martes, 25 de febrero de 2014

FEBRERO ES MES DE CARNAVALES - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2014 AÑO
DE LA BATALLA DE LA LECTURA Y
ESCRITURA POR LA CONSTRUCCIÓN
DE UN MUNDO MEJOR
 
FEBRERO, MES DE LOS HUMEDALES,
DE NUESTRAS LENGUAS NATIVAS, DE
RICARDO PALMA Y FEDERICO BARRETO
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
*****
 
 
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
26 Y 27 DE FEBRERO
 
CÁTEDRA
VALLEJO
 
 
 
CASA DE LA LITERATURA
PERUANA. INGRESO LIBRE
 
AL AMANECER
DE ESA NOCHE
 
 
 
Eduardo Galeano
 
Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente.
 
Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le resultó enano.
 
José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas.
 
Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió, por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos, y ya no pudo desprenderse.
El capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos.
 
Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco.
Después, lo metieron preso; y se fue al exilio.
 
Del libro: El libro de los abrazos
 
*****
 
FEBRERO
ES MES DE
CARNAVALES
 
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
JUEGOS
DE
CARNAVAL
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
1. Y
es que
 
Precisamente, para estos juegos feroces de carnaval y que se dan al interior de las casas y se proyectan a las calles entre conocidos y familiares en mi pueblo de Santiago de Chuco, mi hermano Juvenal y yo fabricamos un año, con ingenio y curiosidad de empresarios cándidos pero con imaginación malévola, un producto estupendo y contundente que consideramos inapelable, mercadería auténtica de la zona  para mayor orgullo, con la cual pensábamos obtener pingues ganancias y un éxito económico fulgurante. 
 
Es el “humo de pez”, cuyo insumo extraemos durante meses de toda pared en donde por las noches humea un candil, una lámpara o un mechero expuesto al viento, sea en la cocina, en el callejón de la abuela o en la teja de la portezuela del horno. 
 
Disimuladamente lo recogemos de toda casa adonde entramos, rascando el sitio y obteniendo el artículo que envolvemos en un papel y después guardamos en latas.
 
Y es que en los sitios en donde la candela arde y roza una pared se aglomeran esas hinchazones grasosas de negro humo de pez, como si fueran hongos o ampollas temibles de la pared que deja el fuego que roza con sus lenguas rozagantes cuando el viento lo bate.
 
2. Y
en eso
 
En esa superficie, después de ponerse negra, se va acumulando una capa subyugante de hollín hasta hacer unas bubas pletóricas que nosotros ya dueños de nuestro proyecto, miramos codiciosos y extasiados. Para después confabulados y en complicidad con mi hermano, ir a rascarlo, proyectando una industria para las fiestas de carnaval, o mejor decir ¡batallas!
 
Nuestra planificación estratégica ha proyectado este producto como un buen recurso y hasta como un arma secreta y eficaz para los pleitos, aunque le dicen juegos, que se arman en las casas y en las calles. 
 
Esta empresa la concebimos con meses de anticipación, como corresponde a la modernidad impuesta en los negocios que se precien de llamarse tales.
 
Pero también hay otro sitio en donde nuestra imaginación supone y acierta que podamos encontrar y proveernos de ese recurso vital y precioso para nuestra “Sociedad Anónima Limitada de Humo de Pez para los Juegos de Carnavales”, como denominamos a nuestra Compañía, en nuestro anhelo de hacernos ricos de la noche a la mañana. Ubicado este lugar, ¡pensamos haber descubierto una mina de oro! Y en eso no nos equivocamos en nada.
 
3. Hacia
adelante
 
Ese yacimiento detectado con verdadera clarividencia es el interior del tubo de la chimenea del fogón de nuestra cocina que, con sospechosa adhesión al trabajo, pedimos limpiar a papá y a mamá cada cierto tiempo. 
 
Para eso nos turnamos uno de nosotros arriba en el techo dando vueltas a un madero esquinado, y el otro abajo metido en el fogón apagado aún porque es domingo a primera hora de la mañana, recogiendo el tizne, con limallas de óxido y todo, que envolvemos en pliegos de periódicos para echarlo luego en unas bolsas que guardamos solícitos y mal intencionados.
 
Días antes de la fiesta de carnavales empezamos el apasionante trabajo y el cálculo de hacernos ricos legalmente con el sudor de nuestras frentes. 
 
Aunque algo inconscientemente nos remuerde y da escrúpulos de conciencia, cual es saber que así no estamos contribuyendo con algo favorable al bienestar ni al progreso de la gente, como hubiera sido nuestro profundo anhelo. Además ese miramiento lo apagamos en razón del espíritu de empresa que embarga a los nuevos tiempos.
 
Pero a eso habíamos llegado y había que ser fuertes sacando una empresa hacia adelante.
 
4. Visible
el precio
 
Confeccionamos hasta altas horas de la madrugada cajitas y también bolsas de papel ¡a cuál más primorosa! en donde, medido a cucharaditas introducimos ese material excelso, conteniendo el aliento no sé si por emoción o por el sentido práctico que debe haber en una firma empresarial.
 
Porque basta con que respiremos y un grumo de humo de pez vuele a posarse en nuestro brazo para que en el intento de sacarlo quede una marca negra imborrable que se introduce en los poros de la piel, y todo porque es esencia del infierno ya que ha ardido a llama viva y ha sido hecho a fuego lento. 
 
Porque, ¿qué deja una candela que roza un muro sino esos grumos pegados a las paredes, oscuros peor que la muerte? Sobre ese material diabólico edificamos nuestro negocio, al ver cómo la gente dizque juega en los carnavales.
 
Pegábamos y sellábamos, dibujándole rótulos, escribiendo ¡formas de uso! y colocando muy visible sobre todo el precio, de acuerdo a la cantidad contenida en cada caja o sobre.
 
5. No
 
 
En la puerta de nuestra casa, de color verde esmeralda, colocamos un letrero de cartulina blanca con letras rojas, producto de la mano fina y artística del primer alumno en aprovechamiento durante toda la Educación Primaria como era mi hermano Juvenal, aviso escueto y profesional que dice:
 
HUMO DE PEZ:
PRODUCTO MEJOR
QUE EL BETÚN
PARA USO EN EL CARNAVAL
 
Sin embargo, y pese a ser así, hasta ahora me pregunto: ¿cómo es que nuestros padres, tan meticulosos en conservar la dignidad de nuestra casa, maestro de escuela muy estimado uno de ellos y madre abnegada y ejemplar como es reconocida mi mamá hasta ahora, nos permitieron estas licencias de hollar la imagen adusta y hasta solemne de nuestro hogar, con estas innegables supercherías de niños?
 
No sé. Hasta ahora juro que me devano los sesos y no llego a una conclusión feliz.
 
6. De un momento
a otro
 
Lo cierto es que en los días de pugilato, cuando oímos que se están matando la gente en alguna casa y los ayees se escuchan venir de las cuadras y esquinas cercanas, con el argumento de que estaban jugando a los carnavales. Nos miramos en complicidad con mi hermano, nos levantamos inmediatamente de nuestros asientos y bajamos corriendo a abrir la tienda de par en par. Yo sujetaba el banco para que mi hermano subiera con sus pantalones cortos y  colgara el letrero en la puerta.
 
Y nos sentamos esperando vender nuestro producto maligno. 
 
En realidad nos cansamos de esperar que alguien los compre porque nadie viene ni se interesa en absoluto. Y pronto ya estamos entretenidos en otros juegos. 
 
Pero de un momento a otro y de repente viene una avalancha de gente gritando. Arremete de improviso un tropel de clientes con sus perseguidores detrás que en un instante se llevan casi todo el cargamento dejando lo demás regado y que nosotros hemos enfilado en una mesita que, siempre con mala intención, hemos puesto con dos patas ya sobre la vereda, es decir invadiendo la calle frente a la puerta de nuestra casa.
 
7. ¡Pero
pronto!
 
– ¡Fíame humo de pez Fredyto, por favor!
 
– ¡Juvito, sálvame con tu producto!
 
– ¡Después te pago, Fredyto!
 
– ¡Ay, dame que me cogen!
 
– Te dejo mis zapatos.
 
– ¡Mi plata la dejé en mis pantalones!
 
– ¡Después te traigo lo que vale!
 
– ¡Te pago el doble, pero dame pronto!
 
– ¡Yo te pago el triple!
 
– ¡Yo pago el cuádruple!
 
Detrás vienen las mujeres también acezantes, suplicantes, llorando.
 
– ¡Fíame tizne, por favor!
 
– ¡Pero pronto!
 
8. Y
nosotros
 
Y de las súplicas pasan a dar órdenes:
 
– ¡Dame, caracho!
 
– ¡No te demores!
 
Ya ha desaparecido la mitad de la mercadería y no hay ninguna moneda en la varias cajitas preparadas y forradas con papel lustre para acumular las ganancias y otra especial para dar vuelto. 
 
Si hay una tía sanguínea –que siempre las hay– se cree con derecho de usurpación porque somos sus sobrinos y por el peligro inminente en que ella cree que se encuentra su integridad mujeril. Ella entonces no ruega sino que es imperiosa y mandona. Y lo peor es que nos pone inconsultamente a favor de su bando. 
 
Y nosotros que somos neutrales, para mantener la línea moral y técnica del negocio, resultamos enrolados en sus filas. Entonces nos dan órdenes ya en el papel de artilleros de aquellas tías:
 
– ¡Pásame cinco, pero abiertos! ¡Rápido! –Dicen, mientras bufan amenazando a sus enemigos.
 
– ¡Pronto aquí! ¡Embadúrname las manos!
 
9. Ahínco
y desvelo
 
– ¡Diez! ¡Pásame diez bolsas juntas! ¡aquí!
 
– ¡Dámelas abiertas!
 
– ¡Empapa el tizne aquí en mi mano! ¡Mira, en esta! En esta que no está como puñete, que es para darle si alguien se propasa, sino en esta otra que está abierta.
 
– ¡Ponme más en mi mano! ¡Abre varios paquetes! –vociferan todavía, como si yo tuviera algún compromiso con ellas.
 
Todos despedazan las cajas con dos garrotazos mientras hacerlas nos ha costado horas de trabajo, ahínco y desvelo. 
 
Ese momento de demanda suprema dura a lo más de diez a quince minutos, en los cuales la gente pelea sobre nuestras cabezas, en nuestra tienda y siempre nos cae cualquier cochinada en la ropa o en la cara.
 
De lo compuestos que estábamos como empresarios, o al menos como vendedores ahora lucimos todo tiznados, la ropa deshecha, las manos embadurnadas, los zapatos mojados y negros, víctimas de nuestra propia inventiva.
 
10. Y,
sobre todo
 
¿Tuvimos éxito? Sí, si se lo mira que teniendo como materia prima el humo de pez, que convertimos, procesamos, embolsamos y etiquetamos como un producto genuino bajo la ley de la oferta y la demanda, creemos que dio lugar a la industria más explosiva de mi pueblo, puesto que, aunque durara solo un instante, atrajimos las batallas campales a nuestra calle, frente a nuestra puerta, peor aún: dentro de nuestra tienda y al final de nuestra propia casa. 
 
Y ¡el colmo de sorprendente! Lo atrajimos al interior de nuestra propia casa, porque en el afán de salvarse entraban hombres y mujeres por cualquier puerta y tras de ellas encontraban a mis padres que por más que corrían a esconderse ya tarde en algún dormitorio, resultaban embarrados, implicando hasta a mi abuela que dormitaba en su sillón y que resultaba con la cara tiznada.
 
Y, sobre todo, a la muchacha que nos ayudaba en casa y que no salía a la calle por nada del mundo en estas fechas por miedo a ser mojada; y que ahora resultaba tiritando en un rincón escurriendo agua como de un estropajo.
 
Pero si se lo mira por los ingresos que esta industria nos deparara fue un total y rotundo fracaso
 
11. Del
fogón
 
Aunque gracias a todo ello he visto cómo varios de los que hoy son doctores eran arrastrados hacia fuera, sacados desde debajo de las camas en donde trataban de esconderse. 
 
Nombres ilustres del foro y la política que ahora no quiero revelar porque desestabilizaría a varios poderes públicos del Estado y hasta al gobierno de turno mi país.
Eran instantes en que hacían tanta falta nuestros productos que nada en el mundo resultaba más urgente, indispensable y vital. Y de necesidad estratégica.
 
Tanto así que nos mandaban a gritos y alaridos a traer nuevas provisiones e idear nuevos cargamentos y, si es posible, a fabricarlos. 
 
Corríamos en verdad y rascábamos la pared de la cocina que caía con piedras y todo sobre el papel de periódico viejo y ya mojado por el agua que se arrojaba. 
 
Del fogón sacábamos carbones e intentábamos molerlos saltando sobre ellos. 
 
Y de la parrilla extraíamos ya el óxido y hasta la pintura rojiza que caía en el papel.
 
12. Nunca
más
 
Limallas que envolvíamos apuradamente para traerlo al lugar de la batalla en que se convertía nuestra casa de suyo apacible, pedruscos que pasaban a restregar y herir algunas nucas, frentes, mejillas y hasta el pecho de la gente.
 
Con eso se embadurnan la cara entre unos y otros. Enemigos tontos y gratuitos a nuestro entender, pues peleaban entre primos, hermanos y amigos del alma.
 
Flagelación que les costaba caro porque varios días duraba a que se les cicatricen las heridas y rasmilladuras que piedras, carbones y limallas les ocasionaron en los pómulos o en la frente, haciéndoles cortaduras hasta en los labios que cubrían de esparadrapos.
 
Después de lavados y cambiados, afeitados y maquillados empezaba la jarana ya en sus casas. 
 
Y ya para nunca más se acordaban que nos debían, por más que pasáramos mirándolos lentamente a los ojos, para ver si algo nos decían y de algo se acordaban.
 
13. El
balance
 
En nuestra caja de ingresos, que habíamos hecho sitio para los billetes hasta de a cien; así como otras para soles, medios soles, pesetas y reales no había nada, ni la más mínima moneda. ¡Ni siquiera de un céntimo!
 
¡Nada!
 
Pese al éxito fulgurante de nuestro negocio, que como en ningún otro del mundo les mandan pedir nuevos cargamentos en el momento mismo del trabajo de la obra o de la faena que se ejecuta, en nuestra empresa el balance fue: cero en ingresos.
 
¡Todo había sido fiado! ¡Y nadie se acordaba de sus palabras, que en el instante en que se dieron habían sido juradas y rejuradas; suplicadas y hasta mendicantes!
 
¡Y vean cómo nos paga la vida! ¡Nada de ganancias!
 
Lo peor que me ha sucedido en la vida, he pensado y repensado después, es que no hicimos, con la letra hermosa de mi hermano Juvenal, un letrero que dijera:
 
AQUÍ
 
NO SE FÍA
 
14. Ilusiones
que tuvimos
 
El no haber confeccionado ese letrero es lo que me quita el sueño hasta ahora, porque pienso que si lo hubiéramos previsto y ejecutado, y puesto en la otra ala de la puerta, otra sería mi vida.
 
O que no les hiciéramos firmar en algún papel su deuda y reconocieran honorablemente su firma y su compromiso.
 
Porque aquellos que nos habían fiado cien o doscientas  cajas y bolsas de humo de pez, para nada se acordaron después que nos debían.
 
Nada les evocaba nuestros ojos cuando los mirábamos y saludábamos detenidamente en la calle, o en cualquier otro sitio donde los encontrábamos. 
 
Eran deudores de cargamentos que a nosotros nos había costado mañanas, tardes y noches de dedicación y desvelo de semanas enteras.
 
Y, sobre todo, que representaba las ilusiones que tuvimos de comprarnos hasta un auto.
 
15. Abrigo
y cobija
 
Pero si yo los hubiera hecho firmar y fuera financista no me hubiera interesado cobrarles de inmediato, más bien hubiera esperado, tal y como lo he hecho hasta ahora. 
 
Siendo así recién hoy los cobraría con intereses, porque todos esos vándalos de entonces son ahora ilustres personajes del foro, de la milicia, de las ciencias médicas y de las ingenierías. Algunos de ellos grandes magnates
 
Y si no tuviera vergüenza los cobraría pasándoles cuenta pormenorizada del humo de pez que consumieron cuando eran jóvenes en los juegos de carnavales de mi tierra. ¿Quién los proveyó de ese excelso producto? 
 
Y ni la deuda externa del Perú sería tanta como el monto que me tendrían que pagar por los intereses acumulados desde aquellos lejanos tiempos, épocas que podían dar abrigo y cobija a esta como a otras grandes utopías.
 
 
 
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XV ENCUENTRO INTERNACIONAL
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TELÚRICA DE MAYO, 2014
 
LIMA:
MARTES 20
Y MIÉRCOLES 21
 
TRUJILLO:
JUEVES 22
 
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