PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
“EN NOCHES DE LUNA EN TORNO A LA HOGUERA” DE DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Por Sócrates Zuzunaga Huaita
Premio Copé Internacional 2009: II Bienal de Novela
“EN NOCHES DE LUNA EN TORNO A LA HOGUERA” DE DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Por Sócrates Zuzunaga Huaita
Premio Copé Internacional 2009: II Bienal de Novela
1. Obras que a mí me habría gustado haberlas escrito.
Conozco a Danilo Sánchez Lihón desde hace pocos años, pero es como si yo lo conociera desde siempre.
Es como si yo siempre hubiese vivido a su lado, viviendo su vida como si fuese la mía, experimentando las mismas cosas de esa su vida nativa, con una similitud y una coincidencia asombrosa que me deja totalmente perplejo y anonadado.
Al leer sus libros más tiernos y dulces, como son “La piedra bruja”, “Camino de Santiago” y “Mi tierra clavada en el alma”, experimento la inefable sensación de que yo soy el que los ha escrito en alguna época remota e inexistente, en algún momento de completo éxtasis, como en sueños o como hipnotizado por los hechos maravillosos e inolvidables de mi tierna infancia.
Lo cierto es que, al leer a Danilo tengo la insólita sensación de estar leyendo mi propia vida.
Como él, yo viví los maravillosos amaneceres andinos y las noches de luna, allá en las chacras de mi pueblo, en la época de las cosechas, debajo de las pajas de trigo o debajo de las chalas de maíz, contemplando a los luceros del cielo que, como una multitud de luciérnagas luminosas, me embelesaban y hechizaban el alma.
Al tiempo, que escuchaba gemir al viento en los árboles y chirriar a los grillos entre sus escondrijos de las pircas y andenes, interrumpidos de rato en rato por el canto de alguna lejana lechuza o por algún rebuzno o mugido emergiendo de entre las sementeras y los árboles de la campiña.
Como él, yo creía que las piedras enormes tenían vida y se trasladaban de un lugar a otro, como es el caso del Toro Rumi de mi lejana infancia, enorme roca mítica que, en las noches de luna, decían se trasladaba por la estepa de Patapampa, bramando con voz de mil truenos, entre un aullido de perros y un graznido lúgubre de lechuzas.
Como él, que se iba donde un japonés apellidado Otuki, a cortarse el pelo, yo me iba donde un español apellidado Carol con esa misma intención, pero que este último me rapaba el cabello con brusquedad, entre jalones y pinchazos dolorosos, pues la máquina con la que él trabajaba ya estaba muy vieja y malograda.
Como él, que le rezaba al Apóstol San Santiago, yo también le rezaba al Apóstol San Santiago que es el Santo Patrón de mi pueblo, y que -cuenta la tradición- dicen que deambula montado en su corcel blanco, de pueblo en pueblo, bajo la luna.
Enarbolando su implacable espada y ayudando a los viajeros nocturnos, extraviados o inmersos en situaciones peligrosas o en percances muy adversos y difíciles. Situación similar que encuentro en el primer relato de su libro “La piedra bruja”, en el cuento “Él siempre pasa por estos caminos”.
Como él, que se iba de noche a cortarle la cola de los caballos para hacer escobillas, yo también hacía eso para cumplir con ese mismo trabajo manual escolar que nos asignaba el maestro de la escuela primaria.
En una ocasión, también de noche, acompañé a un amigo músico que necesitaba hacerse un arco de violín, y fuimos a cortarle la cola al caballo del señor cura, pero que después éste pudo reconocer la cerda de su animal en el arco del músico, por el color y la textura, y lo denunció.
Como él, que creía en la fidelidad de las wachwas o patos de la laguna y en el remedio infalible que constituye la sangre del akakllu para el mal de la epilepsia, yo también creía en esas cosas con verdadera devoción y muchísima fe.
Como él, que siempre retorna a su tierra con mucho amor y total emoción, en la realidad o en la literatura, yo también regreso a mis raíces a nutrirme con la misma savia que alimentó a mis ancestros, a mojarme con la misma lluvia que mojó el poncho de mis abuelos.
O a calentarme con ese mismo sol que calentó los pies fríos de mi madre quien, sentada a la vera del crepúsculo, se ponía a remendar las costuras de nuestra entrañable existencia pueblerina, entre cantos nostálgicos que la hacían llorar.
Y yo me preguntaba, entonces, ¿qué situación triste ha había hecho rememorar el huaino que ella estaba cantando? ¿Qué vivencia inolvidable había volado desde el pasado hacia las ramas del presente para arrancarle ese llanto silencioso y ensimismado?...
2. Son muchas y felices las coincidencias
Así, hay muchísimos hechos más en la vida de Danilo Sánchez Lihón, los que se relacionan y coinciden con las experiencias mías, muy propias, que son las que viví en mi inolvidable niñez.
Yo, también, ayudé a mi madre a colocar piedras planas (paltanchas) frente a mi casa para que los transeúntes y nosotros pudiésemos pasar, vadeando el pozo que se formaba en la calle, en épocas de lluvia.
Asimismo, frente a la cercanía de una tormenta y al son de rayos y truenos, cuántas veces la ayudé a recoger la ropa lavada del tendedero o los granos puestos a secar, extendidos y desparramados sobre mantas, en el patio o sobre el tejado de la cocina, cuando no eran las planchas de carne seca o charqui, o mazorcas de maíz atadas en racimos.
También hay mucha coincidencia en la intención de su escritura, en el objetivo principal de su literatura: Danilo escribe para que sus lectores, sus paisanos y amigos, lleguen a querer más a su tierra natal, la reverencien y la adoren y se sientan identificados con ella, para hacerla así imprescindible y necesaria en sus vidas y ya no poder jamás olvidarla.
A mí también me mueve ese mismo propósito. O sea, quiero que todos los pobladores del Perú viren el rostro hacia el pasado y retornen a sus lugares de origen, a su tierra natal, añorando y recordando los maravillosos momentos vividos en la infancia y en la juventud.
Por eso, los libros que escribe Danilo Sánchez Lihón son muy sentimentales y afectivos, muy dulces y tiernos, y yo no niego que en alguna oportunidad sentí asomar el llanto a mis ojos al leer esos relatos donde la madre está presente con su infinito amor y total comprensión.
Por eso, Danilo rememora con inconmensurable cariño las costumbres y los sucesos que le acontecieron de niño, y que él los registra porque son parte íntima y de su vida. Y así escribe sobre aquellas experiencias que él más las valora, pese a lo muy humildes o muy desasidas que éstas parezcan ser.
Entonces, uno queda convencido de que la época más hermosa y entrañable en el ser humano es la época de la infancia, y es ahí que uno decide no separarse jamás de ella, pues su evocación y añoranza es como un remedio infalible contra la desesperanza y el desasosiego que cunde en la realidad de nuestros días.
Por eso, aunque el escritor ha viajado por muchos lugares del país y del extranjero, tiene a su dulce niñez y a su tierra “clavada en el alma”.
¡Y cómo nos contagia él su emoción telúrica cuando nos habla de los paisajes de su tierra de Santiago de Chuco, de su familia, de su madre y de su padre, de sus amigos, o del sol, o de la lluvia, cuando no de las nubes y de los cerros, o de las sombras de la noche, todos ellos confidentes y testigos de sus correrías infantiles y juveniles!
Esto me hace recordar a José María Arguedas que, en el inicio de su novela Yawar Fiesta, nos dice que sólo un andino nacido en los Andes, que contempla a su pueblo desde una elevada cumbre, puede sentir esa emoción profunda e inefable que lo desborda en llanto, mientras observa sus paisajes, entre un vuelo de cóndores y gavilanes, al tiempo que canta un huaino con su charango o su quena.
Eso no lo pueden hacer ni sentir los costeños -nos dice el escritor-, pues en la linde de sus ciudades modernas no existen abras ni cumbres elevadas desde donde poder contemplar esos bellos panoramas rurales.
Sin rebuscamientos ni complicaciones formales, tan solo hablándonos de un modo sencillo y cristalino, tal como brotan las aguas de un manantial andino, o como cae la lluvia sobre el tejado de las casas, el poeta nos deja conocer sus sentimientos y convicciones, que son como un testimonio de adhesión y de profundo amor a su pueblo y a su gente, así como a sus costumbres y paisajes y tradiciones.
Su sensibilidad humana se manifiesta cuando le canta a la vida campesina, tan sencilla y dulce, tan de junco y capulí, tan a sabor de cañas de mayo del lugar.
O cuando le canta a su cielo azul y a su radiante sol bañando las piedras y las tapias y los cerros poblados de eucaliptos y sembríos diversos, los que rodean a aquellas casas de grandes aleros y balcones ensimismados, de calles empedradas y amplias, que así es el apacible lugar donde nació el escritor, y donde es casi imposible no ser poeta o trovador.
3. Contada por los nativos del Ucayali
Pero bueno, ahora, en esta oportunidad, Danilo Sánchez Lihón irrumpe, como ya lo hizo muchas veces, en el escenario de la literatura y de nuestras vidas, trayéndonos un libro de cuentos, los que son un racimo de bellas historias que en su mayoría acontecen en la selva peruana, tan paradisíaca y exótica.
Desde el título de la obra, título que nos embarga de poesía, “En noches de luna, en torno a la hoguera”, uno ya presiente lo que va a venir impreso entre las páginas del libro, los que son relatos narrados a la luz de la luna y en torno a una hoguera, en una pequeña aldea selvática, con aroma de flores y rumores silvestres propios del lugar.
Mientras el oyente presiente sombras portentosas recorriendo los caminos de la noche y se estremece de miedo al menor chasquido tétrico que sale del monte. ¿Acaso eso no es poético? Solo el que ha vivido esos momentos de libre imaginación y fantasía, con una atención anhelosa y expectante, sabe que eso es muy cierto.
Y, atendiendo a lo que el poeta y narrador nos manifiesta en la dedicatoria, estas son maravillosas historias contadas por los nativos del Ucayali, los que, en una oportunidad, alimentaron al autor de este libro y lo abrigaron en noches de lluvia y le dieron asiento en torno a la hoguera.
Asimismo, uno puede ya imaginar la entrañable amistad que lo unió con el brujo Baro, en cuya cabaña selvática el autor escuchó la mayoría de estas historias fantásticas e increíbles.
El libro se inicia con una bella historia que ocurre a orillas del río Ucayali, donde vivía el Inca con su esposa llamada Iwa. Allí, una apacible tarde matizada con cantos de pájaros y demás rumores de selva, hace su aparición un bufeo colorado y le roba una prenda a la mujer del Inca, prenda que estaba lavando en las aguas del río, y mediante esa prenda robada el pez ingresa en el sueño de la mujer.
Entonces Iwa, poseída por el espíritu del río con forma de bufeo colorado, retorna a su cabaña y le hace saber al Inca que ella va a partir hacia el fantástico universo del río, donde las cosas son maravillosas e increíbles, fantásticas y mágicas.
El Inca muy afligido se resigna a perderla, sin embargo Iwa emerge cada tarde de las aguas del río convertida en un bufeo colorado para ponerse a contemplar la vida de su querido esposo.
Un día se presenta ante el Inca y ambos se internan en la selva huyendo de los espíritus del río y abandonando todas las cosas de su hogar.
Entonces los espíritus del río Ucayali se encaminan selva adentro en su búsqueda y al ingresar a las viviendas nativas y tocar los objetos, éstos se convierten en distintos animales que hasta ahora moran en las aguas de los ríos de la selva peruana.
4. Constituye un valioso aporte
De este modo, todo el volumen del libro, en el que existen otras historias como Betún Batán, La guerra de los animales, La casa prometida, Soy el agua, Nacen los zancudos, Apajuí nuestro padre, son relatos que conforman un hermoso mosaico que, echando mano de la mitología y de la leyenda, se cuenta los orígenes de la vida de nuestros antepasados.
De todas estas bellas historias yo ya había leído como un anticipo el cuento, “La guerra de los animales”, seleccionado por el poeta Jesús Cabel, en el libro “Nuestros cuentos infantiles”, editado por la editorial Sagsa, volumen orientado a estimular en la lectura a los niños del Perú.
Como se sabe, los niños son el futuro de nuestros pueblos. Tal es la ley de la vida. Del modo cómo los eduquemos dependerá el porvenir de nuestra patria. Preocuparse por nuestros niños significa prepararse para el mañana.
Nuestro supremo deber no es sólo preocuparnos de que ellos coman bien y se vistan y gocen de buena salud. No. Sino que nuestros niños tengan una alta moral y una buena educación con amor hacia lo nuestro, hacia todo lo que significa ser nuestra querida patria.
Y eso es, precisamente, la preocupación de Danilo Sánchez Lihón. Por eso, escribe estos libros tan bellos y humanos donde el mundo es noble y luminoso para los niños, donde el sol de la paz y de la dicha alumbra a todos los hombres honestos y de buena fe, despertándoles en el espíritu el amor a la tierra y a los surcos fértiles del futuro.
Y para alcanzar este objetivo, el poeta escribe con una sencillez y una pureza tan cristalina y dulce, dejando de lado el exceso de cultismos estilísticos y demás complejidades conceptuales. Porque el adulto que va a leerlo es sencillo y espontáneo como la hierba que crece en los andenes de Santiago de Chuco.
Y el niño que también va a disfrutarlo es noble y puro, que no quiere ser traicionado en su mágica inocencia y en el juego de su fantasía. Lo único que ansían los lectores de Danilo es recibir de él límpidos ejemplos educativos, junto a nobles sentimientos y disfrutes estéticos.
Los libros de este poeta y narrador no deben faltar en nuestros hogares, en nuestras aulas y en nuestras bibliotecas escolares. Pues, son libros muy valiosos y acaso insustituibles en la educación, porque promueven la sensibilidad estética, el buen gusto literario y el amor hacia la tierra que nos vio nacer y crecer.
Esta es la literatura que debe de nutrir a nuestros niños, irradiando el inocente aroma de su candor e ingenuidad, así como sus más nobles sentimientos hacia sus semejantes y a su patria grande y pequeña.
Por mi parte, yo he encontrado en los libros de Danilo, en cada página y en cada historia que cuenta, un inefable temblor de poesía nativa, bella como una flor de retama amarilla, musical como el lloro de un pájaro salvaje en el tejado.
Porque son cristalinas y refrescantes las historias verdaderas que nos relata este poeta, a la sombra de los recuerdos y de la nostalgia…
En fin, Danilo es puro corazón cuando nos cuenta sus vivencias infantiles y juveniles, allá, en la Capital de la Poesía que es su tierra natal y es la tierra también del gran César Vallejo. Sólo así él se encuentra original y sincero.
Por eso, el poeta quiere hacernos saber lo que su infancia y su juventud significan para él. Porque en esa época fue muy feliz; en ese tiempo remoto de juegos, debajo de un cielo azul, entre canto de pájaros y al lado de sus paisanos, ante quienes y para quienes él se consagra.
Casa de la Literatura Peruana - 22 DIC 2011