CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
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José María Arguedas - Imagen: Nalo A.B
SEPTIEMBRE:
MES DE LA PRIMAVERA, DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
PRÓXIMAS ACTIVIDADES:
SEPTIEMBRE:
MES DE LA PRIMAVERA, DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA
PRÓXIMAS ACTIVIDADES:
SÁBADO 24 DE SEPTIEMBRE
VIERNES 30 DE SEPTIEMBRE
SÁBADO 15 DE OCTUBRE
HOMENAJE A: GONZALO BULNES. Semblanza a cargo de CÉSAR ÁNGELES CABALLERO. Conferencia de Gonzalo Bulnes: “PERFILES DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA”.
VIERNES 30 DE SEPTIEMBRE
VIERNES LITERARIOS DISTINGUE CON LAUREL CULTURAL A: DANILO SÁNCHEZ LIHÓN. Recital de poesía del autor. Casa José Carlos Mariátegui. Jr. Washington 1946. Lima. 7 pm.
SÁBADO 15 DE OCTUBRE
CONFERENCIA “ETNOCIENCIA CAMPESINA”: Por ROMÁN ROBLES MENDOZA
LUNES 31 DE OCTUBRE
PARTICIPACIÓN EN LA MARCHA POR EL PATRIMONIO POR LAS CALLES DE LIMA, CIUDAD CAPITAL
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
21 DE SEPTIEMBRE:
DÍA INTERNACIONAL DE LA PAZ
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
TRES HISTORIAS AFINES
Por Danilo Sánchez Lihón
QUÉ ES EL CIELO Y QUÉ EL INFIERNO
1.
Un día un guerrero se sentía cansado de haber participado en tantas batallas, aniquilado a tantos ejércitos y dado muerte a tanta gente.
Previendo cuál sería el sitio adonde iría a parar después de esta vida, le entró una obsesión.
¿Cuál era?
Era saber algo acerca del cielo y del infierno.
Y más aún, quiso saber ¿qué es el bien? y ¿qué es el mal?
Queriendo saberlo paseaba atento por escuchar cualquier retazo de conversación que algo le ilustrara acerca de estos temas.
Con esos fragmentos trataba de componer un concepto sobre el cielo y el infierno, como sobre el bien y el mal.
2.
Y ello con el fin de asumir alguna actitud, y a partir de allí acrisolar esta y la otra experiencia.
Largo tiempo meditó, y ni un pálido concepto pudo alcanzar a formular acerca de estas entelequias.
Incluso escuchó decir que el mal no existía, sino que él era la ausencia del bien.
¡Había combatido en tantas batallas que sin una respuesta acertada a este grave asunto consideró que su vida era inútil y carecía de sentido!
En este trajín pudo enterarse que había un venerable sabio en las montañas, quien probablemente era el único que podría darle una respuesta satisfactoria sobre tales interrogantes esenciales.
3.
Y enrumbó en su búsqueda.
Llegó hasta él y le preguntó del siguiente modo:
– He combatido toda mi vida en mil batallas, tantas que es un milagro que aún permanezca vivo.
– Ajá.
– No sé cuantas cabezas de hombres han caído cercenadas en sus cuellos por mi espada, ni cuantos pechos he atravesado con mi lanza.
– Ajá.
¡He incendiado aldeas y pueblos enteros! Ahora he venido hasta aquí, realizando un largo camino, a fin de encontrar respuesta a una pregunta, cual es: qué es el cielo y qué el infierno.
4.
El sabio, levantándose y permaneciendo de pie, lo increpó de este modo:
– ¡Hombre ruin, degenerado y perverso! ¿Has cegado tantas vidas humanas? ¿Y te atreves a venir y ponerte delante de mis ojos? ¡Fuera de aquí! ¡Vete!
El hombre sacó su espada y la blandió en el aire listo a hacer rodar la cabeza del anciano.
Apenas pudo contenerse.
Respiró lo más hondo que pudo y logró serenarse.
Bajó la espada y la enfundó en su enchape engastado de piedras preciosas, dispuesto a marcharse.
– ¡Espera! –Pronunció el sabio–. Esto último que acabas de hacer es el cielo. Y lo primero que hiciste al blandir tu espada es el infierno.
1.
Dos hermanos se amaban con afecto entrañable.
A la muerte de su padre repartieron la herencia que colindaba, apenas dividida por un riachuelo que cada tarde vadeaban, contentos el uno o el otro de reunirse para conversar alegremente.
Un día surgió de algo pequeño una desavenencia. Pronto los reproches subieron de tono y pasaron a las palabras hirientes.
Dejaron de verse. Ya ninguno cruzaba el arroyuelo y el encono fue en aumento.
Un día tocó en la puerta de la casa del más viejo un carpintero que portaba sus herramientas y le dijo:
2.
–Busco trabajo, señor. De repente usted tenga algún servicio que pueda hacer.
– ¡Cómo no! –Le dijo el dueño–. Al frente vive un vecino para mí desagradable.
– Comprendo.
– En realidad es mi hermano.
– Y, ¿qué debo hacer?
– Quisiera que con la madera que está arrumada aquí alce usted una valla tan alta que ni yo ni él podamos ni siquiera vernos.
–He entendido el asunto. Haré una obra de la cual usted quedará satisfecho. –Respondió el hombre.
3.
El dueño salió, para atender algunos asuntos, hacia la ciudad.
Al regresar vio con espanto que el carpintero en vez de erigir una valla había tendido un puente sobre el riachuelo.
– ¡Qué insolencia es esta! –Gritó.
Y, mirando a todos lados vociferó:
– ¡Dónde está el carpintero!
Pero en ese momento vio que su hermano cruzaba el tablado con los brazos abiertos.
Un momento el hermano mayor dudó, pero el impulso fue mayor.
Y también echó a correr al encuentro de su hermano con los brazos abiertos.
1.
Le dijo el cuervo al cóndor:
– ¡Oye!, la zorra habla muy mal de ti. Dice que eres malvado, feo y que, además, hueles mal, ¡dice que apestas!
El cóndor replicó:
– La zorra es una malagradecida y sinvergüenza. La he ayudado varias veces, pero es ingrata.
– ¿Así?
– Sí. Además los hombres la odian por comerse a sus gallinas. ¡Pero, oye, atiéndeme, déjame terminar...!
¡Nada! El cuervo que había escuchado claramente las palabras subidas de tono, ya estaba volando a contarle lo dicho por el cóndor a la zorra.
2.
Y así se vivía. Todos hablaban improperios de todos en el bosque. Y lo que circulaban eran solamente perfidias y malas noticias.
El agravio era tanto que un día fue el cuervo quien pagó los platos rotos.
Porque desde lo alto en que estaba parado lo bajó una certera pedrada, lanzada por algún malhumorado, y cansado ya de tanta insidia.
Ya no pudo volar, llevando y trayendo agravios y maledicencias.
Entonces fue una gaviota apacible la que asumió el papel de mensajera, pero cambiando de tono y actitud.
Dijo al cóndor cuando voló y pudo estar al lado de tan importante señor:
3.
– ¡Quién fuera usted señor cóndor! ¡Tiene una gran admiradora en la señora zorra que no tiene palabras ya para elogiarlo!
– ¿Así? –Se sorprendió el cóndor.
– Le llama a usted caballero, ave sagaz, ¡magnánimo!
– Bueno. –Carraspeó el cóndor y le dijo, retorciéndose el pico de orgullo– Veo que la señora zorra ha cambiado para bien.
– ¡Eso ha dicho!
– Me halaga lo que usted me cuenta por ser palabras que vienen de una persona inteligente, íntegra y honesta.
4.
– Ajá.
– Si la ve, llévele este presente. –Expresó, arrancándose una de sus mejores plumas.
–La entregaré personalmente.
– Y dígale que la saludo y estoy pronto a servirla, cuando ella me requiera.
Cuando la zorra se enteró de lo que había dicho de ella el cóndor, no cabía de contenta.
Y no hubiera creído en semejante elogio si no fuera por la prueba evidente de la fresca pluma que cogía conmovida, ora entre sus dientes ora con una de sus patas.
5.
Inmediatamente, envolvió unas partituras polvorientas de música sacra y antigua, que era una reliquia guardada y dejada por algún antepasado suyo que asolara alguna finca solariega.
Pues se le ocurrió que sólo aquel poderoso admirador podía interpretarla adecuadamente.
Y se las remitió con una nota muy afectuosa.
Por su parte, un día el poderoso cóndor se lanzó en un vuelo de vértigo hacia el abismo para auxiliarla cuando ella le invocó desesperada.
Y ello fue para que salvara a uno de sus zorruelos que había caído, travieso como era, por uno de los barrancos, desde donde sólo el cóndor pudo rescatarlo.
Un día un guerrero se sentía cansado de haber participado en tantas batallas, aniquilado a tantos ejércitos y dado muerte a tanta gente.
Previendo cuál sería el sitio adonde iría a parar después de esta vida, le entró una obsesión.
¿Cuál era?
Era saber algo acerca del cielo y del infierno.
Y más aún, quiso saber ¿qué es el bien? y ¿qué es el mal?
Queriendo saberlo paseaba atento por escuchar cualquier retazo de conversación que algo le ilustrara acerca de estos temas.
Con esos fragmentos trataba de componer un concepto sobre el cielo y el infierno, como sobre el bien y el mal.
2.
Y ello con el fin de asumir alguna actitud, y a partir de allí acrisolar esta y la otra experiencia.
Largo tiempo meditó, y ni un pálido concepto pudo alcanzar a formular acerca de estas entelequias.
Incluso escuchó decir que el mal no existía, sino que él era la ausencia del bien.
¡Había combatido en tantas batallas que sin una respuesta acertada a este grave asunto consideró que su vida era inútil y carecía de sentido!
En este trajín pudo enterarse que había un venerable sabio en las montañas, quien probablemente era el único que podría darle una respuesta satisfactoria sobre tales interrogantes esenciales.
3.
Y enrumbó en su búsqueda.
Llegó hasta él y le preguntó del siguiente modo:
– He combatido toda mi vida en mil batallas, tantas que es un milagro que aún permanezca vivo.
– Ajá.
– No sé cuantas cabezas de hombres han caído cercenadas en sus cuellos por mi espada, ni cuantos pechos he atravesado con mi lanza.
– Ajá.
¡He incendiado aldeas y pueblos enteros! Ahora he venido hasta aquí, realizando un largo camino, a fin de encontrar respuesta a una pregunta, cual es: qué es el cielo y qué el infierno.
4.
El sabio, levantándose y permaneciendo de pie, lo increpó de este modo:
– ¡Hombre ruin, degenerado y perverso! ¿Has cegado tantas vidas humanas? ¿Y te atreves a venir y ponerte delante de mis ojos? ¡Fuera de aquí! ¡Vete!
El hombre sacó su espada y la blandió en el aire listo a hacer rodar la cabeza del anciano.
Apenas pudo contenerse.
Respiró lo más hondo que pudo y logró serenarse.
Bajó la espada y la enfundó en su enchape engastado de piedras preciosas, dispuesto a marcharse.
– ¡Espera! –Pronunció el sabio–. Esto último que acabas de hacer es el cielo. Y lo primero que hiciste al blandir tu espada es el infierno.
Y LOS DOS HERMANOS SE ABRAZARON
1.
Dos hermanos se amaban con afecto entrañable.
A la muerte de su padre repartieron la herencia que colindaba, apenas dividida por un riachuelo que cada tarde vadeaban, contentos el uno o el otro de reunirse para conversar alegremente.
Un día surgió de algo pequeño una desavenencia. Pronto los reproches subieron de tono y pasaron a las palabras hirientes.
Dejaron de verse. Ya ninguno cruzaba el arroyuelo y el encono fue en aumento.
Un día tocó en la puerta de la casa del más viejo un carpintero que portaba sus herramientas y le dijo:
2.
–Busco trabajo, señor. De repente usted tenga algún servicio que pueda hacer.
– ¡Cómo no! –Le dijo el dueño–. Al frente vive un vecino para mí desagradable.
– Comprendo.
– En realidad es mi hermano.
– Y, ¿qué debo hacer?
– Quisiera que con la madera que está arrumada aquí alce usted una valla tan alta que ni yo ni él podamos ni siquiera vernos.
–He entendido el asunto. Haré una obra de la cual usted quedará satisfecho. –Respondió el hombre.
3.
El dueño salió, para atender algunos asuntos, hacia la ciudad.
Al regresar vio con espanto que el carpintero en vez de erigir una valla había tendido un puente sobre el riachuelo.
– ¡Qué insolencia es esta! –Gritó.
Y, mirando a todos lados vociferó:
– ¡Dónde está el carpintero!
Pero en ese momento vio que su hermano cruzaba el tablado con los brazos abiertos.
Un momento el hermano mayor dudó, pero el impulso fue mayor.
Y también echó a correr al encuentro de su hermano con los brazos abiertos.
LOS ANIMALES DEL BOSQUE
1.
Le dijo el cuervo al cóndor:
– ¡Oye!, la zorra habla muy mal de ti. Dice que eres malvado, feo y que, además, hueles mal, ¡dice que apestas!
El cóndor replicó:
– La zorra es una malagradecida y sinvergüenza. La he ayudado varias veces, pero es ingrata.
– ¿Así?
– Sí. Además los hombres la odian por comerse a sus gallinas. ¡Pero, oye, atiéndeme, déjame terminar...!
¡Nada! El cuervo que había escuchado claramente las palabras subidas de tono, ya estaba volando a contarle lo dicho por el cóndor a la zorra.
2.
Y así se vivía. Todos hablaban improperios de todos en el bosque. Y lo que circulaban eran solamente perfidias y malas noticias.
El agravio era tanto que un día fue el cuervo quien pagó los platos rotos.
Porque desde lo alto en que estaba parado lo bajó una certera pedrada, lanzada por algún malhumorado, y cansado ya de tanta insidia.
Ya no pudo volar, llevando y trayendo agravios y maledicencias.
Entonces fue una gaviota apacible la que asumió el papel de mensajera, pero cambiando de tono y actitud.
Dijo al cóndor cuando voló y pudo estar al lado de tan importante señor:
3.
– ¡Quién fuera usted señor cóndor! ¡Tiene una gran admiradora en la señora zorra que no tiene palabras ya para elogiarlo!
– ¿Así? –Se sorprendió el cóndor.
– Le llama a usted caballero, ave sagaz, ¡magnánimo!
– Bueno. –Carraspeó el cóndor y le dijo, retorciéndose el pico de orgullo– Veo que la señora zorra ha cambiado para bien.
– ¡Eso ha dicho!
– Me halaga lo que usted me cuenta por ser palabras que vienen de una persona inteligente, íntegra y honesta.
4.
– Ajá.
– Si la ve, llévele este presente. –Expresó, arrancándose una de sus mejores plumas.
–La entregaré personalmente.
– Y dígale que la saludo y estoy pronto a servirla, cuando ella me requiera.
Cuando la zorra se enteró de lo que había dicho de ella el cóndor, no cabía de contenta.
Y no hubiera creído en semejante elogio si no fuera por la prueba evidente de la fresca pluma que cogía conmovida, ora entre sus dientes ora con una de sus patas.
5.
Inmediatamente, envolvió unas partituras polvorientas de música sacra y antigua, que era una reliquia guardada y dejada por algún antepasado suyo que asolara alguna finca solariega.
Pues se le ocurrió que sólo aquel poderoso admirador podía interpretarla adecuadamente.
Y se las remitió con una nota muy afectuosa.
Por su parte, un día el poderoso cóndor se lanzó en un vuelo de vértigo hacia el abismo para auxiliarla cuando ella le invocó desesperada.
Y ello fue para que salvara a uno de sus zorruelos que había caído, travieso como era, por uno de los barrancos, desde donde sólo el cóndor pudo rescatarlo.
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