CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
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José María Arguedas - Imagen: Nalo A.B
SEPTIEMBRE:
MES DE LA PRIMAVERA, DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
PRÓXIMAS ACTIVIDAD:
SÁBADO 17 DE SEPTIEMBRE
Programa:
CONFERENCIA: “EL CÓNDOR PASA: ORIGEN Y UNIVERSALIZACIÓN”, DE OSCAR RAMÍREZ TRUJILLO
DECLAMACIÓN DE POEMAS DE CÉSAR VALLEJO: FREDERIC SOTOMAYOR CARRANZA
RECONOCIMIENTOS: AÚREO SOTELO HUERTA Y LIDIA VÁSQUEZ RUIZ
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
ADHESIÓN A MISTURA
IV FERIA GASTRONÓMICA INTERNACIONAL DE LIMA
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
QUÉ RICO QUE ESTUVO EL GATO
Por Danilo Sánchez Lihón
1. Apuro y alegría
– ¡Corran! ¡Corran! ¡Cayó el gato! ¡Cayó el gato en la trampa!
Eso exclamaba mi tía Carmen, lo más fuerte que puede para que la oyéramos.
Su alarido bajó por la escalera en donde estaba subida, corrió por los muros del dormitorio, entró a la sala, salió por los ventanales al corredor, atravesó el patio.
Zigzaguea vertiginoso por el otro corredor con filos de piedra, en donde está el horno. Entra como un grito pelado a la tienda donde estamos haciendo cadenetas y guirnaldas de flores para el paso del inter del apóstol esta mañana en que el sol brilla fuerte afuera en las paredes y en las veredas de la calle.
Corremos atropellándonos hijos y sobrinos y la encontramos a mi tía aún subida en la escalera, mirando hacia arriba y al fondo, con todo el nerviosismo y la efusión de un triunfo largamente esperado.
Con las manos bien agarradas del borde del terrado y el cuerpo prácticamente colgando de la viga atravesada, adonde ha subido a ver, clama con las piernas colgando en el aire.
Pero su voz definitivamente refleja apuro y alegría, pues durante semanas y hasta meses todo lo que se guarda en el terrado, o donde fuera, es devorado por el indómito felino que campea bajo los techos.
2. Las cosechas de las chacras
Ha causado tanto destrozo este gato montaraz, que ya no hemos sabido cómo evitar los perjuicios que venía cometiendo.
Lo último a lo cual hemos recurrido ha sido alquilar una buena trampa en donde ha quedado finalmente hecho prisionero, probablemente en la madrugada de hoy día, y mientras todos dormíamos.
Toda otra trampa había resultado inútil e insuficiente. Y solo ésta ha logrado la proeza de enjaularlo.
Antes, el aborrecible animal ha dado cuenta de ollas enteras con cecinas.
De los huevos de las gallinas que hacen pacíficamente su nido en cualquier parte bajo los aleros.
De los jamones guardados para irlos sacando poco a poco y durante el transcurso del año. Y sobre todo cuando llegan los tíos de Lima.
De los pellejones conservados en lonjas dobladas que rezuman su manteca al fondo de las latas.
De las cosechas de las chacras de mi tía en Urupamba que guardan envueltas en costales y hasta en barriles con tapa que no sabemos cómo el gato los abría y devoraba todo lo que encontraba adentro.
3. Advirtiéndonos a nosotros
– ¡Pero ahora has caído, malvado!
– Hasta la manteca que se guarda en latas las abrías, condenado, y la dejabas esparcida por el suelo.
Y todo para sacar los chicharrones que había hacia el fondo dejando in fraganti sus huellas digitales, representadas por los tremendos arañazos que se hundían en esa masa blanda, exquisita y casi etérea por lo sumisa.
Nosotros mismos, mientras miramos la manteca en la lata que ha servido de carnada, no resistimos la tentación de hundir nuestro dedo índice y hacer que se pegue una porción de aquel manjar, para delectarlo con la lengua y el paladar, mientras los adultos lanzaban quejas, lamentaciones e improperios al gato ladino.
– Hay que bajar la jaula pero con cuidado para que no se vaya a escapar este dañoso.
– Primero cúbranlo con esta lona porque les puede morder y transmitir su rabia. Porque rabia es todo lo que debe tener un ser tan avieso.
– Son malos estos gatos. ¡Son fieros! –, dice mi tía Miguelina desde abajo. ¡Hasta ella, que es la más tierna, está contra el gato!
– ¡Pero ya cayó el malvado!
– ¡Ahora, pues, a ver si te salvas!
– ¡A los malos algún día les llega su castigo! –Dice mi abuela, como advirtiéndonos a nosotros los pequeños, para nunca cometer fechorías.
4. Turbio rencor
Ya en el patio, al quitar la manta y descubrir el armatoste de palos a la luz del sol, nos deslumbra un soberbio ejemplar de gato, de un blanco inmaculado reluciente y más albo que el armiño, pese a que su alma es tenebrosa y llena de miles de pecados.
Tiene los ojos fulgurantes, de un rojo diáfano, agudo y esplendente.
Primero nos enseñó a todos sus colmillos puntiagudos y relucientes, que relumbran a la luz de la mañana abriendo su boca amenazante por donde emite un rugido feroz.
– ¡Pese a que está preso todavía intimidas maldito! –Bufa mi tía.
Y salta contra nosotros felizmente dándose contra los barrotes, de lo contrario hubiéramos ya caído bajo sus garras y no nos hubiera soltado hasta solo ser huesos, devorados por las hileras de esos dientes afilados.
Se revuelca como queriendo destrozar la armadura de palos que apenas resiste a sus embates.
– ¡Ay, ay, ay, maligno! ¡Todavía que estás acorralado te das tus ínfulas! ¿No? –Le dice mi abuela.
A lo que responde el gato con una mirada de turbio rencor y después de amarillo desprecio.
5. Temerosos por lo que estaba sucediendo
– ¡Maten a ese animal!–, vuelve a decir sentenciando la abuela. –Es capaz de sacarnos, no solo los ojos sino hasta devorar a un niño. Dios Santo, es una fiera. ¡Vivo es una amenaza! Y si se escapa es capaz de comer a un hijo, así lo encuentre despierto.
– Ya que pague con su vida todas sus fechorías
– Parece que fuera el mismo demonio.
–No solo ha comido sino que es perverso. Lo que no podía ya comer la ha dejado regada por el suelo toda la carne que teníamos guardada.
– Pero ya cayó este bellaco. Todo se paga en esta vida.
Arremetió otra vez contra las tablas, ágil y robusto; como si se estuviera burlando de lo que se habla y él comprendiera lo que se dice.
Para nada se lo ve compungido o temeroso, sino arrogante, soberbio; e incluso insolente, pese a estar ya bajo rejas.
Cuando lo sacan entre chillidos, brincos y correrías, cuesta mantenerlo dominado. Los vecinos han traído sogas y hasta frazadas para lanzarse encima del felino y para lo cual antes ha habido que llamar a varios peones para que nos ayuden.
Veinte manos tienen que sujetar el envoltorio, agitados y pálidos de susto, mientras gallinas y pavos se han escondido nuevamente bajo los aleros donde duermen, temerosos por lo que está sucediendo en el patio, en esa mañana inusitada.
6. Su belleza sin par
Cuesta a los hombres adultos atarlo por las patas por los arañazos que les producen en brazos y hasta en el cuello de algunos de ellos.
Cuesta tirarlo sobre unos leños y cortarle el pescuezo.
Cuando chisporrotea la sangre ha sido un chorro de rubíes haciendo un arco que nos alcanza a manchar la ropa y los zapatos.
Esto, pese a que nos han ordenado que si queremos seguir el desenvolvimiento de estos sucesos, nos tenemos que retirar a una distancia no menor de seis metros.
El animal herido de muerte, todavía ha querido escapar manchando su inmaculada pelambre, mientras se ha debatido mirando con un furor y un vilipendio sin límites a todos, incluyendo al sol que lo ha reverenciado poniendo un aura de oro en cada una de sus cerdas.
Este gesto le ha caído muy bien a su belleza sin par y a sus impulsos feroces, hasta quedar tendido y degollado sobre las cuatro rajas cruzadas de leña seca.
En los corazones de todos nosotros ha quedado la sensación de un crimen perpetrado no contra un indefenso y débil ciudadano sino el de un magnicidio cometido contra un tirano, un déspota y un monarca implacable.
7. Provoca, el bandido
Y esto lo explico: por su talante de guerrero sin tacha. Y por lo prodigioso de sus gestos.
De todos modos, nos ha dejado desolados como si hubiéramos atentado contra las nieves eternas de los picachos lejanos.
– Saquémosle pronto el pellejo para hacer un tapete que luzca en la sala, –dice mi madre, despertándonos de nuestras cavilaciones y congojas.
Con ayuda de mis tías y antes de que se enfríe, despellejan al gato que empieza a botar un vaho intenso por todos sus poros, parecido al humo o al aliento, pero esta vez exhalado por la piel de un cuerpo desnudo en que se va convirtiendo su piel cinabrio.
Y así queda ya sobre la mesa, también reverente.
Es una carne límpida y robusta, que motiva que una voz al principio delgada, titubeante y casi como pidiendo disculpas, se dibuje en el aire, que dice:
– ¡Da ganas de comerlo!
– ¡Provoca, el bandido! –aduce por allí otra voz de mujer, ya menos dudosa.
– ¡Cocinémoslo entonces! ¿Qué les parece?
– ¡Hagamos estofado de gato! –Abona alguien.
8. Fascinados en ese cuerpo
– ¿Por qué más bien no lo preparamos y echamos al horno?–, Agrega otra voz que viene de alguien que está a mi costado y que no es otra que la de mi mamá.
– ¡Sí! ¡Hagamos de él chanchito al horno! –Apoya mi tía Carmen.
– ¡Sí! –Aprueban todos.
Estas palabras provocan risas, miradas interrogantes, gestos cómplices y atingencias prácticas. Quizá porque todos piensan igual, mirando ese cuerpo traslúcido y apetitoso, que aún está crudo pero da ganas, ciertamente, de hincarle el diente.
Coincide además la idea con el hecho que este día mis tías y mi madre se han puesto de acuerdo para amasar juntas y todos mis tíos van a venir a casa a almorzar, para lo cual ya se han encendido los fogones y puesto a hervir algunas ollas.
Cuando miramos a mi abuela Sofía que aún tiene las huellas de todo el susto y la tensión que nos ha producido el gato, vemos con sorpresa que no protesta ante la idea de preparar al gato, sino que al contrario sus ojos y su rostro, que están puestos y casi fascinados en ese cuerpo provocativo, sin decir nada esboza más bien una sonrisa ante la idea que se está urdiendo.
9. Yo pico la cebolla
– ¡Yo lo preparo! –Dice, ¡cuándo no! ¿Quién creen? ¡Mi madre!
¿Quién iba a ser sino ella?
– ¡Mamá! –Protesto yo–. ¿No te atreverás a cocinarlo en nuestras ollas, de donde siempre comemos, no?
Allí lo hará. Y ahora ¿qué iba a ser de nuestras ollas?
– Yo te presto la olla grande, –dice mi tía Carmen.
– ¡Eso si que no!, ¡en mi olla no!–, protesta la abuela, lo que nos da a entender que en el fondo está aprobando la idea descabellada de que se cocine al gato.
– ¡Primero hay que doblarlo para que entre en la olla que yo tengo y luego hervirlo! –Ahí está, siempre de metiche mi mamá–. Y en esa olla después hará el tallarín que a mí tanto me gusta. Yo juro en silencio no comer nunca más de lo que ella luego fuera a cocinar en aquella olla que para siempre quedará impresa del sebo y del aroma de ese gato.
– Ustedes, cuidadito con decir nada. –Nos advierten a todos los que somos chiquillos.
– Yo voy a sancochar papas.
– Yo pico la cebolla.
– Yo hago la ensalada.
– Yo voy a hacer ají molido en el batán.
Yo, yo, yo... hoy día todos se acomiden en hacer algo.
10. Y así lo hicimos
Las mujeres proceden con entusiasmo febril a abrir al gato, a sacarle las entrañas todas saludables, a lavarlo tal como si se preparara un chanchito para meterlo al horno, aunque con más diligencia, devoción y aplicación singulares.
Después, y casi entero –excepto la cabeza, el rabo y las patas– lo hacen hervir primero solo con agua y sal.
Luego lo pican bien.
Después lo condimentan con ajos, pimienta, cominos y orégano; tal y como si fuera un chanchito, puesto en una bandeja de fierro que apenas entró por la puerta del horno.
Y ciertamente, cuando sale asado, la grasa de su gordura ha hecho que todo parezca un lechón delicioso y crocante.
Todo está bien. Salvo la denuncia de los muslos y las patas largas que no pueden ser jamás las de un chancho y que mis tías pronto disimulan cortándolas.
– ¡Ahora vayan a llamen a sus tíos y a sus papás a comer! –Es la orden que nos dan más tarde.
Y así lo hacen mis primos.
11. Resistir la tentación
Cuando están los platos en su delante mis tíos y también mi papá, con gusto inusitado, se dedican a picar con el tenedor, a cortar con el cuchillo y a llevarse considerables bocados del “chanchito” a la boca, que engullían con insaciable deleite.
El horno ha puesto a la carne unos dorados intensos que bajan desde el bruñido chamuscado, pasando por el rojizo de los costados, al amarillo perla del vientre.
Mientras, mi madre y mis tías entran y salen por la risa que se dibuja en sus rostros y que las delata, convertidas en carcajadas disimuladas por los corredores y la sala, de no poder encubrir el nerviosismo que les da ser cómplices de estar dando de comer gato a sus respectivos maridos. ¡Ay, mujeres!
Y sobre todo de ver la voracidad y el gusto con que lo comen.
– ¡Que rico chanchito les ha salido!
– ¡Tiernito el lechón!
Sin embargo, yo veo que ellas mismas, pese a que tienen resquemores, no resisten la tentación de piñizcar la carne y llevarse a la boca pedacitos de ese potaje apetitoso.
Y de paso quieren dárnosla a nosotros, que la rechazábamos de plano, con un movimiento contundente de cabeza de izquierda a derecha y de pasos alejándonos de tentaciones malignas.
12. Estallido de risa y carcajadas
Y otra vez repiten el plato para los varones adultos, que lo sirven con un rico arroz graneado de mote y papas revueltas.
Cuando mis tíos y mi padre ya terminan el segundo plato, ya iban a aceptar el ofrecimiento de una repetición más, cuando mi abuela sentándose a comer se le escapa decir:
– ¡A mí no me vayan a servir gato!
Lo que provoca primero el espanto de mi madre y de mis tías, y luego un estallido de risa y carcajadas ante el asombro de mi tío Leoncio primero, de mi tío Francisco, de mi tío Juan y de mi propio padre que miran presas de pánico sus platos ya terminados.
Y, retirándolos de cerca de sus cuerpos, dicen:
– ¿Están bromeando ustedes?
Otro retruca:
– ¿Es chanchito, o qué?
– ¿Qué es señora Sofía la comida?–, pregunta mi tío Francisco con ansiedad y dirigiéndose a mi abuela.
– ¡Nada! ¡Nada! –Saltan a decir mi madre y mis tías–. ¡La mamá no tiene por qué responderles nada!
– ¿No es chanchito al horno?
13. ¡Qué va a ser!
– ¿Qué hemos comido, mujeres?
– ¡Es gato!–, les espetó con toda franqueza la abuela, mientras las mujeres no dejan de reír, doblándose hacia delante y hacia los costados. Y hasta cayéndose por la risa que las hace sentarse mal en las sillas.
– ¿Es gato? ¡Qué va a ser gato! –Siguen preguntándose y consolándose asimismo los hombres.
– ¡Les vamos a creer a ustedes! ¡Tratan de asustarnos! –dice el tío Juan, tranquilizando a los demás.
– ¡Esto es chanchito, adonde se vaya!
– El gato no creo que sea tan rico.
– ¡Jamás! ¡El gato me han dicho que por más que se cocine bien siempre es aguachento!
– ¡Esto es chanchito y del bueno!
– ¡No se asusten, muchachos! ¡Las mujeres siempre son bromistas!
– ¡Qué va a ser! ¡No creo que estas mujeres sean capaces de hacernos eso, a nosotros que tanto las queremos y las amamos!
– ¡Elvira! –Llama papá a mamá, que se desternillaba de risa por afuera.
14. Díganme si existe amor
– ¡Hijos! Ustedes, ¿que han visto?
– Es gato–, les decimos los niños que hemos estado todo el tiempo al frente de ellos mirándolos comer.
Y para eso les mostramos la cabeza, el rabo y las patas ensangrentadas que sacamos de la lata donde lo han escondido las mujeres.
Mis tíos empiezan a carraspearse la garganta. Salen al patio. A rasparse con la voz la laringe. Tosen. Se tocan el estómago para ver si les duele.
Inmediatamente mandan a pedir chicha, “para que no vaya a hacerles daño”. Y con la efusión de los vasos de chicha descuelgan las guitarras y se ponen a cantar dirigiéndose en todo como reproche a donde están las mujeres.
Primero cantan el vals: “Desilusión”, que dice:
Mujer de todos mis ensueños
no sabes cuánto te quiero,
por ti siempre tanto he sufrido
por ese tu ruin corazón.
Después aquella cuya letra comienza y dice así:
Un día en perfecta paz
llenos de armonía dos
díganme si existe amor
donde hay tanta vanidad.
15. Cómo en un día podemos apagar la luz del sol
Falta chicha, pero ya tienen allí el calientito que han preparado sus propias esposas, para demostrarles que a pesar de todo son buenas y los quieren hasta con equívocos. Se anima la reunión. Ellas piden también cantar algo. Y lo hacen empezando así:
Quisiera confesarte mi cariño
quisiera que comprendas mi dolor
no sé cómo podré explicar
mi afecto, mi pasión, mi amor…
Con lo cual se hacen las pases. Incluso las sacan a bailar. Y todo parece ser regocijo y cariño sincero.
– ¡Pero qué rico que había sido el gato! –dicen. –¿Ya no hay más?
Otra vez les sirven gato, que devoran ya sin escrúpulos.
Y hasta piden más, ¡si lo hubiera! Pero la carne de gato ha desaparecido.
Yo creo que comida a hurtadillas también por mis propias tías y mi mamá, quienes la prepararan con desusado esmero.
¡Y hasta devorada a hurtadillas por los mismos niños que hemos presenciado cómo, en un solo día, podemos apagar la luz del sol y encima comérnosla a trocitos!
– ¡Corran! ¡Corran! ¡Cayó el gato! ¡Cayó el gato en la trampa!
Eso exclamaba mi tía Carmen, lo más fuerte que puede para que la oyéramos.
Su alarido bajó por la escalera en donde estaba subida, corrió por los muros del dormitorio, entró a la sala, salió por los ventanales al corredor, atravesó el patio.
Zigzaguea vertiginoso por el otro corredor con filos de piedra, en donde está el horno. Entra como un grito pelado a la tienda donde estamos haciendo cadenetas y guirnaldas de flores para el paso del inter del apóstol esta mañana en que el sol brilla fuerte afuera en las paredes y en las veredas de la calle.
Corremos atropellándonos hijos y sobrinos y la encontramos a mi tía aún subida en la escalera, mirando hacia arriba y al fondo, con todo el nerviosismo y la efusión de un triunfo largamente esperado.
Con las manos bien agarradas del borde del terrado y el cuerpo prácticamente colgando de la viga atravesada, adonde ha subido a ver, clama con las piernas colgando en el aire.
Pero su voz definitivamente refleja apuro y alegría, pues durante semanas y hasta meses todo lo que se guarda en el terrado, o donde fuera, es devorado por el indómito felino que campea bajo los techos.
2. Las cosechas de las chacras
Ha causado tanto destrozo este gato montaraz, que ya no hemos sabido cómo evitar los perjuicios que venía cometiendo.
Lo último a lo cual hemos recurrido ha sido alquilar una buena trampa en donde ha quedado finalmente hecho prisionero, probablemente en la madrugada de hoy día, y mientras todos dormíamos.
Toda otra trampa había resultado inútil e insuficiente. Y solo ésta ha logrado la proeza de enjaularlo.
Antes, el aborrecible animal ha dado cuenta de ollas enteras con cecinas.
De los huevos de las gallinas que hacen pacíficamente su nido en cualquier parte bajo los aleros.
De los jamones guardados para irlos sacando poco a poco y durante el transcurso del año. Y sobre todo cuando llegan los tíos de Lima.
De los pellejones conservados en lonjas dobladas que rezuman su manteca al fondo de las latas.
De las cosechas de las chacras de mi tía en Urupamba que guardan envueltas en costales y hasta en barriles con tapa que no sabemos cómo el gato los abría y devoraba todo lo que encontraba adentro.
3. Advirtiéndonos a nosotros
– ¡Pero ahora has caído, malvado!
– Hasta la manteca que se guarda en latas las abrías, condenado, y la dejabas esparcida por el suelo.
Y todo para sacar los chicharrones que había hacia el fondo dejando in fraganti sus huellas digitales, representadas por los tremendos arañazos que se hundían en esa masa blanda, exquisita y casi etérea por lo sumisa.
Nosotros mismos, mientras miramos la manteca en la lata que ha servido de carnada, no resistimos la tentación de hundir nuestro dedo índice y hacer que se pegue una porción de aquel manjar, para delectarlo con la lengua y el paladar, mientras los adultos lanzaban quejas, lamentaciones e improperios al gato ladino.
– Hay que bajar la jaula pero con cuidado para que no se vaya a escapar este dañoso.
– Primero cúbranlo con esta lona porque les puede morder y transmitir su rabia. Porque rabia es todo lo que debe tener un ser tan avieso.
– Son malos estos gatos. ¡Son fieros! –, dice mi tía Miguelina desde abajo. ¡Hasta ella, que es la más tierna, está contra el gato!
– ¡Pero ya cayó el malvado!
– ¡Ahora, pues, a ver si te salvas!
– ¡A los malos algún día les llega su castigo! –Dice mi abuela, como advirtiéndonos a nosotros los pequeños, para nunca cometer fechorías.
4. Turbio rencor
Ya en el patio, al quitar la manta y descubrir el armatoste de palos a la luz del sol, nos deslumbra un soberbio ejemplar de gato, de un blanco inmaculado reluciente y más albo que el armiño, pese a que su alma es tenebrosa y llena de miles de pecados.
Tiene los ojos fulgurantes, de un rojo diáfano, agudo y esplendente.
Primero nos enseñó a todos sus colmillos puntiagudos y relucientes, que relumbran a la luz de la mañana abriendo su boca amenazante por donde emite un rugido feroz.
– ¡Pese a que está preso todavía intimidas maldito! –Bufa mi tía.
Y salta contra nosotros felizmente dándose contra los barrotes, de lo contrario hubiéramos ya caído bajo sus garras y no nos hubiera soltado hasta solo ser huesos, devorados por las hileras de esos dientes afilados.
Se revuelca como queriendo destrozar la armadura de palos que apenas resiste a sus embates.
– ¡Ay, ay, ay, maligno! ¡Todavía que estás acorralado te das tus ínfulas! ¿No? –Le dice mi abuela.
A lo que responde el gato con una mirada de turbio rencor y después de amarillo desprecio.
5. Temerosos por lo que estaba sucediendo
– ¡Maten a ese animal!–, vuelve a decir sentenciando la abuela. –Es capaz de sacarnos, no solo los ojos sino hasta devorar a un niño. Dios Santo, es una fiera. ¡Vivo es una amenaza! Y si se escapa es capaz de comer a un hijo, así lo encuentre despierto.
– Ya que pague con su vida todas sus fechorías
– Parece que fuera el mismo demonio.
–No solo ha comido sino que es perverso. Lo que no podía ya comer la ha dejado regada por el suelo toda la carne que teníamos guardada.
– Pero ya cayó este bellaco. Todo se paga en esta vida.
Arremetió otra vez contra las tablas, ágil y robusto; como si se estuviera burlando de lo que se habla y él comprendiera lo que se dice.
Para nada se lo ve compungido o temeroso, sino arrogante, soberbio; e incluso insolente, pese a estar ya bajo rejas.
Cuando lo sacan entre chillidos, brincos y correrías, cuesta mantenerlo dominado. Los vecinos han traído sogas y hasta frazadas para lanzarse encima del felino y para lo cual antes ha habido que llamar a varios peones para que nos ayuden.
Veinte manos tienen que sujetar el envoltorio, agitados y pálidos de susto, mientras gallinas y pavos se han escondido nuevamente bajo los aleros donde duermen, temerosos por lo que está sucediendo en el patio, en esa mañana inusitada.
6. Su belleza sin par
Cuesta a los hombres adultos atarlo por las patas por los arañazos que les producen en brazos y hasta en el cuello de algunos de ellos.
Cuesta tirarlo sobre unos leños y cortarle el pescuezo.
Cuando chisporrotea la sangre ha sido un chorro de rubíes haciendo un arco que nos alcanza a manchar la ropa y los zapatos.
Esto, pese a que nos han ordenado que si queremos seguir el desenvolvimiento de estos sucesos, nos tenemos que retirar a una distancia no menor de seis metros.
El animal herido de muerte, todavía ha querido escapar manchando su inmaculada pelambre, mientras se ha debatido mirando con un furor y un vilipendio sin límites a todos, incluyendo al sol que lo ha reverenciado poniendo un aura de oro en cada una de sus cerdas.
Este gesto le ha caído muy bien a su belleza sin par y a sus impulsos feroces, hasta quedar tendido y degollado sobre las cuatro rajas cruzadas de leña seca.
En los corazones de todos nosotros ha quedado la sensación de un crimen perpetrado no contra un indefenso y débil ciudadano sino el de un magnicidio cometido contra un tirano, un déspota y un monarca implacable.
7. Provoca, el bandido
Y esto lo explico: por su talante de guerrero sin tacha. Y por lo prodigioso de sus gestos.
De todos modos, nos ha dejado desolados como si hubiéramos atentado contra las nieves eternas de los picachos lejanos.
– Saquémosle pronto el pellejo para hacer un tapete que luzca en la sala, –dice mi madre, despertándonos de nuestras cavilaciones y congojas.
Con ayuda de mis tías y antes de que se enfríe, despellejan al gato que empieza a botar un vaho intenso por todos sus poros, parecido al humo o al aliento, pero esta vez exhalado por la piel de un cuerpo desnudo en que se va convirtiendo su piel cinabrio.
Y así queda ya sobre la mesa, también reverente.
Es una carne límpida y robusta, que motiva que una voz al principio delgada, titubeante y casi como pidiendo disculpas, se dibuje en el aire, que dice:
– ¡Da ganas de comerlo!
– ¡Provoca, el bandido! –aduce por allí otra voz de mujer, ya menos dudosa.
– ¡Cocinémoslo entonces! ¿Qué les parece?
– ¡Hagamos estofado de gato! –Abona alguien.
8. Fascinados en ese cuerpo
– ¿Por qué más bien no lo preparamos y echamos al horno?–, Agrega otra voz que viene de alguien que está a mi costado y que no es otra que la de mi mamá.
– ¡Sí! ¡Hagamos de él chanchito al horno! –Apoya mi tía Carmen.
– ¡Sí! –Aprueban todos.
Estas palabras provocan risas, miradas interrogantes, gestos cómplices y atingencias prácticas. Quizá porque todos piensan igual, mirando ese cuerpo traslúcido y apetitoso, que aún está crudo pero da ganas, ciertamente, de hincarle el diente.
Coincide además la idea con el hecho que este día mis tías y mi madre se han puesto de acuerdo para amasar juntas y todos mis tíos van a venir a casa a almorzar, para lo cual ya se han encendido los fogones y puesto a hervir algunas ollas.
Cuando miramos a mi abuela Sofía que aún tiene las huellas de todo el susto y la tensión que nos ha producido el gato, vemos con sorpresa que no protesta ante la idea de preparar al gato, sino que al contrario sus ojos y su rostro, que están puestos y casi fascinados en ese cuerpo provocativo, sin decir nada esboza más bien una sonrisa ante la idea que se está urdiendo.
9. Yo pico la cebolla
– ¡Yo lo preparo! –Dice, ¡cuándo no! ¿Quién creen? ¡Mi madre!
¿Quién iba a ser sino ella?
– ¡Mamá! –Protesto yo–. ¿No te atreverás a cocinarlo en nuestras ollas, de donde siempre comemos, no?
Allí lo hará. Y ahora ¿qué iba a ser de nuestras ollas?
– Yo te presto la olla grande, –dice mi tía Carmen.
– ¡Eso si que no!, ¡en mi olla no!–, protesta la abuela, lo que nos da a entender que en el fondo está aprobando la idea descabellada de que se cocine al gato.
– ¡Primero hay que doblarlo para que entre en la olla que yo tengo y luego hervirlo! –Ahí está, siempre de metiche mi mamá–. Y en esa olla después hará el tallarín que a mí tanto me gusta. Yo juro en silencio no comer nunca más de lo que ella luego fuera a cocinar en aquella olla que para siempre quedará impresa del sebo y del aroma de ese gato.
– Ustedes, cuidadito con decir nada. –Nos advierten a todos los que somos chiquillos.
– Yo voy a sancochar papas.
– Yo pico la cebolla.
– Yo hago la ensalada.
– Yo voy a hacer ají molido en el batán.
Yo, yo, yo... hoy día todos se acomiden en hacer algo.
10. Y así lo hicimos
Las mujeres proceden con entusiasmo febril a abrir al gato, a sacarle las entrañas todas saludables, a lavarlo tal como si se preparara un chanchito para meterlo al horno, aunque con más diligencia, devoción y aplicación singulares.
Después, y casi entero –excepto la cabeza, el rabo y las patas– lo hacen hervir primero solo con agua y sal.
Luego lo pican bien.
Después lo condimentan con ajos, pimienta, cominos y orégano; tal y como si fuera un chanchito, puesto en una bandeja de fierro que apenas entró por la puerta del horno.
Y ciertamente, cuando sale asado, la grasa de su gordura ha hecho que todo parezca un lechón delicioso y crocante.
Todo está bien. Salvo la denuncia de los muslos y las patas largas que no pueden ser jamás las de un chancho y que mis tías pronto disimulan cortándolas.
– ¡Ahora vayan a llamen a sus tíos y a sus papás a comer! –Es la orden que nos dan más tarde.
Y así lo hacen mis primos.
11. Resistir la tentación
Cuando están los platos en su delante mis tíos y también mi papá, con gusto inusitado, se dedican a picar con el tenedor, a cortar con el cuchillo y a llevarse considerables bocados del “chanchito” a la boca, que engullían con insaciable deleite.
El horno ha puesto a la carne unos dorados intensos que bajan desde el bruñido chamuscado, pasando por el rojizo de los costados, al amarillo perla del vientre.
Mientras, mi madre y mis tías entran y salen por la risa que se dibuja en sus rostros y que las delata, convertidas en carcajadas disimuladas por los corredores y la sala, de no poder encubrir el nerviosismo que les da ser cómplices de estar dando de comer gato a sus respectivos maridos. ¡Ay, mujeres!
Y sobre todo de ver la voracidad y el gusto con que lo comen.
– ¡Que rico chanchito les ha salido!
– ¡Tiernito el lechón!
Sin embargo, yo veo que ellas mismas, pese a que tienen resquemores, no resisten la tentación de piñizcar la carne y llevarse a la boca pedacitos de ese potaje apetitoso.
Y de paso quieren dárnosla a nosotros, que la rechazábamos de plano, con un movimiento contundente de cabeza de izquierda a derecha y de pasos alejándonos de tentaciones malignas.
12. Estallido de risa y carcajadas
Y otra vez repiten el plato para los varones adultos, que lo sirven con un rico arroz graneado de mote y papas revueltas.
Cuando mis tíos y mi padre ya terminan el segundo plato, ya iban a aceptar el ofrecimiento de una repetición más, cuando mi abuela sentándose a comer se le escapa decir:
– ¡A mí no me vayan a servir gato!
Lo que provoca primero el espanto de mi madre y de mis tías, y luego un estallido de risa y carcajadas ante el asombro de mi tío Leoncio primero, de mi tío Francisco, de mi tío Juan y de mi propio padre que miran presas de pánico sus platos ya terminados.
Y, retirándolos de cerca de sus cuerpos, dicen:
– ¿Están bromeando ustedes?
Otro retruca:
– ¿Es chanchito, o qué?
– ¿Qué es señora Sofía la comida?–, pregunta mi tío Francisco con ansiedad y dirigiéndose a mi abuela.
– ¡Nada! ¡Nada! –Saltan a decir mi madre y mis tías–. ¡La mamá no tiene por qué responderles nada!
– ¿No es chanchito al horno?
13. ¡Qué va a ser!
– ¿Qué hemos comido, mujeres?
– ¡Es gato!–, les espetó con toda franqueza la abuela, mientras las mujeres no dejan de reír, doblándose hacia delante y hacia los costados. Y hasta cayéndose por la risa que las hace sentarse mal en las sillas.
– ¿Es gato? ¡Qué va a ser gato! –Siguen preguntándose y consolándose asimismo los hombres.
– ¡Les vamos a creer a ustedes! ¡Tratan de asustarnos! –dice el tío Juan, tranquilizando a los demás.
– ¡Esto es chanchito, adonde se vaya!
– El gato no creo que sea tan rico.
– ¡Jamás! ¡El gato me han dicho que por más que se cocine bien siempre es aguachento!
– ¡Esto es chanchito y del bueno!
– ¡No se asusten, muchachos! ¡Las mujeres siempre son bromistas!
– ¡Qué va a ser! ¡No creo que estas mujeres sean capaces de hacernos eso, a nosotros que tanto las queremos y las amamos!
– ¡Elvira! –Llama papá a mamá, que se desternillaba de risa por afuera.
14. Díganme si existe amor
– ¡Hijos! Ustedes, ¿que han visto?
– Es gato–, les decimos los niños que hemos estado todo el tiempo al frente de ellos mirándolos comer.
Y para eso les mostramos la cabeza, el rabo y las patas ensangrentadas que sacamos de la lata donde lo han escondido las mujeres.
Mis tíos empiezan a carraspearse la garganta. Salen al patio. A rasparse con la voz la laringe. Tosen. Se tocan el estómago para ver si les duele.
Inmediatamente mandan a pedir chicha, “para que no vaya a hacerles daño”. Y con la efusión de los vasos de chicha descuelgan las guitarras y se ponen a cantar dirigiéndose en todo como reproche a donde están las mujeres.
Primero cantan el vals: “Desilusión”, que dice:
Mujer de todos mis ensueños
no sabes cuánto te quiero,
por ti siempre tanto he sufrido
por ese tu ruin corazón.
Después aquella cuya letra comienza y dice así:
Un día en perfecta paz
llenos de armonía dos
díganme si existe amor
donde hay tanta vanidad.
15. Cómo en un día podemos apagar la luz del sol
Falta chicha, pero ya tienen allí el calientito que han preparado sus propias esposas, para demostrarles que a pesar de todo son buenas y los quieren hasta con equívocos. Se anima la reunión. Ellas piden también cantar algo. Y lo hacen empezando así:
Quisiera confesarte mi cariño
quisiera que comprendas mi dolor
no sé cómo podré explicar
mi afecto, mi pasión, mi amor…
Con lo cual se hacen las pases. Incluso las sacan a bailar. Y todo parece ser regocijo y cariño sincero.
– ¡Pero qué rico que había sido el gato! –dicen. –¿Ya no hay más?
Otra vez les sirven gato, que devoran ya sin escrúpulos.
Y hasta piden más, ¡si lo hubiera! Pero la carne de gato ha desaparecido.
Yo creo que comida a hurtadillas también por mis propias tías y mi mamá, quienes la prepararan con desusado esmero.
¡Y hasta devorada a hurtadillas por los mismos niños que hemos presenciado cómo, en un solo día, podemos apagar la luz del sol y encima comérnosla a trocitos!
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