martes, 27 de julio de 2021

EL ALMIRANTE Y EL HUÁSCAR - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 

27 DE JULIO

NACE MIGUEL GRAU


 

EL ALMIRANTE

Y

EL HUÁSCAR


 

Danilo Sánchez Lihón

 

 1. Tendiendo

 la mano

 

¡Oh Almirante! Tú naciste generoso. Y lo fuiste hasta con quien nos hería. Y en ese momento no aceptamos lo que hacías. En realidad, no te comprendíamos.

¡Es tan difícil no sentirse indignados, ofendidos cuando todo es traición y a mansalva! Y, ¡qué generosidad la tuya entre tanta infamia! Doblemente grande para serlo.

¡Cuando es tan difícil elevarse entre tanta alevosía, mezquindad y vileza! Entonces, qué templanza la tuya para no perder el sentido, y seguir siendo magnánimo y luminoso. Y tendiendo la mano a quien pedía auxilio entre el fragor de las aguas.

Qué magnificencia la tuya para seguir socorriendo, después de haber sido testigo y constatado “el repaso” que infligían a los tuyos y que hacían con nuestros heridos. Cuando ametrallaban a nuestros náufragos que se debatían entre las olas de nuestra nave encallada, La Independencia.

 

2. El mar lleva

tu nombre

 

A partir de entonces seremos junto a ti generosos, obstinadamente buenos y tozudamente fraternos. Y, ¿sabes por qué? Porque hace miles de años somos gente de paz. Nacimos fraternos y solidarios. Porque aquí en los vestigios arqueológicos no se encuentran armas sino instrumentos musicales.

Pero, además, porque eres guerrero de alma incólume. Quien pone nobleza en lo horrendo de la guerra. Porque salva heridos cualquiera sea su bandera. Porque no mirabas lo contingente y eventual. Y jamás te interesó el botín o arrancharle lo que sea al que antes habíamos matado. No aceptaste dinamitar tanques de agua ni vías férreas así quedaran en manos del enemigo. Y eso ocurre cuando se tiene el rostro y la mirada vuelta al infinito. Por eso desde entonces el mar lleva tu nombre.

En aquellas condiciones resulta significativo recibir los disparos de cañón desde todos los flancos que barrieron las torres de tu nave: El Huáscar. Era el tuyo un solo buque frente a una escuadra de blindados que te perseguían noche y día, excedidos en tamaño, velocidad y potencia de fuego.

 

3. A partir

de entonces

 

Y, aun así, presentaste combate, y fuiste el primero en abrir fuego, como que nada te arredra. Y no lo hiciste como bravata, de disparar por disparar. Dieron tus cañones en el blanco, pero ningún proyectil nuestro podía horadar ni hacer la menor mella en el blindaje enemigo.

Y hubiera sido lógico y natural, y hasta conveniente en tales circunstancias, rendirte. Porque era imposible una victoria, o el escape. Eso se hubiera entendido. Estaba dentro de lo normal y sensato.

Pero contigo, en la elevación de tu espíritu, ¡no! Era razonable e incluso calculadamente una buena estrategia. Pero en tu caso eso era sencillamente imposible. ¡Eso, jamás! Tu apuesta no era la conveniencia como en los otros.

Y es esta perennidad que te rememora y te salva. Y te eleva sobre los mares encrespados y las montañas. Porque a partir de entonces la Rosa de los Vientos viste los colores de tu uniforme y de la gloria de la bandera que tú enconadamente defiendes.

 

4. El don

de vida

 

Y pronto un disparo de artillería voló la torre de mando y te tornaste, en lo que en el fondo eras: aura, horizonte y llamarada. Entonces, uno a uno, iban asumiendo el mando de la nave esa pléyade legendaria de hombres inmortales. Y uno a uno iban cayendo.

¡E iban tras de ti, contigo convencidos de a quién emulaban y seguían! Convencidos de la bandera que izaban y sostenían. Como desde entonces vamos todo un pueblo y toda una nación detrás de ti, y de los tuyos.

Y tu comando de guerra en la nave iban contigo a lo eterno, absolutos, íntegros y totales. ¡Oh, ínclitos guerreros! Nos han trazado el camino para sin dejar de ser héroes, ser compasivos incluso con los inicuos.

Nos enseñaron en la mañana neblinosa, pero insigne de Punta Angamos, que se lucha no para ganar sino para dejar ejemplo de verdad, de coraje, de trascendencia. ¡Y sin dejar nunca de ser indulgentes, compasivos y bondadosos!

 

5. La bandera

en el mar

 

¡Porque es preferible haber perdido una contienda a perder el alma y el don de la vida! Preferible a trocarse en lo abyecto, en lo perverso y en la ignominia. Preferible una derrota que ganar con iniquidad y tener el alma ennegrecida para siempre. Y el rótulo de traidor para toda la vida.

Tú, y entre todos quienes conformaban tu comando, nos enseñaron eso sí, a no rendirnos jamás, pese a las adversidades.

Murieron junto a ti los primeros de tu línea de sucesión. Así: Diego Ferré, el capitán Elías Aguirre y el teniente Melitón Rodríguez. Cayeron, con gravísimas heridas, el teniente Enrique Palacios y el capitán Melitón Carvajal.

Y el mando se fue sucediendo en esas dos horas funestas de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon, de apenas 25 años, que ordenó hundir la nave y junto a ella la bandera en el mar.

 

6. Abarca

al mundo

 

Esa fue la voluntad. Y allí, desde entonces permanece. Porque esa fue nuestra orden. Encendida para siempre: la nave y la bandera en el océano. Desde entonces en el mar riela en cada atardecer un mensaje de altruismo, de autenticidad y de grandeza, pero a la vez de ser inalcanzables, valerosos e invencibles.

Desde entonces no es un mar físico sino un estado de alma, donde en todo instante, en la tarde y en el amanecer en cada atalaya y mástil flamea una bandera que abarca al mundo.

Cien hombres de fábula murieron en la cubierta del Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de 1879, inmortalizándose para la historia humana de los pueblos del universo.

Porque ya no solo son héroes nuestros. Ellos representan a todos quienes defienden la vida frente a las hordas de la depravación y la muerte.

Representan al género humano frente al infame, al alevoso y al criminal.

 

7. Santo

y seña

 

Por eso, es nuestra misión ahora velar en la torre, y es nuestra misión entonces recoger la estela de tu magisterio.

Haciendo constar que nosotros siempre nos defendimos, nunca atacamos, ni agredimos ni invadimos lo que no nos pertenece, ni es nuestro.

Nuestro afán no ha sido nunca ni de invasión ni de conquista, sino defender la heredad de nuestros ancestros y antepasados.

En quienes, más importante que cualquier victoria es el sentido moral de los hechos ante la historia.

Porque, más radiante y florido que cualquier día de primavera es la limpidez de la conciencia humana que se guía por el bien, la verdad y la belleza.

Y, en este contexto, reconociendo que hay deberes sagrados qué cumplir. ¡Y lo cumplimos! Y que es el santo y seña que hoy y para siempre recogemos.

 

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