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8 DE JUNIO
DÍA MUNDIAL DE LOS OCÉANOS
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
JUAN OJEDA, POETA DE ÉSTOS Y OTROS OCÉANOS
El océano, o el mar, en la poesía peruana ha tenido múltiples y diversos registros. Mariano Melgar al contemplarlo en Mollendo escribió:
José María Eguren avizorándolo desde Barranco, dice así:
3. El pavor postrero
4. Desaparecen las orillas
La visión de Juan, como su vida, fue apocalíptica, situando su oído en la nervadura, ora aquietada ora bamboleante –siempre verdosa– de la barca de Caronte, poniendo su tacto en el remo pulido por tanto castigar a las almas estremecidas de llanto.
7. Ésta es morada de muertos
Tampoco expectación ni sucesos. ¿Qué ocurre? Es que nos enfrentamos solos ante el misterio, a la incertidumbre en la que navegamos, frente al destino desolado, a la ausencia de Dios y al vacío existencial:
9. Ribas dialécticas
12. Dolor vertical
Y las respuestas fueron adversas, negativas y horrendas.
¿Ocultarlas a sí mismo? ¿Esconderse de ellas? ¿Manipularlas? ¿Buscar refugio en algún empleo, bien o mal remunerado? Esta fue una de sus conclusiones:
Horror de una catástrofe que se remonta al origen de la Creación, como un aborto divino interminable:
14. El descensoy caída
¿De dónde deriva la noción, y hasta el sentimiento de tragedia, en Juan?
Hay una direccionalidad de descenso y caída.
Somos desterrados del paraíso de la inocencia y la divinidad:
Todo ha devenido en muerte, en falso lenguaje y hasta en gestos impropios.
18. El privilegio de la duda
19. Misterio y herejía sagrada
Se escucha repentino el canto de un tordo o el vuelo asustadizo e íntimo de un gorrión.
20. A veces
inhallable
Y porque es el testimonio por el cual se consagró y ofrendó una vida.
21. Poesía provecta y sabia
22. Cómplices de este descalabro
23. Bitácora ritual y testamento profético
De allí su dificultad y su carácter críptico.
24. Grito de suicida
25. Con su mano rota
26. Testimonio: un libro dentro de otro libro
27. Travesías y batallas
29. Destino de poeta
30. Elección irrevocable
33. Queriendo hacer escarnio
34. El mar que lo obsede
35. Sacra ceniza
36. Obcecación del espíritu
37. El mundo cayendo
38. Hacia la esquina fatídica
39. Mi emoción atribulada
40. Hacia los montes fértiles
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
.
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
Construcción y forja de la utopía andina
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
8 DE JUNIO
DÍA MUNDIAL DE LOS OCÉANOS
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
JUAN OJEDA, POETA DE ÉSTOS Y OTROS OCÉANOS
AUTOR DE EL ARTE DE NAVEGAR
Por Danilo Sánchez Lihón
1. El mar u océano en la poesía
El océano, o el mar, en la poesía peruana ha tenido múltiples y diversos registros. Mariano Melgar al contemplarlo en Mollendo escribió:
El mar inmenso viene entero
ya parece tragarse el continente,
aviva su corriente,
y en eterno hervidero
choca, vuelve a chocar…
José María Eguren avizorándolo desde Barranco, dice así:
Del alba en la marea, por la costa bravía,
oí unas voces hondas de melancolía...
En la playa azulina se difunden cantoras,
en un orfeón de sueños, quejas desgarradoras
Y en Travesía de extramares Martín Adán pliega su endecha al océano de este modo:
– Y te parte la quilla que tú pones
a tormentas y calmas inauditas,
a todas las mudeces y las gritas
y los cantos y las contradicciones.
Pero
es Juan Ojeda el poeta del océano, quien nació, creció en Chimbote y
hace del mar el escenario, el símbolo y la trascendencia de su poesía.
He aquí una aproximación a su obra.
2. Navegante fúnebre
Cuenta Jung, comentando el Ulises de Joyce, que un tío anciano lo detuvo un día en la calle y le preguntó:
– ¿Sabes cómo atormenta el diablo a los réprobos? –Y continuó–, ¡los hace esperar!
Treinta y tres años han transcurrido desde el suicidio de Juan Ojeda,
ocurrido el 11 de noviembre del año 1974, autor de un libro
trascendental, cual es Arte de navegar y protagonista de una de las
aventuras humanas más extraordinarias en la poesía de todos los
tiempos.
Veinticinco
años se tuvo que esperar para ver publicado, en forma total, el libro
Arte de Navegar, que Juan Ojeda dejó estructurado meses antes de morir,
el 11 de noviembre de 1974. Sin embargo, se sigue esperando el
reconocimiento que la poesía peruana le debe con creces.
Pero
la cita de Jung también es pertinente al evocar cuatro elementos que
son esenciales en el libro Arte de navegar que motiva las siguientes
reflexiones:
1). Ulises, símbolo de sabiduría.
2). El descenso al Hades.
3). El mundo del tormento.
4). La reflexión sobre el tiempo, la espera y el tedio.
Todos ellos elementos sustantivos en la poesía de Juan Ojeda.
Ningún personaje se menciona tantas veces en Arte de Navegar –y más aún el ambiente donde mora– como Caronte.
3. El pavor postrero
Así:
“...el viejo blanco con antiguo pelo”; el “...anciano de precario pelo”; “...ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza”.
“...el viejo blanco con antiguo pelo”; el “...anciano de precario pelo”; “...ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente / Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza”.
Y
con él, el trance de navegación de su barca, siendo el símbolo de esa
navegación de donde deriva, en gran medida, el título del libro.
Allí se ofrece, también, la temática central y dominante de la obra, cual es la condición humana,
la historia moral del Hombre puesta en escena en el traspaso de las
almas a través de dicho río; todo a cargo de Caronte, quien repleta su
barca con la multitud interminable de almas que lloran –algunas a
gritos– por las aflicciones que ya padecen, y que sufrirán aún más por
los siglos de los siglos.
Mientras,
como parte del castigo, ya las acosa el anhelo incontenible de pasar a
la otra orilla –donde las espera el dolor tanto por los castigos que
allí se infligen como por dejar esta vida sencilla– mientras el
barquero las aporrea con el remo para acallar sus gemidos.
La
poesía de Juan Ojeda tiene su escenario y su centro en medio de esas
aguas impías que llegan hasta la embocadura del Hades, a orillas de
cuyo foso arriba la barca del anciano irritado, quien arroja a esa
sepultura las almas de los que alguna vez fueron vivos.
El
Aqueronte es frontera infranqueable que divide la vida terrena del
padecimiento sempiterno. Y con él Juan pone en el tapete el juicio, la
condena y el pavor postrero; todo ello sumido en un paisaje de niebla
donde sólo hay horizontes difusos.
4. Desaparecen las orillas
Caronte,
en las conversaciones que tuve con Juan, con quien fuimos amigos
entrañables, ejerció siempre para nosotros una fascinación subyugante.
Él era el navegante por antonomasia en su mitología personal, el
navegante símbolo; aquel que une mundos opuestos, aunque su destino sea
fatal y abominable. Es el nudo y, en el fondo, Juan era la encarnación
de esa divinidad descalabrada.
Es
en las aguas de pesadilla, densas e insondables de dicho río –lago en
verdad y hasta océano por su anchura; de ondas pardas y negruzcas,
profundas también por la pena que en ellas cunde, donde estallan rojizos
los relámpagos y se oye el estallido y retumbar de los truenos, sólo
interrumpidos por los acompasados golpes de los remos del barquero–
donde Juan abisma su poesía; quizá por eso también tan olvidada, pues
se conoce al Aqueronte como el Río del Olvido, porque quien se sumerge
en sus aguas olvida en ellas quién es. Y todos se olvidan de él o ella,
para siempre.
Siguiendo
esta ruta o camino, Arte de navegar es un descenso a la morada de los
muertos, una peregrinación por el mundo subterráneo y de los infiernos,
adonde Juan proyecta la realidad común y corriente, es decir, la vida
cotidiana, con sus grandezas pero más con sus ausencias y miserias. Dice
él:
Yo siempre he morado en el Infierno
Y de la vida sólo conozco un rostro destrozado:
El rostro de la niebla más dura que los sueños inútiles.
5. Mar apocalíptico
El
mar u océano en la navegación de Ojeda no es, por eso, ningún mar
externo. Ni el de los Sargazos que hollaron por primera vez con la
quilla de sus naves los descubridores del “Nuevo Mundo”; ni el fragoroso
Índico, tan caro a Luis de Camoens, autor dilecto de Juan; ni tampoco
se trata del Océano Pacífico, ante el cual Balboa dijera, según Juan
Gonzalo Rose: “Por esta porquería te dejé, Teresiña”.
Menos
puede ser el Mediterráneo que inspiró a Homero y Virgilio y que fuera
tan añorado por Ovidio al sufrir ignominioso exilio en el Ponto Euxino.
Tampoco, como se podría colegir, es el mar frente a la bahía de
Chimbote, ni su espectral Isla Blanca, pese a las amanecidas de Juan
bajo el farol titilante de la lancha de pescadores de su familia que
enrumbaba saliendo siempre desde ese puerto, lugar de su nacimiento.
La
masa acuática que evoca es la que en gran medida determina nuestro
destino de peregrinos de este mundo: el río doliente de la muerte,
antesala del infierno. Su travesía es por el Aqueronte y sus afluentes:
el Cocito, el Flegetonte y la quieta laguna Estigia, en donde el
marinero traspasa las almas hacia el Hades, reino de Plutón, el más
cruel e implacable de los dioses, hijo de Cronos, el tiempo.
6. Desaparecen las orillas
La visión de Juan, como su vida, fue apocalíptica, situando su oído en la nervadura, ora aquietada ora bamboleante –siempre verdosa– de la barca de Caronte, poniendo su tacto en el remo pulido por tanto castigar a las almas estremecidas de llanto.
Almas
que proyectan su gusto a la boca siempre abierta de aquel esperpento,
porque bajo su lengua se depositan la moneda que pagan los condenados
para ser conducidos y luego echados a la grieta inconmensurable. Juan
recurre al fabulario clásico de la mitología greco–latina para
representar sus intuiciones y conceptos, así como sus sentimientos y
alucinaciones.
Los
significados de su poesía son todos aquellos que pueden estar
presentes en el trance que hay en cruzar de una a otra orilla en esa
barca macabra atiborrada de almas. Y su actitud es sólo aquella que
cabe en esa navegación suprema de la vida hacia la muerte y su eterna
expiación, con sus olvidos y virtudes, sus banderas y traiciones, sus
elevaciones y derrumbes.
Ahora
bien, a veces desaparecen las orillas, también la barca y su timonel; y
es como si se estuviera pasmado en alta mar, donde no hay paisaje ni
historia, ni personajes, ni sus consecuentes emociones.
7. Ésta es morada de muertos
Tampoco expectación ni sucesos. ¿Qué ocurre? Es que nos enfrentamos solos ante el misterio, a la incertidumbre en la que navegamos, frente al destino desolado, a la ausencia de Dios y al vacío existencial:
Esa quieta cesación del sentido...
Acontece
como cuando estamos en alta mar, en donde es muy lejano mi origen e
ignoto mi punto de llegada; estoy solo con el precario mundo que cargo y
con el otro que me compone desde dentro, donde soy un desterrado o un
expatriado. Y siento que únicamente el agua y el aire me componen e
integran, siendo esos elementos tan impersonales como mi único
sustento.
No
la tierra estéril y empobrecida, tampoco el fuego que anima y
apasiona; solos el agua y el viento, que baten o detienen a su arbitrio
nuestra nave mientras los demás elementos contemplan ajenos. Con roles
eminentes y soberanos: son el sol, la lluvia y la noche que se
acrecienta.
De
allí que se necesitará unción del alma para ingresar al rigor de estos
versos, debiendo primero curar y sanar nuestro espíritu, porque ésta
es morada de muertos.
No es esta poesía para la complacencia, ni para adornar el mundo o solazar la vida. Quizás sí para recomponer la historia.
8. Santo o genio
Pero más para meditar y alcanzar una premonitoria y urgente sabiduría, que tanto requerimos en estos tiempos agraces.
Porque lo más estremecedor es lo que también está escrito en los pergaminos del infierno:
Que
allí los réprobos ya no ven ni sienten su daño y su horror sino que,
más bien, se deleitan con su castigo, que es lo que nos puede estar
ocurriendo ahora en esta vida y en este preciso instante.
Juan,
en toda esta alegoría, es el ánima viva, el ser consciente que ha
visto y es quien sabe, compara y ausculta. Y que ha vuelto. Y que al
final, con su muerte, testimonia lo que gravemente nos decía.
Y, eso sí, reconociendo que moría más solo y desamparado que el Dante premunido de poderosos guías: Virgilio y Beatriz.
Juan no tiene báculos ni hombros donde apoyarse; ni nombre de mujer, o novia difusa, que pronunciar en los labios.
Tampoco
una voz de consuelo, arisca o indulgente, de algún maestro. Y hemos
evocado al Dante porque el capítulo del Infierno, en la excelsa Divina
comedia, es a lo que más se parece la poesía de este santo o genio
demoníaco, trashumante en los reinos de lo oculto, que es Juan Ojeda.
9. Ribas dialécticas
Otro
elemento recurrente en la poesía de Juan es la continua referencia a
las “ribas” u orillas, el lugar de donde se parte y adonde se llega,
donde termina la tierra y empieza el mar, y viceversa; símbolo también
de ese desgarramiento y alumbramiento dialéctico que es su poesía.
Ellas
no son un mero enunciado, ni un recurso retórico y menos un simple
telón de fondo. Las “ribas” son, inclusive, más que el puerto
atrabiliario y congestionado, más que el conglomerado citadino y
comercial, elemento estridente de la modernidad y del mundo de los
vivos.
Las
“ribas” son el símbolo del lugar por donde avanza la humanidad
doliente que tiene que traspasar de una a otra orilla. En ellas el
paisaje es neblinoso, como una realidad difusa que se pierde en las
sombras.
Porque
a ese brillo y fulgor que deviene de la luz incierta de las aguas del
Aqueronte, a ese sonido que hace el golpeteo del oleaje acompasado del
río en los flancos de la barca que transporta a las almas afligidas,
que dejan la vida fugaz por la otra interminable, se proyecta en las
ribas el reflejo de los actos vividos. Riberas empañadas como un telón
de fondo pasmado e inescrutable. En las orillas del río, se divisa el
hambre, las enfermedades, los vicios, el dolor.
Allí
la estación siempre es invernal, y es donde surge –dejando a un lado o
superando a Caronte– el personaje esencial de Juan, que es la
humanidad doliente.
10. ¿Hay Dios?
Sean
los inspiradores –o referentes a partir de quienes se habla– Mencio,
Boecio, Swedenborg, Leopardi, Van Gogh, o la coetánea Suely Rolnik,
todos ellos son puertas abiertas para sumergirse en el Hombre como
especie, como realidad antropológica y hasta como entelequia.
Y
tiene, siempre al fondo, la niebla como el típico paisaje de los ríos
infernales, porque ella es el halo natural de la angustia, lo deforme y
esperpéntico.
En
la niebla se esbozan los seres horrendos, quienes vuelven a la
clemente niebla, retornan para poder soportar el breve instante de ser
contemplados:
Así, para el que despierta, todo es niebla quieta
Que el viento arrastra entre los duros cepos.
El
lugar del castigo eterno, en la literatura griega y latina, es el
infierno, lóbrego, oscuro y subterráneo, adonde tenían que ir las almas
después de muertas; lugar de fuego y escarnio en la doctrina cristiana.
Sin
embargo, el infierno de Juan es más tremendo: es la ausencia de
sentido, la quiebra de la racionalidad, el desquiciamiento y, más aún,
el vacío, la uniformidad y el tedio:
Y todo allí será crujiente abismo
sentirás estremecerse aullantes esferas rígidas:
impenetrable río
tiempo inmóvil
pavoroso rostro de lo hueco.
11. El hombre total y fatal
En
el libro se indaga por una verdad dentro de lo oscuro, hosco y
tenebroso, válida para el Hombre como conjunto. Hay allí un primer acto
de valor: el identificarse, comprometerse y responsabilizarse por lo
que es comprender una realidad trascendente para construir una
humanidad verdadera, fundada en el abrazo y la solidaridad.
Ante
las preguntas esenciales sus respuestas son tan demoledoras y funestas
que le hicieron perder toda esperanza: ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el
destino final del Hombre? ¿Cuáles los signos ocultos de la condición
humana? ¿Cuál el designio de Dios? ¿Hay Dios?
Fue
osado, directo y sin ambages, no tanto en plantearse tales cuestiones
que son más bien las que todos nos hacemos, sino en lo implacable de
las respuestas.
Lo
peculiar fue ser riguroso y acendrado en los métodos y exhaustivo al
recurrir a diversos saberes, ciencias y artes consumadas, religiones y
arduas filosofías para obtener respuestas a tales indagaciones. Pero
esta vez dar pábulo a tales preguntas se espera que las dé la candorosa
poesía que a través de él las asume por completo.
Macizas
y agobiantes fueron las respuestas –por lo infelices y calamitosas–,
lo que constituyó parte fundamental en el motivo de su suicidio.
Preguntas que todos escondemos por comodidad, miedo o impotencia, por
cuyas respuestas Juan indagó acuciosamente.
12. Dolor vertical
Y las respuestas fueron adversas, negativas y horrendas.
¿Ocultarlas a sí mismo? ¿Esconderse de ellas? ¿Manipularlas? ¿Buscar refugio en algún empleo, bien o mal remunerado? Esta fue una de sus conclusiones:
Todo es pánico, inmóvil duración.
Su
proeza es trascendente porque él asume el destino del Hombre, pues
hacía tiempo que dejó de hablar como individuo para hablar como especie
representando al género humano que sobrelleva un destino y determinadas
condiciones que lo enajenan.
A través de Juan habla la historia y su verbo tiene la densidad de siglos y milenios vividos.
Combado de soledad y neutro polvo hurga sus ojos.
Él
es la esencia del estupor de la raza humana. No del dolor vertical,
explicable desde las circunstancias se la vida sino del horror
horizontal, permanente y no enmendable.
Horror ante un proyecto humano y cósmico que él intuye o conoce deforme y pavoroso, cual es el rodar del mundo hacia el vacío.
Es
la visión terrorífica y espantosa que también diera en parte el
evangelista del Apocalipsis, solo que en el caso de este último
amparado y pretejido en una creencia.
13. Nada hay
Horror de una catástrofe que se remonta al origen de la Creación, como un aborto divino interminable:
donde Nacimiento y Muerte, Putrefacción y Crecimiento,
son columnas quebradas
que un ojo perverso contempla torpemente”.
“Tal vez somos un don abolido por el nacimiento.
Las
respuestas a sus indagaciones son estremecedoras. Hay un resultado de
espanto, consecuencia del examen que arroja en sus proyecciones la
ciencia, conclusión y síntesis de su sabiduría del mundo, que derivan en
ser abrumadoras y lacerantes y ante lo cual ¡qué olvidado, distraído y
banal se siente al Hombre frente a ese sino fatal que lo marca desde
antes de nacer! ¡Qué indefensas y vulnerables resultan ser sus
condiciones!
Trance
de filosofía, poesía, religión y moral, donde lo superfluo no ingresa y
todo lo esencial se hace trizas. Donde sólo la sombra de nuestro
destino permanece, que las almas en breve rumor de culpa y añoranza
logran esconder en el pavoroso escenario donde todas las imágenes son
abominables y los significados ignominiosos, dichos en idiomas
soterrados, con voces veladas, en instantes que fueron –pero ya dejaron
de ser– supremos.
Nuestro indagar ha concluido
Y ésta es la sabiduría: nada hay
Que explorar fuera de la fábula...
14. El descensoy caída
¿De dónde deriva la noción, y hasta el sentimiento de tragedia, en Juan?
De la convicción de que estuvimos hechos para ser dioses y hemos rodado a una condición banal y efímera.
De que hemos sido expulsados del paraíso y después hemos ido perdiendo día a día inocencia y sabiduría.
Hasta
caer despojados de todas las virtudes, en el pozo ciego y perverso de
la futilidad y, consecuentemente, en la condena al infierno.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.
En la proyección del tiempo pasado, presente y futuro, Ojeda encuentra una línea de descenso, caducidad e ignominia.
He allí la clave de su desencanto, de su desilusión y consecuente fatalismo.
Y así es como vamos descendiendo
en la niebla hueca de la vida humana.
Hay una direccionalidad de descenso y caída.
15. Quizá porque
Desde
la infancia hasta un lugar perdido, desde una plenitud hacia una
caducidad, desde el vientre materno a la fosa sepulcral.
Somos
ángeles expulsados y expatriados del reino. Hemos perdido la verdadera
casa, el divino útero materno, la morada imperecedera.
Somos desterrados del paraíso de la inocencia y la divinidad:
¿Conocerán el tiempo otro? Tal vez una inocencia oscura
accedería, como dolorosa llaga, en la raíz de lo vivido,
el tiempo deviniendo bajo inmóvil materia.
Pero nuestra pureza ya la hemos perdido,
o mora en un dominio de pavorosos gestos.
Todo ha devenido en muerte, en falso lenguaje y hasta en gestos impropios.
Hay
un origen poderoso, sublime y pletórico, pero la línea que hemos
seguido es nefasta. Dejando lo glorioso hemos sucumbido y caducado.
La suya es poesía de la desilusión y la desesperanza por la esterilidad del mundo.
Quizá porque se ha amado tanto... debido a que se ha esperado mucho...
Porque cuando se tiene una idea tan alta y es tan elevado el propósito deviene profundo el desencanto.
6. Nada alumbra
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
de lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo,
del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Arte de navegar es, paradójicamente, la elegía de un naufragio, la rapsodia de una catástrofe.
Una desgracia en vez de un arte, donde todo es fatal y se avizoran solamente despojos.
Permanecen
las ruinas de lo que ha sido casa, palacio y ciudad. La mirada
conturbada desciende a las regiones del espanto, de los restos
putrefactos, del abandono de Dios.
Los desgarrados, esos que recogen, sin saberlo,
la pavorosa carencia del mundo y, transfigurados,
soportan el misterio y habitan una soledad deforme.
Alguien
se burla de nosotros. Hemos sido engañados. Dios juega con el Hombre.
Hay un fraude que no concluye y ni siquiera es fraude pleno sino esbozo
fraudulento, y todo es mueca y farsa.
Y hay quienes no se desilusionan de nada, porque nada avizoran, nada alumbra sus espíritus, a nada aspiran.
17. El dios ausente
La
poesía de Juan Ojeda es la construcción de una estructura ausente. Es
el vacío de Dios. Y la enajenación de Dios no es porque éste sea
distante e inasequible sino porque no es habido; porque al regreso de la
anhelante búsqueda la respuesta es que el lugar que ocupaba está
vacío, es hueco y yace abandonado. Dios ha huido dejando su creación
desamparada:
Sobre la tierra una ausencia de dioses.
Ha
explorado todo, ha sometido todo a un arduo proceso de verificación.
Ha destejido y vuelto a tejer verdades antiquísimas y nuevas. Es
buscador infatigable de bases y principios. Pero el resultado es que no
hay nada. Todo es pavor, horror y miseria.
Habitamos el cadáver de un Dios.
El
mundo ha devenido así en un páramo, en un espacio inerte y sin
sentido. No hay nada que produzca felicidad ni alegría. No hay ninguna
razón valedera, porque nada se mantiene en pie: todas las efigies y las
estatuas han caído corroídas.
Ahora
bien, Juan buscó a Dios en la realidad y entre las cosas. Con unos
instrumentos como la racionalidad enloquecida, la lógica implacable, la
ciencia y hasta la impotente erudición.
18. El privilegio de la duda
No
lo buscó con candor e ingenuidad, como haría un hombre de fe,
atributos estos que estaban lejos de ser comprendidos y adoptados por
Ojeda.
Mucho
menos lo hace con el temblor del amor fervoroso. Es que quiso hacerlo
con libertad plena, con lo que consideraba infalible y apostando a que
el veredicto constituyera un riesgo total.
Siempre
habla en Arte de navegar de haber encontrado una verdad secreta y
temible. De haber desentrañado un signo letal en nuestras vidas, de
tener una clave que lo hace un desesperado y hasta un destructivo. Él
ha ingresado a un arcano, a un significado pavoroso:
Oh, ya hemos conocido
el tiempo, ya hemos ordenado el pasado y el futuro
en el hórrido escombro de un presente irredimible,
y todo es como nacer desde la tierra muerta,
tiempo muerto entre muertas raíces.
¿Es esta la región verdadera, o te has confundido?
¿Qué ruidos son esos? ¿Quién grita?
Respecto
a Dios él no tuvo ya dudas, no golpeaba aún con afán una puerta para
que la abrieran, guardando la ilusión de que adentro haya alguien y la
verdad que buscaba afanosamente.
¡Éste ya no es su caso! A él no le queda el privilegio de la duda, de la esperanza por develar.
19. Misterio y herejía sagrada
Entró y salió del arcano. Y su testimonio y verdad terrible es que allí dentro no hay nadie.
La
poesía de Juan, pese a que en la superficie es tersa, en sus
significados es simbólica y trabada: no hace concesiones allanándose al
lector. No se inmuta por ser clara u opaca.
Se
sabe situada más allá de todo bien y de todo mal, inalcanzable a
cualquier juicio, despercudida de todo canon, de toda referencia con
este mundo. Es una poesía oscura, intrincada y barroca.
Y
en su vida Juan era así: condescendiente y amable para responder
cualquier saludo, pero sabiéndose de una esfera que no tenía nada que
ver con esto que tocamos; batido y librando una guerra a muerte en otro
plano; con códigos secretos y lenguajes cifrados, de regreso ya de todo
lo previsible.
Poesía,
la suya, opaca pero de inefable grandeza, en los momentos más solemnes
de la cual aparece un ave, o la presencia de un animal libre y
salvaje, o de un instrumento musical intacto.
Todo
lo que aparece en ella es como si se tratase de una aparición mística,
sea un ciervo, una corza, un gamo, un estornino, un sistro.
Se escucha repentino el canto de un tordo o el vuelo asustadizo e íntimo de un gorrión.
20. A veces
inhallable
Habrá
lectores que se afanen por explicarla o comprenderla con el sentido de
la racionalidad. En tal intento sin duda habrá mucho que quedará
oculto; pero no hay que desesperar.
La
poesía es precisamente tal por ser incógnita y misterio, presencia de
lo divino y secreto aunque, de alguna manera, desbordante y promisorio.
Éste
es el caso del libro Arte de navegar que sostenemos ungidos, que
arrasa y castiga pero también inviste y ennoblece, si no por su fondo
torturado, sí por la autenticidad y devoción con que está pergeñado.
Y porque es el testimonio por el cual se consagró y ofrendó una vida.
Poesía
que sintetiza pensamientos, ciencias, artes, saberes y filosofías.
Poesía ética y conceptual, herética y a la vez sagrada, con un
repertorio muy grande de imágenes, alucinante en sus lamentaciones.
Nada
de mundana, callejera o desvergonzada; que desaparece de la superficie
de los días para sumergirse en un espacio y tiempo suprarreales.
Que
nos hunde en su espíritu, en sus fantasmas y obsesiones; a veces
inhallable, donde no hay estridencia, banalidad, ni lugar para lo
veleidoso y lamentablemente tampoco para la piedad.
21. Poesía provecta y sabia
Juan Ojeda conceptúa el tiempo como una unidad de contrarios, un movimiento dialéctico, compuesto de conjunción y dispersión.
Y que en el instante está contenido aquella esencia y madre que es la eternidad.
Y
es desde la eternidad que él asume su canto o su testimonio y
representa aquélla en la vejez, o la senectud, como corresponde por ser
síntesis de vida.
A
Juan le atrajo siempre la edad provecta. En sus gestos, en su talante y
en su voz trataba de situarse en esa condición, siempre con un tono
grave y aciago.
Su lenguaje es longevo pero colmado y desbordante, que prodiga un compendio de la vida.
Poesía densa, de edad eterna, donde se suma a la belleza solemne una recia sabiduría.
Donde las imágenes, con ser soberbias, resultan pospuestas a la firmeza de los juicios que allí se ofrecen.
Poesía de espacios amplios y tiempo detenido, donde las sensaciones son abolidas y solamente se hacen broncos los conceptos.
22. Cómplices de este descalabro
¿Cómo puedo hablar del fruto
Y la semilla, si no conozco los orígenes?
Tendré que retornar a las raíces,
Buscando la evidencia, bajo la confusión;
Llenándome de siglos y piedras,
Como asiendo los significados,
Y sus designios, la verdad perenne.
En
su poesía no hay exaltación sino sapiencia; no hay tanto figuras
literarias como reflexiones y sentencias. No prevalece el ardor o la
fruición sino el conocimiento.
Su
belleza es interior y sobrehumana, imponente, con el rostro adusto y
desencajado; y con las manos en alto y crispadas o piadosamente
recogidas.
Grafica con imágenes y metáforas realidades profundas y verdades supremas. Intuye hacia dónde va la marcha del universo.
Es
un aviso urgente que nos dice que el tren en el que vamos corre
descarrilado y será inevitable que se precipite en el abismo.
El suicidio de Juan es voz de alerta, un llamado de atención urgente, una clarinada de alarma.
¿Cuál
es ella? Comprometerse a cambiar el curso de la historia, poner las
manos en el fuego para no seguir siendo cómplices de este descalabro y
de este siniestro.
23. Bitácora ritual y testamento profético
Arte
de navegar pertenece a la literatura de visiones, en donde los
elementos que se nombran tienen carácter de símbolos, con un
significado peculiar y misterioso, de acuerdo a una estética y a una
creencia, a una religión y a un código de principios y normas.
De allí su dificultad y su carácter críptico.
Los
escenarios y actores se asemejan a un auto sacramental, con un
lenguaje canónico y epopéyico, con el acento profético de las obras
clásicas de todos los tiempos.
Sus acordes son de trombones, bajos, tubas, violoncelos y en lo alto o lo profundo una nota sutil de diana.
Música que se contempla crearse y hundirse en el infinito cósmico y en el caos inmisericorde, lejos de toda cotidianeidad.
Es
una obra ritual, como la consagración de una misa. Acto con el cual él
justifica su vida y su muerte: ¡himno y expiación!, ¡hosanna y
martirio!
Es carta de navegación y testamento ológrafo; cuaderno de bitácora y escotilla de perdición.
Es códice de los tiempos antiguos y cometa lanzada al futuro inexplorado.
24. Grito de suicida
Es un canto ceremonial, con la compulsión de una tabla de salvación y un estigma de fatalidad.
De
allí que en ella no haya anécdotas, ni compasión hacia el lector,
porque en verdad la hizo para sí mismo o para la eternidad. O para
Caronte, su divinidad.
Con
este libro Juan navega en los ámbitos siderales: es su nave y sus
alas, su carta de presentación a la potestad con la cual lucha, se
enfrenta, se mezcla, se destruye y con la que al final se redime.
La obra se sitúa al borde del abismo, en el peligro pleno, en el flanco izquierdo del acantilado desde donde sólo se cae.
Escrito
ansioso de escuchar su propio grito de suicida, desafiando a las
verdades trascendentes a develarse, acerca del origen y el signo que
encierra la creación. Dispuesto a arrojarse sin contemplaciones para
auscultar el ojo del misterio a fin de desgarrar sus vestiduras.
Decidido
a vengarse de la ballena blanca del destino humano que le ha
arrebatado el privilegio del sueño deleitoso y el despertar complacido.
Sobrecoge
la majestad y hasta la violencia de sus versos y estrofas, más que en
el plano formal en el fondo misterioso e inalcanzable de sí mismos.
25. Con su mano rota
Es
inconmensurable en la dimensión de su canto, que además de ritmos,
imágenes, emociones y principios que lo sustentan, muestra el prodigio y
el vacío portentoso que hay en la creación del mundo y en la
existencia humana, y el designio estremecedor, esperanzado o fatal, que
debemos cumplir en esta hora y deshora supremas.
En
Arte de navegar Juan es demiurgo, profeta, gran maestro y loco a la
vez. Es esta obra una proeza del género humano, donde se contiene todo,
hasta la actitud heroica de morir en el sangrar de sus páginas.
Libro
en el que se nos da una imagen contrita del mundo en descalabro; en
acordes broncos y acompasados de misa de difuntos o de responso fúnebre
por sí mismo y por el Hombre.
Poesía
supranatural, de un mundo único, lejos de las melodías, estilos y
temas consabidos, donde todo es distinto, inusitado y sorprendente en
los componentes y en el conjunto, en los detalles y en la densidad de
la trama. Con la belleza de lo grandioso y monumental:
Ahora que la muerte frota sobre el aire su cadena.
De estas ruinas que el mar bate oscuramente con su mano rota.
26. Testimonio: un libro dentro de otro libro
El
rasgo más notable de esta obra es la impresionante percepción que se
obtiene respecto al complejo y tormentoso proceso interior de
elaboración y expresión que caracterizó a Ojeda en toda su producción y,
particularmente, en Arte de navegar.
En
donde se entremezclan en genial fusión elementos psicológicos,
místicos y metafísicos; emociones, razones e intuiciones; ilusiones,
pesadillas y furores.
Sin
embargo, hay un elemento más, cual es la reminiscencia histórica, que
se suma a los anteriores en el poemario Elogio de los navegantes.
Libro autónomo dentro de la obra mayor, y que fuera escrito por Juan entre los 19 y 21 años. ¿Cómo así?
Elogio de los navegantes, como lo expresara Juan en una entrevista, es
el poema introductorio a un ambicioso proyecto de escribir un canto
nacional como la Eneida o Los Lusíadas.
Este
es un proyecto que lo compartimos y nos propusimos cumplir como
producto de nuestras largas caminatas por las playas de Lurín y Chilca.
27. Travesías y batallas
Pensamos hacer juntos el libro y nos pusimos a trabajar en él tomando yo como punto de partida un Acllahuasi incaico.
En
él moran como sombras laceradas y estremecidas algunas Acllas vejadas,
testigos irredentos de los sucesos pasados, presentes y futuros.
El
tema con el que inicié esos cantos fue el de las guerrillas de la
década del sesenta, avizorando el advenimiento de un mundo nuevo,
corolario de la revolución socialista.
Resultado de ese trabajo fueron de parte mía los cantos que después integraron mi poemario Las Actas.
En
el caso de Juan es Elogio de los navegantes, que luego presentó al
concurso de los Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo.
Por su adhesión al mundo de la navegación a él le atraía la época del Descubrimiento y la Conquista.
De
ahí que en el poema Elogio de los navegantes aparezcan imágenes y
evocaciones de aquellos sucesos históricos, entre muchos otros aspectos
cosmogónicos, como también travesías y batallas.
28. Atroz evidencia
Con
Elogio de los navegantes Juan inaugura un léxico distinto, propio e
intransferible, nunca escuchado en el proceso de la poesía peruana;
donde las palabras son marmóreas y dramáticas, bajo el imperio de las
trisílabas graves y llanas, hondas y sin concesiones:
Funesto el mar de eternos elementos, morada del linaje humano:
Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen
Interminables en las ribas–
Allí el paciente cuervo ha tiempo
Malicia la carroña–. Estos son nuestros dominios: los pedruscos
Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril. Dime:
Se
siente, en primer lugar –aún antes de poder penetrar al fondo de esa
superficie– una impresión arrolladora y contundente, cual es la de
estar ante una obra grandiosa, sinfónica, absoluta.
En
su forma exterior, de largos versículos ordenados en tercetos, todos
parejos e implacables, donde pareciera que la superficie del papel
naufraga ante la vastedad del mundo que evoca, de renglones como un
tinglado supremo, de ritmos ásperos, atribulados, inclementes, haciendo
un mundo misterioso de atroz evidencia y de innegable estupor: versos
irrenunciables, de los cuales no podemos huir ni escapar.
29. Destino de poeta
Rimbaud,
a los 19 años, despreció a la poesía –¡ese rayo fulgurante en que la
había convertido!– después de ese canto flagrante y abrasador que
erigió con su libro Una morada en el infierno.
Para
después traficar con armas y marfil en los desiertos de Abisinia y
mezquino y codicioso atesorar una porción de oro que cuidaba desvelado
en las candentes arenas.
Juan
Ojeda, en cambio, desprecia el mundo y la existencia y todo lo que hay
en ellos de prodigioso para salvar lo único que justifica con su
propia vida: la poesía.
Con
su existencia expuesta Juan sostiene, sustenta y solventa su pasión y
su razón poética. Impertérrito, sin dar ninguna explicación, levanta la
arquitectura de su obra sin permitirse una digresión, una debilidad de
postura, un gesto de cansancio, de hastío o de flaqueza.
Y
nos enseña a asumirla sin ceder posiciones, sin seguir las modas de la
época y sin reemplazarla por ningún empleo. Juan nunca se empleó en
nada, salvo su consagración a la poesía.
Conocía
la tradición poética de manera completa y acendrada. Nadie como él
para dominar más poesía y filosofía de todas las épocas, espacios y
culturas. Para leer agotadoramente en varias lenguas. Y estudiar con
igual pasión libros de arte como de ciencias.
30. Elección irrevocable
En
ese bagaje, dos poetas peruanos fueron leídos e incorporados
plenamente a su universo: César Vallejo, José María Eguren y Martín
Adán. ¡Cómo no!, frecuentaban nuestra charla todos los poetas
contemporáneos y de otros tiempos. Sin embargo, su poesía se presenta
distinta, original y única, sin vínculo alguno –¡en absoluto!– con la
moda callejera de la época.
Con
una fuerza y decisión invencibles perseguía hacer gran poesía, de
contundencia y plenitud. Todos quienes lo conocieron siquiera en parte
y, más aún, quienes lo leyeron de una u otra manera, se expresan de él
invariablemente con una frase unánime: “¡Gran poeta!”.
¿Por
qué lo dicen? De manera implícita por las siguientes razones: 1). Por
la esencialidad de su espíritu y por el fondo la autenticidad y la
verdad de su postura frente al mundo. 2). Por su lenguaje único e
inconfundible, creando un universo genuino e insospechado. 3). Porque
abre caminos nuevos.
Su
poesía es culta, de vocablos y conceptos eruditos, que se engarzan y
tuercen obsesionados. También, y en buena medida, es abusiva con el
lector, de ritmos inusuales, con un léxico docto pero a la vez con
formas que sólo la plena libertad osa emprender y asumir, donde se
adjetiva con términos que parecen extraídos de un diccionario
culminante de la aflicción, del mundo apesadumbrado y del horror. En
gran medida porque ése es su signo y su elección irrevocable.
31. Muriendo en playas ignotas
Poemas
tal cual es la vida, que contienen todas las preguntas y, como la
vida, oculta todas las respuestas a todos los interrogantes esenciales.
Poemas sombríos, espeluznantes, bajo el designio de algo que no nos
corresponde cuestionar, ni siquiera interrogar; pero que reconocemos
como inevitables en el sentido que siquiera uno en el mundo tenía que
formularlos y pugnara por obtener respuestas, aunque sucumbiera ante
ellas.
Poesía
del alma, que ingresa al mundo íntimo y raigal de la condición
singular que tiene el Hombre, donde hay un paisaje de fondo adusto y
lato: unas ribas, una arcada y una fuente; una edificación antigua y el
mar insomne, de lenguaje y talante oceánicos, insondable.
Poesía
de vocablos densos, con herrumbre de siglos y en vigilia constante,
como de arrancadas y destejidas lonas de mástiles expuestos al
misterio, con el idioma del mar ciego y compasivo, que tiene el ritmo
del oleaje golpeando las rocas y muriendo en playas ignotas, pensándose
y amándose a sí misma.
Al
leer los poemas de Juan nos vamos formulando una pregunta sencilla y a
la vez solemne: ¿Hay, en el contexto de la poesía actual, poesía de la
calidad, de la magnitud, de la profundidad y de la estatura de la
poesía de Juan? Entonces, ¿por qué el rezagamiento, la marginalidad, el
anquilosamiento en que se le tuvo y se le tiene?
32. Itinerario de una locura
El
proceso y el estilo de elaboración y expresión de Arte de navegar
refleja inexorablemente la compleja dinámica del proceso creador de
parte de su autor, en donde se evidencia la tormentosa interacción entre
los ámbitos de lo afectivo, lo racional y la energía vital.
Donde
se convocan elementos todos en pugna; del medio ambiente, del contexto
histórico y del azar jugando el rol de implacables compositores y
directores de orquesta que al mismo tiempo que ejecutar la partitura la
van destruyendo, que al mismo tiempo que edificar la obra maestra la
van dinamitando.
Tan
es así que quizá con el mismo derecho a titularse como se titula, más
propia y honestamente debería llamarse “Arte de naufragar”... como que
fue, real y magistralmente a la vez, el preludio y el réquiem (y auto
responso) perfectos para el suicidio de Juan, como realmente aconteció.
Y
así como hay testimonios innegables de la genialidad de su autor –con
aciertos que hemos tratado de señalar en estas páginas–, es doloroso
comprobar también que hay pruebas de la pérdida del sentido, del vértigo
y desquiciamiento de que fue siendo víctima cada día.
33. Queriendo hacer escarnio
Y
la razón es que fue un hombre que se consustanció hasta arder,
consumirse y explosionar con la poesía, con la que sostenía una relación
ígnea, que no podía ser sino fuego al rojo vivo e incendio
inabarcable.
Él
todo lo miraba a través de esas llamas u hogueras que alzaba con un
delirio implacable. La poesía fue su destino, su martirio y su
inmolación, habitando en ella como en su propia casa.
Al
punto que en su obra hay momentos en que se burla del lector, en que
es caprichoso y hasta juega a hacernos perder en su laberinto.
Hay otros instantes en que se le siente pedante, soberbio y autosuficiente:
Eternidad exacta para armar un pito.
En
otros pasajes cambia de ritmo, golpea con algo insólito, como cuando
tiraba la bandeja de escabeches a la mesa donde conversaban otros
amigos; ensayando un paso inusitado queriendo hacer escarnio, sorna y
expiación.
Otras veces quiere ostentar y hasta rompe las patas de la silla en que el lector revisa anonadado sus versos, destrozando bruscamente –para el efecto– un esquema rítmico.
34. El mar que lo obsede
Hay,
en Arte de navegar, chanza, bellaquería, crueldad; así como poemas de
un sentido acrisolado y potente. Y otros absolutamente sin sentido. O,
más aún, poemas sintomáticos de un desquiciamiento, de un
desequilibrio, incoherentes e insensatos.
Pura
acumulación de enunciados sin lógica, como cuando un demente junta
latas, cartones, retazos de tela, vestigios del mundo, e intenta
–jugando a solas– hacernos perder la paciencia, prueba de la turbación y
del horror en que ya ha caído, y es que:
Es un hombre hastiado de soportar el mundo.
Hay
poemas que dan círculos concéntricos sobre sí mismos, repetitivos,
pavorosos por el mareo, la oquedad y la sensación de derrumbamiento que
producen.
Lo
que de allí se recoge es sensorialmente apabullante y absurdo. El
libro, en cierto momento, es el propio infierno de Juan. La tierra
monda, arrasada y yerma que él tanto invoca.
¡Y
atrozmente quieta! ¡Es el hastío! El paisaje de ruinas, neblinoso y
desértico, con la sequedad donde la respiración es dura y a la vez
agitada. Polvo derruido, síntesis de ruinas; estableciendo la relación
con el mar que lo obsede, de esta manera:
Quien se ahoga en un océano
se despierta en un desierto.
35. Sacra ceniza
Juan va nombrando los asuntos con indolencia y desidia, como si ya nada le importara. Dice en “Portrait of a Blind Poet”:
En el lucro de la umbría –venático río de oro:
Nave sin ojos, oh Noche, diamante signado al origen–
Ebrios labios de pórfido en una estatua inútil,
Crecer fardos de liquen plateado: bruma insigne.
Y del reposo que, tremante, calcina al Abismo–
Inerte fuego, los designios– canta el polvo hirsuto.
Descanso terrenal, huesos hurgados por el Tiempo;
Párpados sin retorno, ardidos, numerosa joya de mundo
¿Qué alegría horada insensiblemente ojos desnudos?
¿Qué brillo eleve, ahora cóncavo, el festín horrendo?
Sólo hastío de mármol fatiga, coronado, vano Ritual
Donde patio sonoro –mediodía negro– ofende el júbilo,
Tras fronda de neblí. Ojos de oro de un pliego azul;
Sacra ceniza, árido en ebrio abismo, el mago pútrido.
36. Obcecación del espíritu
Y
en “Confesión de Mencio”, y en otros poemas, se repiten como en una
máquina demente verso tras verso, como si fuesen los barrotes de una
cárcel inicua, estos sones:
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ruidos y silencios.
Obcecación del espíritu pudriéndose hacia adentro
Lamentaciones que ahora escuchas disipándose
Lamentaciones en medio de un cuarto cerrado
Gritos pétreos retumbando en una mente sellada.
Ya sin nadie que remueva un rastro en la vida
La repercusión de sonidos emitidos por nadie
El camino de las palabras que nada nombran
Y se asemejan al parloteo de un enajenado.
La vida es como un secreto que al aparecer
Fluye indistinto en ritmos y silencios.
Obcecación del espíritu muriéndose hacia adentro
Pensamientos en medio de un cuarto cerrado
Gritos muertos retumbando en una mente estropeada.
La vida es como el parloteo de un enajenado
El camino de las palabras que nada nombran
Pensamientos en medio de una mente estropeada
Obcecación del espíritu...
37. El mundo cayendo
¡Tú, Arthur Rimbaud, no estás eximido de culpa en esta catástrofe! ¡Tanto habíamos repetido este fragmento tuyo!:
El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Busca todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; exprime en él todos sus venenos, para no guardar sino su quintaesencia. Inefable tortura, en que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana en que se vuelve entre todos el gran doliente, el gran criminal, el gran maldito... Imagínense un hombre injertándose y cultivándose verrugas en la cara. Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.
El
libro mismo, en su proceso como escritura, es la quiebra de sentido,
es el absurdo y el caos, en donde el lenguaje deja de tener cuerpo
orgánico y se torna delirio; deja lo que salva y redime y –quizá como en
la mente de Juan–sólo se vuelve conflagración y abismo de las cosas,
de los seres, y al final el vacío. En él se confronta al lector con la
atroz ruptura, con el mundo cayendo en la aberración y la quimera.
Arte
de navegar es, también, el itinerario de una locura, siempre con
majestad y tragicismo, como la de Friedrich Nietzsche, y también con
vehemencia y conmiseración, como la de Vicent Van Gogh.
38. Hacia la esquina fatídica
Y
ya para finalizar, quiero celebrar el hecho muy significativo de haber
sido jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos quienes han mantenido siempre viva y presente su memoria.
Pues al final fue el claustro de esa universidad el lar que lo cobijara, ¡que nos cobijara!
Y fueron sus aulas, corredores y patios, ¡y el soplo del espíritu que en ellos mora!, aquello que alentó su gran poesía.
Fue,
además, el San Marcos de la década del 60, que enalteció la bandera
del pueblo, del Perú irredento, de la aspiración de un orden social con
justicia y dignidad.
Quien fuera la que le dio siquiera un grumo de esperanzas –¡todo lo que su alma podía soportar!–.
En San Marcos consolida su vida y su obra poética y horas antes de morir estuvo en su campus.
En
realidad, desde San Marcos enrumbó hacia la esquina fatídica de la
cuadra 23 de la Av. Arequipa en donde se inmolara, una madrugada
neblinosa y estupefacta.
39. Mi emoción atribulada
Y,
de otro lado, el hecho también significativo de que hayan sido
estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú quienes
impulsaran la edición de su obra póstuma, Arte de navegar.
Estos
hechos nos testimonian en concreto una clave de la trascendencia de su
obra, que hace esta parábola de unión y enlace entre las dos
principales casas de estudios superiores y de consagración al espíritu
en nuestro país.
Arco
tendido también con la vida que renace en el corazón de la juventud
que discierne entre lo estéril y lo vivo, reivindicando para la cultura
humana la trayectoria y el mensaje de Juan Ojeda.
En
homenaje a todo ello pongo el ramo de rosas que llevábamos con Juan ¡a
no sabemos quién! en el cementerio de Surco, donde gustábamos pasear.
A
esos esfuerzos generosos me adhiero, entregando este modesto y
fervoroso aporte espiritual, con mi emoción atribulada por la añoranza.
Y
así como Juan era candoroso en el amor –pues le hacía vibrar el amor
núbil, ingenuo y virginal–, así creo que son las alas de la esperanza
que él avizorara como rasgo final de su obra memorable.
40. Hacia los montes fértiles
Este hecho que se grafica en el orden que ocupa en la obra el poema “Elogio de la Infancia”.
En
esto Ojeda quiso seguir la pauta del Dante, quien inicia la Divina
Comedia con el Infierno y concluye con la redención y la aspiración de
una vita nuova, que en el caso de Juan es representada por la infancia
de una nueva humanidad.
“Elogio
de la Infancia” es, en el fondo, un poema de fe, de promisión, y un
llamado a la acción revolucionaria. A que busquemos las raíces del bien
y fundemos una nueva tierra y una nueva historia: la tierra del anhelo,
la infancia del mundo, el día en que desayunemos todos, la morada del
bien a la que todos estamos convocados, al decir:
¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha
la humana muchedumbre, se insinúan
los tiempos de un orden nuevo!
Porque la tierra, niño, te cobijará
en sus dones eternos, porque ya se avecina
la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.
Luego caminemos hacia los montes fértiles!
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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