Construcción y forja de la utopía andina*****10 DE JULIO, 1883BATALLADEHUAMACHUCO
10 DE JULIO
BATALLA DE HUAMACHUCO
LUCHÓ
EL
ANDE
Danilo Sánchez Lihón
1. Amor
sublime
El 10 de julio es otro día de la heroicidad, al cumplirse el aniversario de la Batalla de Huamachuco, librada entre los montoneros de Andrés Avelino Cáceres y el ejército chileno en el año 1883.
Constituye una página de heroísmo sublime de hombres humildes, como también de quienes como Leoncio Prado –hijo del presidente de la República–, era indoblegable en la defensa de la dignidad humana, y frente a la invasión.
Sacrificio rayano en el holocausto, enarbolando el estandarte del honor y de fe en nuestro destino.
Ejército de Cáceres que estaba en su gran mayoría integrado por indígenas, quechua hablantes, prójimos sencillos, campesinos, hombres de hogar, y no soldados.
No eran militares sino labriegos, artesanos, hombres de trabajo que sufriendo las más duras penalidades marcharon únicamente por el amor sublime a su tierra, a su pertenencia y a sus lares natales.
Es la reserva moral sufrida y legítima que constituye la vena más prístina y fiel de la patria, porque deviene del ancestro incaico.
2. El ancestro
incaico
Y digo mayormente porque en esa epopeya también lucharon peruanos de otras condiciones sociales, profesionales, cultores de oficios diversos. Con desempeños, grados o edades que hacen un arco iris; imagen precisa por su naturalidad, belleza, portento y sentido de vida fecunda.
Había niños como Francisco Gamero cuyo cadáver quedó regado en el campo de batalla en Huamachuco. Había hombres viejos como Manuel Tafur de 67 años que sucumbió perforado el pecho de balas en el fragor del enfrentamiento cuerpo a cuerpo. ¿El de un anciano frente a una tropa avezada?
Antes, Manuel Tafur vio caer a su hijo de 34 años, gritando a pulmón lleno “¡Viva el Perú!”. ¿Cómo no recoger de esos terrones sacrosantos valor para ser en el mundo personas que portan, cada uno de nosotros, una bandera imperecedera de dignidad en el alma?
Otro héroe, Juan Gasco, frisaba 69 años y la noche anterior escribió: “Estoy resuelto a morir en defensa de mi patria”. Y murió mirando al infinito, pleno de convicción y de esa fe que ni el cierzo ni la nevasca podrá borrar jamás.
3. Matar
con su agonía
¿Podemos olvidarlo? ¡Jamás! ¡Nunca! Casi todos los jefes y oficiales ese día sucumbieron en el campo de batalla. ¡Y muchos de ellos fueron los primeros en caer, por el ardor que los consumía! ¡Honor y gloria a ellos!
Pero, todo ello, ¿qué prueba? Nos demuestra un hecho muy sencillo: que ya no se peleaba con la cabeza, ni con cálculo, ni con inteligencia; ¡sino con el corazón, con el sentimiento y la pasión!
Ya no se peleaba con la mente puesta en la victoria, o con la razón que guía e ilumina, sino con la sangre borbotando su nívea espuma en la boca y en el firmamento. Por eso Vallejo escribió acerca del voluntario y miliciano, que puede ser de esta u otra contienda.
No escribió, por si acaso, de los sabuesos que matan por botín o por mesnada, sino de los íntegros y puros:
“Cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía mundial...”
4. ¡Hombre
de Huamachuco!
Porque todos los nuestros eran voluntarios y milicianos. No eran soldados a sueldo, ni esbirros hechos con reflejos condicionados para matar. Aquello diría César Vallejo, hombre también de Huamachuco. Y no me equivoco y lo recalco.
Porque yo, que soy de Santiago de Chuco, habiendo nacido en la misma calle en que nació el poeta de “España, aparta de mí este cáliz”, y amándolo entrañablemente, digo en este caso y en su honor:
¡Hombre de Huamachuco!
Porque solo se puede dar ese título a todo varón íntegro, como lo fue Vallejo. Porque a todo ser auténtico y valeroso debiéramos llamarlo así entre nosotros así:
“¡Hombre de Recuay!” “¡Hombre de Chumbivilcas!” “¡Hombre de Moyobamba!” “¡Hombre de Huamachuco!” Y de tantos lugares que han quedado ya en nuestras vidas como espadas fulgurantes. César Vallejo en el Himno a los Voluntarios de la República se refería a los mismos voluntarios y a la misma causa.
5. Nunca la ira
fue más santa
Más aún: Vallejo pudo escribir los versos que escribió en España, aparta de mí este cáliz, solo porque pudo nacer y crecer en la tierra donde nació y creció. Porque es un chuco, quien porta en la sangre el ancestro de estas batallas que allí ocurrieran.
Porque entonces sabía cómo se guerreaba con la entraña, como sabe hacerlo un país de fibra legendaria. Como cabe esperarlo de esos hombres retados con abismos a bisel y con esas montañas abruptas y de vértigo que son los Andes.
Porque nunca la ira fue más santa, ¡ni más pura la sangre derramada! ¡Y nunca vistió más auroral la muerte! Y eso mismo ocurrió en Angamos, aconteció en Arica, devino en Tarapacá, y volvió a suceder en Huamachuco, y tantos otros lugares a partir de entonces sacrosantos.
Pináculos así sean llanuras, cúspides así sean hondonadas. Y altares tremolantes así tengan abrojos. Y todo ello en relación al fervor que debemos tener por el legado del cual desde entonces y desde mucho antes somos herederos para siempre.
6. En la fibra
de cada uno
Se trata de procesar entonces, y ahora, que hay pérdidas ¡que honran o enaltecen por lo que se defiende, acerca de cómo se dieron los hechos y quienes lucharon!
Así como hay victorias que infaman y enlodan; que denigran y envilecen. Cáceres en pleno fragor fue herido. Leoncio Prado sobrevivió apenas unos días con una bala en el pecho y la pierna hecha astillas.
Aun así, fue fusilado. Otros 200 fueron asesinados con sable al ser alcanzados por la caballería. O fueron desgarrados por el pecho o por la espalda con el “corvo”, o puñal curvo. Pero sabían que iban a morir así, para que a nosotros nos constara, nos enalteciera y nos sobrara orgullo.
Muchos fueron fusilados de rodillas y por detrás, sin derecho a tener tumba ni poder ser sepultados, como afrenta por no ser militares. Esto, por el alto honor de ser montoneros, es decir hombres que suspendieron sus faenas para defender su tierra.
7. Aquello
que nos realza
En la misma línea de fuego se habían juntado todas las sangres del Perú. En la misma trinchera aguardaban vigilantes todas las tonalidades de mejillas y pómulos morados. Luchaba el Perú de todas las progenies y ascendencias. Nunca estuvimos más juntos.
En el mismo grito estaban todas las voces, en el rojo y el blanco de la bandera todos los matices. En el iris de aquellos ojos el prisma de todas las miradas fusionadas en un solo anhelo. En las formas diversas del pabellón de las orejas todos los arrullos y las voces.
En todas las arremetidas y caídas el mismo tejido tembloroso de nuestro ser indoblegable. ¡Nunca nos unimos tanto como para morir con gloria! Pero ver caer a los jefes y oficiales desconcertó a los voluntarios. ¡Y esto no lo habían previsto ni supuesto! Pero tenían que morir, porque era ineludible.
Porque en esa dimensión ya no importan resultados sino ¡cómo se asumen los hechos de la vida y de la historia! Importa en qué pliegue de la hombría te eriges, para defender lo que es tuyo y del común que somos todos. Por eso, niño, siéntete jubiloso, ¡hoy es un día de gloria!
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