martes, 13 de septiembre de 2011

DEL POEMARIO: "LA MUERTE DEL GALLO, SEGÚN SAN PEDRO" DEL POETA PERUANO CARLOS GARRIDO CHALÉN


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DEL POEMARIO: "LA MUERTE DEL GALLO, SEGÚN SAN PEDRO"


DEL POETA PERUANO CARLOS GARRIDO CHALÉN


Un relámpago tatuó en el monte del dolor,
una congoja,
y Jesús gamitó muy triste
en el poniente,
como si fuera a morir crucificado.

Y una canción nunca escuchada

por la tarde
sonó en la caligrafía
del gemido.


- Te aseguro – le dijo a Pedro –
que esta misma noche,
antes que cante el gallo,
me habrás negado tres veces -.


Entontecido, ahíto, Cefas alcanzó a decir,
como un susurro
que eso era imposible.
No le convenía reconocer
que en un momento dado
le haría juego artero a la perfidia.
Y lo encanalló la humedad sin fondo
y la crueldad sin futuro
de ese vaticinio.

Y todos los discípulos,
miraron hacia afuera
para mirar al ave que dormía.

No pudieron evitarlo.
El canta claro se iba a convertir
en pregonero de una traición
jamás imaginada por la vida.

El menos comprendido del corral,
egoísta y mordaz,
que corría con desprecio a la gallera,
iba a ser el héroe
para que se cumpla la profecía.

Ingenioso y divertido, recibió entonces
el encargo de mostrar allí su dignidad,
de estar pendiente, para cantar
en el momento justo,
ni antes, ni después,
en el exacto instante
del desprecio.

Dicen que en esa ocasión
el chaparrón rugió
en la peladera,
en la laxitud de un mar
que se crispaba en llanto
y en la pérgola sin voz,
de ese acosamiento

Y el Hijo del Hombre
cayó con el rostro en tierra
para pedir al Padre una respuesta.

Y en ese guarismo,
en la barahúnda del dolor
cambiaron de color incluso
las tinieblas.

Volvió junto a sus discípulos
y los encontró indiferentes
en el bastión del sueño.

En la columnata del quinqué
se llenó de barrizal
el batacazo
de arúspice en el arnés,
el vertedero.

Jesús gimió entonces
en la palizada:
y en las ancas de la charada
murmuró la noche.

Se alejó por segunda vez
y suplicó al Padre piedad
para su cercenamiento.

Y al regresar
los encontró otra vez
en la abadía de la madrugada
que gemía triste.

Nuevamente se alejó de ellos
y oró por tercera vez,
repitiendo las mismas palabras,
los gestos que el otoño voraginoso,
consumía.

Y en las amígdalas de la tarántula
bramó el candelero
- Osciló como si un gigante hubiera soplado
desde el Cielo -
y en el sótano de la pedrera,
habló como en un eco,
la indulgencia.

Luego volvió junto a sus discípulos
y les dijo:
- Ahora pueden dormir y descansar:
ha llegado la hora
en que el Hijo del hombre
va a ser entregado
en manos de los pecadores.

¡Levántense! ¡Vamos!
Ya se acerca
el que me va a entregar -.

Y hablando estaba todavía,
cuando llegó Judas,
acompañado de una multitud
con espadas y palos,
y hubo aroma de traición
en el báculo de los sacerdotes,
embriaguez de turbión
desatando tempestad
en el boscaje.

El traidor les había dado esta señal:
- es aquel a quien voy a besar.
Deténganlo -.

Y nunca como esa vez,
el beso descendió
a la categoría de la inconveniencia.

Nunca como esa vez
la noche fue más noche,
y la incertidumbre más mordaz,
en el silencio.

Inmediatamente se acercó a Jesús,
diciéndole:
- Salud, Maestro -, y lo besó
Y en la amargura
cabestreó el desaire.

Jesús le dijo:
"Amigo, ¡cumple tu cometido!".
Entonces se abalanzaron sobre él
y lo tomaron.

Uno de los que estaban con el Rey
sacó su espada
e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
y le cortó la oreja.

Jesús le dijo:

- Guarda tu espada,
porque el que a hierro mata
a hierro muere.

¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre?
El pondría inmediatamente a mi disposición
más de doce legiones de ángeles
Pero entonces,
¿cómo se cumplirían las Escrituras,
según las cuales debe suceder así? -

Y preguntó a la multitud:

- ¿Soy acaso un ladrón,
para que salgan a arrestarme? -

Entonces todos los discípulos
lo abandonaron y huyeron.

Keyfas lo seguía de lejos:
y se sentó con los servidores,
para ver cómo terminaba todo.

Una sirvienta se acercó
y lo acusó de estar
con el Galileo
y él se negó al quebranto.

Al retirarse hacia la puerta,
lo vio otra sirvienta
y dijo a los que estaban allí:
- Este es uno de los que acompañaban
a Jesús, el Nazareno -.

Y nuevamente Pedro negó con juramento:
- Yo no conozco a ese hombre -.

Un poco más tarde,
otros se acercaron y le dijeron:
- Tú también eres uno de ellos;
tu acento te traiciona -.

En lugar de callar,
se puso a trajinar en la desdicha.

Entonces cantó el gallo:
la cresta roja de su cabeza insólita
bandereó la negligencia
y sus tarsos armados de espolones agudos
certificaron
asaz la villanía.

En su plumaje naranja azul
detonó la angustia
y en el cálamo de sus plumas
hizo fuego la estulticia.

Sus pulmones y sacos aéreos ramificados
le cantaron al futuro
y su cola timonera
al pasado vivido.

Entonces
en sus plumas remeras,
se asomó la madrugada.

Sus fosas nasales
se abrieron sin ostentación
para el canto juglar de la batalla.

Y Pedro
recordó las palabras que Jesús le había dicho:
- Antes que cante el gallo,
me negarás tres veces -.

Y saliendo, lloró amargamente.

Simón Pedro, Shimón bar Ioná,
el hijo de Jonás, el pescador judío galileo,
que vio la transfiguración del Rey
y lo reconoció como el Mesías esperado
se avergonzó de ser su seguidor.

Y el gallo, con su canto,
le puso fondo musical
a su herejía,
sonido de cornucopia
a su doblez,
a sus gestos innegables
de perjuro.

Aun cuando la noche de la última cena,
Pedro juró no apartarse de Jesús,
lo negó tres veces.

Y el ave galliforme
le recordó su infamia.

Y de su pico salió
un canto que pareció
humano,
sensitivo.

Y en la resina de las mimosas,
aplaudió el gallinero.

Como el charrán, el kagú, el calamón,
como el pájaro del sol, y el agamí,
bailaron las pintadas.

Y el gallo,
para obedecer
el vaticinio del Señor
entró a la historia.


II


No fue crepuscular, sino profético
su canto entristecido.

Se alzó por encima
de estambres y pistilos
y conmovió
con su jocunda fuerza
a los cipreses.

Una magnolia
de delicado perfume
se murió de tristeza
y en esa penitencia
falleció también el palo de mambo
y la canela,
entró en depresión
la higuera de caucho
y la damiana.

El canto del gallo
inclinó más
el eje de rotación
de la tierra
respecto al plano
de su órbita,
y un viento real
de ráfagas
e intervalos de calma
hizo ondear
con desprecio
las banderas
de la muerte.

Gotículas
en estado de sobrefusión
y cristalitos de hielo
saturaron el aire
y en la sabana
un denso manto
de angustia
penetró el boscaje.

La bruma húmeda
que formó el atardecer
degradó la anatomía sin fin
de los matojos
y en la boca del abedul
se abrió la queja.

Pedro pensó entonces
en el gallo
y en su canto delator
y sintió vergüenza
Y un aire de borrasca
tempestuosa
agitó su corazón.

Fuente:

Carlos Garrido Chalén
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Presidente Ejecutivo Fundador de la UHE
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Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello" de Venezuela
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