DÍA DEL PADRE
Por Rodolfo Ascencio Barillas
Yo que te amé desde la infancia de mis sueños perdidos
Y en la abrupta soledad que extravió mi camino
Y en la perenne tragedia de mis placeres mezquinos
Y en el ocaso que estremeció la melancolía de tus ojos
Y en los cruentos dolores que agitaron tu alma.
Hoy recuerdo la luz de tus auroras maravillosas
Y el eco silente de tus exhaustos lamentos
Y la bruma que exhalan tus acelerados pesares
Y el sórdido llanto que tus manos destilaban,
Y la fuerza que azotaba tu enmudecido aliento
Y el tesón de los amargos días infructuosos
Yo amé la acucia de tus precipitados desvelos
Y el reflejo que destellaban las caricias de tu entumecida boca
y los juegos que explayabas en los verdes prados
Y la alegría extraordinaria de desbordaban tus mágicos encantos
Y sin embargo nunca vi quejarte en tus horas de sufrimiento
Y en la temible ira de los tiempos impredecibles,
Y a pesar de todas las adversidades soñabas con un mundo mejor.
Yo vi que nunca dejabas inconclusas lo que comenzabas
Y si todos te injuriaban con valentía en recompensa amabas
A veces no me explicaba tus prolongados silencios
Y cuando yo te necesitaba siempre me auxiliabas
Aunque yo me descarrilaba en la ignorancia de mis ojos,
Tú siempre me apoyabas en mis equivocadas decisiones
Y en los impulsos rebeldes de mis nubarrones
Y de mis escasos remordimientos repentinos.
Yo siempre supe que mi padre también me amaba
Y con gran nostalgia mis penas suavizaban
Y con hidalguía aumentabas mis alegrías.
Pero hoy veo el transitado tiempo de tu rostro
Y el temible surco de tus ríos caudalosos
Y el precipitado llanto que eludió tu audacia imperecedera
Y la triste amargura que le propiciaron los desechos
Y las ansias que el destino burló tus ilusiones
Y el correr de un lejano tiempo inmisericorde,
Entonces pude comprender tu gran valentía
Y el desafió de su voz en los ignotos desiertos
Y el impávido alarido de las noches mustias
Y la desesperante agonía de tu digna existencia.
Yo vi ímprobo la limpia ternura de tus ojos
Y el reposo de tu exuberante guitarra
Y la sensibilidad palpable de tus entrañas
Y la euforia en el aliento de tus narices,
Y cuando fui hombre siempre cuido de mis exabruptos
Y sus consejos fueron manantiales de sabiduría
Y su inmaculado afán me abrió muchas puertas
Y su disciplina me enseñó las cosechas del mundo
Y su experiencia ha sido el horizonte de mi camino.
Y ahora que los injustos tiempos han pasado
Y los fríos inviernos abandonaron los lautos ideales
Y las estrellas que soñaron con sus fugaces emociones
Y las prolongadas noches de tus dolores interminables.
Padre, te agradezco por todos tus latentes sacrificios
Y los inmensos esfuerzos que habitan en tu corazón
Y la belleza eterna de tus fulgurantes palabras
Y la inmaculada herencia de tus profundos océanos
Y el infinito aposento de exquisitos manjares,
Yo te amo aunque hayas partido hacia los cielos
Y vivirás en los oasis de mis innumerables sueños…