rosa Andrea, quien
nació cinco años después de mí, como que lo hace perteneciente a una
segunda tanda; siendo de la primera Juvenal y yo.
Hay
muchos otros detalles de mi nacimiento, pero el último que quisiera
consignar es que en todo el tiempo en que mi bisabuela Asunción atendió
el parto mi madre cuenta que tuvo el rostro ensangrentado, hecho que
para ella constituía una señal casi religiosa. Pero yo le hago ver que al morder la tela allí pudo mancharse de sangre. Y me refuta diciendo:
– ¡Ese manto nunca se mancha!
*****
CONVOCATORIA