martes, 11 de febrero de 2014

FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CANDELARIA - FOLIOS DE LA UTOPÍA: LA DANZA DEL QUISHPI CÓNDOR - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2014 AÑO
DE LA BATALLA DE LA LECTURA Y
ESCRITURA POR LA CONSTRUCCIÓN
DE UN MUNDO MEJOR
 
FEBRERO, MES DE LOS HUMEDALES,
DE NUESTRAS LENGUAS NATIVAS, DE
RICARDO PALMA Y FEDERICO BARRETO
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
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ACTIVIDADES PRÓXIMAS
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
CÁTEDRA
VALLEJO
 
CÓMO ENSEÑAR
A VALLEJO EN LAS AULAS
 
DÍAS 26 Y 27 DE FEBRERO
CASA DE LA LITERATURA PERUANA
 
TEMAS Y PROFESORES TITULARES DE CÁTEDRA
 

1. VALLEJO Y EL MUNDO ANDINO          EMILIO SÁNCHEZ LIHÓN

2. VALLEJO Y EL HOGAR                       MARA L. GARCÍA

3. VALLEJO Y LA GLOBALIZACIÓN        JULIO YOVERA BALLONA

4. VALLEJO Y LA IDENTIDAD                 RAMÓN NORIEGA TORERO

5. VALLEJO Y LA EDUCACIÓN               CARLOS ROJAS GALARZA

6. VALLEJO Y LA SOLIDARIDAD             DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

7. VALLEJO Y LA JUSTICIA                   ERIBERTO GALINDO CARO

8. VALLEJO Y LA JUVENTUD                CARLOS CASTILLO MENDOZA
 
 
– A QUIENES PARTICIPAN EN LA TOTALIDAD DEL PROGRAMA
SE LES EXPEDIRÁ CONSTANCIAS DE PARTICIPACIÓN
 
– NO HAY PAGO DE INSCRIPCIÓN, PARTICIPACIÓN NI
CERTIFICACIÓN. SE ENTREGARÁ MATERIAL SIN COSTO
 
– CÁTEDRA VALLEJO ES UN MATERIAL DIDÁCTICO
ESTRUCTURADO PARA ASIMILAR LO ESENCIAL DE VALLEJO
 
– LLEVA TU MEMORIA, COPIA EL POWER POINT Y DESARROLLA
VALLEJO, QUE ES LO MEJOR DEL PERÚ, EN TU AULA
 
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FIESTA
DE LA VIRGEN
DE LA CANDELARIA
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
 
LA DANZA
DEL QUISHPI
CÓNDOR
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
“Tranquilo espera, con ese odio
y con ese amor sin sosiego y sin límites,
lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.”
José María Arguedas
 
 
1. Mientras
aquí
 
 Desde hace siglos nuestro país es saqueado de modo sistemático, ahora más que nunca.
 
Se le arrebatan solapadamente sus riquezas, sus opciones de vida, sus profesionales y recursos humanos calificados.
 
Pero más aún, de manera impune contaminando los ríos y el medio ambiente, para lo cual los centros de poder se valen de gobiernos obsecuentes e imperdonablemente cómplices.  
 
En la colonia partían desde diversos puertos de nuestro litoral, convoyes de carabelas repletas de oro, plata y fabulosos tesoros.
 
Eran metales y especies que mantuvieron alucinadas a cortes palaciegas, frívolas y hasta degeneradas.
 
Mientras aquí, y a causa de ello, morían indiscriminadamente hombres, mujeres y niños, que sacrificaban sus vidas en los socavones a fin de extraer los metales preciosos.
 
Riqueza que sustentaban la opulencia de los países europeos, con la consecuente miseria y atraso del ande, la costa y la selva del Perú.
 
2. Salvaje
y bravía
 
Pero, además de esta rapiña, intentaron también quitarnos el alma, nuestras emociones y sentimientos; destruyendo, como política de estado, todo vestigio de creencias autóctonas, visiones propias del mundo y la voluntad de identificación que pudiera subsistir con relación a nuestra tierra y su cultura. Lo intentaron, también organizada y sistemáticamente, pero ¡no lo pudieron! 
 
La danza folclórica del Quishpi Cóndor en tal sentido es una de las expresiones más valerosas y conmovedoras de la resistencia de un pueblo por defender su identidad.
 
En este caso es la defensa de la identidad regional, porque esta danza monótona, triste y compungida, tiene como base y razón de ser que un dios tutelar de nuestra cosmovisión y religiosidad nativa y ancestral, se esconde para abrirle camino –y para ocultarlo simultáneamente– a la deidad cristiana.
 
Para ello, adopta asombrosamente la figura del cóndor, en este caso titubeante, desplumado y puesto en tierra, aparentemente ajeno a su naturaleza salvaje y bravía.
 
3. Su secreto
y su grandeza
 
¿No es esto atroz, ya sea como verdad o simulación? Pero esa es la trayectoria de nuestra sangre, mansa o apasionada. Y para confrontar lo que vengo diciendo, quisiera remitirme a mi infancia. 
 
Recuerdo avergonzado que nunca hice caso del Quishpi Cóndor entre las mojigangas que desfilaban en la procesión del Apóstol Santiago de mi pueblo, Santiago de Chuco, en el departamento de La Libertad, en la región andina del norte del Perú, cuna del poeta César Vallejo y de tantos otros hombres legendarios.
 
Incluso, esta es la más pobre entre todas las comparsas que desde tempranas horas del “Día del Alba”, que es el 24 de julio de cada año, desfilan por la calle frente a mi casa, situada antes en el jirón Colón, ahora convertido en el jirón César Vallejo del barrio Santa Mónica, al pie del cerro Quillahirca, donde yo nací, crecí y me crie, en la parte alta de Santiago de Chuco.
 
No solamente no le presté atención a la danza del Quishpi Cóndor que bajaba por esa calle, sino que la desprecié, y esa era la intención que ella perseguía,  por deslucida y pobre, en lo cual reside justamente su secreto y su grandeza, cual es: ocultar a un dios en medio de los harapos. ¡Ah, pueblo grandioso!
 
4. De vez
en cuando
 
En honor a la verdad, diré que era la danza que más desasosiego y extrañeza me causaba, primero porque era incomprensible.
 
En segundo lugar, porque no tenía la vistosidad ni la fuerza de Los Pallos de Huayatán, ni la dulzura y encanto de Los Canasteros de Citabamba que llenaban una cuadra de danzantes, ni el jolgorio de La Contradanza de Pichunchuco.
 
Tampoco la majestuosidad de Los Turcos de Chambuc, ni la soberbia de Los Diablos de Tulpo, o la honda emoción que despiertan Las Kiyayas de Angasmarca.
 
Ni siquiera el Quishpi Cóndor tenía la gracia de la Vaca Loca, que ostentaba a un torero con traje de luces y a una vaca hecha de carrizo y forrada de tela o cartón, llevando al frente una osamenta de vaca o toro con sus cuernos en punta y  con un hombre metido dentro del armatoste.
 
De vez en cuando arremetía con sus cuernos afilados no solo en contra del torero de la comparsa, sino contra el público circundante, haciendo correr a la gente, que huía en estampida sabiendo que no era un animal sino un hombre el que iba dentro, pero que por la chicha que había bebido ya estaba tan ebrio que no sabía lo que hacía, ni medía la consecuencia de sus actos.
 
5. Esta
no
 
En cambio, el Quishpi Cóndor no hacía nada, ni siquiera asustaba. 
 
Bajaba desde la parte alta de la cuenca del río Patarata, de aquellas tierras inclementes, frías y de jalca, tupidas de ichu, para hacerse presente en la Fiesta del Patrón Santiago.
 
Ahora sé que con una intención angustiosa, ahora sé que cumpliendo un rito turbado o una consigna a favor de su raza.
 
Toda la estrategia de la resistencia andina es una apuesta a futuro de que se restaurará el mundo que se descalabró con la llegada de europeos. Esto, ¿no es acaso conmovedor? 
 
De allí que en ningún otro momento del año se lo veía. Otras mojigangas se hacían presentes en cualquier fecha. Esta no. Lo que causaba estupor. Y es que su trasfondo es ritual, mágico religioso y de carácter sagrado.
 
Además de su aspecto deplorable, incógnito y subrepticio, era esa solemnidad para ocultarse lo que hacía extraña a esta danza.
 
Como también el de salir solo cuando se trataba de una presencia divina tenaz y contundente.
 
6. Cuyas alas
estaban atadas
 
Porque solo aparecía en dos ocasiones, como eran: la procesión del Corpus Christi, en el mes de junio. O para confundir los pasos del Apóstol Santiago en el mes de julio. De allí que preguntaba:
 
– ¿Qué representa el Quishpi Cóndor, papá?
 
– Es una danza ritual del antiguo Perú.
 
– Pero ¿qué significa?
 
– Es el lucero del alba –sentencia.
 
Esta afirmación era peor que no me dijeran nada. ¿Era el lucero del alba? Porque ninguna expresión más distinta y opuesta al lucero del alba, luminoso y espléndido, comparado a la vestimenta y la apariencia llena de andrajos de toda esta comparsa.
 
Al final, no le hacíamos caso porque su aspecto y coreografía eran deslucidos y deplorables: un hombre con un traje de plumas polvorientas y ya gastadas. Y, encima de él, un cóndor, disecado con su cabeza y pico largos y huesudos. Y cuyas alas estaban atadas a los brazos del danzante que simulaba intentar volar. 
 
Eso sí, su acompañante, hacía rodar una bola o un ovillo de lana, envuelta de trapos viejos y cuerdas enrolladas que yo no alcanzaba a asimilar qué podría significar. 
¡Decíamos en aquel entonces que hacía rodar al mundo! En verdad no comprendía nada.
 
7. Pero
allí está
 
Pero Igual me ocurrió la primera vez con la procesión del Corpus Christi, que un día pasó con toda solemnidad y boato por la puerta de mi casa. Y yo casi me aloco porque era una procesión para nada, ni para nadie, según mi manera de entender las cosas en aquel entonces; puesto que no era para ningún santo, sino sólo para un espejo al que se le prodigaba atenciones, respeto y adoración. ¿Por qué? ¿Qué es esto? –Me preguntaba.
 
Pero, aun así, con ser aquella danza lamentable, abatida y pordiosera, sin embargo tenía mucho de misterio y desafío; porque, en primer, lugar procedía de las tierras altas ariscas e indescifrables.
 
En segundo término: llegaba por su propia cuenta. Tercero, venía sola. Cuarto, ¿qué hacía el danzante? ¡Nada! Solo saltaba sorteando la cuerda, nada más. 
 
Pero ¿qué significaba eso? En el fondo los chiquillos queríamos que hiciera algún número acrobático y espectacular, por lo menos que se cayera. E hiciera reír o llorar a la gente. ¡Y, nada!
 
Pero allí está, con toda su monotonía a cuestas. Avanzando con su canción entristecida por las calles.
 
8. Más
en el silencio
 
Debía haber una razón para que se haga presente en una fiesta, donde todo es lujo, boato y ostentación. Y esta razón que ahora recién la comprendo era absolutamente subversiva.
 
Veamos, ¿a qué venía? A enredar los pasos del Dios cristiano. Por eso el ovillo o la bola, o el mundo como la llamaban, ya delatándola.
 
Las otras mojigangas sabíamos quiénes las contrataban, casi siempre era de parte de alguien conocido. Con un prioste que los atendía. 
 
O bien era una familia o de una comunidad, que se hacía presente como un acto de gratitud o una ofrenda al Patrón Santiago El Mayor.
 
Pero de esta otra danza no sabíamos nada. Más bien nos daba lástima y pena. Eso sí, su tonada entraba por los oídos, se clavaba en los tímpanos y penetraba en el alma. 
 
Su melodía tocada por uno o más cajeros, era lo que más nos conturbaba. La repetíamos inconscientemente todo el día. Más en la calma, más en el retiro, y más en el silencio.
 
9. Haciendo
rodar su ovillo
 
Yo hasta he tarareado estos compases muchos años después de haber salido de mi tierra y vagabundeado inconsciente por las calles de la Lima virreinal y del mundo, melancólico, añorante e identificado con mí pueblo de origen. 
 
La tonada entonces se la ha ideado con ese fin: horadar el espíritu, penetrar y allí quedarse, en nuestra sangre, cambiándonos por dentro.
 
¡Pobre Quishpi Cóndor!, dejándose despreciar, causándonos conmiseración en aquellas fiestas displicentes; y en aquellas calles empedradas de presunción, ostentamiento y vanagloria.
 
Porque todas las otras danzas eran orondas, elegantes, presumidas. Y las entendíamos de repente por qué eran así, menos a esta. 
 
Las otras eran vistosas, galanas y hasta regias. Su esplendor se medía también por el número de sus integrantes, criterio que aplicábamos a los batallones del desfile y a las bandas de músicos que iban detrás del anda del Señor.
 
La danza del Quishpi Cóndor apenas son dos personajes: el danzante, de un lado, que lleva al cóndor en su cabeza y, de otro, el brujo que va haciendo rodar su ovillo. 
 
El primero salta, intentando volar.  El otro trata de enredarle los pies y hacerlo caer.
 
10. Mundo
que rueda
 
Pero, ¿cuál era la razón para que esa ave grandiosa, como es el cóndor, baile titubeante desarrapada, desahuciada y finalmente maltrecha en plena procesión? Además, ¿con las plumas viejas y carcomidas? ¿Qué relación hay aquí con la divinidad? 
 
¡Mucha! Lo sabemos ahora gracias a la investigación de Luis Flores Prado en su libro El Quishpi Cóndor, danza milenaria, editado por el Instituto del Libro y la Lectura del Perú, en el cual se nos revela que en ella hay un dios escondido. ¡Oh, prodigio!
 
Que hay en ella una divinidad emboscada, clandestina y antiquísima. Que pasa de incógnita; pero que el Quishpi Cóndor contiene, detiene y se convierte en su escondrijo, en su aliento y en su rebeldía. 
 
En el fondo somos nosotros mismos quienes nos escondemos tras de él. Siendo así, el Quishpi Cóndor es un subterfugio, un tesoro escondido, el retazo esencial del alma nuestra. 
 
¡Grandiosa raigambre ésta, que nos ofrece intacta su moral y su hermosura!
 
11. Hemos
jurado cumplir
 
¿Te das cuenta de todo esto? ¡Es algo atroz! Esconder a un dios. Y que éste vaya detrás de otro dios, como actitud cultural es espeluznante. 
 
Como gesto anímico es estremecedor. Que vaya triste, compungido y andrajoso es tremebundo. Más desconcertante aún, y peor, es que vaya bailando.
¡Qué manera ésta de persistir así nuestra cultura resistiendo el acoso y al avasallamiento! Aunque sea llagada, herida y con remiendos, pero siempre luchando por pervivir y mirando el futuro con esperanza. 
 
Con ganas de ser resarcida, de ser indestructible, el alma indígena en este mundo de oprobio, aunque sea hecha trizas, danzando bajo la lluvia su sonsonete melancólico.
– Y el ovillo, ¿por qué? 
 
– O es un arma secreta: como la boleadora. A su vez, es el símbolo del mundo que rueda, pero con hilos que enredan. Simboliza también, cuando esos hilos se empiezan a desenredar, la construcción y forja de la utopía andina que Capulí, Vallejo y su Tierra preconiza, alienta y ha jurado cumplir.
 
 
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